2006: Facebook va a ser el siguiente MySpace
2018: Facebook va a ser el siguiente MySpace
- BizzyM, en Reddit
El pasado 31 de enero, Mark Zuckerberg hizo públicas las cuentas de resultados de Facebook. La empresa incrementó aproximadamente en un 50% sus ingresos, unas cifras envidiables. Pero esa no fue la noticia del día.
Por primera vez en su historia, reconoció su CEO, un millón de personas habían dejado de usar Facebook.
Engagement, esa palabra mágica
¿Hay menos gente usando Facebook? En realidad, la red sigue creciendo a un ratio de un 14%, muy similar al de los últimos cuatro años. Sin embargo, el uso de la plataforma se ha reducido un 5% en América del Norte. Los norteamericanos dedican 50 millones de horas menos a Facebook cada día.
Es decir, Facebook crece en general, lo que es bueno, pero sus usuarios norteamericanos lo usan menos. Y esto sí es preocupante.
No olvidemos que el crecimiento tiene un límite. Echando unas cuentas rápidas, hay 7,500 millones de personas en la Tierra. Si eliminamos a la mitad de la población mundial sin acceso a internet, la población de China con su Gran Firewall, menores de 13 años y gente muy mayor, nos quedan más o menos dos mil millones de usuarios potenciales.
De estos, Facebook ha atraído a 1,400 millones. Literalmente, poca gente en el planeta Tierra no tiene una cuenta de Facebook. Estamos hablando de cifras estratosféricas. Es lógico asumir que Facebook dejará de crecer pronto. Para entonces, si no han conseguido invertir la tendencia y retener a sus usuarios, tendrán un grave problema.
Así que volvamos al factor clave, el llamado engagement, el grado de participación de los usuarios con la plataforma. ¿Cómo justifica Zuckerberg este descenso? Debemos remontarnos a 2016.
Es necesario hablar de Trump
Facebook está en el centro de mira político desde que, coincidiendo con las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016, se disparara el número de noticias falsas distribuidas a través de la red. Algunos incluso afirman que fue un factor clave en el resultado electoral, con injerencias internacionales.
Sea como fuera, las fake news (noticias falsas) y el clickbait (titulares engañosos) es un fenómeno generalizado. Los artículos con titulares apocalípticos consiguen llegar mucho más rápido al público y se propagan como un virus. Y es que, tal y como demuestran estudios recientes, a las personas nos resulta muy complicado distinguir la información verdadera de la falsa.
Esta economía de la información falsa no sólo está consiguiendo influenciar políticamente a la población, sino que además es un negocio muy lucrativo gracias a la publicidad. Facebook es su principal canal de transmisión. Su actuación, pues, es fundamental para luchar contra este problema.
Éticamente, es discutible si el papel de las empresas que mantienen las redes debe de ser el de actuar como moderadores. Pero Zuckerberg se lió la manta a la cabeza, y poco después de dichas elecciones anunció un paquete de medidas para reducir el impacto de este fenómeno.
Pasaron los meses, continuaron las polémicas, y nos plantamos de nuevo en febrero de 2018.
Durante la rueda de prensa, el mismo Zuckerberg anunció que una de las medidas para luchar contra las noticias falsas consiste en modificar los algoritmos que determinan lo que los usuarios ven por pantalla. Este nuevo árbitro digital, argumentó, muestra contenidos de más calidad y menos clickbait. Por lo tanto, es lógico que los usuarios dediquen menos tiempo a la red, pero por contra verán menos fake news y más publicaciones de sus amigos.
"El motor de nuestro negocio nunca ha sido el tiempo que pasan los usuarios en sí mismo, sino la calidad de las conversaciones y las conexiones", afirmó Zuckerberg. Una causa muy noble, aunque ¿cómo medir la calidad? Y además, ¿es la calidad el único factor en este descenso, o hay algo más?
El enemigo de la privacidad no es Facebook...
Facebook nació en 2004, y en España se extendió rápidamente entre 2007 y 2009. Han pasado aproximadamente quince años desde el nacimiento de esta red social enfocada a conectar estudiantes, y diez años desde que se hizo universal. El primer grupo de usuarios que se registró, entonces universitarios, tenemos ahora treinta y tantos.
