😊
Míralo.
Ahí arriba.
Abriendo un reportaje con ínfulas de mayúscula, usurpando con su sonrisa boba, de garabato de parvulario, el lugar de honor que hasta hace un puñado de siglos estaba reservado a aquellas ceremoniosas y muy circunspectas capitulares; letras coloridas, recargadas —en ocasiones hasta espirituales— que requerían de los monjes copistas noches enteras inclinados sobre el scriptorium, con dolor en el lumbago, la vista nublada y la garganta irritada por una mezcla casi narcótica de olores, suma de los efluvios del tintero, el cuero curtido y el humo de las velas.
Míralo, un smile. De mejillas rubicundas y cara de oblea.
La cuestión, seamos sinceros, es que —tal vez para disgusto de Pérez-Reverte y algún que otro académico más de la RAE— en nuestro uso diario del español escrito juega un peso mayor ese rostro desorejado que muchas de las sobresdrújulas que alimentan la bella y antigua lengua de Cervantes. Poco importa tu edad, dónde vivas, a qué te dediques, si solo tienes el título de la ESO o has llegado a catedrático. Si abres tu cuenta de Twitter, Facebook e Instagram o la lista con las últimas conversaciones de WhatsApp es muy probable que ahí esté el rostro con ictericia. Quizás no ese mismo; pero sí otro similar, menos risueño, con cuernos, gafas, halo angelical o gesto burlón.
¿Cómo se ha colado esa cara sonriente en nuestras conversaciones, desde los tuits más impersonales a los DM privados o incluso nuestras charlas por WhatsApp?
Pues en gran medida por obra y gracia de Internet, las redes sociales y herramientas de mensajería instantánea que vienen ya de tan atrás como el difunto MSN Messenger y se mantienen a fecha de hoy de la mano de WhatsApp, Telegram o Viber. Los smiles no son además su único poso en el idioma. Extranjerismos, a menudo llegados del inglés vía Sudamérica o Centro América; neologismos —palabras de nuevo cuño—, una ebullición de signos de exclamación e interrogaciones, hashtags, gifs, stickers o abreviaturas, entre otros ingredientes, componen el aderezo de una nueva variedad lingüística que germina, poco a poco pero con energía, al calor de la Web.
Un fenómeno bien medido y calibrado
Quienes se dedican al estudio de las lenguas llevan tiempo percibiéndolo. La Red y plataformas como Facebook o Twitter han generado nuevos usos del idioma marcados por la hibridación entre el idioma convencional y los apoyos visuales . También por una fuerte oralización de la escritura. “Las redes e Internet introducen en la escritura rasgos de la lengua oral, que es espontánea, inmediata e interactiva; pero como hay cosas que no se pueden reflejar (los gestos, el volumen…) se recurre a ciertos signos, como mayúsculas y minúsculas o alteraciones en la puntuación. Las redes han añadido todo eso. Crean una cuña entre la oralidad y la escritura, menos sujeta a la gramática”, reflexiona José Pazó, doctor de Lengua Española y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM).
Tal variedad parece haber prendido además con una fuerza especial entre las capas más jóvenes de la población, permeables, empeñadas en definir su propia personalidad, familiarizadas con el manejo de las redes ya desde la cuna y que, a menudo, destacan por un uso frecuente de plataformas como Twitter o Instagram. No es que el fenómeno sea exclusivo de adolescentes y chavales; pero sí ha encontrado en esa franja de edad un terreno particularmente bien abonado.
“Los grupos toman las lenguas como forma de expresión. Cogen palabras, giros, frases… como suyos. Lo hacen también los gremios en busca de funcionalidad, precisión y una forma de distinguirse. Los jóvenes son además grandes creadores de léxico y de cambios de acepción de palabras. Eso se ve en las redes. Muchos youtubers son epítomes de esa oralidad juvenil, líderes lingüísticos que afectan a sus seguidores, señala Pazó.
