Esto es un calzador. Es un fruto más de la tecnología, que no deja nunca de ser un medio y no un fin en sí mismo. No es el típico producto que sale mencionado en Xataka pero hoy me va servir para hilar la exposición de mis ideas en un tema que me produce bastante escepticismo.
Un calzador sirve para meter el pie cuando un zapato nos va un poco justo. No tiene núcleos, ni pantalla Full HD. Hay de varios tipos y tamaños pero todos ellos cumplen la misma función. Además, el calzador es una metáfora perfecta para explicar lo que ocurre con la tecnología y su implementación en algunos ámbitos: a veces hace falta uno de éstos para meterla porque de forma natural, no entra.
Postureo tecnológico
24 de enero, hace algo más de un mes antes de la publicación de este artículo. Los Sacramento Kings, una sombra de aquella generación mítica comanda por Chirs Webber y Pedja Stojakovic, salen al campo de su feudo: el Arco Arena. Sería un partido más de los 82 que disputan cada equipo en la liga regular de la NBA pero no. Este partido tiene algo diferente.
Estrellas como Derrick Williams y Rudy Gay salen al campo luciendo un accesorio inusual para el mundo del deporte pero habitual para los que seguimos la tecnología día a día: unas Google Glass. ¿El objetivo? Mostrar a los aficionados un partido desde las perspectivas de los jugadores.
Sin embargo, ay amigo, hay un problema: la NBA de David Stern prohíbe salir con ellas a jugar. Sólo podremos ver cómo hacen la rueda de calentamiento y, después, seguir el partido desde la perspectiva de una animadora y la de varias personas más del equipo técnico. Me entero de esta noticia, empiezo a investigar, veo vídeos y la confusión me empieza a invadir.
“Qué bobada” Pienso. Con la excelente realización audiovisual que tienen los eventos deportivos, que un jugador de baloncesto lleve unas Google Glass no aporta absolutamente nada. Sobre todo cuando la experiencia es tan descafeinada y se pierde algo tan importante como es el partido en sí.
Hay más casos de este tipo, la NFL también hizo lo propio con una GoCam en un partido de los Oakland Raiders, pero a donde quiero llegar con esto —y mi querido calzador— es que hay casos donde el uso de la tecnología se fuerza por el simple hecho de alardear y decir: mirad, lo hemos logrado. Somos modernos, estamos dentro de este fantástico mundo donde no llegamos a comprender sus implicaciones y usos práctico para nuestro interés pero…mola, eh? EH?
Este tipo de experimentos con Coca Cola y Mentos me lleva a una relación un tanto complicada y explosiva. Tecnología y Marketing. Cuando funciona bien lo peta, y de qué manera, pero si las cosas no terminan de cuajar peta, de qué manera también. Los intereses de una y otra a veces son difíciles de conciliar.
Un ejemplo paradigmático lo encontramos en aquella moda que vivimos con el boom de las redes sociales hace seis años. Todo negocio que se preciara debía tener un perfil ahí: Twitter, Facebook, Tuenti, Instagram, Pinterest… ¿Para qué? Pues no lo teníamos muy claro pero muchas consultoras de comunicación y tecnología recetaron esta fórmula como un “must”.
La realidad aumentada es un ejemplo perfecto: económica, fácil de implementar pero difícil de implementar bien
Esto era la parte económica y es que para muchos pequeños negocios abrir un perfil social no tenía ningún coste. Un poco de tiempo de mantenimiento y el verdadero trabajo de comunicación quedaba para las empresas que, de verdad, necesitaban estar ahí. La mercería Paqui no tenía presupuestado un community manager entre sus planes de expansión de expansión de negocio por el barrio.
Algunas empresas de marketing empezaron a ver que la tecnología empezaba a reducir sus costes y que desarrollar soluciones para sus clientes no suponían gastos elevados que se transformaran después en trabas para cerrar presupuestos. Era una forma perfecta de dar ese toque “cool” y de vanguardia a sus clientes.
En este contexto, vimos propuestas de todo tipo a la cual más inútil e innecesaria. Algunas fueron un triunfo de implementación y creatividad, no todo fue un fracaso para la raza humana. En esta categoría destaca la implementación de una tecnología por encima de todas: la realidad aumentada.
