Al atravesar la meta de la maratón, en Viena, el atleta keniano Eliud Kipchoge regaló a sus seguidores una frase proverbial, de esas que podrían figurar en una novela de Paulo Coelho, un manual de autoayuda o el encabezado de un diario de Mr. Wonderful: "El ser humano no tiene límites". Kipchoge sabe de lo que habla. En la capital austriaca acababa de convertirse en el primer hombre en terminar una maratón en menos de dos horas. Sin embargo no todos comparten su optimismo. O no al menos en los mismos términos. Los límites físicos del ser humano y la capacidad de la tecnología para romperlos es, de hecho, uno de los retos más acuciantes que tienen los Juegos Olímpicos... con la cita de Tokio a la vuelta de la esquina.
A pesar de que cada cierto tiempo entran en escena portentos que parecen llegados de otra galaxia, como Usain Bolt o Michael Phelps, hay especialistas que advierten de que el cuerpo humano es una máquina con límites. Límites, por cierto, a los que el deporte profesional se acerca cada vez más. “Para el doctor Jean-Francois Toussaint no será biológicamente posible que un velocista corra algún día los 100 metros por debajo de nueve segundos ‘sin ayuda externa’”, explicaba el deportólogo Oscar Incarbone en 2016 al diario Clarín. Según el Instituto Francés del Deporte, los récords habrán tocado techo para 2060. Otros investigadores aseguran que no habrá que esperar tanto.
La tecnología: ¿aliada o amenaza?
Esa última coletilla de Toussaint, la de la “ayuda externa”, no es casual. El listado de prohibiciones de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), que acaba de actualizarse con la entrada de 2020, detalla las sustancias y métodos que vulneran el espíritu deportivo y a los que, por lo tanto, no pueden recurrir los atletas en competición. No todo apoyo a los deportistas de élite llega sin embargo de mano de la química. Uno de sus grandes aliados es el I+D+i, la tecnología, presente en buena parte de la preparación de los atletas: desde su entrenamiento al equipamiento.
El propio Bolt, por ejemplo, ahora retirado tras conquistar siete preseas de oro en las Olimpiadas de Londres, Pekín y Río de Janeiro, recuperaba oxígeno en cámaras hiperbáricas y entrenaba con dosis de corriente eléctrica sobre los músculos, la conocida como electroestimulación. La pregunta del millón es… ¿Hasta dónde se debe permitir el paso de la tecnología? ¿Hasta la cocina o solo hasta la puerta? ¿Cuándo se empieza a hablar de “doping mecánico”? La pregunta, de nuevo, no es baladí. De hecho es uno de los grandes retos que deberán plantearse las Olimpiadas.
Gracias al uso de una tecnología puntera el público que asistió al Mundial de Natación de Roma de 2009 vio ojiplático cómo se alcanzaba un récord de récords: en solo ocho días los nadadores rebajaron 43 marcas mundiales en 31 pruebas. Nunca antes, al menos en las últimas décadas, una cita deportiva internacional había dejado un saldo semejante. ¿Cuál fue la clave de la cita italiana? Que los atletas estrenaban unos trajes de baño nuevos elaborados con poliuretano, unos superbañadores que les ayudaban a flotar y romper las marcas previas.
Ante tal despliegue de plusmarcas, la Federación Internacional de Natación, FINA, adoptó un acuerdo rotundo y no exento de polémica: respetó los récords alcanzados en las piscinas de Roma, pero a partir de 2010 prohibió el uso de los modernos trajes sintéticos. “No conozco ningún deporte que vaya para atrás. Es un poco absurdo quitar los bañadores de poliuretano al cien por cien”, reflexionaba entonces el nadador Brenton Cabello a la agencia EFE.
El ciclismo tampoco es ajeno a la irrupción de la tecnología en su disciplina. Desde hace años el Tour de Francia examina bicicletas para evitar así el uso de modelos que incorporen motores. Los técnicos recurren a escaneados magnéticos, rayos X e imágenes térmicas antes, durante y después de las etapas para asegurarse de que ningún competidor hace un uso fraudulento de la tecnología que le dé una ventaja extra. En 2018 recurrió a un nuevo tracker para detectar señales magnéticas.