“La población adolescente tiene la necesidad de distinguirse de sus mayores, de marcar su propia identidad y a la vez generar grupo. Lo que hacen con la lengua es crear nuevas expresiones, abreviaturas… Para marcar esa distinción, esa diferencia generacional. Es lo que se ha hecho siempre; pero es verdad que ahora está muy potenciado”, comparte Carmen Maíz Arévalo, profesora del Departamento de Estudios Ingleses: Lingüística y Literatura de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Al afrontar esa construcción de recursos y expresiones propias, los adolescentes parten además de un entorno rico en imágenes, con gran peso de la fotografía y el audiovisual.
“Parece que esta generación es mucho más visual que las anteriores. Según varios autores se utiliza más un lenguaje que llamamos híbrido, mezcla de emojis, gifs… con texto, que incluye además abreviaciones, muchas onomatopeyas, repeticiones de caracteres… Es un rasgo que se da en distintos idiomas entre la población más joven”, abunda Maíz Arévalo. No hay que irse muy lejos para apreciar las diferencias entre el manejo que hacen de los nuevos recursos los jóvenes y adultos. Queda latente ya, por ejemplo, en los estados de WhatsApp: los primeros son mucho más dados a la utilización de emoticonos que los segundos, que suelen decantarse por frases.
“Ya se habla de un discurso que tiene sus propios rasgos, que no es ni puramente oral, ni puramente escrito, sino híbrido. Es como si fuese uno nuevo, que no tiene nada que ver ni con la conversación cara a cara ni con la escritura que podemos usar en una charla más formal. Tienes que buscar nuevas categorías”, abunda Maíz Arévalo. Prueba del interés que genera en los ruedos académicos es que ella misma tutela a cuatro doctorandas que elaboran tesis sobre cuestiones ligadas directamente al discurso digital, como el odio en Twitter, el manejo del idioma en las evaluaciones de Tripadvisor y las conversaciones de WhatsApp o las estrategias a las que recurren los usuarios de Tinder para lograr un mayor número de matchs.
Desde la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alicante (UA), la profesora María del Carmen Méndez Santos añade que, además de híbrida, la nueva variedad es dinámica, cambia con rapidez. “El uso de las expresiones es más corto. El ritmo, más acelerado. Lo que puede ser más diferente con respecto a lo que ocurría antes es la velocidad con la que nacen y mueren las expresiones”. A modo de ejemplo, Maíz Arévalo recuerda la deriva de la expresión LOL, acrónimo de la frase inglesa Laughing out Loud. Irrumpió en el lenguaje. Se popularizó. Llegó a colarse hasta en la sopa. Y, con las mismas, va camino de esfumarse.
“Son marcas generacionales. No suelen durar mucho en el idioma. Todas estas expresiones, por ejemplo 'bro', seguramente se quedarán dentro de esta generación y no creo que tengan mayor trascendencia. No suelen permanecer. Los cambios lingüísticos que permanecen en la sociedad son los que inician grupos prestigiosos, de poder. Y los adolescentes, por suerte o desgracia, no lo son”, recuerda la investigadora de la UCM.
Su reflexión conecta con otra de las características de la variedad del idioma que se está cocinando en las redes. Si su aderezo son una mayor oralización, un fuerte peso de la imagen, la rapidez en los cambios… no puede perderse de vista que Internet, la olla donde se cocina ese mejunje, es a la vez una plaza en la que lidian infinidad de idiomas. Y no en igualdad de condiciones, precisamente. Por influencia cultural y peso geopolítico manda —y con mucho, además— el inglés.
Pazó recuerda que en ese gran “escenario para muchas lenguas que rivalizan” el inglés acapara cerca de la cuarta parte, frente al aproximadamente 8% del español. “Lo que hay es un dominio por el momento muy grande del inglés, sobre todo en las lenguas occidentales. En las orientales es distinto”. Desde su facultad de la UCM, Maíz Arévalo constata el afloramiento de expresiones de origen francés o incluso inglés, aunque advierte que no siempre llegan a través de lo que podría entenderse como canales directos: “Hay algunas que no proceden del inglés sin más, sino a partir de versiones más latinoamericanas”.
