Cuando pensamos en productos electrónicos chinos, lo más habitual es imaginar copias casi exactas de dispositivos fabricados en otros países, la mayoría de veces de mala calidad, pero otras con prestaciones adicionales de las que no disponían los originales. Algunos de las más famosos en los últimos tiempos han sido las copias de iPhone con diferencias como incorporar baterías reemplazables, ranuras para dos tarjetas SIM,...
Todo ello dentro de un marco legislativo en el que el respeto a la propiedad intelectual no es una de las máximas prioridades. Pero como todo, esto tiene una doble cara e, incluso, una vertiente romántica, la que ponen los shanzhai. La traducción original del término se acerca al de fortaleza en la montaña, aunque hoy en día viene a referirse a una serie de individuos que se dedican a este negocio.
Y aunque lo habitual sería verlos como unos simples piratas, que se dedican a la copia indiscriminada, sus métodos de trabajo y de compartición de conocimiento me parecen suficientemente interesantes como para echarles un ojo más a fondo, pues de allí podría venir la siguiente generación de innovaciones.
Los shanzhai funcionan como una especie de economía sumergida, constando de pequeñas tiendas y talleres en las que se fabrican dispositivos de un modo casi artesanal, con una plantilla muy reducida, y con unos canales de distribución propios. Muchas veces la tienda y la propia fábrica están situadas en el mismo edificio. De hecho, si un shanzhai opta por canales de distribución convencionales son prácticamente rechazados por los demás.
La mayoría de ellos han sido fundados con cantidades mínimas de dinero, pero a pesar de eso suelen resultar muy eficientes. No solo pueden producir grandes volúmenes (uno de ellos fabrica más de 200000 móviles al mes con menos de 250 empleados), sino que pueden hacer tiradas cortas, de varios cientos de ejemplares, algo que fábricas convencionales no pueden permitirse.
Pero, como decíamos, lo interesante resulta como introducen innovaciones y comparten el conocimiento entre todos ellos. De hecho, comparten diseños y costes de todos ellos, de forma que si alguno consigue mejoras significativas, estas pueden ser aprovechadas por el resto. Funcionan con un sistema de leyes no escritas, a través del boca a boca, lo que crea un sentido de comunidad que los une.
De allí surgen diseños extraños, raros, poco convencionales o incluso absurdos, pero también otros innovadores. Casi los podríamos comparar con los primeros hackers, que se dedicaban a investigar, trastear, modificar,... De hecho, se trata de un filosofía DIY (Do It Yourself, Hazlo tu mismo) en la que se incentiva la mezcla de conceptos, diseños,...
A medio plazo, podemos dar por seguro que no se dedicarán a hacer solo copias o mezclas de conceptos ya existentes, sino que desarrollarán aplicaciones y modelos innovadores. El caldo de cultivo está ahí: la experiencia, las ganas, la posibilidad de hacerlo con poco dinero, la comunidad,...
Si a ello le unimos la disponibilidad de sistemas operativos abiertos y gratuitos (hablando de móviles, pero aplicable a otros campos) como puede ser Android, no sería de extrañar que el crecimiento de las ventas en un futuro de este tipo de fabricantes sea muy grande.
De momento, su mercado es, sobre todo, interno, vendiendo en China, pero también en países subdesarrollados en los que los modelos de fabricantes convencionales son demasiado caros, y en los que estos pueden competir, tanto en precio como en funcionalidades, incluso aunque estas sean un poco bizarras, como el móvil dentro de un paquete de tabaco.
¿Deberían empezar a temblar los grandes fabricantes? Pues no diría tanto, pero desde luego sí que tendrían que fijarse en sus métodos de innovación y de compartición de conocimiento.
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