Recuerdo mis primeros años post-adolescencia, cuando me encantaba sentirme importante, adulto y útil para la sociedad añadiendo mis banalidades a aplicaciones de notas, calendarios y recordatorios. Mi vida era simple, y por extensión, mi organización digital también lo era: por mucho que quisiera complicarme, realmente no había tanto que gestionar.
Las responsabilidades en forma de pestañas abiertas en el cerebro ("¿qué día cobraban el seguro del coche? ¿Vamos a llegar al plazo que demanda el cliente? ¿Cuándo le daban a mamá los resultados del hospital?") fueron llegando con el paso de los años y llegó un momento en el que sencillamente sí había bastante que gestionar.
Y entonces llegó la madre de todas las complicaciones.
Como pollos sin cabeza
Llega el día en que descubres una aplicación de tareas resultona con una interfaz minimalista muy atractiva. Luego resulta que hay otra que gestiona mejor las etiquetas. Después vienen las aplicaciones para tomar notas. Un día eres un pardillo que no sabes lo que te pierdes si no estás usando Evernote y al día siguiente Evernote parece un indicador de que alguien se ha quedado atrás y no abraza el cambio.
Y así con cualquier aplicación o servicio pintón que de repente se pone de moda y los taraditos de la productividad corremos en manada a asumir desde el principio.
Este ciclo se ha repetido varias veces durante la última década. Todoist, Omnifocus, Simplenote, Things, Clear, Ulysses, Fantastical, Trello, Asana, Spark, AirTable... Un montón de propuestas que en algún momento nos hicieron valorar esos cambios. Y en algunos casos, me incluyo, perder demasiado tiempo corriendo como pollo sin cabeza de servicio en servicio, haciendo mudanzas para comprobar si ese cambio me podía ofrecer un incremento marginal en mi productividad.
Hasta que descubres que no hay nada menos productivo que saltar de aplicación de productividad en aplicación de productividad, perdiendo el tiempo por el camino para un resultado que quizás una vez o dos estén bien, pero que a partir de ahí serán mero vicio.
Esos casos en los que probar aplicaciones de productividad es un hobby, pero no algo que esté mejorando nuestra capacidad de trabajo o dándonos más tiempo libre. Al revés: nos lo quita.
Tampoco hay nada de malo en ello siempre y cuando seamos conscientes. Como quien disfruta yendo de rebajas, a la caza del chollo, y siempre acaba gastando más dinero que si se quedase en su casa y se limitase a ir de compras cuando lo necesite. Esa persona no lo está haciendo mal si es consciente de que no está ahorrando, sino pasando el tiempo de una forma que disfruta.
Lo mismo con los que necesitamos saber qué se cuece en ese mercado de la productividad, solo que medra un abismo entre probar aplicaciones prometedoras e ir haciendo mudanzas completas entre ellas. Ahora uso Todoist porque es la más versátil y multiplataforma, además de muy generosa en su versión gratuita. Ahora pruebo Things atraído por su diseño. Ahora escucho que ClickUp es extremadamente potente y mantiene una buena interfaz. Miro de reojo a TickTick. Caigo en el peor vicio de la búsqueda de productividad: la pérdida de tiempo.
No es tan distinto de la parálisis por análisis, el primer clavo en el ataúd de la eficiencia. Observar, probar, comparar pero no decidirse. Querer arrancar pero ser incapaz.
Y lo peor, las largas mudanzas de contenido de una app a otra.
De fondo, riendo, los que siempre entendieron que la simplicidad iba a ganar y que en ningún lado se iba a estar mejor que quieto, algo que les ha hecho perder mucho menos tiempo de mudanzas y enfrentarse a menos curvas de aprendizaje.
Eso sí: que la Inteligencia Artificial esté empezando a llegar a las aplicaciones de productividad no ayuda a desengancharse, sino que contribuye al terrible FOMO de sentir que estamos desaprovechando posibilidades.
Lo dejo cuando quiera. Pero no quiero.
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