No hay una sola ventana, la única luz que ilumina el espacio proviene de las decenas de máquinas arcade alineadas a cada lado de la sala. Músicas estridentes se entremezclan con soniditos de disparos mientras chavales y no tan chavales aporrean frenéticamente las teclas de sus juegos favoritos. Los mirones se arremolinan alrededor de los mejores; ninguno pierde detalle de cada jugada. No, no estamos en los años noventa. Esto es 2017, pero sólo lo encontrarás en Akihabara, la meca del arcade en Tokio.
Puede que los salones arcade sean una cosa (casi) del pasado, pero en el antiguo barrio electrónico de la capital japonesa el arcade sigue vivo. Muy vivo. Nada más salir de la estación de metro nos damos de bruces con un enorme edificio de Sega, pero no es el único. Chuo Dori, la calle mayor que atraviesa Akihabara, está llena de salones recreativos de varias plantas repletos de máquinas de todo tipo, desde los clásicos hasta juegos exclusivos para el país nipón que jamás se han visto en occidente. Durante las casi dos semanas que estuve en Tokio, Akihabara se convirtió en uno de mis lugares favoritos para perderme. Así es pasear por el centro del arcade de Japón (y del mundo).
Los templos del arcade de Tokio
Si solías quedar con tus colegas en los recreativos de tu barrio, es casi seguro que tendrás más de 30 y no hayas pisado un sitio así desde hace mucho, pero en Akihabara sigue siendo una costumbre de rabiosa actualidad. Además de ser el paraíso para los amantes otaku del anime y el manga, el que antaño fuera el barrio electrónico de Tokio es todo un hervidero de salones arcade; nada de ‘barcades’, esto son salones recreativos puros y duros. Aquí se viene a jugar.
Como decía, en los alrededores de la estación de Akihabara hay varios de estos centros arcade. Sega tiene cuatro edificios distintos en la zona, también están los Taito HEY y Taito Station, Tokio Leisure Land o Super Potato, el paraíso de los videojuegos retro. Y todo esto en un radio de poco más de 150 metros. Hay muchos más que se concentran en otros puntos de Tokio como Shibuya o Shinjuku, pero sin duda Akihabara se lleva el título de meca del arcade. Si suena loco es porque lo es.
El primer contacto es chocante, sobre todo si vienes de visitar el Japón rural como fue mi caso. En la calle, el ruido y los miles de neones impactan, pero al entrar el nivel de sobreestimulación aumenta todavía más. Hay tanto que ver y oír en el mismo lugar que es imposible centrarse en algo. Una de las cosas que llama mi atención es que la mayoría de jugadores son japoneses. También hay turistas, algunos jugando, casi todos mirando (¡hola!), pero la presencia nipona es aplastante. Pero bueno, de la gente hablaré luego, primero veamos cómo son los templos del arcade.
Sega y Taito: sabes cuando entras, pero no cuando sales
Los de Sega y Taito son los más ‘mainstream’, además de porque están en avenidas principales, también porque son los más grandes del barrio. En estos edificios tenemos entre cinco y seis plantas de pura diversión arcade y casi todos tienen una estructura similar.
La primera planta (a veces también la segunda) suele estar reservada para las máquinas de premio. Son como las clásicas vitrinas de las ferias ambulantes llenas de peluches que hay que ‘pescar’ con esa pinza que hace tan poca fuerza que apenas mueve el premio en cuestión, eso si aciertas. La diferencia es que aquí, además de peluches, hay figuras que cuestan varios miles de yenes y todo tipo de productos relacionados con el universo manga.
Normalmente suelo ignorar este tipo de máquinas, pero al final acabé cayendo; la culpa la tuvo una figura de Goku y Vegeta. 300 yenes después no había conseguido que la caja se moviera ni un milímetro, así que desistí y seguí mi camino. Confirmado: las máquinas de premio también son una engañifa en Japón.
Por cierto, en estos primeros niveles también solemos encontrar muchas máquinas de Gashapon, otra costumbre muy popular en el país nipón. Consiste en una máquina expendedora llena de bolitas de plástico que contienen un regalo sorpresa. En cada máquina suele haber alrededor de cinco figuras o juguetes distintos y el objetivo es coleccionarlos todos. Los hay para todos los gustos, y cuando digo todos quiero decir todos. Llegué a ver cromos coleccionables de Daimaou Kosaka, el artista del vídeo viral Pen-Pinneapple-Apple-Pen.
Al principio no le vi demasiado sentido, pero aquí también caí. Mi elección fue una pequeña colección de figuras inspiradas en sellos tradicionales japoneses, de la que por cierto todavía me falta una figura, aunque a 400 yenes cada tirada, me parece que volveré a España sin ella. Pero vamos al lío: los juegos.
