En 2018 hay 2.200 millones de usuarios en Facebook, 1.500 millones en WhatsApp, 800 millones en Instagram, 330 millones en Twitter y 300 millones en Snapchat. Esto se traduce en que si no estás en alguna red social, estás básicamente fuera de la actualidad y las comunicaciones sociales. Parece poco probable que conozcamos a alguien que no tenga una cuenta en alguna red social, sobre todo en menores de 35 años.
Improbable no quiere decir imposible, así que hemos decidido hablar con aquellas personas que no pertenecen a ese gran grupo (y ha costado encontrarlas) para que nos cuenten cómo es vivir en una sociedad en la que si no estás en Internet parece que vives incomunicado con el resto del mundo.
“Las redes sociales están contribuyendo a banalizar las relaciones personales”
Quienes ven día a día cómo el teléfono se ha convertido en otra extremidad de los más jóvenes son los docentes. Uno de ellos es David Parra, de 35 años, residente en Madrid: “Creo que son herramientas útiles, pero veo un cierto abuso e incluso peligro de adicción”.
Su motivo principal para no usar ninguna red es ver a su alrededor a todo el mundo completamente conectado, constantemente pendientes del móvil. “Cuestiones que pueden resolverse en un par de minutos hablando por teléfono, se demoran hasta el exceso por una sucesión de mensajes, que incluso pueden generar un malentendido”.
Una de las consecuencias de vivir de lleno en las redes, que podemos conocer incluso de primera mano, es que se crean grupos de WhatsApp de ámbito laboral, a los cuales tienes que atender en tiempos que no corresponden al horario de trabajo. “Las presiones son frecuentes, tanto por amistades como del trabajo, hay cierto grado de exclusión, pues por estos medios se comparten muchas cosas de las que te quedas fuera”.
A pesar de ello, nunca se ha planteado seriamente usarlos, pues les ve más contras que pros: “Creo que las redes sociales están contribuyendo a banalizar las relaciones personales. Puedes saber lo que hace todo el mundo, dónde comen, dónde viajan… Pero eso no implica que necesariamente estés más conectado a la persona”. Aclara que no cree que se trate de las redes sociales necesariamente, sino “por un cambio cultural, social”.
“He perdido contacto con la sociedad de mi edad”
Nicolás, trabajador de una empresa de climatización de Chile, con 18 años, no usa ninguna red social a pesar de su edad. Quizás WhatsApp de forma ocasional, pero por obligación laboral. Sus compañeros no le presionan, pero le preguntan la razón de no involucrarse en redes sociales.
“Mi inseguridad nace en base a que simplemente las veo como una molestia. Cuando en Chile se empezó a tener Facebook la gente comenzó a espiar y a discutir con sus conocidos por cosas que veían en ellas”.
Alguna vez ha dudado en caer en las redes sociales, pero nunca llega a crearse una cuenta, a pesar de que siente que "ha perdido contacto con la sociedad de su edad”. Pero los pros que le ve es que no se involucra en “dramas estúpidos”. Reconoce que esto es implícito también en su personalidad, no es muy hablador, y le cuesta iniciar conversaciones personales. Vive feliz y ajeno a la “toxicidad” que pueda llegar a generarse en Internet según él.
“Cuando voy en el bus y veo a todo el mundo pegado a la pantalla del teléfono, me da pena”
Hablamos por teléfono fijo con Pablo Fenoll, de 40 años, veterinario en Madrid, para que nos cuente cómo es su vida diaria. No tiene ni WhatsApp, ni redes sociales, ni siquiera teléfono móvil: “Nunca lo he tenido, me molesta que me puedan localizar en cualquier momento, que me interrumpan a lo mejor por algo que no tiene importancia. Cuando estoy en la calle, o paseando, o con la bicicleta, de fin de semana, me gusta estar tranquilo, sin estar pendiente de un teléfono todo el rato, me estresa”.
Su forma de comunicarse generalmente es por el teléfono fijo de casa, o si es algo muy urgente usa el teléfono móvil de su mujer. En un mundo en el que casi nos comunicamos íntegramente por WhatsApp u otras redes (o en este caso, al menos el teléfono móvil), le preguntamos si no siente algún tipo de presión o sensación de incomunicación, a lo que nos contesta que jamás:
“Mi mujer sabe cómo soy, a veces me maldice si no me localiza, pero me acepta, y mis amigos igual. Quizás sí que me ha pasado a lo mejor ir al médico, luego ver a mi padre, y no avisar a mi mujer de que me retraso y es un jaleo, pero me acerco a alguna cabina y la llamo. O le pido a alguien el teléfono para llamar un momento. Al final me las apaño para avisar”.
“Cuando voy en el bus y veo a todo el mundo pegado a la pantalla del teléfono, me da pena. Me da la sensación de que la gente no descansa su mente, no paran de mirar cosas todo el rato. Con Internet, Facebook y esas cosas, están como con las tragaperras, pensando “a ver qué encuentro hoy”, a ver si tienen suerte de ver algo interesante, algo que les entretenga, y pican día tras día. Veo cómo esa inmediatez de Internet al final provoca una obsesión, mirando todo el rato si tienen un mensaje nuevo, o si se están perdiendo algo”.