En cierto modo, la causa vuelve a estar directamente ligada a la tecnología. Al margen de sus propias influencias y del peso de géneros musicales como el trap, el rap o el reguetón, en 2021 un adolescente tiene a su alcance una gama de opciones para acceder a contenidos en versión original que a duras penas podía imaginarse otro de los 90. YouTube o plataformas como Netflix y Spotify le ofrecen un flujo casi ilimitado de canciones, películas y series a golpe de clic. “Tienen un nivel de inglés mucho más alto, por lo que es fácil incluir algunos de estos términos en su día a día. La lengua española tiende a llenarse de extranjerismos relacionados con la tecnología y todo lo que ella deriva”, apunta María Jesús Machuca, profesora del Departamento de Filología Española de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).
Hablantes conectados y fronteras diluidas
Más allá del peso predominante del inglés, de acoger una nueva variedad lingüística marcada por su carácter híbrido y oral y de imprimir un ritmo acelerado a los cambios en el idioma, las redes sociales han servido para poner a hablantes en contacto; y eso —que puede sonar a perogrullada— cuando permite traspasar kilómetros, fronteras y océanos tiene un impacto considerable. “Un concepto clave es el de comunidades de habla, personas que hablan un mismo idioma, pero que por sus factores lo hacen de una forma similar que les hace tener un sentimiento de grupo", ilustra Méndez, quien recuerda que "los discursos digitales son una variedad con sus propios códigos y normas. Hay giros, por ejemplo, que solo se usan en Twitter y no en otras redes". "En este caso podemos ver que hay este tipo de ítems, expresiones, frases, giros… que generan un ambiente de filiación".
“Hay mucho espacio para la generación de comunidades selectivas, muy particulares. Si tú antes eras una minoría y te gustaba cierto tipo de música o productos culturales, una serie un poco rara, por ejemplo… era muy difícil que pudieras acceder a ella. Esas minorías eran mucho más difíciles de construir; ahora tenemos la posibilidad. Cualquier expresión subcultural, más o menos minoritaria, tiene posibilidades muy sencillas de acceder a cualquier tipo de contenido”, señala Juan Carlos Revilla, profesor del Departamento de Antropología Social y Psicología Social de la UCM. Grandes influencers, equiparables al Rubius —explica— ya los había antes de la Red encarnados por actores de Hollywood o pop stars. La novedad ahora es “la explosión de posibilidades, muchas más y diversas expresiones comunitarias”.
Extranjerismos, emojis, gifs, acrónimos, signos de puntuación, hashtags, un contacto más sencillo entre hablantes con gustos en común, por minoritarios que sean… La siguiente pregunta que surge, en rigor, es: ¿Se está produciendo una homogenización del idioma, en cierto modo, entre los más jóvenes? Al menos en el foro de las redes y por escrito. En otras palabras: ¿Están motivando YouTube, Tiwtch, Facebook… una globalización en las jergas juveniles? ¿Lo favorece que hoy en día las redes permitan conectar en tiempo real a un joven de Montevideo, otros dos de Londres y Barcelona, un cuarto de Lugo y un quinto de Singapur? Para Lola Pons, autora del libro El árbol de la lengua y catedrática de la Universidad de Sevilla (US), la respuesta es clara.
“Indudablemente el léxico juvenil, que es proclive al cambio generación a generación, mostraba antes tendencias de uso más locales. El hecho de que, por ser justamente generacional, fuera fagotizado por la siguiente generación de jóvenes no hacía posible la extensión geográfica amplia que pueden alcanzar innovaciones más sostenidas en el tiempo. Ahora el chetado de un chico de México es oído en tiempo real por una muchacha de Cádiz, y la globalización se constata en la adopción de usos de otras áreas”, comparte Pons: “Los resultados de cualquier fenómeno de globalización lingüística se muestran en una mayor uniformización léxica y, también, curiosamente, en una mayor exposición a ciertos usos dialectales, marcados geográficamente, a los que si no es por plataformas de comunicación no estaríamos expuestos. Ojalá resultase la consecuencia de una mayor cultura lingüística”.
