Bebés-robot japoneses cuestionan cómo los padres se relacionan con la inteligencia artificial

Debido a la baja tasa de natalidad, en Japón ha surgido la moda de los bebés-robot para animar a las parejas a ser “papás”. Existen diferentes variantes de estos robots y cada modelo cuenta con un enfoque filosófico propio. Son varias las preguntas que plantean estos robots, sobre todo hasta qué punto estos “recién nacidos” conseguirán cumplir el objetivo de sus creadores.

Para poder entenderlo vale la pena indagar en las razones por las que existe una necesidad de promover el aumento de la natalidad en Japón. El problema reside en que cada hay un mayor porcentaje de personas en la tercera edad y, según predicciones de la ONU, para 2050 el número de personas mayores de 70 años será el doble que el número de personas entre 15 y 30 años. Esto se debe a varios factores, incluyendo los llamados “solteros parásitos”, más mujeres solteras y la falta de inmigración.

¿Cuáles son los diferentes diseños que pretenden animar a los japoneses a ser padres? Hay desde robots que imitan o representan el comportamiento de un bebé a robots que parecen bebés de verdad. Los ingenieros de Toyota hace poco presentaron el Kirobo Mini, por ejemplo, para fomentar una respuesta emocional en humanos: un robot que no se parece a un bebé pero que imita comportamientos “vulnerables” de un bebé, incluyendo reconocer y responder a tonos de voz agudos o ser inestables en sus movimientos.

Por otro lado tenemos a Yotaro, un simulador robótico de bebé que utiliza tecnología de proyección en la cara para simular emociones y expresiones. El simulador también imita la reacción al ser tocado, los cambios de humor e incluso si el bebé está malo, goteándole la nariz.

¿Da ganas de tener un niño o las quita?

Si nos atenemos a los datos del pasado, es posible que dar simuladores de bebés-robot a las parejas pueda ayudar al crecimiento de la población. Por ejemplo, unos experimentos recientes con bebés-robot y adolescentes en Estados Unidos y Australia demostraron que, aunque los robots con forma de bebé eran usados para evitar los embarazos en adolescentes, los embarazos aumentaron en los grupos que tenían un bebé-robot en comparación con los grupos de control.

Sin embargo, sería generalizar mucho si dijéramos que sería el mismo resultado para todas las parejas que se hicieran con un bebé-robot. La edad y las diferencias culturales son un factor importante en cualquier caso.

No solo se trata de fomentar el crecimiento de población, puesto que los investigadores también buscan preparar a las parejas jóvenes para las necesidades de los bebés según van creciendo. Los robots han sido desarrollados para representar a un niño en diferentes edades, desde el Noby “de nueve meses” a los pequeños “de dos años” como el CB2 (aunque este último sea el resultado de investigaciones sobre el desarrollo de un cuerpo biométrico).

Si bien la mayor parte de la atención se ha centrado en los componentes de los bebés-robot, existen posibles problemas emocionales para los “padres”. Varias investigaciones han examinado las relaciones entre los humanos y los robots y los investigadores han encontrado que puede surgir un vínculo fuerte entre los dos, algo que se refuerza cuando el robot tiene una apariencia humana o se expresa mediante comportamientos humanos.

Hay algunas consideraciones interesantes en cuanto a esta regla general, como es el caso del “valle inquietante” identificado por Mashiro Mori y que sugiere que hay un rango de cualidades humanas realistas que los humanos consideramos más bien repulsivas que atractivas.

De momento el desarrollo es unidireccional porque son los humanos los que ponen cualidades humanas en los robots. Sin embargo, existen varios proyectos en fase de desarrollo para que los robots puedan hacer uso de la inteligencia artificial y formar sus propias relaciones con los humanos.

Varias investigaciones han examinado las relaciones entre los humanos y los robots y los investigadores han encontrado que puede surgir un vínculo fuerte entre los dos

El siguiente paso son las implicaciones éticas del uso de robots que abarcan varios campos de investigación y tienen en consideración si el uso de un dispositivo en un determinado contexto es aceptable o no o si el dispositivo se comporta de forma ética. Cuando se trata de bebés-robot ya existen varios problemas aparentes: ¿Pueden elegir los padres la apariencia de su robot? ¿Cómo tratar a los padres cuando tienen que devolver su bebé-robot? ¿El bebé-robot será reutilizado por otros padres?

Estos problemas pueden persistir durante la vida de la “criatura”. Si llega un momento en el que los padres necesiten cambiar su bebé-robot por otro porque esté defectuoso o porque quieren otro “niño”, por ejemplo, ¿Cómo podrán reemplazar el apego emocional teniendo en cuenta que se debería tratar de una evolución de la misma “persona”?

En términos prácticos, podría ser posible con actualizaciones de software similares a las de las aplicaciones que utilizamos en nuestro teléfono o incluso cambiando algunos componentes para permitir que la “criatura” desarrollada pueda retener ciertas características y recuerdos, como cuando cambiamos el disco duro de un ordenador.

Incluso las “tres leyes” de la robótica de Asimov plantean varios problemas en este caso según cómo las interpretemos. Por ejemplo, la primera ley dice que un robot no ha de causar daño a un ser humano ¿Y si consideramos el daño emocional o psicológico? Se podría argumentar que una persona puede sufrir daños emocionales si ha establecido una relación con un bebé-robot como resultado de las acciones del robot.

El uso de robots sociales siempre suele plantear problemas, tanto éticos como técnicos. Sin embargo, la baja tasa de natalidad es un problema grave en muchos países y, aunque los bebés-robots no sean la solución directa, pueden ayudar a los investigadores a entender mejor los problemas que están detrás del descenso de la tasa de natalidad.

Autor: Mark Robert Anderson, profesor de Computación y Sistemas de Información en la Universidad Edge Hill

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí

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