Eres profesor. Tienes una alumna bastante mala. Se llama Carla y la pobre estudia pero redacta mal, no argumenta con claridad, no comprende bien ni lo que lee ni lo que escribe. Y no solo en tu asignatura. Es mala en matemáticas, en plástica, en lengua… en todo. Cuando corriges sus exámenes te pones a pensar, apesadumbrado, en el triste futuro que le espera a alguien tan poco dotado intelectualmente. Sin embargo, cuando te fijas en su conducta y en el modo que se relaciona con los demás, notas algo extraño.
No es especialmente guapa pero tiene a todos los chicos detrás de ella. Cuando habla en clase, todo el mundo parece prestarle mucha atención y respetar lo que dice. Tiene un corro de amigas que la idolatran, la obedecen y la siguen a todas partes. ¡Ummmm! ¡Extraño! Después miras al empollón sentado en el primer pupitre. Se llama Lucas y es una máquina en tu asignatura y en todas las demás. Cuando corriges sus exámenes piensas que será un prestigioso cirujano o un reputado arquitecto. Pero de nuevo, cuando te fijas en su conducta y en el modo de relacionarse con los demás, notas algo extraño. Todos los compañeros se burlan de él, ninguna chicha quiere estar a su lado y nadie respeta su opinión a pesar de que suele ser la más acertada. Para cumplir todos los tópicos, es pésimo en Educación Física
¿Cuál de los dos tendrá más éxito en su vida? Nuestro sistema educativo no duda en coronar al chico y en condenar a la chica ¿Por qué?
Los griegos ya sabían responder mucho mejor que nosotros. Lucas tiene nous (significa, más o menos, nuestro concepto tradicional de inteligencia), mientras que Carla tiene metis (astucia, audacia, capacidad de engañar, manipular, liderar…).
Y así es. Durante muchos años hemos entendido la inteligencia de un modo muy restrictivo. La hemos asociado a razonar, aprender, memorizar, abstraer, calcular… y la hemos disociado de cualquier aspecto volitivo o emocional.
De este modo, solemos entender a alguien que es muy bueno en matemáticas como el paradigma de chico inteligente, mientras alguien creativo, que se relaciona bien con los demás o que gestiona muy bien sus emociones no es considerado como claramente inteligente, y el sistema educativo lo condenaba al fracaso. Mal asunto.
Haciendo algún que otro test
Si tuviésemos que decir quién es el padre de los estudios sobre la inteligencia, sin duda, ese el pedagogo Alfred Binet. En su época, en Francia se acababa de aprobar una ley que obligaba a la escolarización a todos los niños de edad comprendida entre los 6 y los 14 años. Procedentes de entornos socio-culturales muy diferentes, Binet comprobó que agruparlos en cursos solo en función de la edad no era nada adecuado.
Teníamos a niños de seis años con habilidades y conocimientos muy superiores a otros, por ejemplo de diez, y que, sin embargo, se encontraban cuatro cursos por debajo. Entonces, Binet propuso diseñar un instrumento eficaz que le permitiera catalogar a los alumnos según sus capacidades y no su edad, así que, junto con su joven asistente, Théodore Simon, formuló en 1905 la escala Binet-Simon. Consistía en una serie de pruebas de dificultad creciente.
Comenzaba con problemas facilísimos que todo alumno, incluso los que tenían graves retrasos, podían resolver. Le seguían problemas de dificultad media, hasta llegar a los más difíciles, cuya correcta resolución podría indicar que se estaba ante un alumno con sobredotación intelectual. El parámetro para medir la inteligencia fue lo que Binet denominó como edad mental.
Binet tenía el promedio de las puntuaciones que los alumnos de una determinada edad conseguían. Si un estudiante superaba ese promedio, su edad mental estaría por encima de su edad física y viceversa. De ese modo, la escala Binet-Simon medía las desviaciones con respecto a la media de inteligencia de una determinada edad.
En 1912, William Stern mejoró esta forma de medir creando el extendido concepto de cociente intelectual (que no coeficiente intelectual como suele confundirse). La fórmula, muy sencilla, es CI = (EM / EC).100, donde EM significa edad mental y EC significa edad cronológica. En la actualidad, la forma de medir se mejoró aún más.
