Ha tardado diez años pero RoboBee ha volado. Fue en verano, necesitó de una conexión física para poder alimentarse y ser controlado, pero ha volado.
Este logro no es uno cualquiera. RoboBee es un insecto artificial con menos de 0.1 gramos de peso y el tamaño de medio clip con los que sujetamos varios trozos de papel. Su construcción ha sido más que milimétrica y sus alas, que en vuelo son difíciles de ver, son capaces de agitarse 120 veces por segundo.
RoboBee, dado su reducidísimo tamaño, está todo fabricado a mano. Con mucha paciencia. En su cuerpo de fibra se esconde su corazón mecánico, y para mover las alas se tuvo que recurrir a materiales piezoeléctricos por la imposibilidad de usar motores electromagnéticos a dicha escala de reducción.
Prácticamente cada diminuta pieza de su cuerpo ha tenido que ser creada de cero, pero una vez alcanzado este estado, producirlos en masa será más sencillo y automatizado. Ya conocen los secretos del vuelo de los insectos y toca seguir adelante. Su siguiente paso será mejorar la técnica de vuelo, hacerlo más independiente y por supuesto resistente. ¿Soy al único que le escama este insecto-drone?
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