Nos siguió una nueva hornada de adolescentes, pero también las generaciones anteriores. Padres, tíos, abuelos e incluso mascotas empezaron a tener perfil de Facebook. Esta popularización y apertura de la red a todos los demográficos tuvo implicaciones para su grupo de usuarios más activos.
La empresa de estudios de mercado eMarketer observa un descenso de usuarios jóvenes en Facebook así como un goteo constante hacia Instagram. Estos usuarios, seguramente, son los que echó en falta Zuckerberg en enero.
Facebook ha pasado de ser un canal para compartir tu día a día a una herramienta para seguir la información que más te interesa. La usamos en su momento para ampliar nuestro círculo de amistades, para ligar, para hacer un poco de postureo. Pero este uso se ha ido perdiendo, y es algo que todos apreciamos en nuestros muros.
Publicar algo en Facebook ha pasado de ser algo espontáneo a una tarea muy calculada. Es como actualizar tu Linkedin, pero para tu vida personal. Sólo publicamos las grandes noticias, una foto de las vacaciones, tu boda, el nacimiento de un hijo. Nuestro muro es la lista de cosas que le comentaríamos a nuestra tía del pueblo cuando nos llama por navidades, no las confidencias a nuestros mejores amigos.
Es obvio que, puestos a publicar poco, leer más noticias y seguir a personalidades, Twitter es una herramienta mucho más adecuada. Pero ¿qué se ha hecho de aquellas publicaciones abiertas a todos tus contactos, a altas horas de la madrugada, intentando buscar a un amigo para tomar la última copa?
...sino tu lista de contactos
No todo el mundo considera WhatsApp una red social. El término se ha encasillado mucho para definir redes más abiertas, o públicas. Un grupo en el que ya todo el mundo incluye Facebook.
WhatsApp es... algo diferente. Desde su nacimiento se diseñó para capturar el uso móvil. Fue la primera app que no necesitaba crearse una cuenta de usuario; el mismo teléfono validaba nuestra identidad. Y así, automáticamente, los contactos del móvil pasaban a estar Whatsappizados en segundos.
Con la aparición de los grupos, conseguimos trasladar a Whatsapp el canal que teníamos originalmente con Facebook. Pero con una gran diferencia; la separación entre entornos de amistades es total. Nos permite compartir ciertas bromas políticamente incorrectas con un grupo reducido de amigos que jamás compartiríamos con otros.
Google+ basó su factor diferencial en este concepto, y en honor a la verdad, Facebook también permite un uso similar, tanto en la versión web como con la app Messenger, un clon de Whatsapp. En muchas regiones esta app se usa como en Europa usamos Whatsapp. Aquí, Facebook se ha encasillado. La privacidad no está en su ADN.
Facebook y Google+ son de otra era, la era del escritorio. Son redes pensadas para usarse cuando tienes delante un ordenador. Pese a los múltiples rediseños, no han conseguido capturar la esencia de la publicación móvil, la immediatez, la espontaneidad, el momento... y la precisión en escoger tu audiencia.
WhatsApp, Snapchat e Instagram, más de forma deliberada que por accidente, se han convertido en las redes de referencia móvil.
El dilema moderno no consiste en pensar qué publicamos, sino con quién. Hemos dejado de filtrar el mensaje para pasar a filtrar a la audiencia. Las redes móviles se han inventado para responder a la pregunta "¿Con qué grupo es apropiado compartir este contendio?".
Así, leemos un meme gracioso en Facebook y lo mandamos por un grupo de WhatsApp.
El valor que sigue aportando Facebook es indiscutible. ¿Lo sabe su algoritmo?
Pese a todo, seguimos enganchados a Facebook. Es la herramienta ideal para mantener el contacto con aquellos que no tenemos en grupos de Whatsapp, ni tenemos la confianza como para enviarles un mensaje privado. Pero esta funcionalidad, altamente valorada y quizá la última línea de flotación que evita un éxodo masivo de Facebook, está penalizada por la plataforma.
