De Tokio a Madrid, pasando por Nueva York, Guadalajara, Vigo o Abu Dabi. No importa en qué ciudad te fijes; algo está claro: mires a donde mires lo más probable es que te encuentres con vastas extensiones de cemento. Se ha extendido a tal velocidad, tan consustancial se ha vuelto al desarrollo urbanístico, que se calcula que su uso se ha triplicado a lo largo de las últimas cuatro décadas y hoy en día es ya, en términos generales, uno de los materiales más utilizados del mundo.
A base de cemento hemos levantado grandes metrópolis, edificado casas, colegios, plazas, hospitales y amoldado el mundo a nuestras necesidades; pero con cada hormigonera cargada pagamos también un pequeño (gran) peaje: un volumen de contaminación que el sector ya está intentando minimizar con compuestos “verdes”, más respetuosos con el medio.
La fiebre del cemento. Usamos cemento con frecuencia. Mucha. Los datos que manejaba en febrero Oficemen, la asociación española del sector, muestran que en 2021 alcanzamos los 14,93 millones de toneladas, un 11% más que el año anterior. Y no es un fenómeno exclusivo de España. Se calcula que elaboramos más de 4.000 millones de toneladas anuales. Es más, hace tres años The Guardian estimaba que en todo el mundo se produce tanto que en un solo día generamos suficiente cantidad para llenar la Presa de las Tres Gargantas de China, la mayor del mundo.
“No solo estamos usando más cemento que nunca; estamos usando más cemento per cápita que nunca”, explica a C&En Kimberly E. Kurtis, ingeniera civil y experta del Instituto de Tecnología de Georgia, quien recuerda cómo se ha disparado su consumo en cuestión de décadas.
La otra factura para el medio ambiente. El despliegue de cemento nos ha permitido ampliar nuestras ciudades, levantar edificios, escuelas, hospitales, puentes, muelles, aeropuertos, centros comerciales… Quizás el mejor ejemplo de ese bum sea Japón, que ha protagonizado una auténtica revolución que explica que, pese a su reducido tamaño, acoja más o menos el mismo volumen de material que EEUU y una concentración de cemento por metro cuadrado muy superior.
La “cara B” y menos amable de esa realidad es su grave impacto en el medio ambiente. Un estudio reciente publicado en Nature muestra que el cemento supone el 36% de los 7,7 Gt de CO2 que, se calcula, libera a la atmósfera el sector de la construcción. El dato supera con creces al registrado por otros materiales empleados por la industria, como el acero, los plásticos, el aluminio o los ladrillos. En términos generales, se calcula que el cemento origina entre el 4 y 8% del CO2 mundial.
Otros de sus efectos más palpables en el medio es su elevado consumo de agua —especialmente grave en aquellas regiones más afectadas por sequías severas y la escasez de recursos hídricos—, la generación de partículas con un efecto perjudicial sobre la salud y la demanda de energía.
Una tendencia preocupante. Quizás lo más preocupante es que algunos informes apuntan que, lejos de suavizarse, ese impacto se está agravando con el paso del tiempo. Greenpeace calcula que entre 2017 y 2018 el sector cementero aumentó sus emisiones un 2,6%, tendencia que coincide con la dibujada en el informe Big Polluters Spain 2019, elaborado por el Observatorio de Sostenibilidad (OS). Sus autores calculan que —si bien España había reducido en un 4% sus emisiones totales— el sector cementero había anotado una tendencia opuesta, con un alza de cerca del 3%.
Mission Possible Partnership estima que a lo largo de las próximas décadas, con el horizonte de 2050, la producción mundial de cemento podría incrementarse hasta un 23%, un alza considerable que choca con otro de los porcentajes que maneja el sector: si quiere cumplir con los estándares del Acuerdo de París, sus emisiones anuales tendrán que reducirse al menos un 16% para 2030.
Objetivo: reinventar el cemento. Sector e investigadores son consciente de esos puntos débiles y llevan tiempo ya trabajando en fórmulas más respetuosas con el medio ambiente. El objetivo, nada sencillo: reinventar el cemento, lograr un material "verde" que nos permita seguir utilizándolo en nuestras construcciones al tiempo que reducimos sus efectos negativos sobre el medio ambiente. Esfuerzos hay en esa dirección se han activado a lo largo de los años, desde luego.
En 2021 la Universidad de Tokio presentó una variedad de cemento elaborada con restos de comida, un material que, aseguran, resulta más resistente. La institución japonesa también ha desarrollado un proceso que permite fabricar hormigón con viejos fragmentos de material. Antes, un equipo de Taipei había demostrado ya que los desechos de la agricultura y la acuicultura pueden aprovecharse también para reemplazar partículas gruesas y aglutinantes en el hormigón verde.
En ese empeño por conseguir cemento con un menor impacto, una firma de Colorado (EEUU), Prometheus Materials, anunciaba hace solo unos días que está trabajando con cemento a base de microalgas para construir bloques de mampostería. Buen ejemplo del interés que despierta en la industria es que acaba de cerrar una ronda de financiación de ocho millones de dólares. Hace poco también un equipo de Washington planteaba elaborar cemento reutilizando viejas mascarillas.
El gran reto: escalar la producción y abrir camino. Desarrollar nuevas variedades de cementos verdes, más respetuosos con el medio, no es el único reto que tienen por delante los investigadores y la industria. Elaborarlo es únicamente el primer paso. Como señala Popular Science (Popsci), hay otros retos de calado e igual de cruciales, como los costes, escalar la producción o convencer a la industria para que se dé el paso y cambie el cemento convencional por nuevas alternativas.
“Cambiar por completo la forma en que usamos el cemento exigiría muchos cambios fundamentales en nuestra industria”, explica a Popsci Sohan Mone, ingeniera: “Toda la infraestructura está orientada a cómo funciona el cemento actualmente, desde cómo lo instalamos hasta cómo lo transportamos, todo”. Uno de los grandes retos que tendrían por delante cementeras y constructoras es demostrar que las nuevas alternativas cumplen con los exigentes estándares de seguridad. "Estamos muy regulados, con razón, y no somos muy libres en cuanto a los materiales que podemos usar".
Imágenes | Jon Evans (Flickr) y Bex Walton (Flickr)
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