Nevil Maskelyne hundió su pluma en el tintero, alisó las esquinas del folio en blanco que tenía sobre el escritorio y, con un largo suspiro de resignación que resonó por los pasillos del Real Observatorio de Greenwich, se arrancó a escribir. Si un año antes —qué año, si unos meses, si un par de semanas atrás— alguien le hubiese dicho que tendría que redactar una carta como la que ahora empezaba lo habría tomado por un lunático. Es más, probablemente y a pesar de toda su paciencia, curtida a base de noches en vela pegado al telescopio, Maskelyne se habría sacado su peluca empolvada y arremangado la levita para hacérselo saber a bastonazos.
El caso es que allí estaba.
Él, Astrónomo Real, responsable del observatorio de Greenwich, miembro de la Royal Society, Medalla Copley, docto y admirado y distinguido hombre de ciencia, reconociéndole a un donnadie estrafalario el que quizás fuese el mayor logro astronómico del siglo XVIII y todo un hito desde los ya lejanos tiempos de Claudio Ptolomeo: ni más ni menos que el hallazgo de un nuevo planeta.
La mano le temblaba al escribir. Mitad entusiasmo. Mitad rabia contenida.
“Real Observatorio de Greenwich, 23 de abril de 1781. Señor, debo reconocer mi obligación con usted por la comunicación sobre su descubrimiento del presente cometa o planeta. No sé cómo llamarlo. Es tan probable que sea un planeta normal que se mueve en una órbita casi circular…”
“Planeta”. Vista así, con su angulosa orografía de valles y cumbres de tinta escarbadas sobre el papel, la palabra se hacía difícil de asimilar. Como astrónomo a Maskelyne le hormigueaban las manos solo de pensarlo —¡Un nuevo cuerpo planetario más allá de Saturno!—; como científico profesional sin embargo la idea de que semejante hallazgo recayese sobre un amateur le resultaba de digestión lenta. Casi, casi sentía cómo el orgullo se le hacía bola en la garganta. Con otro suspiro de resignación que debió de sentirse incluso desde la calle, Maskelyne dejó la pluma y sacó la botella de licor que guardaba a salvo de miradas indiscretas en uno de los cajones de su escritorio.
Mejor sobrellevar aquello con un buen lingotazo.
Dos eran los motivos por los que a Nevil Maskelyne debió de hacérsele todo un suplicio —los detalles, por supuesto, están aquí novelados— escribir la carta que remitió a Bath a finales de abril de 1781. Primero por a quién iba dirigida. Segundo, el por qué la enviaba. El destinatario era William Herschel, un inmigrante de Hannover, músico, compositor y astrónomo amateur, tan hábil en la elaboración artesanal de telescopios como polemista y disparatado era en sus observaciones.
Justo un año antes el tal Herschel había publicado un artículo en la Philosophical Transactions de la Royal Society en el que aseguraba haber visto con sus telescopios caseros los “bosques” de la luna, los mismos que —sostenía el de Hannover— “con toda probabilidad” poblaban sus habitantes. En vez de retractarse cuando Maskelyne le recordó que ya estaba más que demostrado que el satélite carecía de una atmósfera adecuada para la vida, Herschel se había mantenido en sus trece. No solo se reafirmó en su postura de que la luna debía acoger vida “de un tipo u otro”, sino que envió una carta a Maskelye que remataba con un ramalazo digno de la mejor ironía británica: “Si tuviera que elegir, no dudaría ni un instante en establecer mi morada en la luna”.
La disputa había sido tan estrafalaria y tan herido en su orgullo se había sentido el Astrónomo Real que en el verano de 1780 se subió a un carruaje con su colega Charles Blagden para viajar a Bath y conocer en persona a aquel empecinado astrónomo autodidacta. Si tarado le había parecía por carta, tarado y medio se le antojó en persona. Maskelyne le reconocía a Herschel un robusto bagaje —mérito nada menor si se tenía en cuenta que se había formado por libre— y los telescopios reflectores que fabricaba le habían impresionado, cierto; pero en todo lo demás el director de Greenwich se ratificó en sus sospechas: el tal William era un chalado. Al exponer sus ideas se dejaba llevar por una pasión sin complejos, casi, casi adolescente; de vez en cuando aún trastabillaba con el inglés y para colmo le servía de ayudante su propia hermana, Caroline, una joven menuda, de mirada aguda e inquisitiva, pero tan tímida que apenas había intercambiado palabra con Maskelyne.
