Piensa por un momento en un cyborg. ¿Qué imagen te ha venido a la cabeza? Casi con toda probabilidad habrás pensado en Robocop, Darth Vader o incluso el Inspector Gadget. Pero también lo es Eduardo Manostijeras y numerosos ciudadanos que un día puedes encontrarte por la calle. Incluso sin darte cuenta.
La línea que separa al ser humano de la tecnología cada día que pasa es más fina. Llega la era de los cyborgs y ya están entre nosotros. De hecho, nuestra unión con la tecnología nos acerca más que nunca a la idea de que ya todos somos cyborgs. ¿O es que no usas la memoria de tu teléfono para almacenar números y datos que antes tenían sitio en tu cerebro?
Cyborgs: todo comenzó (casi) en el espacio
En plena carrera espacial y guerra fría, una inquietud quitaba el sueño a la NASA. ¿Cómo sobrevivirían nuestros astronautas en otros planetas para los que no están habituados? De esa premisa de búsqueda de una adaptación mejor del humano, de una mejora de sus capacidades ... así nace el cyborg.
El término como tal fue acuñado por los científicos Manfred Clynes y Nathan Kline, que frente a la corriente de adaptar el medio de destino al humano con construcciones, apostaron por hacer que fuera el astronauta el que "mejorara" para poder vivir en un entorno hostil.
La idea de Clynes y Kline no pasada por un simple traje sino por una evolución o adaptación que formaría parte del organismo y creada por el hombre, no por la herencia o selección natural.
Sobre esa visión de la unión de tecnología y persona giró una parte importante de la literatura y el cine en adelante. Y en esa idea se mantuvieron los que podemos considerar como primeros cyborgs.
Pero, ¿qué es ahora un cyborg? La RAE lo define como un "ser formado por materia viva y dispositivos electrónicos". Pero la complejidad y avance en la forma en que la materia viva se comunica con la tecnología nos ha dejado en el limbo esta definición.
Experimento Cyborg: conectando cuerpo y ordenador
El primer cyborg tal y como lo percibe la sociedad llegó en 1998. Ese año, el profesor de cibernética en la Universidad de Reading Kevin Warnick se sometió a una operación para implantarse un chip RFID en su brazo.
El objetivo era poner a prueba la comunicación entre un implante y diferentes sistemas. En el departamento de Cibernética de la Univerdad donde trabajada se instalaron antenas que eran capaces de recibir la información del chip insertado bajo la piel y dentro de una cápsula de cristal.
El ordenador que recibía la información de las antenas trazó durante los 9 días que duró el experimento los movimientos de Warnick por el departamento, le saludaba al entrar en el edificio y hasta le podía abrir la puerta y encender la luz al notar su presencia.
Tras ese proyecto que se denominó Cyborg 1.0, llegaron otros. En el más conocido, Cyborg 2.0, Warnick fue más allá y logró que en 2002 le implantaran tras dos horas de intervención una interfaz neuronal consistente en 100 electrodos conectados a los nervios del brazo que harían de puente para recoger la información al mismo tiempo que era enviada al cerebro. Con ella, Warnick quería convertir la señal analógica de los nervios al realizar movimientos con el brazo a un señal digital que pudiera gestionarse con un ordenador.
Esta segunda prueba volvió a ser un éxito. En colaboración con el doctor Peter Kyberd, el sistema nervioso del brazo de Warnick se conectó a Internet y fue capaz de controlar un brazo artificial situado en Inglaterra desde Nueva York, así como obtener respuesta de los sensores de ese brazo.
Warnick, una vez demostrado que en el futuro cuerpo y cerebro no tendrían por qué estar juntos, fue un paso más allá e hizo que a su mujer le implantaran un sistema similar al suyo en busca de una comunicación directa y a distancia de dos sistemas nerviosos de humanos. También salió como Warnick esperaba, y al mover su mujer una mano, él recibía esa información. En el futuro no descarta conectar dos cerebros humanos para que ni tan siquiera sea necesario hablarse. Solo pensar lo que queremos decir.
