En 2011, el filósofo israelí Yuval Noah Harari publicó el libro ‘Sapiens: De animales a dioses’, en el que decía, entre muchas otras cosas, que cien personas es la cantidad máxima de gente que un humano puede gestionar emocionalmente. Un año antes, Genbeta publicó un artículo hablando de Path.
El titular decía “Path, la red social para tus amigos de verdad”. No le faltaba razón: en una época en la que Twitter empezaba a despegar y en la que Facebook ya contaba por centenares la lista de amigos de cualquier perfl, esta red tenía un límite máximo: 50 amigos. Esa era la estimación que hacía de la cantidad máxima de personas que podían resultar mínimamente cercanas en la vida de cualquier persona, mucho menos generosa que la de Harari.
A partir de ahí el nivel de cercanía ya solo podía ser muy bajo, a su entender, y si queríamos agregar a alguien más, teníamos que hacerle hueco borrando a uno de los ya presentes. Una red social salomónica que poco después abriría la mano aumentando triplicando ese límite, hasta 150 amigos, coincidiendo con el Número de Dumbar, que sugiere que el tamaño de nuestro cerebro limita nuestro número de conexiones cercanas.
Yo me di de alta atraído por las capturas que veía sobre ella. Si en esta época vemos florecer aplicaciones que prometen revolucionar nuestra forma de gestionar el correo electrónico o la productividad de equipos en remoto, en aquel entonces lo que surgía cada semana era una nueva red social. Algunas más centradas en fotografías, otras en reflexiones, otras en hacer check-in y otras más de nichos concretos. En aquel 2010 nació Instagram… pero también Path. Dave Morin, su fundador, venía de Facebook, y su idea con Path, fijando un tope de amigos, era de crear una red de calidad.
Solo con quien entiende lo feliz que nos hace ese momento
Path era un oasis. Nació en un momento en el que las interfaces eran algo toscas e incluso los diseños industriales de los teléfonos también lo eran. Path priorizó el componente visual por encima de todo y transmitía una calidez de arquitectura nórdica con la que Facebook, Twitter o Instagram, a la postre los que se llevaron el gato al agua, no podían ni soñar.
Por supuesto, su feed era cronológico, no algorítmico. Los timelines algorítmicos llegaron, con sentido, cuando la cantidad de cuentas y páginas a las que seguíamos o amigos que teníamos era tan elevada que se hacía inmanejable. Así que las redes fueron incorporando su criterio automático para decidir qué contenido priorizar para presentarnos. ¿Tenía sentido un feed algorítmico en una red social con un tope de amigos más bien bajo que jamás excederíamos? Claro que no. Así que hubiese sido otro oasis: el de una red social cronológica, no algorítmica.
Solo para amigos de verdad y personas en quien confiar
Facebook, que tuvo en aquella época a sus mejores años en cuanto a relevancia y dominio (Twitter le reemplazó para los adictos a la información e Instagram para la sociedad civil en general), se centraba en fotos y estados en texto. Luego dio el salto a vídeos, pero no era proactiva en cuanto al tipo de contenido que debían subir sus usuarios. Años después, Facebook quedó como un reducto para el berrinche político de andar por casa, los memes que ya estaban anticuados y los carteles anunciando desaparecidos.
Path también le ganó por goleada en ese sentido desde el minuto uno: tenía varios tipos de check-in que hacer. Podíamos indicar que estábamos leyendo un libro concreto, viendo una serie o película en particular, o compartir una canción. Puede que hoy suene a perogrullo, pero la interfaz estaba cuidada más allá de lo visual: tenía bases de datos de todos esos contenidos para acceder directamente a información sobre ellos.
También permitía tener un registro de cuándo nos íbamos a dormir y cuándo amanecíamos. Algo que hoy puede verse como un exceso, pero que en aquel momento no desentonaba en absoluto: en Twitter era habitual ver tuits que venían de Foursquare indicando dónde estaba una persona en cada instante. Menos aún desentonaba en una red social privada y orientada a nuestros amigos cercanos, no a cualquiera.
Esta arquitectura formaba parte de una idea que venía del premio Nobel Daniel Kahneman, premiado por sus estudios en torno a economía, psicología, comportamiento humano y toma de decisiones. Hablaba Kahneman de la relación entre felicidad y recuerdos, algo que impulsó a Morin a crear una red centrada en dar, no en recibir; y orientada a compartir momentos con aquellas personas que saben lo felices que nos hacen, sin más pretensiones. Si yo publico en Twitter mi entusiasmo por la nueva colección de aperos que llega al Farming Simulator, el 99% de quienes lo lean se quedarán fríos. Si lo hiciese en Path, solo lo vería gente que me conoce bien, así que entenderían mi entusiasmo y se alegrarían por mí, aunque fuera por esa minucia cotidiana.
Eso en cualquier caso nunca ocurrirá, porque hace tres años desde que Path cerró para siempre, tras una larga agonía viviendo en la intrascendencia y con momentos reprobables durante el camino, como cuando envió toda la lista de contactos de sus usuarios a sus servidores sin pedir permiso. O peor, cuando enviaba un SMS también a todos los contactos de quien se registraba invitándoles a usar la aplicación. Paradójico en una red social destinada a ser un reducto privado e íntimo en nuestra vida digital.
Sin sucesor espiritual
La crisis de Path comenzó cuando en 2013 se marcharon tres empleados clave y la vida en la empresa nunca volvió a ser igual. Tampoco es que hubiese llegado muy lejos en cuanto a volumen de usuarios: quince millones llegamos a usar Path en su mejor momento, un error de redondeo en comparación con Facebook y compañía.
En los últimos dos años hemos visto algún tímido intento para llenar este hueco, el de alguna red social (o una suerte de) orientada a grupos reducidos, a recuperar la intimidad perdida. Cocoon mezcla Instagram y WhatsApp en círculos de total confianza, Dex es más bien una hoja de Excel vitaminada para gestionar nuestras amistades. De todo tiene que haber.
Por el camino han ocurrido cosas. Instagram añadió sus círculos de "mejores amigos" y su reconfortante color verde para identificarnos como tal. WhatsApp se ha consolidado como la red social privada por excelencia mediante el uso de grupos, ese lugar donde compartir fotos y vídeos (y pensamientos, ejem) que jamás querríamos ver en espacios mucho más poblados. También es cierto que algo que ha ocurrido en este tiempo es el auge de TikTok poniendo a millones de personas a hacer coreografías y exhibir carisma con alcances globales.
Nadie ha sabido ocupar ese hueco de forma completa, si bien tampoco parece que sea una exigencia de masas ni nadie esté pensando mucho en el Número de Dumbar. Los quince millones del pico de Path es el equivalente online a cuatro gatos. Los viudos de Path, en un momento en que nadie puede escapar a los tentáculos de Facebook (escándalo tras escándalo) para tener momentos de cercanía digital con nuestro círculo de confianza, seguiremos esperando un sucesor espiritual.
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