En cuanto a la casa de los Herschel… Aquello era el caos hecho morada. Partituras, astrolabios, lentes metálicas a medio fabricar, herramientas de fundición, claves, violines… No había ni una esquina en la que poder sentarse sin tener que apartar antes papeles. Para colmo, cuando el invitado franqueaba la puerta le golpeaba un olor nauseabundo, mezcla de los productos químicos con los que los Herschel pulían sus espejos. El aroma era tan pestilente que —comprobaron muy a su pesar Maskelyne y Bladgen— se impregnaba en la ropa como el humo de tabaco.
Y con todo, había sucedido lo impensable. Menos de un año después de la visita de Maskelyne a Bath, en marzo de 1781, Herschel había notificado el hallazgo de un cuerpo celeste que con el paso del tiempo se confirmaría como el séptimo planeta del Sistema Solar: Urano. El logro dejaba pequeño cualquiera de las aportaciones del director de Greenwich y catapultaba a Herschel a unas cotas de fama inimaginables. Cinco años después incluso su hermana, Caroline, aquella joven tímida y recatada, daba otro “campanazo” al comunicar el descubrimiento de un cometa entre las constelaciones de la Osa Mayor y Coma Berenices, el hoy conocido como C/1786 P1.
Maskelyne suspiró por tercera vez, dejó la botella, tomó la pluma y con el orgullo reblandecido por el licor volvió al lío. No lo escribió —bueno, no en aquella carta a Herschel, aunque sí lo dejaría caer en otra que dirigió por esas mismas fechas a Joseph Banks, presidente de la Royal Society—, pero lo murmuró en su despacho vacío: “Este maldito Herschel es el astrónomo con más suerte del mundo. ¡Lo que ha descubierto de pura chiripa mirando por su telescopio!”
Aficionados entre (muchas) comillas
La historia de los hermanos Herschel es quizás el mejor ejemplo de una máxima bien conocida en la astronomía: nunca subestimes a un aficionado. A diferencia de la física, química, matemáticas, bioingeniería o neurobiología, por citar un par de ejemplos de ciencias acotadas a expertos, el carácter observacional de la disciplina que sondea los astros la ha convertido en un saber cultivado por propios y extraños. Si es que “extraño”, claro, puede considerarse a un astrónomo solo por no tener un título colgado de su pared y estar en nómina de un observatorio.
Durante gran parte de sus vidas —especialmente la de él— William y Caroline Herschel se ganaron la vida como músicos. El plato lo llenaban gracias a su trabajo con partituras y si algo sabían de astronomía era por las nociones que les había inculcado su padre durante las lejanas noches de Hannover, los ensayos que leían y lo que buenamente observaban con sus propios telescopios, elaborados de forma artesanal en un taller situado en la planta baja de su casa. Con el tiempo, esa circunstancia no les impidió ponerse a la altura de los mejores académicos de la Royal Society. William incluso acabaría convirtiéndose en astrónomo personal del rey Jorge III y Caroline —en opinión de muchos—, en la primera astrónoma profesional, reconocida y con sueldo.
Su caso es paradigmático, pero desde luego no único. De hecho, no hace falta remontarse tanto para encontrar a astrónomos aficionados que se ciñen los laureles. El 13 de septiembre otro “amateur” —insisto en lo de las comillas—, José Luis Pereira, registró en São Caetano do Sul, en Brasil, el impacto contra Júpiter de lo que probablemente haya sido el fragmento de un asteroide o cometa. Poco antes un estudiante, Kai Ly, descubría una nueva luna (EJc0061) en la órbita del mismo gigante gaseoso y un año atrás, en julio de 2020, otro aficionado, Shigehisa Fujikawa, detectaba en Japón una nova de magnitud 9.9 en la constelación de Sagitario.
Si se amplía un poco el foco, hasta 2016, encontramos el caso de Víctor Buso, un cerrajero de Rosario (Argentina) que sorprendía igualmente al mundo al “cazar” el destello de una explosión estelar en la galaxia espiral NGC 613, a alrededor de 80 millones de años luz. Lo consiguió mientras probaba una cámara nueva para su telescopio y a pesar de que el fenómeno resulta tan excepcional —permitió presenciar “en directo” el nacimiento de una supernova— que un astrónomo de la Universidad de California, en Berkeley, llegó a bromear diciendo que a Buso le había tocado la “lotería cósmica”. Nada comparado en cualquier caso con el logro alcanzado en Camberra, Australia, por Michael Sidonio en 2013, cuando descubrió una galaxia enana, NGC 253-dw2.
