Netflix y Amazon no están matando el cine, están revitalizando un Hollywood cobarde entregado a las franquicias

El cambio asusta. Y cuando va de la mano de la tecnología agrava la actitud de "que viene el coco" que adoptan muchos; y Hollywood no es una excepción. El "coco" del vídeo bajo demanda (VOD) y el streaming no es de ayer, pero con la expansión internacional de plataformas todopoderosas como Netflix o Amazon las orejas del lobo se ven de forma cada vez más clara.

La próxima semana se estrena en Netflix 'Okja', la nueva película del director de 'Rompenieves' cuya presentación en el Festival de cine de Cannes detonó un nuevo debate en torno al lugar que ocupa el streaming en Hollywood. El festival anunció un cambio de normas: a partir de 2018 las películas presentadas a concurso deberán estrenarse en los cines y respetar los tiempos establecidos para las diferentes ventanas de explotación (lo que en Francia se traduce en tres años entre el estreno en salas y el estreno en plataformas VOD).

Al margen de las normas del Festival de Cannes (que está en todo su derecho de imponer sus propias reglas al igual que lo hacen los Oscars, por ejemplo), estas actitudes de rechazo hacia los nuevos hábitos de consumo y de proteccionismo hacia los sistemas tradicionales adoptan varias formas que van desde lo puramente económico hasta incluso lo moral (con todo ese esnobismo elitista que decide qué es cine y qué no).

Dinero, dinero, hohoho

Nadie quería producir 'Okja'. 'Moonlight', la ganadora del Oscar a mejor película de este año, se produjo en parte gracias a Amazon Studios. La productora A24 firmó en 2013 un acuerdo con Direct TV para poner las películas antes de su estreno y con Amazon para ofrecerlas una vez saliesen de salas, acuerdos que han sido clave para producir títulos como 'Room' o 'ExMachina', joyas pequeñas que otros estudios jamás considerarían por una cuestión de riesgo y ROI.

Hollywood ya no vende estrellas. Ni siquiera vende películas, vende eventos

Riesgo. Qué clave esto. El gran mercado de Hollywood está ahora más que nunca centrado en producir películas lo más accesibles, grandes y rentables posible. Cuando los mercados locales e individuales aún tenían sentido para los grandes estudios, lo comercial coexistía con el cine de autor y el cine independiente. Pero cuanto más se ha globalizado e internacionalizado el contenido más ha crecido la vorágine de remakes, reboots, secuelas y, en resumen, franquicias.

Parecía imposible pero incluso el poder de las estrellas ha disminuido notablemente. Las sagas de superhéroes han matado a la estrella. Hollywood ya no vende estrellas. Ni siquiera vende películas, vende eventos. No vende a Tom Cruise, vende 'La Momia'. Y mientras ellos venden franquicias, Netflix y Amazon pueden llevar el cine de autor, el cine de las historias, el cine independiente, a una audiencia más extensa que nunca.

En este texto sobre la estrategia para contenidos originales de Amazon se ve muy clara esta apuesta por el contenido, por las historias, por la visión, por el talento, por el guión. Películas en la línea de (y por seguir con A24) 'Langosta', 'Under the Skin' o 'Locke' sólo podrían aspirar a festivales y a generar ruido gracias al vídeo bajo demanda (como así ha sido en los tres casos), pero con el streaming pueden tener una nueva vida.

Incluso un nombre como Martin Scorsese no lo tiene fácil después del fracaso de un film tan personal y poco comercial como 'Silencio'. Tanto es así que Paramount no podía permitirse el riesgo de apostar por su siguiente película y canceló la producción de 'The Irishman', hasta que llegó Netflix con su compra de derechos de distribución internacional.

Estos acuerdos con plataformas de streaming neutralizan ese riesgo que tan pocos están dispuestos a tomar. ¿Quién si no iba a ir a festivales como Cannes o Sundance con la intención de gastarse parte de sus 10.000 millones (los 6000 de Netflix y los 4000 de Amazon) en compra de derechos?

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El romanticismo

Me parece una enorme paradoja dar una Palma de oro y cualquier otro premio a una película que no pueda verse en gran pantalla. Respeto las nuevas tecnologías, pero mientras siga vivo defenderé algo que las nuevas generaciones parecen no conocer: la capacidad de hipnosis de una pantalla. Pedro Almodóvar.

Estas palabras de Almodóvar a propósito del Okjagate en Cannes son, como mínimo, debatibles. Primero, el romanticismo de la pantalla. Me encanta ir al cine. Entiendo, comparto y prefiero la hipnosis de una pantalla, de una película que te tiene cautivo, pero juzgar la forma en la que cada espectador elige su experiencia cinematográfica tiene más que ver con cierto elitismo que nace, en parte, de lo tradicional y rechaza las nuevas formas de consumo por incomprensión y desconexión. Esto llega hasta tal punto que parecería que al cine no le definen la historia, la visión o la forma, sino el formato.

Una muestra reciente de lo más habitual en un fin de semana de estrenos en España

Pero lo realmente interesante de las palabras del cineasta español es esa paradoja de la que habla; la paradoja de que una película premiada no pueda verse en la gran pantalla. Llevo diez años asistiendo al Festival de Cine de San Sebastián (y otros tantos al de Sitges) y al menos la mitad del cine que tengo la oportunidad de ver en ambos o nunca llega a las salas comerciales o llega con una distribución mínima de apenas una decena de copias que se exhiben durante poco tiempo en grandes capitales.

