La imagen que podéis ver sobre estas líneas procede de la web Flightradar y muestra todos los aviones que están en el aire sobre Europa mientras escribo este texto. A la vista de la misma, os podéis imaginar cuántos aviones sobrevuelan nuestros cielos cada hora. Y cada día. Y cada mes. Y cada año. Y, por si te cuesta visualizarlo en números, aquí va una aproximación: durante 2017 se realizaron 36,8 millones de vuelos comerciales por todo el mundo.
De estos más de 36,8 millones de vuelos, sólo 10 de ellos terminaron en un accidente fatal, según cifras que proporciona el portal Aviation Safety Network y que tienen en cuenta aeronaves con capacidad para más de 14 pasajeros. En total, 44 personas fallecieron el año pasado como consecuencia de estos accidentes aéreos, lo que convirtió al 2017 en el año más seguro de la historia de la aviación. ¿Por qué, entonces, nos da la sensación de que volar sigue siendo inseguro?
Gran repercusión mediática
En el año 2014 hubo tres accidentes de gran repercusión mediática. El 8 de marzo de 2014 desaparecía el Vuelo 370 de Malaysia Airlines, sin que todavía, a día de hoy, se haya encontrado. En julio, el Vuelo 17 de Malaysia Airlines era derribado sobre Ucrania, llevándose por delante 283 vidas. El 28 de diciembre, la tragedia llegaba al Vuelo 8501 de Indonesia AirAsia, con 162 fallecidos después de estrellarse en el mar.
2014 no fue un mal año para la aviación si lo comparamos con años anteriores, pese a las enormes pérdidas humanas
Sin embargo, lo que a priori parecería ser uno de los años más desastrosos para la aviación no lo fue realmente. Bajo estas líneas compartimos dos gráficos que publicaba CNN en verano del 2014 (ojo, con datos hasta julio de 2014) a raíz de las cifras de Aviation Safety Network. En el primero aparece el número de accidentes aéreos con el paso de los años (de nuevo, considerando vuelos comerciales de más de 14 pasajeros de capacidad y sin tener en cuenta aviones privados o militares) y, en el segundo, la evolución del número de fallecidos como consecuencia de estos.
Si bien en 2014 hubo más pérdidas de vidas humanas que en otros años anteriores, la tendencia hasta entonces iba a la baja, y ha seguido bajando sin parar en los últimos años. Volar es cada vez más seguro, como también lo demuestra el siguiente gráfico publicado en un estudio de la IATA, donde vemos la evolución del número de pasajeros transportado cada año y el número de muertes por pasajero transportado.
¿El medio de transporte más seguro?
Durante 2017, y según cifras del Ministerio del Interior, fallecieron 1.200 personas en accidente de tráfico en España. La OMS, ya a nivel global, estima que cada día 3.400 personas pierden la vida en un accidente de tráfico. En ambos casos se supera el número de fallecidos el año pasado por accidente de avión de grandes dimensiones. Sí, hay muchos más desplazamientos en coche que vuelos, así que esta comparación no sería del todo justa.
"Una persona que volara diariamente tendría un accidente cada 3.000 años", dicen desde la Asociación de Compañías Españolas de Transporte Aéreo. En La Información fueron más allá y en 2016 calcularon las probabilidades: "la aviación registra un accidente grave por cada 2'4 millones de vuelos. En España, la posibilidad de sufrir un accidente mortal de coche es de una por 356.357 desplazamientos".
Arnold Barnett, profesor del MIT, explicaba cómo el Q (riesgo de morir en un vuelo elegido de forma aleatoria) en un viaje en coche es alrededor de 1 entre 9 millones, casi 7 veces más que el riesgo de morir en un vuelo nacional. ¿Y la supervivencia? Pese a lo que parezca, es notablemente alta: del 95,7%. Nuestros compañeros de Xataka Ciencia lo resumían en una frase: "Es más probable ser presidente que morir en un avión".
Entonces, ¿por qué le tenemos miedo?
Con las estadísticas en la mano, y aunque hay desgracias que dejan a cualquiera helado, cualquiera podría concluir que volar es seguro. Aun así, la aerofobia, o el miedo a volar, trae de cabeza a muchos pasajeros. Algunos estudios hablan de que un 25% de la población tiene un miedo a volar que se puede calificar de moderado a severo. Si hablamos de vehículos a motor, coches, el porcentaje desciende al 5%. Yo misma reconozco que, si me dan a elegir entre coche y avión, escojo coche sin dudarlo. ¿Por qué?
¿Por qué tememos más a los aviones que a los coches? ¿Por qué consideramos el Ébola muy peligroso cuando en realidad en nuestro alrededor tenemos enfermedades más comunes que ponen más en riesgo nuestras vidas? Todo se resume en una palabra: psicología. En Mindfulness publicaban hace unos meses un interesante artículo en el que profundizaban sobre cómo el cerebro humano evalúa el riesgo.
No parece descabellado pensar que el humor, el tiempo y otros factores que nos rodean afectan a nuestra capacidad para determinar qué es un riesgo para nosotros o no, pero en dicho artículo también mencionan cómo solemos centrarnos más en casos espectaculares que en otros eventos más cotidianos.
Otros psicólogos encuentran más posibles razones. Liliana Aróstegui, por ejemplo, habla de cómo en ocasiones pueden sufrirlo pasajeros a los que les gusta controlar todo y les cuesta ceder el control al piloto del avión, u otras personas que no entienden exactamente cómo funciona una aeronave.
En ocasiones se trata tan sólo de otros miedos que también se dan dentro de un avión por sus características físicas, como la agorafobia o la claustrofobia. “A tres cuartas partes de las personas que tienen fobia a viajar en avión les preocupa un fallo en el motor, de navegación, la preparación de los pilotos, la climatología... el otro cuarto está relacionado con la agorafobia: temen sufrir un ataque de pánico en una circunstancia de la que no van a poder escapar”, explica Carlos Baeza, doctor especializado en tratamientos para superar la fobia a volar.
A veces, el miedo a volar es consecuencia de otros miedos como la agorafobia o la claustrofobia
Ian Mortimer, prestigioso historiador inglés, publicaba hace años (aunque actualizó hace poco) un ensayo titulado "Por qué no vuelo" que resume parte de estas razones y explica cómo, aunque el riesgo es pequeño, sólo el horror de pensar que se haga realidad justifica no arriesgarse a que ocurra (o, en este caso, a volar). No hay una emoción que puedas controlar tú mismo, como por ejemplo la que puedes conseguir al ir a toda velocidad en tu bicicleta, que merezca la pena el riesgo. Además de cuestionar las cifras que antes comentábamos, explica cómo si algo va mal en un avión no se puede escapar, a diferencia de lo que ocurre en otros medios de transporte:
"Todo lo hacen por ti en un avión. Estás atrapado con todos tus miedos. Te dicen dónde sentarte, cuándo debes ponerte el cinturón y qué puedes comer y beber. No puedes salir, o bajar la ventana, y la mitad del tiempo ni siquiera sabes en qué zona horaria estás. Si decides cantar, la persona de al lado posiblemente te de un codazo; y, si tus horas de estar despierto coinciden con lo que se supone que es un vuelo nocturno, estás obligado a no hablar durante mucho tiempo. Y entonces, cuando por fin aterrizas sano y salvo, tienes que asumir que tu equipaje se ha ido a otro continente, que vas a tener un mal rato en tu destino, y todo ello pensando en cómo tendrás que pasar por todo de nuevo para volver a casa. Así que decidí no volar más", Ian Mortimer
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