En el mundo de la tecnología, uno está acostumbrado a que todo vaya a la máxima velocidad posible. Procesadores más rápidos, memorias más veloces y evoluciones que definitivamente ya no es posible asimilar. El slowcooking, usando precisamente la tecnología, busca todo lo contrario.
Cocinar lentamente viene asociado habitualmente a paciencia, atención, mimos y resultados a la vieja usanza. A nuestras abuelas. A una lumbre. A fuego. Sí, justo todo lo contrario de esa receta algorítmica en la que el robot de cocina lo hace todo por nosotros con el principal objetivo de ahorrarnos tiempo, limitándose el humano a gestionar cantidades y tiempos de forma milimétrica.
Pero hoy toca sentir en la boca una carne que se deshace o un caldo que pone los pelos de punta. Hablemos del movimiento slowcooking donde el elemento central en un gadget: el Crock Pot.
Irving Naxon: de relato de su abuela a producto de masas
Si escuchamos atentos las recetas de nuestras abuelas o madres, es probable que las palabras cocción lenta tenga mucha presencia. Eso mismo le pasaba a Irving Naxon, inquieto inventor que se propuso crear un dispositivo que recreara la cocción muy lenta con la que su abuela le contaba que conseguía un guiso típico judío sin gastar energía.
Ella, aprovechando el parón del horno de una panadería cercana a casa, dejaba todo un día su guiso al calor remanente de la panadería, el cual recogía al caer la noche. El resultado era tan espectacular (y la idea tan buena) que sus relatos convencieron a Naxon para intentar crear un producto.
Así nació la olla Naxon Beanery tras un periplo para conseguir la patente. La solicitó en 1936, consiguió inscribir la misma en 1940 y el producto final vio la luz de forma comercial en 1950, vendiéndose principalmente a establecimientos.
Se trataba de un recipiente eléctrico que llevaba dentro la fuente de calor y también la olla donde se cocinaba, consiguiendo un reparto uniforme, constante y lento del calor.
Crock-Pot: una marca que define al gadget
El éxito del producto fue tal que en 1970 la empresa Rival Manufacturing compró el negocio a Naxon y dos años más tarde relanzaba la olla de cocción lenta bajo la denominación que ha acabado por convertirse en el estándar: Crock-Pot.
Desde ese momento numerosas han sido las marcas que han ofrecido soluciones similares, es decir, dispositivos compuestos por una olla de cerámica o porcelana insertada en una carcasa metálica donde se encuentra la fuente de calor. Ya dependiendo del tipo de modelo que escojamos podemos estar hablando de diferentes capacidades, así como de la inclusión de un temporizador o no.
Este elemento es importante para poder aprovechar algo muy valioso en una Crock Pot: que nos mantenga la comida a la temperatura ideal por muchas horas.
Esa funcionalidad junto con la posibilidad de dejar la Crock Pot desatendida durante horas sin peligro, causó furor en EEUU, justo en un momento en que la mujer se empezaba a incorporar al mercado laboral. La Crock Pot permitía a los hogares tener comida caliente para el almuerzo o incluso la cena empezando a elaborarlo por la mañana y sin que requiriera de atención por parte de nadie.
A lo largo de estos 40 años desde su lanzamiento, unas 40 compañías han tenido productos para el slowcooking en el mercado, alcanzando en 2002 una ocupación cercana al 80% de los hogares de EEUU.
Cocción húmeda y lenta, la clave para un éxito - casi - seguro
Los dispositivos de tipo Crock Pot cocinan la comida a baja temperatura, entre 71 y 93 grados en el caso del modo de baja temperatura (el modo de alta temperatura puede alcanzar los 150 grados), y lo hacen a presión atmosférica. La tapa, que idealmente sería transparente para poder ver el interior de la olla sin tener que abrirla, hace de barrera del vapor pero manteniendo la presión interior al mismo nivel que en el exterior.
El vapor que se produce por el líquido que se está usando en la receta produce una pequeña barrera junto con la tapa para que nada se escape de la misma, por lo que estamos ante una cocción húmeda donde el líquido no para de evaporarse y volverse a condensar, recogiendo todos los sabores y repartiendo el calor por toda la olla.
¿Y qué hay del consumo energético? No problem. Pese a ser un dispositivo que funciona con electricidad, el gasto en mínimo comparado con cocciones más rápidas. De media, las Crock Pot tienen una potencia baja, ya que no necesitan alcanzar una temperatura muy alta, por lo que, de media, una de estas ollas puede gastar del orden de cinco céntimos de euros por hora, unas 20 veces menos que tu vitrocerámica. Así no da nada de reparo dejar un caldo haciéndose 10 o 12 horas.
El diseño del Crock Pot se ha mantenido, al menos el de la marca original, prácticamente intacto. Solo mejoras puntuales para facilitar el desplazamiento de la olla sin riesgos o el poder sacar la olla del interior del recipiente para su mejor limpieza han variado al Crock Pot de los años 70.
Internet de las cosas, una ayuda actual para el slowcooking
Sobre la base del sistema de cocción muy lenta varios fabricantes han ido incluyendo mejoras lógicas asociadas con la conectividad y la programación. Medir la temperatura exacta de los alimentos poder determinar tiempo exacto de cocción o que la misma se inicie cuando queramos aunque no estemos presente son muy bienvenidas.
Pero como ya ha adelantó Belkin este inicio de año con su Crock Pot con WeMo, Internet de las Cosas y la conectividad total y avanzada de los electrodomésticos van a ayudar y mucho al fenómeno del slowcooking.
El sistema de Belkin, con un precio más alto que el habitual de estas ollas (suele rondas los 30-50 euros y el modelo de Belkin sale por 130 dólares) añade conectividad WiFi para que, por medio de una aplicación, podamos controlar desde el smartphone tanto la temperatura como el tiempo de cocción.
Más información | Crock Pot | Erinlanders.
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