El cerebro es la gran obsesión de Warnick y ahora trabaja en la creación de uno a partir de neuronas de embriones de ratas. Las cultivan y las harán ser el cerebro biológico de un robot.
Eyeborg, el ojo electrónico de Rob Spence
Otro perfil perfectamente identificable con los cyborgs sería el de Rob Spence. Él perdió un ojo cuando era niño y en 2009 decidió que era una buena idea contar con un ojo electrónico. Pero no buscó reemplazar la visión de ese ojo perdido sino darle una nueva utilidad: la posibilidad de grabar desde su punto de vista. Aquí el perfil de director de cine marcó el camino a seguir a este canadiense.
Así que en 2009 nace la idea del Eyeborg cuyo objetivo era implantar a Spence un ojo protésico que incluyera una cámara de vídeo. Rob tuvo desde el principio mucha colaboración, y el primer prototipo fue creado por el oculista Phil Bowen, que diseño un ojo con una zona específica para albergar electrónica.
El siguiente paso lo dio el ingeniero Kosta Grammatis, que en la cocina de Rob creó un ojo artificial que incluía por primera vez una cámara de vídeo. Ya con la colaboración del fabricante Rf-links se consiguió el ojo definitivo capaz de enviar de forma inalámbrica la imagen a un receptor. Solo faltaba la batería y unir todas las piezas de forma que funcionara. Martin Ling fue al final quien dio vida al Eyebord, que ahora busca pasar desapercibido y confundirse con un ojo tradicional.
El conjunto, en continua evolución, incluye una batería recargable vía USB que le da una autonomía de menos de dos horas, por lo que quitarse el ojo, recargarlo y volver a ponérselo es algo habitual.
En ningún momento dice Spence que se ha planteado conectar ese ojo artificial con cámara a su cerebro. Y sería lo lógico, pudiendo cumplir una de las ideas nativas de los cyborgs: potenciar un sentido o incluso crear uno nuevo. Si ese ojo se llegara a conectar al cerebro, una visión más angular o nocturna no sería complicada de implementar. Al fin y al cabo el cerebro demuestra con las prótesis que la flexibilidad y adaptación a nuevas situaciones está en su arsenal de poder.
Steve Mann, el patrón de los dispositivos weareables
Uno de los inspiradores y mentores de Spence fue Steve Mann. Si ahora está de moda el término weareable, este profesor de la Universidad de Toronto merece ser nombrado su patrón. Y tener un día internacional de los dispositivos vestibles en su honor.
Desde hace 35 años, este ingeniero está obsesionado con aprovechar la tecnología llevándola siempre con nosotros. Observar la evolución de su pantalla virtual es viajar por el tiempo.
Sus desarrollos se han basado siempre en la posibilidad de mejorar su sentido de la vista. Desde poder grabar o ver que pasa a su alrededor para tener información relevante en caso de necesitarla (una vez pudo denunciar un accidente de tráfico por la grabación de la matrícula), hasta vencer las limitaciones de la visión humana con sistemas que le permitían ver por la noche o compensar el reflejo de las luces de un coche que viene de frente.
La búsqueda de sistemas de visión mejorados surgió en el taller de su abuelo, soldador. Mann estaba convencido de que la máscara protectora que usaba tenía mucho margen de mejora, pues al final, los destellos seguían cegando por ejemplo.
Precisamente alrededor de una idea para mejorar esos cascos una vez que ya estaba en el MIT estudiando dio lugar a una de las técnicas de tratamiento de la imagen más conocidas en la actualidad: el HDR.
Lógicamente Steve Mann no ha podido pasar desapercibido con su historial de dispositivos vestibles que ha incluido en su vida en los últimos 30 años. El incidente más destacado o al menos mediático fue en una visita con su familia a un restaurante McDonald en Paris mientras estaba de vacaciones. Empleados del local lo echaron del mismo argumentando que con su cámara estaba violando la privacidad del resto de usuarios.
Los avances de la tecnología le ha permitido mejorar su Digital Eye Glass hasta hacerlo pasar prácticamente desapercibido. Pero en todas las versiones su Glass ha sido parte de su día a día, al principio incluso con partes permanentemente unidas a su cuerpo, ya fueran sensores o chips bajo la piel.