El test de inteligencia más aceptado y utilizado en la actualidad es la escala Weschler de inteligencia para adultos (WAIS), diseñada en 1939 y en constante revisión y mejora (hoy en día se usa la WAIS 4). Ésta mide la inteligencia a partir de una campana de Gauss con un valor central (100: la inteligencia media), con una desviación estándar de 15. Las personas con valores que estén por encima de 100 se consideran más inteligentes que la media y los por debajo menos. A partir de un CI de 130 se considera a alguien superdotado, mientras por debajo del 70 estaríamos hablando de retraso mental.
Un aspecto muy interesante de la escala Weschler es que se la modifica periódicamente cada diez años para evitar el efecto Flynn. En 1999 el politólogo neozelandés James R. Flynn constató que, en todo el mundo, las puntuaciones de CI estaban subiendo a un ritmo de tres puntos por década ¿Somos cada vez más inteligentes? No, o al menos eso no puede deducirse del efecto Flynn. Hay que tener en cuenta que la mejora es del promedio de la humanidad. Hay zonas del planeta en que los malos resultados de los test vienen dados por problemas de nutrición, educativos, entornos escasamente estimulantes, etc. Con la mejora paulatina de todos esos aspectos en el mundo, el promedio mejora pero, no, no nos estamos haciendo más listos.
Cabría quizá pensar en todo lo contrario. Si constatamos que entre los individuos con CI más alto, la natalidad es mucho más baja que entre individuos con CI más bajo, y aceptando que la mayor parte del CI está determinada genéticamente como veremos ahora, la tendencia será a que el CI baje ¡Quizá vamos hacia un mundo de imbéciles! Empollones, ¡hay que salir más a ligar por ahí!
¿Se hereda o se aprende?
Francis Galton, el autodidacta y polifacético primo de Darwin, fue un pionero en intentar comprender qué es la inteligencia. Publicó en 1869 El genio heredado, obra en la que, esencialmente, se aplicaban las teorías evolucionistas a la inteligencia. Así va a definirla como una capacidad de adaptación al medio que, como tal, se hereda. De esta forma pondrá sobre la mesa dos aspectos fundamentales en el posterior debate:
Si la inteligencia es adaptación al medio parece que hay muchas actividades que denominaríamos como muy inteligentes pero que no parecen servir para adaptarnos al medio ¿De qué sirve para mi supervivencia dedicarme a la poesía o a la metafísica? ¿En qué ayuda para adaptarse al medio componer una ópera o escribir una novela? Hoy en día, la psicología evolucionista intenta demostrar que sí que tienen función adaptativa mientras que otras perspectivas psicológicas lo niegan.
¿La inteligencia se hereda? ¿Hasta qué punto? Tenemos el claro ejemplo de “niños salvajes” que se criaron entre animales y que, cuando posteriormente volvieron a la civilización, no se les pudo recuperar. El desarrollo de su inteligencia se había paralizado para siempre. Por el contrario, también tenemos millones de ejemplos de personas que han recibido educaciones exquisitas y que han permanecido imbéciles toda su vida (compruébese, sencillamente, observando a nuestra conspicua clase política) ¿Hasta qué punto la inteligencia depende totalmente de nuestros genes o puede aprenderse?
En 1994, Richard Hernstein y Charles Murray, publicaron un polémico estudio titulado "La curva de la campana". La inteligencia y la estructura de clases en la vida americana. Sus conclusiones fueron bastante chungas: el CI es heredado en más de un 40% y en menos de un 80%. La inteligencia es un factor decisivo a la hora de predecir el éxito socio-económico.
En Norteamérica (donde se realizó el estudio) hay una diferencia de 15 puntos de CI entre blancos y negros, diferencia que se expresa muy bien en las diferencias socio-económicos de ambas razas. Hernstein y Murray también concluyeron que la mejora del entorno social no mejoraban nada el CI. La inmensa mayoría de los proyectos educativos de integración de minorías étnicas no solo no habían sido efectivos, sino que habían aumentado el fracaso escolar.
¡Uffff! Los blancos son bastante más listos que los negros y, peor aún, no hay forma de solucionarlo. Bueno, bueno, esperad un momento. En primer lugar, sí que parece cierto que gran parte de nuestra inteligencia se hereda, depende de los genes. La mayoría de estudios que he leído al respecto no suelen bajar de un mínimo de un 70% de inteligencia determinada genéticamente. Pero, en lo que respecta a la diferencia entre blancos y negros, las cosas no son tan claras. Es muy, muy difícil elaborar pruebas de medición de la inteligencia que separen con claridad los factores genéticos de los ambientales.