Méndez concuerda en que hay tendencias relevantes, como una aceleración en el ritmo de los cambios, una mayor facilidad para crear comunidades o el uso de extranjerismos, pero se muestra cauta sobre la posibilidad de que las redes sociales y el peso de sus influencers estén favoreciendo una mayor homogenización del idioma. “Podemos decir que es una falsa impresión porque eso también pasaba con los medios de comunicación, que son grandes influencias en las tendencias de la lengua. Antes no había redes sociales y copaban ese espectro. Ahora los youtubers son creadores y, por supuesto, hay expresiones que se vinculan a una persona en concreto. Eso ha pasado siempre. Con periodistas, antes incluso con los literatos y ahora, en esta postmodernidad, con Internet. Crean esos cambios lingüísticos y por la inmediatez de la Red parece que va un poco más rápido. Quizás por eso la gente tiene esa sensación de que se homogeniza más; pero no me atrevería a opinar sobre ello hasta que pasen cien años”.
“Hay cierta globalización y está afectando al lenguaje”, tercia Sergio Maruenda, profesor del Departamento de Filología Inglesa y Alemana en la Universidad de Valencia (UV), quien apunta que la homogenización no está exenta de matices y diversidad. Por ejemplo, aunque el uso de los emoticonos esté extendido por todo el mundo, un mismo símbolo puede no tener idéntico significado en Madrid que en Tokio o Singapur. “Hay tesis sobre el factor cultural en los emojis. Tienen un valor diferente en función de la cultura en la que se utilizan”, aporta. La homogenización sería mayor entre hablantes con contextos culturas más próximos y referentes en común.
Materia de estudio... y valiosas aliadas
Además de haberse convertido en materia de estudio, fuente de quebraderos de cabeza e inspiración, las redes se han destacado a lo largo de los últimos años como valiosas aliadas de los historiadores de la lengua y los filólogos. Actúan, en cierto modo, como escaparates del uso del idioma, minas de las que los investigadores pueden extraer un volumen de información con el que casi no se atrevían a soñar hace veinte años, cuando si un estudioso quería obtener muestras sobre el empleo del idioma debía salir a la calle con las orejas bien abiertas, una grabadora y cuaderno.
“Yo estudio la pragmática y para nosotros es un auténtico filón. Antes para conseguir datos tenías que tirar de grabadora y transcribir luego los textos. Y a lo mejor en dos horas de conversación, que llevaban muchísimo trabajo, no encontrabas nada de lo que estabas buscando”, recuerda Maíz Arévalo. Las redes sociales no solo allanan el acceso a conversaciones —“Siempre siendo ético y eliminando los nombres de usuarios”, insiste—; facilitan también un manejo dinámico de la propia información. De entrada ahorran a los filólogos la tediosa labor de transcribir diálogos interminables, pero tienen ventajas que van mucho más allá: permiten el empleo de buscadores para afinar el estudio, la creación de bases de datos y el manejo de herramientas de Big Data.
A su alcance los investigadores tienen recursos como NVivo, Atlas.ti, Sketch Engine o AntConc, softwares que les facilitan el trabajo con grandes bases de información de una manera ágil, rápida y sobre todo precisa. “Como fuente de datos el valor es incalculable. Nos ofrece la posibilidad de compilar un corpus enorme que luego sometemos a herramientas de procesamiento”, concuerda Maruenda.
“Las redes son un buen campo de exploración de datos, sobre todo los ligados a la inmediatez comunicativa, los que reproducen por escrito usos y rasgos que los hablantes tenían antes restringidos a empleos muy conversacionales e informales, que solo la grabación de horas de audio podría documentar. Además, muchos hablantes se geolocalizan en sus perfiles y eso para quienes estudiamos cuestiones dialectológicas es también, con la prudencia debida, una fuente de información de interés”, comenta Pons. Hace años ella misma echó manos de vídeos subidos a YouTube y textos escritos en Twitter para apoyarse —junto a diálogos grabados— en uno de sus estudios filológicos. “Nos quejamos de que las redes pueden transportar contenidos impertinentes o matizables, pero para la investigación en lengua actual ese río verbal de las redes puede brindarnos una buena pesca de datos”.