Gracias a ese barrido pormenorizado, digno del equipo de CSI capitaneado por Gil Grissom, en enero de 2016 la Unión Ciclista Internacional (UCI) encontró oculto en el interior de la bici de la belga Femke Van den Driessche, quien competía en el Mundial de Ciclocross de la categoría femenina sub-23, un pequeño motor eléctrico que daba a la ciclista un apoyo extra... e injusto.
No hace falta remontarse varios años atrás para toparse con “encontronazos” polémicos entre la tecnología y el deporte que han suscitado el debate de hasta qué punto debe permitirse la aplicación del I+D+i. Hace solo unos meses Eliud Kipchoge alcanzaba un hito en Viena al convertirse en el primer hombre que cubre los 42 kilómetros largos del maratón en menos de dos horas. La IAAF, la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo, no considera sin embargo que su plusmarca tenga un rango oficial. ¿Por qué? Por el impulso extra que tuvo el corredor durante la prueba, un respaldo en el que la tecnología más puntera jugó un papel relevante.
Kipchoge disfrutó de unas condiciones especiales para coronar su hazaña. De entrada no tuvo competidores durante la prueba, le asistió un equipo formado por 41 "liebres" que se turnaban cada poco con el fin de marcarle el paso, sus entrenadores se acercaban a él para ofrecerle geles energéticos y agua —lo que evitaba que el atleta tuviera que desviarse—, y un coche guía le proyectaba sobre la pista con luz fluorescente el recorrido más eficiente. Al no tratarse de una prueba oficial tampoco hay garantía de que recorriese los 42 km y 195 metros de un maratón al uso.
Quizás uno de los puntos más polémicos, sin embargo, se encontraba en sus pies. Desde luego sí es el que más quebraderos de cabeza le está dando a la IAAF. El keniano calzaba las zapatillas Vaporfly de la marca Nike, en concreto su última versión, AlphaFly, fruto de un ambicioso trabajo de investigación e I+D+i de la firma de Oregón. Gracias a capas elaboradas con fibra de carbono, espuma y cámaras de aire —aunque, como señala el portal Runnersworld.com, los detalles precisos son un secreto bien guardado por la multinacional—, las AlphaFly permiten al atleta disfrutar de un apoyo extra para maximizar su esfuerzo. A Kipchoge ese aporte le ayudó a coronar un hito.
El calzado que usó Kipchoge en Viena es una variación de las zapatillas VaporFly Next%, que se supone que elevan el rendimiento del atleta en torno a un 5%. Su uso hizo que otra proeza protagonizada por la también keniana Brigid Kosgei solo un día después de la carrera de la capital austríaca estuviera cuestionado. La joven completó una maratón en Chicago en 2 horas, 14 minutos y 4 segundos, lo que pulverizó la marca anterior de Paula Radcliffe, imbatible desde hacía 16 años. Sin embargo, la IAAF lo dio por homologable, por lo que el logro sí entró en el listado oficial.
El polémico papel que jugaron las Vaporfly de Nike en la proeza de Kosgei, sin embargo —y según una información recogida por el diario The Times— llevó a un grupo de atletas a quejarse ante la IAAF, lo que obligó a la federación internacional a abrir “un grupo de trabajo para valorar los problemas”. La polémica está servida. Y los deberes que las Olimpiadas tendrán que realizar de cara a sus próximas citas, con la de Tokio asomando en el horizonte, ya están sobre la mesa.
En su artículo 143, el Reglamento de la IAAF es claro: “Las zapatillas no deben estar construidas de tal modo que proporcionen a los atletas cualquier ayuda o ventaja injusta. Cualquier tipo de zapatilla usado debe estar razonablemente al alcance de todos en el espíritu de la universalidad del atletismo”. Los matices vuelven a ser importantes en la redacción de la norma. En este caso cuando apunta al alcance “razonable” y no excluyente. Las Nike ZoomX Vaporfly Next%, por ejemplo, cuestan 275 euros. En su web, la marca estadounidense señala que el modelo combina la espuma Nike ZoomX y el material VaporWeave: “Son las más rápidas que hayas llevado nunca”.