La lista suma y sigue.
No todas las aportaciones de los aficionados son de ese calibre, por supuesto. Al igual que muchos astrónomos cubren un trabajo de análisis que no acaba en grandes titulares, hay amateurs que contribuyen con observaciones minuciosas (y silenciosas), menos llamativas seguramente que las de Pereira, Fujikawa o Sidonio, pero igual de valiosas para la comunidad científica y que a menudo terminan recogidas en papers académicos y revistas de impacto.
Prueba de la importancia de los amateurs es que la comunidad científica se ha dotado de un espacio de colaboración entre la dos esferas: la “aficionada” y la “profesional”, dejando ambos términos bien cargados de comillas. En España la Sociedad de Astronomía (SEA), que aglutina a más de 800 expertos, incluidos 600 doctores en Astrofísica; y la Federación de Asociaciones Astronómicas (FAAE), representante de alrededor de 7.500 u 8.000 aficionados de todo el país, han articulado un “nexo de unión” que busca “facilitar recursos y herramientas” con la meta común de ahondar en el conocimiento del cosmos: la Comisión ProAm.
En su web oficial, la SEA informa de cerca de una decena de proyectos bajo el paraguas ProAm en los que se han embarcado miembros de la sociedad. Sus materias de estudio abarcan desde la detección de exoplanetas y estrellas variables a la medición de estrellas dobles visuales, el estudio de la contaminación lumínica o incluso la identificación de asteroides cercanos. Los tiros de cada programa apuntan a una diana distinta; pero la pólvora es siempre la misma: la suma de esfuerzos entre astrónomos profesionales y observadores amateurs.
Un ejemplo de éxito: K2OjOS
Una de las iniciativas ProAm más recientes es K2OjOS, cimentada en la colaboración entre la Sociedad Astronómica Asturiana Omega y el Instituto Universitario de Ciencias y Tecnologías Espaciales de Asturias (ICTEA). A grandes rasgos, su objetivo —precisa la SEA en su web oficial— es “la inspección visual de las curvas de luz de la campaña 18 del Telescopio Espacial Kepler en su misión extendida (K2)”. ¿Con qué propósito? Básicamente detectar nuevos “candidatos” a exoplanetas, el "refinamiento de los parámetros de planetas ya confirmados", localizar nuevas estrellas variables y evaluar el rendimiento del análisis visual de curvas de luz.
Cómo surgió y los logros qué ha alcanzado K2-OjOS —K2-OJimetrO Survey es su nombre completo— es un buen ejemplo del potencial del marco ProAm. También de lo mucho que puede aportar la ciencia ciudadana al avance de la investigación. Su semilla se puso en enero de 2020, en Gijón, durante una conferencia sobre la búsqueda de exoplanetas. De su “humilde” objetivo inicial —el análisis de datos del telescopio espacial Kepler para descubrir y caracterizar una nueva estrella variable— se fue pasando, a medida que avanzaban los meses y el confinamiento por el COVID-19 dejaba más tiempo libre a sus participantes, a un proyecto ambicioso que acabó embarcando a instituciones de prestigio, profesionales del ICTEA y diez aficionados de OMEGA. Durante su estudio, los astrónomos amateurs inspeccionando de forma visual más de 20.000 curvas de luz.
Según describen sus propios autores en la revista Astronomía, los resultados preliminares de K2-OjOS se presentaron hace algo más de un año, durante la XIV Reunión Científica de la SEA, y reflejan con claridad el éxito de la colaboración. El proyecto ha permitido detectar cuatro nuevos exoplanetas y 14 nuevos candidatos planetarios. A mayores ha recuperado otros 24 —de ambos tipos, descubrimientos y candidatos— que ya se habían identificado y publicado.
"La idea original surgió tras una charla que impartí en Gijón sobre la detección de exoplanetas y consistía simplemente en caracterizar una estrella variable que fuera desconocida y darla de alta en el International Variable Star Index (VSX). Pasaron las semanas sin que hiciéramos nada, pero llegó el confinamiento y la persona con la que había hablado —junto a más gente a la que le gustó mucho la propuesta— empezó a buscar estrellas variables en datos de una campaña del telescopio espacial Kepler, visualmente, revisando curvas de luz a ojo. Ocurrió lo que sabía que iba a ocurrir: empezaron a encontrar señales de tránsitos de exoplanetas. Eso les ilusionó mucho y al final un grupo de diez aficionados se puso a revisar sistemáticamente las curvas de luz de una campaña de K2", relata Enrique Díez, doctor en astrofísica, investigador de ICTEA y socio de la SAA Omega..