Era, y sigue siendo, el paradigma perfecto. Una tecnología muy vistosa y barata a la hora de desarrollar aplicaciones. Visualizar lo virtual a través de esa lente mágica donde toda la fantasía que nos intentan vender se acaba convirtiendo en aplicaciones que funcionan mal o son inútiles.
Imaginemos una guía turística. Podemos optar por la versión en papel, fiable (a veces algo pesada) y con el inconveniente de que no se actualiza con datos reales. Igual aquel restaurante que nos ha recomendado ha cerrado desde la última edición que se imprimió pero funcionar funciona.
Una empresa de tecnología y marketing le propone crear una revolucionaria aplicación de realidad aumentada donde el turista sólo tendrá que sacar su móvil y gracias a la cámara podrá ver con flechas y señales virtuales dónde están los puntos de interés. Como si fuera un videojuego. Sin embargo, la realidad es complemente diferente.
Vemos que sobre la imagen en baja resolución que muestra la cámara salen un pegote de iconos superpuestos que en vez de ayudarnos a ver dónde está cada cosa lo que hacen es cofundirnos. No me sirve, es inútil. Habría sido más fácil desarrollar algo sobre un sistema de mapas como Google Maps.
La tecnología no debería convertirse en una carrera por ver quién la tiene más larga.
A veces esta tecnología también es sólo una pose (postureo que dirían otros) sin más. Cuando estuve en Las Vegas cubriendo el CES para Xataka vi a unas cuantas personas utilizando Google Glass. No sabía muy bien para qué, quizá las llevaban sólo apagadas.
Esta tendencia se ha repetido un mes y medio más tarde en el Mobile World Congress donde vi a todavía más gente llevando las gafas de Google. No digo que sean inútiles, ni que no las estuvieran usando, pero la sensación que me da es de ser sólo una pose de cartón piedra de una vanguardia tecnológica donde ésta prima como un fin en sí mismo y no como medio.
Con los ejemplos que he citado, queda patente que hay una absurda necesidad de introducir la tecnología en todos los ámbitos. Queda bien, está de moda y ayuda a dar visibilidad en los medios, pero la realidad es que hacerlo bien es complicado sobre todo porque, a veces, parece que no entendemos que la tecnología va siempre por delante del uso final que va a tener.
Pensemos en un ejemplo reciente como Project Tango de Google: un smartphone que gracias a la cámara nos permite registrar espacios físicos y convertirlos en 3D para medir distancias, escanear interiores… Especulamos sobre diferentes usos pero hasta que la tecnología no siga avanzando y se refine no podremos crear usos reales.
Dispositivos wearable, ¿una categoría que va por este camino?
Esta edición del Mobile World Congress ha sido la confirmación de que este año muchos fabricantes van a por el pastel de una categoría joven y que de momento seguimos sin entender muy bien cuáles son sus implicaciones prácticas mientras debatimos ad infinitum sobre su futuro.
Tenemos pulseras y relojes de todo tipo, sin olvidarnos de otras prendas inteligentes como las zapatillas que incluyen sensores, y ningún fabricante quiere perder su oportunidad. En Barcelona hemos visto algunas propuestas interesantes como el Gear Fit de Samsung pero la sensación general es que, una vez más, la tecnología vuelve a estar por delante del uso.
Hemos logrado crear sensores de movimiento, procesador y pantallas curvas tan pequeñas que las podemos embuchar en un dispositivo que entra en nuestra muñeca. Mientras, seguimos dando vueltas sobre lo que podemos hacer con ellas: recibir notificaciones del móvil, cuantificar nuestros pasos… Parece que aquí el calzador no se nota tanto pero sólo la cantidad de posibilidades que hay resulta muy abrumadora.
Quizá con el tiempo se acaben asentando y no se conviertan en un caso más de tecnología como un fin sino como un medio para otras cosas. Mientras, seguiré mirando con bastante escepticismo la implementación de ésta en otros ámbitos donde la tecnología es un motor para modernizar y hacer avanzar, aunque a veces sólo se trate de una ilusión mal ejecutada.
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