La conexión a internet de muchos países, e, incluso, de continentes completos, depende en gran medida de los cables submarinos. En la coyuntura geoestratégica en la que nos encontramos la pérdida de algunos de estos enlaces puede dañar de una forma difícil de reparar la infraestructura de comunicaciones de un país. Y, en consecuencia, también su economía.
Eso es, precisamente, lo que teme el Gobierno de Noruega que suceda con los cables de fibra óptica submarinos que conectan este país con el resto del planeta. El ya ampliamente aceptado sabotaje de los gasoductos Nord Stream 1 y 2 que se produjo el pasado 26 de septiembre y las sanciones impuestas a Rusia han posicionado a este país nórdico como el principal suministrador de gas natural de Europa.
Y en las circunstancias políticas y económicas actuales este privilegio ha colocado a Noruega en una posición muy delicada. El Gobierno sospecha que a quien está detrás del sabotaje del Nord Stream podría no gustarle esta preeminencia, y teme que sus cables submarinos también puedan ser objeto de un sabotaje con el propósito de herir de muerte su capacidad de producción de gas y petróleo.
Las grandes potencias quieren controlar los cables submarinos
Noruega se está tomando esta amenaza muy en serio. De hecho, el Gobierno ha confirmado que va a invertir 4,3 millones de dólares en la compra de equipos de seguridad diseñados expresamente para identificar de forma preventiva las amenazas con la capacidad de dañar sus cables submarinos. Sin ellos sus plataformas petroleras y de gas marítimas no podrían actuar con normalidad, por lo que, además, está reforzando sus telecomunicaciones.
Para entender un poco mejor el contexto en el que Noruega ha tomado esta decisión y la importancia estratégica de los cables de fibra óptica submarinos podemos fijarnos en Taiwán. El 95% de su infraestructura de conexión a internet procede de sus cables submarinos, y, además, son vulnerables ante China. Si esta infraestructura resultase dañada su principal actividad económica, que no es otra que la fabricación de semiconductores y equipos electrónicos, quedaría gravemente tocada.
Su condición de estado insular provoca que Taiwán sea muy vulnerable a esta amenaza, pero cualquier país continental industrializado recibiría un varapalo difícil de encajar si sus principales enlaces de conexión a internet fuesen objeto de un sabotaje. La organización Atlantic Council, que es un instituto de investigación estadounidense especializado en las relaciones internacionales, defiende que "el enorme crecimiento de los cables submarinos nos muestra que cada vez dependemos más de estas infraestructuras". Es razonable.
Lo curioso, y aquí se produce un giro relativamente inesperado de los acontecimientos, es que el 66% de los cables submarinos es propiedad de las grandes corporaciones de tecnología. Parece algo previsible, y en cierta medida lo es, pero resulta impactante si tenemos presente que hace diez años esta cifra ascendía a solo el 10%. Aun así, algunos Gobiernos no disimulan su intención de influir de una forma directa en las empresas propietarias de estos cables.
De hecho, según Atlantic Council, algunas de ellas podrían sucumbir a la presión que ejercen Rusia y China permitiendo la instalación de "puertas traseras" en sus infraestructuras que podrían ser utilizadas para monitorizar el tráfico con una finalidad muy evidente: el espionaje. Así están las cosas. En cualquier caso, esta información describe un contexto en el que la decisión de Noruega es muy razonable. Quizá los demás países que son muy dependientes de las comunicaciones deberían hacer lo mismo. Y España es uno de ellos.
Imagen de portada: Submarine Cables
Vía: Bloomberg
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