"Teníamos reuniones periódicas, por teleconferencia, en las que iban señalando lo que encontraban. Cualquier cosa diferente a ruido, ellos la clasificaban como estrella variable, exoplaneta... De alguna manera, yo lo coordinaba. Montamos una base de datos con un montón de candidatos. Todo esto durante el confinamiento. Luego ya se se implicó más gente del instituto y empezamos a escribir un artículo científico con los datos recopilados por la colaboración ProAm". Los resultados de K2OjOS no solo revelaron nuevos planetas más allá del sistema solar. Gracias a sus mediciones, los expertos pudieron constatar también las diferencias cruciales entre el análisis de datos con métodos automatizados y el que se basa en la observación pura, visual, a la antigua usanza.
"Hay algoritmos que buscan señales de tipo tránsito, pero bajo ciertas circunstancias no son tan eficientes como lo es la búsqueda a ojo. Parece mentira, pero es así. Bajo ciertas circunstancias el ojo es mejor que los algoritmos. Es muy demandante de tiempo, pero al final los resultados son mejores. Una de las cosas que hacemos en el artículo es comparar las detecciones que hacen los aficionados a ojo con lo que detecta el algoritmo", añade Díez. En el desarrollo del paper el equipo de K2-OjOS contó con la colaboración de instituciones de primer nivel, como la Universidad de Tokio, del CSIC, del Departamento del Espacio, Tierra y Medio Ambiente de la Universidad de Chalmers.
Una ciencia para observatorios y azoteas
“La astronomía es quizás la única ciencia en la que los amateurs tienen una importancia evidente y en cantidad, en número. No hay químicos amateurs, por ejemplo, o por lo menos no son conocidos; pero en la astronomía sí y eso se manifiesta en los programas de ciencia ciudadana, en los que la colaboración de amateurs es relevante”, comenta J. Álvaro, presidente de la FAAE.
El peso amateur en las investigaciones parece ir acompañado además de un aumento de la afición por la astronomía en la sociedad. Al menos así lo apuntan los datos de la propia FAAE, que solo en el último año ha sumado cerca de media decena de asociaciones a su listado. Si cuando empezó, en 2014, la federación agrupaba a una veintena de agrupaciones hoy su número se ha multiplicado hasta rondar las 75. “Ha sido un goteo constante, continuo. Ahora el número de aficionados representados puede estar entre los 7.500 y 8.000”, calcula Álvaro. De ellos no todos participan en ProAM, claro. La FAAE estima que los amateurs cualificados que se embarcan en iniciativas como K2-OjOS pueden suponer “en torno al 10% o un poco menos”.
Lo que sí se aprecia es una tendencia cada vez mayor a colaboraciones en las que se suman los esfuerzos de profesionales y aficionados. “Los grupos ProAm existen desde hace tiempo. Desde que hay amateurs, que es quizás antes que profesionales, se vienen dando colaboraciones entre ambos. Pero quizás ahora con más intensidad porque se va haciendo difusión y captación”, reflexiona.
“ProAm es casi una actividad ligada a la historia de la astronomía. Ahora está más marcada porque por profesionales entendemos a aquellos que cobran un sueldo por hacer astronomía y como amateurs a los que profesionalmente se dedican a otros sectores. Es un matiz importante porque hay trabajos de aficionados de una calidad profesional. Hay algunos que se han especializado tanto en sus observaciones, en su campo concreto, que tratan de tú a tú a profesionales que disponen de tiempo para estudiar el tema en sus centros de investigación”, añade el coordinador de la Comisión ProAm, Iñaki Ordóñez-Etxeberria, pieza clave en la articulación de la plataforma.
Si bien el marco ProAm busca “articular, facilitar, la conexión" entre astrónomos amateurs y profesionales, la forma en cómo surge y se organiza cada proyecto es distinta. “Vigilantes de la noche”, por ejemplo, iniciativa que aspira a tomar medidas del brillo del fondo del cielo para evaluar la contaminación lumínica, se impulsó desde la esfera amateur; “Nixnox”, orientado al cuidado del cielo nocturno, lo promueve la SEA; y el Observatorio Virtual Español coordina un programa propio para la identificación de asteroides cercanos a la Tierra. El contacto entre profesionales y amateurs tampoco nace ni se canaliza siempre igual. A menudo quienes lo utilizan echan mano de las redes sociales o recurren a llamadas públicas en las que los observatorios solicitan colaboración.
