Hay padres en contra de prohibir el uso del móvil en los colegios. Y la ciencia les da la razón

El temor es que se tomen "medidas cosméticas" y que las iniciativas realmente efectivas "se queden en un cajón".

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No es que un grupo de familias quiera prohibir el móvil en el aula o se estén uniendo para mantener a sus hijos en entornos "libres de tecnología", ni siquiera que la Xunta de Galicia vaya a prohibirlo en el recreo; lo que ocurre es que, como dice Laura Cano, "la digitalización de los menores está polarizando a las familias dentro y fuera del aula".

Y de qué manera. En las últimas semanas, la voz de aquellos que piden prudencia y aconsejan no dar pasos en falso en un tema tan sensible como la infancia y la juventud está ganando fuerza en el país e incluso las comunidades autónomas están empezando a tomar medidas.

Así que nos hemos preguntado, ¿qué piensan los del otro lado?

¿Qué les pasa a los niños?

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La infancia y la adolescencia no lo está pasando bien. Sabemos que, en 2008, el 27% de los niños se sentían solos al llegar a casa y se refugiaban en la televisión o el ordenador. Las cifras no han dejado de crecer. Además, hay evidencia bastante solvente de que los niños están luchando contra la baja autoestima y contra niveles profundos de infelicidad. ChildLine (una especie de 'teléfono de la esperanza' británico para niños y  jóvenes menores de 19 años) recibió 54.926 llamadas en 2020. En 2015, fueron 35.244.

Chidline  aporta, además, un dato curioso. Teniendo en cuenta la imagen global de los últimos 30 años, la infelicidad es un fenómeno relativamente reciente. Hace solo unos pocos años, las llamadas estaban motivadas fundamentalmente por autolesiones y  trastornos alimenticios. En diez años, había casi el mismo número de llamadas de estos temas que de insatisfacción vital. En la gráfica superior se puede ver algo parecido.

Los datos son norteamericanos y eso es importante porque en Europa los datos son bastante mejores. Pero los traigo a colación porque han sido los más analizados y sobre los que se han ofrecido más hipótesis. Ninguna acaba de encajar del todo.

Teniendo en cuenta la ubicuidad de las nuevas tecnologías y la coincidencia temporal, muchos pensadores (un ejemplo claro es Jonathan Haidt, que entrevistamos aquí en Xataka) que señalan el posible impacto de estos dispositivos en los niños. Y lo cierto es que la preocupación no parece nada descabellada.

¿Es Internet, los móviles y las nuevas tecnologías?

Hay un viejo dicho que señala que "si grazna como un pato, camina como un pato y se comporta como un pato, entonces, ¡seguramente es un pato!". Y este es el razonamiento inductivo que lleva a muchos expertos a sospechar sobre el impacto de las nuevas tecnologías.  Al fin y al cabo, teniendo en cuenta que "la naturaleza cambiante del cerebro durante las dos primeras décadas de vida" es razonable pensar que estos cambios ambientales "podrían afectar el desarrollo cerebral".

El problema es que, pese a los esfuerzos cada vez mayores de los últimos años, los mejores estudios disponibles no han logrado encontrar evidencia de que el tiempo de pantallas tenga un efecto negativo en el desarrollo cognitivo o en el bienestar. Es decir, hay algo que no funciona bien y la tecnología podría encajar, pero no lo hace.

Y es sorprendente porque si el efecto de esas nuevas tecnologías es tan grande como para doblar la gráfica que hemos visto más arriba debería de verse en las investigaciones. Ahí es donde a muchos expertos le surgen las dudas. Sobre todo, porque nos hemos equivocado otras veces.

Todo lo malo de Internet

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La primera gran investigación sobre el impacto de internet en la vida de la gente la llevaron a cabo en 1998 Robert Kraut y su equipo. La idea era sencilla: seleccionar a 169 personas (73 familias en total) y analizar su vida durante los dos primeros años de conexión a internet. Los resultados fueron terribles: pese a que los participantes usaban la red con fines comunicativos, se comprobó que durante esos dos años  se redujo la comunicación familiar, se empequeñecieron sus círculos sociales y se produjo un incremento de la soledad y la depresión.

Aquello, comprensiblemente, creía preocupación. En plena burbuja de las puntocom, nadie dudaba de que internet era el futuro. Pero si internet era esto... ¿Qué futuro nos esperaba?

Uno mejor de lo que parecía. O eso descubrimos muy pronto. A penas un año más tarde, Judith Shapiro se preguntó si los resultados que había publicado Kraut y su equipo no sería un "artefacto": algo que, en realidad, estábamos relacionando con internet, pero no lo estaba.

Shapiro descubrió que, sin darse cuenta, Kraut había seleccionado a un grupo de  participantes (fundamentalmente, alumnos de los últimos años de instituto y sus padres) que hubieran visto reducida su 'vinculación  social' de forma natural independientemente de que internet apareciera en sus vidas (porque iban a cambiar de residencia, hábitos de vida y círculo de amistades por la universidad o su nueva vida laboral).

Algo muy parecido es lo creen los que (por economía del lenguaje) podríamos llamar antiprohibicionistas. Que se está atribuyendo a las nuevas tecnologías una serie de problemas que no tienen que ver directamente con ellas y, en ese proceso, estamos descuidando medidas y soluciones que sí tendrían un impacto significativo en los bajos niveles de satisfacción vital y el fracaso escolar. El "pánico moral" no nos dejaría ver el bosque.

Pero, bueno, ¿no es mejor ser prudentes?

Es decir, ¿en la medida en que estamos tomando decisiones importantes sobre la vida de millones de niños y niñas no sería mejor prohibir el uso de móviles en los colegios? Y pese a que incluso fuentes del Instituto Nacional de Ciberseguridad como Manuel Rasán dudan de la efectividad de la prohibición, muy posiblemente lo sea.

Tanto que, de hecho, como explicaba Jose César Perales, catedrático de la Universidad de Granada, "la prohibición de los móviles para uso no educativo en horario lectivo ya era lo habitual en la mayoría de los centros". Es decir, el cambio más importante ahora mismo es que esa prohibición se está haciendo general y, según expertos como Laura Cano, firma parte de un 'estado de opinión' que intenta "culpar a la tecnología de todos los fracasos escolares".

El temor, como exponía Perales en Twitter, es que (tal y como se está planteado la situación) "se toma una medida cosmética, mientras que las que sí podrían contribuir a mejorar la salud mental de nuestros adolescentes siguen en algún cajón". Corremos el riesgo, nos vienen a decir estos expertos, de desviar los ya exiguos recursos del sistema hacia medidas con poco retorno.

¿Y más allá del colegio?

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Más allá del colegio, la crianza y su relación con las pantallas es muy compleja. "Lo que en realidad dice la evidencia es que la crianza", decía Perales "admite una enorme variabilidad y que, una vez cubiertas las necesidades materiales y afectivas, casi todos los impactos de la forma concreta de crianza son bastante pequeños".

En este sentido, los debates sobre cómo introducir a los más pequeños en las nuevas tecnologías son muy necesarios, pero no debemos de sobrevalorar el efecto que tienen todas estas "formas concretas de crianza" en los niños. Precisamente por eso, lo que está ocurriendo con la infancia es más desconcertante aún.

Mientras tanto, hay que seguir trabajando.

En Xataka | Solos y conectados, la paradoja de la soledad en la época de los mil "amigos" en redes

Imagen | Ludovic Toinel

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