El espectáculo deportivo, una de las claves
Para Robert Usach, entrenador y director y profesor del Grado en Ciencias y Tecnologías aplicadas al Deporte y el Fitnsess (CTEF) en la Euncet Business School, el debate está abierto. Y el reto, sobre la mesa. “Cada deporte hace camino y la reglamentación va por detrás. Los avances tecnológicos van muy por delante de la propia reglamentación deportiva y con el tiempo cada uno tiene que decidir si se aplican o no y en qué medida. Por ejemplo, en el atletismo paralímpico sí está reglamentado qué máximo de energía tienen que devolver las prótesis que usan los atletas amputados”.
Usach recuerda que el I+D+i ya se ha aplicado, por ejemplo, para desarrollar el tartán que pavimenta las pistas deportivas y sobre el que corren todos los atletas. Por igual, eso sí, sin que importen los recursos de cada uno de los deportistas o lo acaudalado que sea su sponsor. “Todo el mundo compite sobre el mismo suelo. Cuando lo que marca la diferencia es la tecnología que llevas en los pies hay un debate que es lícito y sano. Hay que ver si realmente es una ayuda contra la que no pueden competir otras marcas. En ese caso sí debe verse si estamos valorando, como en la Fórmula 1, el binomio atleta-tecnología, o intentamos valorar solo al atleta. Si valoramos solo atleta sí que deberían competir todos en igualdad de condiciones”, explica el entrenador profesional.
El tartán no es el único ejemplo de la tecnología puesta al servicio del deporte de élite. En salto con pértiga, por ejemplo, el empleo de fibra de carbono ha ayudado a alcanzar nuevos límites. El fútbol brinda otro ejemplo reciente. Durante la temporada 2018-2019 LaLiga incorporó el vídeo arbitraje, más conocido como VAR por sus siglas en inglés, que ya se había empleado en el Mundial Rusia 2018 tras estrenarse en el Mundial de Clubes de 2016. A la hora de entrenar o planificar los partidos los equipos profesionales incorporan también tecnología GPS o heatmaps.
El debate va en realidad mucho más allá de la pureza de la competición. Podría afectar incluso al propio alcance del deporte profesional tal y como lo vemos ahora. Si, como sostiene el Instituto Francés del Deporte, llegará el día —no dentro de mucho— en el que dejen de alcanzarse nuevas plusmarcas, ¿seguirán las Olimpiadas suscitando el interés que despiertan ahora? Las teles, anunciantes y sponsors, ¿seguirán dispuestos a invertir sumas estratosféricas para acceder a públicos globales? Y si no es así, ¿qué efecto tendrá la caída de fondos sobre el deporte, cada vez más exigente y que requiere del atleta un mayor nivel de entrega y profesionalización?
“Si en unas Olimpiadas no se bate ningún récord dejarían de ser un evento mundial televisivo y el deporte moriría porque, al final, salvo los de gran espectáculo, como el fútbol, si no se baten récords no hay espectáculo. Y si no hay espectáculo no hay demanda televisiva. Y si no hay demanda televisiva, al final el deporte muere. La necesidad que tiene el deporte es inmediata. Debe saber reinventarse ya o regular el doping. Algo debe hacer porque el tope está ahí”, zanja Usach.
Al igual que otros expertos, el entrenador catalán plantea también cuál puede ser el alcance real de la tecnología en un caso como el de Kipchoge. Si el keniano recorrió más de 42 kilómetros en menos de dos horas pudo ser gracias al apoyo de unas zapatillas punteras, desde luego. Muy pocos cuestionan ese factor. Pero… ¿No es indispensable una base física, un talento innato, una sólida robustez psicológica y años de entrenamiento y dieta exigente? “Aún no sabemos hasta dónde puede alcanzar la genética humana, pero es verdad que el músculo llega hasta donde llega”, reflexiona Francisco Cardador, secretario general de la Federación Andaluza de Atletismo.
En su opinión, una de las claves pasará por que la tecnología que se incorpore al atletismo sea accesible a todos los contrincantes, más allá de sus sponsors o recursos. El I+D+i, al final, es caro y los deportistas están sujetos a compromisos con sus patrocinadores. “Si tú inventas un material X al que solo tienen acceso cuatro, ese material no puede estar homologado ni reconocido como tal. ¿Por qué? Porque tiene una limitación. En el momento en que sea un material abierto a todo el mundo, yo creo que la lógica caerá por su propio peso”, explica el responsable de la federación andaluza.