Por ejemplo, estudios realizados entre 1930 y 1950, daban una gran diferencia de CI entre los hombres y las mujeres. Sin embargo, en estudios realizados a partir de 1980, esas diferencias dejaron de ser significativas ¿Por qué? ¿Es que las mujeres se volvieron, de golpe, mucho más inteligentes? No, sencillamente sus condiciones socio-culturales habían cambiado.
Saliéndonos de estas arduas polémicas (muy candentes hoy en día tras la reciente publicación de "Una herencia incómoda" de Nicholas Wade, libro que recomiendo encarecidamente leer), lo que sí parece quedar claro es que nuestras habilidades mentales dependen mucho de nuestros genes.
Observar la inteligencia de nuestros familiares puede ser entonces una buena forma de buscar indicios acerca de nuestra propia inteligencia. Si nuestros padres o abuelos eran muy inteligentes, es más probable que nosotros lo seamos. A mi pesar, cuando compruebo la habilidad de mi padre manejando el móvil o el mando de la tele, tiendo a pensar que no he tenido nada de suerte en este ámbito.
Muchísimas formas de ser inteligente
Otra gran aportación al tema viene del psicólogo inglés Charles Spearman, quien publicó en 1927 "The abilities of man", en donde expuso su teoría bifactorial de la inteligencia. Spearman distinguía entre la inteligencia general de un individuo (Factor G), la cual es totalmente heredada, y sus habilidades y capacidades para realizar cualquier tarea (Factores S), las cuales se aprenden.
A pesar de que esa distinción ha sido muy cuestionada, Spearman estaba poniendo en el candelero otro tema fundamental para entender la inteligencia: ¿Es una o son muchas? Solemos tener casos de sujetos que son muy buenos en un montón de habilidades cognitivas diferentes (diríamos que son listos, Factor G alto) mientras que otros son malos en casi todas (diríamos que son tontos, Factor G bajo), pero ¿qué pasa con los sujetos que son buenos en algunas y malos en otras? ¿Son listos o tontos? ¿Cuál sería su Factor G? De nuevo, otro debate que se arrastra hasta nuestros días.
Louis L. Thurstone fue un ingeniero mecánico estadounidense que va a crear otro de los clásicos test de inteligencia: la escala Thurstone de aptitudes. Al contrario que Spearman, no tenía clara la idea de que existiera una inteligencia general. Quizá su mentalidad práctica le empujó a diseñar unos test que solo intentaban medir capacidades específicas (por eso a su teoría se la conoce como Teoría Multifactorial de la Inteligencia): comprensión y fluidez verbal, aptitud numérica, visión espacial y capacidad perceptiva, memoria y razonamiento.
Como vemos, estas aptitudes, con todas las matizaciones y modificaciones que se quieran, van a ser las clásicas que medirán todos los posteriores test (el WAIS por ejemplo). La idea de que la inteligencia son muchas cosas llegará a su extremo con la Teoría Tridimensional de la Inteligencia del psicólogo Joy Paul Guilford quien identificará nada menos que 120 operaciones mentales susceptibles de medida.
Otra teoría en esta línea, muy famosa a la par que criticada en la actualidad, será la Teoría de la Inteligencias Múltiples de Howard Gardner. Este influyente psicólogo de Harvard publicó en 1983 la obra "Frames of mind", en donde negaba que la inteligencia fuera algo que se pudiese medir mediante test. La inteligencia no es una sola cosa sino que existen muchos tipos de inteligencia.
A las ya conocidas inteligencias matemática o lingüística, Gardner añade nuevos tipos como la inteligencia musical, la kinestésica (capacidad de utilizar eficazmente tu propio cuerpo. Para Gardner el claro ejemplo sería la gimnasta Nadia Comaneci), intrapersonal (capacidad de conocerse a uno mismo. Freud sería un ejemplo) o interpresonal (capacidad de relacionarse con los demás, con Gandhi como paradigma) e incluso, añade posteriormente, la inteligencia naturalista (capacidad de distinguir, clasificar y utilizar elementos del mundo natural, perfectamente representada por Charles Darwin).
Esta forma de entender la inteligencia supondría un gran cambio en el enfoque de nuestros sistemas educativos. Para Gardner el objetivo de la educación no es calificar a los estudiantes en función de los parámetros de los test de inteligencia clásicos, sino encontrar cuáles son sus talentos (que tipo de inteligencia domina en cada uno) y fomentarlos al máximo.