Neil Harbisson, primer cyborg "oficial"
Seguramente sea el cyborg más conocido en la actualidad. De hecho, puede considerarse como el primero reconocido como tal por un gobierno, el británico, tras poder aparecer con su ojo artificial en la foto del pasaporte. No fue una tarea sencilla, y necesitó de un informe médico que corroborara su teoría: que su ojo artificial no era un añadido sino que ya formaba parte de su cuerpo y lo necesitaba.
Esa integración las 24 horas del día y que haya hecho fundamental el Eyeborg en su vida son los dos valores que colocan a Harbisson, un artista británico pero residente en Barcelona, como un cyborg ideal.
Ese Eyeborg lo ideó en 2003 conjuntamente con otro británico, Adam Montandon. Se trata de un sensor y una antena, colocados en la cabeza, y conectados un chip que Harbisson lleva en la nuca y donde se produce la conversión de las frecuencias de la luz percibida por el sensor, en frecuencias audibles que viajan por los huesos del cráneo.
Este invento solucionaba un problema de nacimiento de Harbisson, acromatopsia, el cual le impedía "ver" los colores y todo a su alrededor solo se mostraba ante sus ojos en blanco y negro. Con el Eyeborg era capaz de escuchar los colores (inicialmente seis pero ha alcanzado los 360), lo que él ha considerado siempre como un nuevo sentido ganado gracias a la tecnología.
Esa idea de nuevo sentido la ha asimilado también su cerebro, que como órgano muy plástico, se ha adaptado y facilitado a Harbisson escuchar colores como algo normal.
Ahondando en la idea de obtener nuevos sentidos gracias a la tecnología, su pareja Moon Rivas, coreógrafa de profesión, usa una especie de sensores con forma de pendientes para determinar la velocidad a la que se mueve la gente de alrededor. Este es uno de los proyectos en los que está inmersa la Fundación Cyborg, fundada por el propio Harbisson y Ribas.
El objetivo más concreto de la Fundación Cyborg es el de extender los sentidos y capacidades humanas con añadidos cibernéticos permanentes o provisionales. Si quien busca su apoyo lo hace para restablecer un sentido perdido, no recibirá el apoyo esperado. También están entre sus objetivos defender los derechos de los cyborgs y usarlos como movimiento artístico y social.
¿Y si la máquina se humaniza? ¿Y si nacemos máquinas?
Hasta ahora os he hablado del modelo protésico de los cyborgs. Pero esa unión de tecnología y vida orgánica puede llegar por otros caminos. ¿Y si es la máquina la que recoge algo orgánico o de un humano?
Marvin Minsky es el referente de esta corriente que promete máquinas tan inteligentes como los humanos. Este filósofo y científico, catedrático de Ingeniería Eléctrica y Ciencias de la Computación en el MIT, es uno de los padres en la década de los 50 de la Inteligencia Artificial.
Para Minsky, el cerebro es una máquina que puede ser imitada por el ordenador, dotando a éste último del conocimiento que se adquiere mediante la experiencia. Si fuera así, estaríamos ante un camino inverso al que hasta ahora hemos visto para los cyborgs. Ahora será la máquina la que mejorará incluyendo algo del humano.
Otro modelo de cyborg que podríamos considerar es el que ya nace como tal. Craig Venter está jugando a ello y tras sorprender con Proyecto Genoma Humano, ahora ha conseguido crear vida completamente artificial: la bacteria Mycoplasma laboratorium.
Esa vida artificial se consiguió fabricando en el laboratorio el ADN completo de la bacteria Mycoplasma mycoides e introduciéndola en otra llamada de tipo Mycoplasma capricolum. Al poco tiempo el nuevo material genético se adueñó de la bacteria recipiente y se creó la Mycoplasma laboratorium. Todo el material genético de esa bacteria nueva había sido creado por el hombre en un laboratorio.
Más que crear un cyborg desde cero, en laboratorio, este proyecto de los laboratorios Venter abre el camino a la mejora genética del humano, a incluir lo que lo puede convertir en un cyborg, de forma directa, antes incluso de nacer.
Imagen | Asariamarka.
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