“Al final la normativa lo que trata es de proteger que haya una cierta equidad en el deporte, que no nos encontremos con que hay deportistas que se pueden permitir un tipo de trajes y otros no. Eso generaría una desventaja competitiva clara a aquellos que tienen menos frente a los que tienen más”, reflexiona Gerard Carmona, investigador e integrante del Área de Rendimiento del Barça Innovation Hub: “Toda la parte legislativa y de regulación va uno o dos pasos por detrás de la innovación tecnológica. En esta última lo que importa es que lo que se genera tenga un impacto sobre el rendimiento, la prevención de lesiones… mientras que quienes se preocupan de la normativa del deporte intentan que la competición sea justa, limpia y equitativa". Esa diferencia de objetivos, ahonda Carmona, explica que ambos agentes tengan un tempo distinto.
El atleta Adrián Vallés coincide en que el desarrollo de I+D+i será una de las claves del deporte de élite a lo largo de los próximos años, lo que obligará a organismos y federaciones a afrontar el nuevo escenario. “De dónde pongan el límite va a depender cuántos récords se logren o cómo de importante sea el desarrollo tecnológico en el rendimiento deportivo. Son las federaciones las que deben marcar el límite, encontrar un equilibrio, un punto justo porque está claro que la gente y la audiencia quieren ver récords, que es lo que vende, pero al mismo tiempo demasiados récords, que es lo que pasó en 2009 en natación, pueden hacer que el deporte no sea del todo creíble para los espectadores. Creo que es importante legislarlo y encontrar un equilibrio”, reflexiona.
“Cada vez batir récords va a ser más difícil, pero las técnicas de entrenamiento van mejorando y al final depende de muchos factores que evolucionan”, comenta Vallés, quien concuerda en que con ayuda de la tecnología “los récords podrán aumentar más rápidamente”. “Una parte importante es que los deportes tienden a ir más hacia el espectáculo para que sean eventos vendibles para la audiencia. Y está claro que para que sean atractivos para los espectadores hay que incorporar un componente tecnológico. Esa es la otra clave de equilibrio entre espectáculo y mantener la esencia del deporte, que el desarrollo tecnológico no haga que los récords pasen a ser marcas del día a día, sino que sigan manteniendo la dificultad que implican. Hay que legislar el desarrollo tecnológico para que no vaya por encima de la credibilidad del deporte”. FINA se planteó un escenario similar hace una década y decidió prohibir los superbañadores empleados en Roma.
El debate está servido. En el deporte no todas las opiniones van en la misma dirección. Susana Alonso, entrenadora profesional, coincide en que el uso de un I+D+i caro puede conllevar desequilibrios en la competición. “A no ser que regales esa tecnología o la vendas muy barata, nunca todo el mundo va a tener acceso a lo mismo. Es un tema delicado. Personalmente, soy partidaria de que se vea reflejado el esfuerzo físico, en rendimiento del atleta más allá de la tecnología. Si a mí me preguntasen, yo diría que no metamos la tecnología en el deporte porque creo que son dos cosas distintas”. Al menos durante la competición. Alonso recuerda que durante los entrenamientos ya se aplican innovaciones importantes que permiten al atleta alcanzar una mayor eficiencia. “Eso es lo que no se puede controlar y quizás sí tenga cabida en el deporte, más allá del uso de materiales específicos en una competición”, comenta.
El debate sobre el peso que debe tener la tecnología en las competiciones deportivas no es nuevo. Ya en la década de 1960, por ejemplo, se dio un caso similar: en plena guerra fría el saltador de altura soviético Yuri Stepanov ganó a EEUU gracias, entre otros factores, a sus zapatillas. Casos como el de Kipchoge muestran sin embargo que empiezan a ser un reto acuciante.
Imágenes | Alvaro_Tapia (Flickr), Michiel Jelijs (Flickr), Bernal Saborio (Flickr), Filip Bossuyt (Flickr), Steven Pisano (Flickr)
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