Generalmente, a partir de la segunda planta ya empieza la fiesta. En Taito Station y Sega 1, los primeros mega-arcades que visité, encontramos una variedad bastante amplia de juegos, desde el divertido Taiko no Tatsujin, un juego de Namco que consiste en aporrear los timbales al ritmo que marca la canción, pasando por shooters de todo tipo y cabinas como la de The Walking Dead.
Si subimos un piso más, en la tercera planta de la Taito Station nos da la bienvenida una hilera de máquinas más clásicas con juegos retro como Super Mario Bros, Bomberman, Metal Slug o Street Fighter 2. Seguimos subiendo, que por cierto las escaleras mecánicas son sólo de subida, para bajar ya te las apañarás más tarde. Fue aquí, en las plantas más altas de los salones de Sega y Taito donde me encontré con los primeros jugadores pro, y cuando digo pro me refiero a MUY pro.
Uno de los arcade más populares en Akihabara es Maimai, un juego de ritmo de Sega exclusivo para Japón que destaca por su diseño de pantalla redonda. Cuando está en marcha, esta especie de ciber-lavadora es todo un asalto a los sentidos, pero al chico que está jugando en una de las máquinas no parece perturbarle en absoluto. Lleva unos guantes especiales para que sus manos deslicen mejor por la pantalla, su cara es de concentración absoluta mientras completa todas las órdenes de este frenético juego con brutal precisión. Está más que claro que no es la primera vez que juega.
Sigo y veo un chico de unos veintipocos reventando Dance Dance Revolution, hasta lleva una toalla para secarse el sudor. Sus pies se mueven a tal velocidad que cuesta seguirlos, sólo sé que lo está bordando porque la pantalla me lo dice. ‘Perfect’, 'Marvelous', ‘Flawless’, ‘Great’... y así todo el rato hasta que acaba la canción. Se ha hecho un 95% en nivel difícil. Recuerdo que en los recreativos de mi barrio también había pros, pero esto es otro nivel.
El panorama en cualquiera de los cuatro edificios de Sega es muy similar, aunque hay algunas diferencias. Por ejemplo en el Sega 1 de Chuo Dori, la última planta está dedicada íntegramente a la realidad virtual. Hay varias cabinas con juegos como Transformers o Dark Escape, pero casi toda la superficie está ocupada por zonas acotadas para jugar con gafas de realidad virtual.
Hay otros arcade muy conocidos en la zona como es el caso de Adores, Tokyo Leisure Land o HEY, el otro centro de juego de Taito que destaca por contar con más máquinas clásicas. Pero si lo que buscas son clásicos, hay una parada obligatoria en Akihabara.
Super Potato: la perdición para los amantes de los videojuegos retro
Situado en una de las bocacalles que dan a Chuo Dori, Super Potato es el centro de peregrinación de los amantes de los videojuegos retro. Las primeras dos plantas son para la tienda, donde podemos encontrar prácticamente cualquier consola; GameBoys clásicas, la primera Atari, Super Nintendos, mini consolas de Bandai que cuestan varios cientos de euros… Hasta podemos toquitear un Virtual Boy, esa especie de consola/gafas de realidad virtual que Nintendo lanzó en 1995 sin mucho éxito. Pero además de consolas también hay juegos, y no pocos. Hay paredes y paredes enteras llenas de cartuchos para consolas que ya no se venden desde hace décadas.
Como no podía ser de otra forma, Super Potato también es un centro de juego, mucho más modesto que los otros salones arcade que visité, pero lo que pierde en amplitud o variedad de máquinas, lo gana en autenticidad.
Por 100 yenes (unos 0,75 euros) podemos echar una partida a clasicazos como Tetris, Super Mario bros o Pac-Man, todo mientras nos tomamos una coca-cola en botella de cristal y degustamos chuches típicas de la época. Esto sí es un viaje al pasado.
¿Y esta gente no ha escuchado hablar de las consolas?
Como decía al principio, una de las cosas que me llamó la atención al pasear por las infinitas plantas de los edificios de Sega y Taito fue que la gran mayoría de jugadores eran japoneses. En el mismo espacio conviven desde adolescentes (la mayoría chicos, pero también algunas chicas) en uniforme escolar, hasta ‘salarymen’ con sus camisas remangadas, un cigarro colgando de los labios y miradas fijas en las pantallas. En Japón, el arcade atrae a gente de todas las edades y resulta curioso ver que la mayoría van solos.