Véase el ejemplo del gráfico sobre estas líneas: el número de salas en las que se podían ver los 13 estrenos del fin de semana pasado en España, que incluye, por cierto, tres títulos del pasado Sitges: 'Mientras ellas duermen' (2 salas), la interesante 'I am not a serial Killer' (2 salas) y Pet (2 salas). Otro estuvo en el Festival de Berlín, 'Cartas de la guerra' (16 salas, locura). Esto lo podemos extrapolar igualmente al mercado doméstico norteamericano, como podemos ver en BoxOfficeMojo.

Es precisamente gracias a servicios como Filmin, Mubi, Filmstruck y otras plataformas de VOD que podemos acceder a ciertos títulos que no encuentran sitio en el circuito comercial (lo demostraba Netflix hace poco metiendo el dedo en la llaga con esta promo). Había demanda de un tipo de cine de nicho que hasta hace nada era tan inaccesible como desconocido para muchos. Un cine que empezó a demandarse cada vez más con la democratización de contenidos que trajo Internet. Algunos se lamentaban. Otros respondieron a la demanda con oferta.

¿A quién está matando Netflix?

Netflix es una nueva plataforma para ofrecer contenido de pago, lo cual en principio es bueno y enriquecedor. Sin embargo, esta nueva forma de consumo no puede tratar de sustituir las ya existentes, como ir al cine, no puede alterar el hábito de los espectadores, y creo que ese el debate ahora mismo. Para mí, la solución es simple: las nuevas plataformas deben de respetar las reglas actuales, como la existencia de ventanas de exhibición, y cumplir las reglas de inversiones que ya regulan a las televisiones. Pedro Almodóvar.

Recurro de nuevo a las palabras de Almodóvar porque su discurso resume muy bien lo que piensa el sector más conservador sobre este asunto. Para mí es evidente que este pensamiento está dominado por el miedo de tener que analizar, procesar y adaptarse a los nuevos hábitos de los espectadores. Internet y la democratización del contenido ha sido la base sobre la que diferentes factores tecnológicos, sociales y económicos han impulsado el cambio hacia el consumo a la carta. Entenderlo al revés ("no puede tratar de sustituir" (...) "no puede alterar el hábito") es querer frenar el cambio para no tener que adaptarse a la evolución de la sociedad. Ya sabéis, eso de que algo no es lo correcto sólo porque lleve muchos años en práctica.

Me sorprenden ciertas actitudes afiliadas al circuito tradicional sobre todo por a quién deciden defender por encima de otros. Es patente que productores como Netflix y Amazon inyectan dinero a la industria, dinero del que se benefician casi todos los sectores "tradicionales": el talento artístico y técnico, los productores, los publicistas y los espectadores. ¿Quién se queda fuera? Los exhibidores. Pero, ¿es esto así?

Cuando el televisor llegó a los hogares se hablaba, como ahora, de que la gente cada vez se quedaba más en casa y que el cine iba a morir. Los cines ya no tenían el monopolio del entretenimiento audiovisual y la recaudación en taquilla en Estados Unidos llegó a mínimos históricos a principios de los sesenta (con una caída del 48% en 1962 con respecto a 1946). Después del lloriqueo (ohhh, la caja tonta, es el fiiin), la industria se adaptó y aparecieron las ventanas de explotación entre los derechos televisivos y las ventas de vídeo doméstico, dos ámbitos que curiosamente acabarían convirtiéndose en el grueso de los ingresos de los estudios.

Ahora estamos viviendo un cambio similar y algunos adoptan esa actitud proteccionista e inmovilista. El sonido mató a la estrella del cine mudo. La tele mató al cine. El vídeo mató a la estrella de la radio y ahora internet está (re)matando al cine. Pero no. Desde el año 2000 los ingresos en taquilla en Estados Unidos han aumentado un 51% desde los más de 7 mil millones hasta pasados los 11 mil millones en 2016. Sí, el precio de las entradas tiene mucho que ver en esto, pero Hollywood y la industria del cine no han hecho otra cosa que adaptarse y reinventarse moldeando contenidos o en forma de tickets combo especiales.

El streaming está ofreciendo cine al espectador en un nivel de accesibilidad e internacionalidad sin precedentes

Más que los exhibidores, lo que realmente está en crisis es el circuito tradicional del entretenimiento en el hogar. En 2004 alcanzó su pico con un beneficio de casi 25 mil millones dólares, cifra que ha descendido casi un 52% hasta los 12 mil millones, mientras que el entretenimiento digital aumenta de forma exponencial por las suscripciones a plataformas y canales de VOD.

¿Acabará afectando la entrada de lo digital tan drásticamente a las salas? Quizá, pero no más que en cualquier industria que evoluciona y se reajusta dejando inevitables perjudicados por el camino que acabarán reciclándose.

Algunos dirán que mucho dinero mete Amazon y Netflix en el sector pero que es necesario regularlos para proteger la cultura y la producción de cada mercado. No voy a meterme en el jardín de las subvenciones pero tampoco voy a obviar que estos productores no son precisamente filántropos y basan sus proyectos y su marketing en algoritmos y datos. Al fin y al cabo no dejan de ser empresas privadas millonarias con intereses tales que incluso cancelan series aunque vaya en contra de lo que ofrecen con su modelo (véase el caso 'Sense8' en Netflix).

Pero lo que sí es cierto que están ofreciendo cine al espectador en un nivel de accesibilidad e internacionalidad sin precedentes. Que están inyectando una cantidad de dinero desorbitada que no está yendo sólo a los grandes sino que está favoreciendo proyectos de autor para que encuentren su propia masa y equilibren al Hollywood de los eventos y las franquicias que dominan las salas de cine. Si los asistentes de Cannes abucheaban el logo de Netflix porque mataba el cine a lo mejor deberían revisar sus motivaciones.

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