Las últimas variaciones del algoritmo de Facebook han promocionado la compartición de contenidos de terceros. El llamado "muro algorítmico" puntúa los contenidos por nosotros, y nos los muestra en el orden que cree que nos van a interesar, en lugar de aparecer por orden de publicación. Este filtro algorítmico de los contenidos, lejos de aumentar la participación, produjo que los usuarios dejaron de publicar. Se produjo un efecto dominó.
Cuando publicamos algo, nuestros mensajes reciben menos y menos respuestas. Los Likes se han diluido por la baja calidad de la red de contactos, pero también porque Facebook dejó de mostrarles nuestros contenidos. Hoy día es imposible garantizar que los amigos más cercanos acabarán viendo nuestras publicaciones a menos que les etiquetemos personalmente.
Por ello, acabamos usando Facebook de la manera que ellos mismos quieren: como una fuente de noticias (newsfeed) en vez de una red social y personal. Se acabó pervirtiendo el término, asociando "red social" a algo abierto e impersonal, cuando era todo lo contrario.
El WhatsApp que hoy día muchos no consideran una red social es exactamente lo que eran las redes sociales, concretamente Facebook, en 2008.
Piensa en Facebook Inc., no en Facebook
La suma de estos factores ha pasado factura.
En mi opinión, las redes sociales tal y como las conocíamos están en declive. Creo que es algo natural y parte del ciclo vital. La generación pionera en su uso, los que tenían entre 15 y 25 en el año 2005, tiene menos incentivos para publicar contenidos personales y que los vea todo su entorno.
Las nuevas generaciones no han tomado el relevo; son mucho más celosas de su privacidad de lo que creemos. Sería fácil criticar gratuitamente a los jóvenes, pero ellos entienden la privacidad mucho mejor que nosotros.
Por cada influencer o foto de postureo hay miles de usuarios con candados en sus perfiles, o incluso usando dos cuentas: la que encontrarás si buscas su nombre, y la de verdad.
WhatsApp, y equivalentes en otras regiones, han capturado el uso móvil e immediato de las comunicaciones, no sólo como reemplazo del SMS sino también para enviar noticias, vídeos graciosos, e incluso acuñar un nuevo tipo de memes instantáneos sobre temas de actualidad.
Sólo caben dos tipos de comunicaciones personales: las privadas y las públicas. Y Facebook se ha posicionado en una extraña zona gris en la que todavía encontramos valor, pero paso a paso va ahuyentando a los usuarios.
Eso sí, ¿a quién pertenecen WhatsApp e Instagram? A Facebook Inc., por supuesto. El cambio de hábitos de uso en las redes no cogerá a Zuckerberg por sorpresa.
No sólo eso. El principal contendiente, Snapchat, debe resolver el complejo problema de ganar dinero con un demográfico joven y sin presupuesto. Inventaron un buen modelo de contenidos patrocinados, pero parece que los usuarios se empiezan a cansar, e Instagram Stories le come el mercado.
El modelo de WhatsApp es caballo ganador para los próximos años. La usamos tanto para hacer encargos a proveedores como para enviar memes, emojis con corazoncitos, noticias y eslóganes políticos. Sin embargo no está libre de problemas; el más importante pero a la vez su principal fuerza, el vincular la identidad a un número de teléfono. Y eso sí es un gran problema de privacidad, en el sentido más informático del término.
Por ello, aunque estas nuevas redes han hecho muchas cosas bien, pienso que el "próximo Facebook" para los futuros jóvenes de la Generación Z todavía está por inventar. Será personal pero anónimo, gratuito pero con la publicidad justa, personalizado pero sin ser creepy. Y, desde luego, será móvil, instantáneo y efímero.
No creo que los augurios catastrofistas al respecto de las redes sociales sean justos. Servirán, eso sí, para llenar ríos de tinta virtual y muchísimas impresiones en Facebook mediante titulares engañosos. Estas noticias ocuparán un espacio privilegiado en las pantallas de los usuarios que relegará los contenidos originales a un segundo plano, cerrando así el círculo de una maravillosa profecía autocumplida.
Foto | Brian Solis
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