Ayudan, y mucho, sí; pero el manejo de las redes en el estudio lingüístico obliga también a plantearse interrogantes: ¿Las muestras que se obtienen son representativas de la escritura? ¿Lo son de la oralidad? ¿O reflejan, más bien, una nueva variante que hibrida ambos registros? Si tenemos que escribir a un amigo, ¿lo haremos igual en Facebook o vía WhatsApp que en un email? “Hace treinta años cuando los filólogos usábamos grabadoras estabas restringido a la gente que podías grabar. Las redes facilitan alcanzar más muestras; pero no sabemos medir hasta qué punto hay espontaneidad, cuánto hay de prefabricado. El medio influye”, reflexiona Maruenda.
El problema de cómo y hasta qué punto son representativas las redes sociales como proveedoras de información no es realidad tan nuevo. La experta de la UV recuerda que los filólogos ya afrontaron dilemas al trabajar con pasajes literarios o artículos extraídos de la prensa, fuentes más tradicionales. “La parte buena de las redes es que te ofrecen un pulso del idioma mucho más vital, espontáneo. Una de las críticas a los corpus antiguos es que solo eran textos escritos, y por gente de clase alta además. Hay cierto clasismo en estas cuestiones".
Pero... ¿Se habla peor?
Lo que parece generar mayor consenso entre los filólogos es la idea de que, en la era de Internet, de las redes, de lo instantáneo, global y visual, con los emojis y gifs señoreando en las conversaciones por escrito y los mensajes salpicados de abreviaturas, extranjerismos, interrogantes, hashtags y exclamaciones, el idioma no se utiliza ni mejor ni peor que hace dos décadas. Simplemente —insisten— se maneja de otra manera, con otras peculiaridades. La lengua evoluciona, muta, igual que ha venido haciéndolo desde los tiempos del Arcipreste de Hita y aun antes, en los todavía más lejanos de las Glosas Emilianenses. “¿Se empobrece el idioma? Si le preguntas a alguien que no sea un lingüista te va a decir que claro, que ya no se sabe comunicar. Pero los lingüistas, en mi caso, y sé que muchos compañeros piensan lo mismo, vemos el lenguaje como una entidad viva. No va ni a mejor, ni a peor; solo cambia, evoluciona. Ya no hablamos como nuestros abuelos. Y eso no es ni bueno, ni malo, solo una evolución”, defiende Maíz Arévalo.
No todos los expertos opinan igual, por supuesto. Algunos académicos consideran que la huella lingüística de Facebook, Twitter, Instagram y el resto de redes trasciende el entorno estrictamente digital y está influyendo en cómo manejan el idioma las personas en su día a día. Y no siempre en el buen sentido. “El uso que se da a las redes tiene un impacto significativo tanto en el ámbito académico como en el social y personal. El lenguaje también se ha visto afectado debido a las nuevas formas de expresión propias de este contexto digital”, señalaba Claudia Desiré Díaz en un artículo publicado en 2019 en Acta Herediana, en el que apunta: “Pese a que las redes han simplificado la vida, estas han perjudicado enormemente el progreso y desempeño de las capacidades lingüísticas de las personas, alterando el lenguaje verbal y no verbal, en especial en los jóvenes”.
Guste más o menos, se considere que cualquier tiempo pasado fue mejor o encaren los cambios con entusiasmo, lo que está claro es que Internet y en especial las redes están dejando pegada en el idioma. Difícilmente podría ser de otro modo. Si Facebook, Twitter, Instagram, Snapchat y un largo etcétera de plataformas han revolucionado la comunicación, forzosamente debían pasar antes por su base: el idioma. A su calor se fragua una nueva variedad lingüística, con fuerte marchamo de la oralidad, híbrida, mucho más visual, trufada de extranjerismos y con la capacidad de saltar por encima de fronteras. Una además que prende con energía entre los más jóvenes.
Ha llegado para quedarse y evolucionar.
Y, por lo pronto, ya ha conseguido algo que quizás habría espantado a Larra: que un reportaje pueda cerrarse, igual que millones de emails y mensajes, con una carita sonriente.
😉
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