Con este método, Carla, nuestra popular aunque mala alumna, sería clasificada como un notable ejemplo de inteligencia interpersonal, y nuestro sistema educativo, en vez de excluirla, debería potenciar ese talento para conseguir llevarlo al máximo. Esa alumna podría ser una buena vendedora, una excelente relaciones públicas o una popular líder político, aunque sea una pésima matemática.
Y las emociones entraron en escena
Uno de los grandes best-sellers de la psicología contemporánea fue "Inteligencia emocional" de Daniel Goleman. El secreto de tan fulgurante éxito editorial fue, simplemente, decir que, aparte de la inteligencia clásica, también teníamos una inteligencia emocional, cuya educación era crucial en nuestras vidas.
Este tipo de inteligencia estaba compuesta por cinco habilidades: el conocimiento de uno mismo (cuyo dominio mejoraría la planificación y asunción de responsabilidades de nuestros actos), autocontrol emocional (cuyo dominio mejoraría el control del estrés y la ansiedad, y la aceptación de los cambios), automotivación (cuyo dominio mejoraría nuestra demora de la gratificación, la focalización de nuestros esfuerzos y la resistencia a la frustración), la empatía (cuyo dominio mejoraría nuestra relación con los demás) y el control de las relaciones (cuyo dominio mejoraría nuestra capacidad de influenciar y persuadir a los demás, y trabajar en equipo).
Goleman se queda perplejo ante la nula atención que las instituciones educativas han mostrado históricamente a este tipo de inteligencia. Así, tenemos a brillantes estudiantes que tiran por tierra sus prometedoras carreras porque no saben trabajar en equipo, no controlan su frustración, el estrés o la ansiedad, o dejan que su autoestima baje a límites que impiden una correcta motivación hacia el trabajo. A fin de cuentas, si pensamos que nuestro objetivo en la vida es ser felices por encima de cualquier logro intelectual o laboral, parece bastante razonable fomentar un tipo de habilidades que nos conducen a la felicidad por encima de ser hábiles resolviendo ecuaciones o conjugando verbos.
El problema, claro está, estaría en cómo evaluar y cuantificar tales habilidades ¿Cómo evaluar si un discente está feliz o no? ¿Cómo calificar que se conozca bien a sí mismo o que sea empático con los demás? Más cuando muchas de esas habilidades van muy impresas en el carácter de cada uno.
Sería muy injusto poner un sobresaliente en autocontrol a un chico que, de toda la vida, ha sido tranquilo hasta la exasperación y suspender a alguien con un mal genio heredado de su padre, al que le cuesta muchísimo contener sus ataques de ira. En el sistema educativo español, la legislación nos dice a los profesores que trabajemos la competencia emocional del alumnado. Absolutamente nadie lo hace pues nadie tiene ni idea de cómo hacerlo.
Bueno, ¿y qué es entonces la inteligencia?
Vamos a intentar aproximarnos a la definición a través de las corrientes psicológicas dominantes en la actualidad: la psicología cognitiva y la psicología evolucionista.
Desde las ciencias cognitivas la definición más usual es que inteligencia es la capacidad de entender, asimilar, elaborar y utilizar adecuadamente la información. O dicho de modo más sencillo, ser inteligente es procesar correctamente la información.
Así, los ordenadores serían el prototipo de seres inteligentes debido a que son, por excelencia, los procesadores de información. El problema aquí estriba en definir qué es información. Yo llevo mucho tiempo estudiando el término y no lo tengo nada claro. Pero en fin, por mor de la argumentación, aceptaremos pulpo como animal de compañía. Un organismo será inteligente si es capaz de percibir en su entorno información que le resulte útil para realizar una tarea. Será tanto más inteligente cuanto mejor use esa información e incluso si es capaz de elaborar nueva.
De hecho, uno de los grandes retos de nuestros ingenieros de IA no es hacer computadoras que procesen información, ya que eso lo hacen ya muy bien, sino que sean capaces de crear nueva información relevante para resolver tareas. Intentan hacer máquinas creativas.
