Alexa y Google saben cuál es nuestro restaurante favorito, qué música escuchamos y qué medios leemos. En definitiva, conocen nuestros gustos. Pero, ¿saben cómo nos sentimos? Este es el objetivo de la computación afectiva (del inglés, affective computing) y el de Emotion Research Lab, una startup fundada a finales de 2013 que ha desarrollado una tecnología que lee las emociones del rostro. Hemos visitado sus oficinas en Valencia para saber cómo funciona.
“Queríamos hacer posible que las máquinas pudieran entender las emociones humanas”, resume a Xataka la cofundadora de Emotion, María Pocoví. “Para ello diseñamos un algoritmo de reconocimiento facial que permitiera, a través de una cámara web, leer las microexpresiones faciales y trasladarlas a emociones”.
No es casual que en uno de sus vídeos de prueba utilicen a alguien poco expresivo como Mark Zuckerberg de ejemplo. “Cuando eres capaz de leer una expresión en la cara es porque está en su punto álgido, pero hay otras que no se ven. El ojo ve una cara de póker, la tecnología ve la microexpresión que hay debajo”, explica Pocoví.
Su idea original era enfocar esta tecnología a robótica o a sistemas como Siri. “Sin embargo, donde encontramos un nicho de mercado al principio fue en análisis del consumidor y su conducta”, comenta Pocoví. En este ámbito, los clientes solo necesitan una cámara web para obtener los datos que luego se procesarán, ya sea en la nube o en local.
¿Neuromárketing?
Hasta ahora, el análisis del consumidor se llevaba a cabo mediante cuestionarios, primero físicos y más tarde online. En ellos, un grupo de personas daba su opinión tras ver una serie de anuncios o bocetos. Emotion une todo esto en una plataforma online que va más allá para añadir el análisis de las emociones en tiempo real. “Medimos por tiempo, segundo a segundo, la reacción que has tenido”, comenta Pocoví.
El objetivo de la empresa es acabar con ese efecto cortesía que hace que a la gente parezca gustarle todo cuando le preguntan. “En márketing siempre ha habido un sesgo muy grande entre lo que la gente dice y piensa”, dice Pocoví. Asegura que otro problema es que, aunque la gente no mienta, en ocasiones “es difícil que expliquen las razones”, pues “muchas emociones se generan a nivel subconsciente”.
El algoritmo desarrollado por la startup valenciana permite “acceder de forma rápida a las emociones”. La cofundadora explica que durante el visionado de un anuncio se pueden sentir muchos estímulos: “Si te pido que me expliques segundo a segundo lo que has sentido al final me vas a dar una valoración global, o lo que tú consideras, pero a la empresa le interesa el detalle”. Según Pocoví, su tecnología es útil en el contexto actual de saturación publicitaria, donde los impactos “brutales” son escasos.
Computación afectiva y centros comerciales
Emotion también analiza clientes en lugares como centros comerciales y puntos de venta. “Consiste en ubicar cámaras en pantallas digitales para saber si la gente presta atención al anuncio, por cuánto tiempo y qué reacciones genera”, asegura Pocoví. Se trata de una aplicación delicada desde el punto de la Ley de Protección de Datos, que la empresa soluciona mediante la extracción de datos brutos, sin que exista un vídeo que permita la identificación.
La idea inicial de utilizar la computación afectiva en sistemas integrados no fue olvidada. Hoy Emotion trabaja con Intel, Philipps y Fujitsu en esta interacción emocional entre hombre y máquina. “Si la inteligencia artificial le dice a la máquina lo que tiene que hacer, la computación afectiva le da una variable más, en función de nuestro estado emocional, para decidir”.
Esto también permite al ordenador saber si delante tiene un niño, un adulto, una mujer, alguien que le presta (o no) atención… Pocoví explica que las aplicaciones no son pocas. Por ejemplo, “en los call center se podría usar para monitorizar la situación emocional del trabajador”.
Pocoví conoció a la otra cofundadora de Emotion, Alicia Mora, mientras estudiaban un MBA. Mora, ingeniera; Pocoví, experta en desarrollo de negocio. “En una empresa tecnológica muchas veces es difícil conectar negocio y tecnología, nosotros lo hemos hecho bien en ese sentido. Hubo sintonía y seguimos adelante”, comenta. Hoy cuentan con un pequeño equipo de siete personas: cinco en Valencia, una en Barcelona y otra en México. Su siguiente objetivo es Silicon Valley, donde viajan varias veces al año.
La ciencia de ‘Miénteme’
La ‘startup’ valenciana basta su tecnología en el trabajo del psicólogo estadounidense Paul Ekman, pionero en el estudio de las emociones y su relación con microexpresiones faciales. La serie Miénteme se basa en su trabajo; además, el investigador colaboró con Pixar en la preparación de Del revés.
“Antes de Darwin se pensaba que la expresión facial de las emociones estaba condicionada por el factor cultural”, asegura Pocoví. “Algunos científicos empezaron a pensar que había algo universal en cómo nos entendemos: Ekman viajó a una tribu de Nueva Guinea y determinó que hay una serie de microexpresiones, que involucran músculos de toda la cara”.
El uso de las teorías de Ekman para entrenar personas que puedan detectar mentiras de un vistazo como el protagonista de ‘Miénteme’ no cuenta con demasiado aval científico, aunque el pestañeo sí parece un predictor válido para cazar mentirosos. En cualquier caso, la posible aplicación de estas teorías en neuromárketing e incluso neuropolítica ha atraído la atención de varias empresas en los últimos años.
"Nosotros no entramos en estos temas de seguridad, porque hay que entender las limitaciones", asegura Pocoví, "el cerebro reacciona a un impacto directo sobre algo, pero si te pregunto si te gusta el café y muestras desagrado siempre existe la posibilidad de que estés pensando en la mona de Pascua". En este sentido, sería arriesgado utilizar estas tecnologías para algo tan sensible como la detección de mentiras en un contexto criminalístico.
De momento, Emotion logró cerrar una ronda de financiación de 400.000 euros en 2016 y, según su cofundadora, ya buscan una segunda. También han formado parte del programa Lanzadera y de la aceleradora Plug and Play Silicon Valley.
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