En Akihabara no hay espíritu de grupo, no hay corrillos de amigos viendo como uno de ellos juega, tampoco se hacen turnos. Algunos vienen juntos pero cada uno está centrado en su juego. Aquí el único objetivo es jugar, pero entonces me pregunto ¿por qué aquí y no en casa? ¿No tienen consola?
No es arriesgado decir que las consolas mataron al arcade, es la realidad. Sin embargo, en Akihabara el arcade sigue siendo el rey, un territorio que las consolas no han conseguido conquistar.
Las consolas han superado por mucho la experiencia de juego de las máquinas recreativas de la época. Tienen mejores gráficos, hay juegos de todo tipo, y todo sin movernos del salón. Además, no nos piden monedas de cinco duros (en Akihabara de 100 yenes) cada que vez que nos matan en el juego de turno. Sin embargo, a pesar de todos los avances, sigue sin ser igual.
Golpear los botones, girar los joysticks o disparar con esas metralletas de plástico tan maltratadas no es lo mismo que usar el mando de la play. Además hay muchas máquinas que ofrecen una jugabilidad especial, algo imposible de conseguir con un mando y una pantalla. Es el caso de Dance Dance Revolution, las pantallas táctiles de Maimai o las cabinas de realidad virtual.
Por otro lado, no hay que perder de vista que la mayoría de las empresas dueñas de estos salones arcade son las mismas que crean nuevos juegos. Sega, Taito, Namco, Capcom... todas tienen el arcade en sus inicios y lo mantienen vivo con nuevos lanzamientos que llegan a sus salones de forma periódica, muchos de ellos exclusivos para Japón.
Ya he ido varias veces a los recreativos de Akihabara y creo empiezo a entender la filosofía arcade nipona, pero no me puedo ir sin conocer la opinión más importante: la de los jugadores. Sin embargo, no es una tarea tan sencilla como pueda parecer en un principio. La timidez japonesa no ayuda, pero el idioma tampoco. Mis “Hi, do you speak english?” reciben desalentadores gestos de negación por respuesta. Por cierto, en Japón para negar no agitan la cabeza, sino que cruzan los brazos formando una X (así: �). En una de mis visitas a la Taito Station por fin consigo intercambiar unas palabras con alguien, aunque no fue una conversación muy productiva...
Tendrá unos 18 años y lleva un buen rato dándole a un frenético juego. De pronto se gira y me descubre ahí plantada, mirándole. Siento que estoy invadiendo su espacio y le ofrezco una sonrisa de disculpa. Pero entonces me devuelve la sonrisa y pienso, ahora o nunca.
Le saludo y le pregunto si entiende inglés, a lo que me responde con un gesto de ‘un poco’ (por fin). No es ni de lejos el mejor jugador que he visto en mis visitas a Akihabara, pero a pesar de ello elogio sus habilidades en Sound Voltex III: Heavenly Haven, un juego de ritmo que me recuerda a Guitar Hero pero sin guitarra, a lo que me responde asintiendo tímidamente. Después le pregunto si viene muy a menudo a jugar, vuelve a asentir.
“¿Juegas a videojuegos en casa?” Otra vez asiente con la cabeza, ni una palabra de momento, pero yo sigo. “¿Qué consola tienes?” Frunce el ceño, no tengo claro si no me ha entendido o no le ha gustado la pregunta. “Playstation, Xbox…”, aclaro. “Yeah” dice sonriendo. “¿Tienes alguna de esas en casa? ¿Cuál?”
Vuelve a asentir. Vale, creo que no me ha entendido. Le repito la pregunta y no obtengo respuesta, esta vez mira brevemente a la pantalla. Veo que ya tiene las manos colocadas en los controles, listo para seguir aporreándolos en cuanto me dé la vuelta. No es cuestión sólo del idioma, que también, es que no quiere hacer amigos. Ha venido a jugar. Me despido con un “Sorry to bother you, arigato gozaimasu” y continúo mi camino.
Intenté entablar conversaciones en más ocasiones, pero la mayoría no entiende inglés, y quienes lo hacen no están muy por la labor, incluyendo los propios empleados de los salones. Me voy con ganas de conocer más opiniones, pero creo que entiendo lo que les mueve, y no son sólo los juegos, es el ambiente.
Lo que engancha es el ritual, es meterte en una sala con un montón de desconocidos, esa atmósfera cargada, las luces parpadeantes, músicas y sonidos que se entremezclan hasta generar un ruido casi ensordecedor. Ir al arcade o jugar en una consola se puede comparar con ver una peli en casa o ir al cine. En casa puede que sea más cómodo, también más barato, pero no es lo mismo. Y espero que nunca lo sea.
En Xataka | ¿Tienes cinco duros? La época dorada de los salones recreativos y arcades
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