Nos cuenta que como veterinario tiene unos horarios fijos a lo largo de la semana, de la oficina a casa y viceversa: “No me paso todo el día quedando con mis amigos, así que mi mujer sabe dónde estoy a cada hora. Y además, la gente antes, años atrás, para quedar se decían una hora por teléfono o en persona, y se llegaba a esa hora y ya está. Yo hago eso mismo.”
“Al final la comunicación escrita nunca va a ser igual que la hablada”
“Existen varios canales donde mantenerte informado sin necesidad de usar redes como Twitter o Facebook, en YouTube hay gente haciendo un buen trabajo sobre política y actualidad, o apps de El País u otros medios”, nos cuenta David Ortega por teléfono, de 23 años, también de Madrid. Como estudiante de Telecomunicaciones, usa el mail para las "cosas importantes o de relevancia".
Compartir o ver contenido que él ve “mundano” no le interesa, no le vale la pena: “Todo el mundo comparte qué come, dónde está, con quién… Me parece superfluo. Si quiero saber qué está haciendo un amigo mío, le llamo y quedamos y que me cuente, lo demás me parece vacío”. La presión que haya podido recibir por parte de su entorno pudo llegar a que incluso una amiga suya le creara una cuenta de Facebook para él: “Y ahí está, no la uso nunca”. Para temas de la universidad y demás usa el mail.
Teniendo 23 años es extraño que no se sienta separado de lo que pasa en las conversaciones que se crean en internet, pero no le importa. “Eso sí, nunca me entero de los memes, ahí sí que me siento excluido”, comenta entre risas.
“Al final la comunicación escrita nunca va a ser igual que la hablada, por Twitter, Facebook, WhatsApp u otros sitios siempre pasa que crean discusiones por escrito, y al final se pueden crear malentendidos, además de que la gente en internet cambia: discute cosas en Twitter que en la vida real jamás lo haría, o al menos, no en ese tono”.
"Soy una persona muy dependiente de otras, considero que si tuviera redes sociales sería una mala idea”
David Calderón, estudiante de 20 años, nos reconoce desde el primer momento que no tiene redes sociales por un motivo claro basado en su personalidad: “Alegóricamente soy una persona muy dependiente de otras, considero que si tuviera redes sociales sería una mala idea”.
“Hace mucho tiempo tuve Tuenti, de forma muy breve. Tuve problemas típicos de adolescentes de 'uno dijo, otro dejó de decir…'. Y no es nada agradable. Al tiempo borré la cuenta. Desde entonces no volví a crearme ninguna red social, o si las he creado, sólo es para crear cuentas falsas para vincularla a alguna página web porque daban ventajas, o juegos, etc.”
Pero aún así se siente extremadamente excluido de “la esfera”, ver cómo todo el mundo está conectado entre sí, y ver “que las cosas evolucionan muy rápido si no tienes una constante observación”.
“Alguna vez he dudado de unirme a las redes, pero por mi forma de ser no creo que sea lo más conveniente. Siento que hay una presión subliminal, sin intención, es la que sientes cuando ves que el resto ha hecho algo, o ha pasado algo interesante, pero eres ajeno porque pasó en una red. Ese es el tipo de exclusión que siento, no que alguien en particular me insista en unirme a ellas”.
"Cuando uno consigue “poner un pie fuera de Matrix” se le abre un mundo mágico de infinitas posibilidades"
"Personalmente no concibo la idea de estar permanentemente localizado ni pegado a un dispositivo externo a mi propia persona, que parece ser una cosa imprescindible en el siglo XXI", nos comenta Ezra Vázquez, de 24 años. Es de A Coruña y estudia Realización de Espectáculos Audiovisuales.
Cuando le preguntamos por sus motivos, nos resume en una frase que se niega a usarlas para tener "la posibilidad de poder ejercer de una manera real el denominado estado de libre albedrío".
"En mi caso, a estas alturas de desconexión, el nivel de presión externo que recibo resulta mínimo, tras un tiempo de readaptación, ya sé como ingeniármelas para comunicarme sin tener que “estar conectado”. En la época de mis padres se salía de casa sin depender del uso de ningún tipo de tecnología y como dicen ellos: nunca hubo problema en encontrar a los amigos y/o a la pandilla. Aún así comprendo que algunas personas sufran algún tipo de dependencia debido al continuo uso inconsciente de estos dispositivos".
De hecho, cuando era adolescente sí las usaba, pero pasada esa etapa tomó la decisión de cerrarlas: "Siempre pienso que la decisión tomada merece la pena: cuando uno consigue “poner un pie fuera de la Matrix” se le abre un mundo mágico de infinitas posibilidades".
En Xataka | 20 jóvenes de menos de 20 años nos lo explican: por qué no estamos en Facebook ni creemos que vayamos a estar.
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