Robert Sternberg, psicólogo de la Universidad de Yale, defiende una de las teorías de la inteligencia más aceptadas de la actualidad. Su mérito consiste en que con ella consigue aunar la perspectiva evolucionista y la cognitiva sin dejar de lado aspectos volitivos, emocionales o relacionados con la creatividad. Sternberg define inteligencia como la actividad mental que sirve para adaptar o conformar entornos relevantes para nuestra vida personal.
Nótese lo interesante de entroncar la inteligencia en nuestra vida personal. El empollón de Lucas puede ser un brillante matemático, pero fracasar en las demás facetas de su vida. Sternberg ofrece una visión más amplia: ser inteligente es saber adaptarse exitosamente a tu entorno e incluso, adaptar tu entorno a tus intereses. Carla, en el fondo, puede ser mucho más lista que Lucas y conseguir un rotundo éxito en su vida a pesar de que no dudáramos en suspenderla una y otra vez.
Según Sternberg hay tres tipos de inteligencia estrechamente interrelacionadas:
Inteligencia componencial (grosso modo, nuestra capacidad de análisis): dirección consciente de nuestros procesos mentales para analizar y evaluar ideas, resolver problemas y tomar decisiones. Es el tipo de inteligencia clásica que analizan los test, la de Lucas.
Inteligencia experiencial (grosso modo, nuestra creatividad): capacidad de afrontar tareas novedosas, formular nuevas ideas y combinar experiencias. Es la inteligencia propia de los artistas, de esas personas excéntricas que no suelen hacer lo que todos los demás y que tienen muchísima tolerancia a los cambios (incluso viven felices con ellos o, aún más, los necesitan constantemente).
Inteligencia práctica o contextual (grosso modo, capacidad de adaptación al medio): adaptación, selección o modificación del ambiente individual. Realmente, esta es la inteligencia más importante (si bien depende de las otras dos), ya que tu éxito o fracaso vital, dependerá de ella. Cada persona tiene un proyecto vital, una serie de objetivos a perseguir. Alguien sería muy inteligente si supiera adaptarse muy bien a su realidad para conseguirlos, llegando incluso a elegir bien qué entornos son los más adecuados para ello o, el punto máximo, creando entornos nuevos acordes a sus propósitos.
El culmen de la inteligencia no es adaptarte el mundo, sino lograr que el mundo se adapte a ti. Carla tendría una gran inteligencia práctica ya que habría sabido adaptarse plenamente al entorno de la clase, consiguiendo llegar a liderarla. Por el contrario, Lucas fallaría estrepitosamente aquí. Y es que tenemos infinidad de casos de personas con altísimos CI que han fracasado rotundamente en sus vidas. Y eso puede ser la prueba más evidente contra los test de inteligencia tradicionales. Si su medición no sirve para predecir el éxito ¿de qué nos valen?
Como Sternberg liga la inteligencia al éxito en la vida, nos da una serie de características de personas exitosas. La mayoría son de sentido común, si bien adjunto algunas para satisfacer la curiosidad de lector que quiera saber si las posee o no.
Una persona exitosa estará muy automotivada y no se dispersará a la hora de ir a por sus objetivos, sino que movilizará muy eficientemente sus energías en su consecución. Será independiente y activa, con mucha iniciativa y sin miedo al fracaso. Aceptará bien las críticas y corregirá correctamente sus acciones en torno a ellas.
No será nada autocompasiva y siempre tratará de solucionar sus problemas no eludiéndolos ni postergándolos (quizá los vea más como retos que como dificultades). Tendrá una equilibrada confianza en sí mismo y en sus posibilidades, es decir, un muy realista conocimiento de sí mismo y de sus circunstancias. En definitiva y, en términos de Sternberg, sabrá equilibrar muy bien los tres tipos de inteligencia.
¿Eres inteligente? Ten en cuenta que los test solo son parciales (y, desde luego no te fíes de los miles de test absurdos que rondan por internet ni de los videojuegos de brain training. No miden nada de nada). Si crees que tienes malos genes, piensa que podrás mejorar tu mente entrenándola quizá hasta un 30%. No está tan mal.
Pero, sobre todo, no te preocupes demasiado por eso. En tu vida, fíjate unos objetivos claros y realistas, y pon todos los medios que puedas para conseguirlos. Trabaja mucho. Gran parte de las personas que han triunfado eran tenaces trabajadores, y muchos, como Einstein o Picasso, solían afirmar que debían mucho más su éxito a su trabajo que a su talento. Esa será la clave y no tanto si eras bueno en la clase de literatura y malo en química.
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