A principios de los años 90, durante la campaña presidencial de Bill Clinton, el consultor político James Carville hizo fortuna con aquella máxima de “Es la economía, estúpido”. Hoy, tres décadas después, al eslogan podría sumársele una coletilla a nivel local: son las finanzas… y es, también, el clima. Conscientes del impacto de las conocidas como “islas de calor urbano”, las acumulaciones de temperatura generadas en las grandes metrópolis por factores como la abundancia de materiales que absorben la radiación solar, la escasez de zonas verdes y masas de agua, la actividad industrial o la contaminación, desde hace años la autoridades locales buscan diferentes estrategias.
El objetivo: bajar el "termostato" de las ciudades.
Se calcula que la temperatura media anual del aire de una ciudad en la que residen un millón o más de habitantes puede ser entre 1 y 3 ºC superior a la de su periferia. Y eso en horario diurno. Por las noches la diferencia se dispara en algunos casos hasta alcanzar los diez grados.
No se trata solo de que sus vecinos vivan más cómodos, que también. En juego hay diferentes factores. Incluido incluso aquel sobre el que pontificaba Caville en la década de los 90. Como detalla la Agencia de Protección Ambiental de los EE. UU, el alza de temperaturas en los núcleos urbanos se traduce en un aumento de los costes de energía, los niveles de contaminación —a más temperatura mayor gasto en los sistemas de refrigeración— o las enfermedades y mortalidad relacionadas con el calor. Un estudio publicado en 2014 en Reino Unido, por ejemplo, estimaba que los decesos asociados al calor se incrementarán en el país un 257% para mediados de siglo.
De vaporizadores a jardines verticales
¿Qué estrategias siguen las ciudades para revertir el efecto de las “islas de calor urbano”?
Sobre la mesa tienen varias herramientas, algunas tan antiguas que pueden encontrarse en edificaciones de hace siglos, como la construcción de fuentes y piscinas para aprovechar el efecto refrescante del agua. Se estima que los ríos, lagos, estanques o humedales, por ejemplo, pueden ayudar a reducir la temperatura ambiente de una ciudad entre 1 y 2 grados centígrados, valor que aumenta a una horquilla todavía mayor, de cerca del 3 a 8 ºC, cuando se recurre a otros sistemas artificiales para potenciar su efecto, como los aspersores o la refrigeración por evaporación.
Otra de los grandes aliados de las urbes son los árboles y, en general, las zonas ajardinadas. Como recoge un estudio publicado en The Conversation, se calcula que un aumento del 10% en la cubierta de las copas de los árboles acarrea importantes caídas en las temperaturas ambiente. Por las tardes el descenso puede situarse en torno a al grado o grado y medio. Además de las plantaciones en parques y demás espacios públicos urbanos, la vegetación es un valioso aliado en los propios edificios gracias a balcones o jardines verticales desplegados a lo largo de los muros. En algunos casos, al menos, han contribuido a rebajar la temperatura de los interiores entre 2 y 3 ºC.
Uno de los factores que explican la diferencia de temperatura entre las grandes metrópolis y sus periferias es el uso de materiales oscuros y duros, por ejemplo el asfalto, que absorben la radiación solar y contribuyen a subir el mercurio. El empleo de alternativas de baja conductividad térmica, con una alta reflectancia solar, ayuda a mitigar el calor. El uso de materiales y revestimientos más adecuados ya es habitual, de hecho, en las fachadas y techos de las construcciones.
Un estudio reciente realizado en la India, en una región especialmente cálida, plantea que echando mano de cubiertas reflectantes la temperatura de los techos puede reducirse hasta en 30 ºC y los valores interiores llegan a suavizarse de 3 a 7 ºC. Además de pinturas blancas, en los edificios pueden usarse diferentes recubrimientos, como elastroméricos o membranas especiales.
La estrategia es válida también para los espacios públicos urbanos. Un estudio publicado en 2021 por investigadores del MIT muestra que el uso de asfaltos especiales llega a reducir la temperatura en más de dos grados. Para lograrlo se recurre a películas elaboradas con mezclas que reflejan mejor la luz del sol, colores claros u hormigones capaces de lograr una elevada reflectividad.
Gracias a la combinando parafinas y ceras, entre otros componentes, un consorcio español ha desarrollado un pavimento capaz de aumentar la reflectancia solar en un 173%. Resultado: una reducción de dos grados en la temperatura ambiente y de hasta 15 en el calor irradiado.
De la teoría a la práctica
Más allá de la teoría, ¿Cómo se aplican las medidas?
A lo largo de los últimos años diferentes ciudades dejan muestras de cómo paliar el efecto de las islas de calor urbano. Medellín, por ejemplo, puso en marcha en 2017 un proyecto para transformar los márgenes de 18 carreteras y 12 vías fluviales en rutas naturales en los que sus vecinos pudiesen encontrar sombra. Gracias aese despliegue de 30 “corredores verdes”, que suman en total alrededor de 20 kilómetros, y a la plantación de decenas de miles de árboles, el Ayuntamiento de la urbe colombiana ha logrado aplacar el calor. Según sus datos, la temperatura ha caído en 2 ºC.
Para alcanzar su objetivo de neutralidad de carbono en 2050, Nueva York ha puesto una atención especial en los tejados. Su programa NYC CoolRoofs —impulsado, entre otros, por su Consistorio— ofrece facilidades para que sus habitantes instalen cubiertas reflectantes. “Los techos frescos pueden reducir las temperaturas internas del edificio hasta en un 30%. Cada 2.500 pies cuadrados de techo (232 m2) revestido puede reducir la huella de carbono de la ciudad en una tonelada de CO2 y ayudar a combatir el cambio climático”, detalla la web programa, que recuerda que la temperatura del núcleo urbano de Nueva York puede registrar hasta cinco grados más que su entorno.
Algo similar han hecho en la ciudad de Ahmedabad, al oeste de la India, donde el termómetro llega a subir hasta los 50 ºC en verano. Como parte de una iniciativa piloto, hace un par de año se pintaron más de 3.000 techos de la urbe con cal blanca y un revestimiento reflectante especial. El objetivo era el mismo, reducir la absorción de radiación solar y lograr reducciones de temperatura en los interiores de hasta 7 grados. En Los Ángeles directamente han optado por pintar algunas calles de la ciudad de blanco y en Phoenix han probado, a modo de experiencia piloto, con una mezcla a base de agua, jabón, asfaltop, polímeros y materiales reciclados que logra reflejar más luz solar.
En algunas ciudades, como Chongqing, en China, han experimentado con dispositivos que rocían algunas paradas de bus con agua a 5 o 7 ºC, una solución que en Europa se ve cada vez con más frecuencia en las terrazas de los bares en verano. La iniciativa se queda corta en cualquier caso si se compara con los sistemas de lluvia artificial planteados en Dubái para paliar las altas temperaturas. Experiencia de sobra tiene también Singapur, que lleva décadas embarcada en el proyecto de convertirse en una “ciudad jardín”, con cubiertas vegetales que se extienden por el suelo, pero también por los propios edificios, hasta llegar a las terrazas, las viviendas y oficinas.
Imágenes Ken Banks y Geoff Henson
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