Con el paso del tiempo es habitual también que acaben cimentándose vínculos de confianza entre ambos lados, la esfera profesional y la amateur, y cristalicen colaboraciones estables que van más allá de proyectos concretos como pueden ser K2-OjOs o Nixnox. La comisión que encabeza Ordóñez-Etxeberria se marca un doble objetivo: mantener bien engrasado ese engranaje, las tuercas que facilitan la suma de esfuerzos; e —igual de importante— medir cuál es su resultado final.
Desde hace meses SEA y FAAE intentan “poner el termómetro” a ProAm para aclarar cuestiones tan básicas como cuántos aficionados participan realmente en las colaboraciones, cuántos proyectos se han sacado adelante o qué frutos han dado. Datos clave todos, pero de los que ahora solo hay una noción vaga. “Sabemos que la participación del colectivo amateur en las investigaciones en astronomía es tremendamente importante, y en algunos ámbitos prácticamente imprescindible. Sin embargo, se desconoce en qué medida esa colaboración repercute en la producción científica, a cuántas personas involucra y qué aspectos de la astronomía se ven más favorecidos”, detallan desde la Comisión ProAm. De cumplirse sus previsiones, los resultados —explica Ordóñez-Etxeberria— se presentarán el próximo verano en la Reunión Científica del organismo.
“En muchas ocasiones hay astrónomos aficionados que no se articulan en asociaciones y detectan la solitud de colaboración por Internet. Por ejemplo, si ven que hay que observar una ocultación estelar o un exoplaneta, hacen las observaciones por su cuenta y envían los datos al centro de investigación. Si en ese caso no hay un paso activo del aficionado, no hay manera de que nos enteremos. Por eso estamos excavando, buscando quién ha hecho colaboraciones para medir la implicación de ProAm en el desarrollo científico de la astronomía”, señala.
La pregunta del millón: ¿Qué aporta un aficionado?
Eso es. La gran pregunta, el quid de la cuestión llegados a este punto, es: ¿Qué puede aportar un amateur con su telescopio, desde su terraza, apostado en su jardín al más puro estilo Herschel o —en el mejor de los casos— trabajando en un observatorio casero? Vale que William y Caroline revolucionaron la astronomía, pero aquello ocurrió a finales del siglo XVIII. En el XXI, en la era de grandes observatorios como el de Canarias o Atacama, de los telescopios espaciales, los rovers y con el Ingenuity sobrevolando la superficie de Marte... ¿Qué pueden hacer los aficionados?
“Los recursos técnicos con los que cuenta un amateur son más reducidos que los que tenemos en los centros de investigación y universidades, efectivamente; sin embargo el cielo es inmenso y no hay suficientes telescopios profesionales para abarcarlo todo. Hay multitud de campos en astronomía que requieren obligatoriamente la participación de aficionados para cubrir la observación. Son pequeños telescopios de menor capacidad, pero en muchas ocasiones la labor que realizan con ellos es tremendamente útil para realizar investigaciones científicas”, anota Ordóñez-Etxeberria.
A modo de ejemplo recuerda el impacto de un meteorito contra Júpiter detectado hace unos meses en Brasil por Pereira, un aficionado que recababa vídeos para otro programa, DeTeCt.
“Se lanzó una alerta y automáticamente hubo decenas de amateurs apuntando a Júpiter y haciendo un seguimiento. Desde el ámbito profesional también se hizo porque al caer un meteorito se remueve de alguna manera la atmósfera de Júpiter y se da una oportunidad excepcional para entender cómo es la dinámica de sus tormentas. Es un momento de interés especial que va a aportar mucha información científica —comenta el astrónomo—. ¿Qué ocurre? Que el telescopio del profesional no solo tiene que observar Júpiter. También debe observar multitud de objetos en el firmamento para otro tipo de investigaciones igual de importantes. De Júpiter por este impacto se tomaron imágenes durante dos horas con telescopios profesionales. Todo lo que ha podido estar pasando en el planeta el resto del tiempo se conoce gracias a astrónomos amateurs. Es fundamental. No hay recursos suficientes entre los profesionales para poder observar todo lo que pasa”, añade el coordinador de la Comisión ProAm. Para su labor en ocasiones se les facilita también el acceso a equipos profesionales. “Hay un camino de ida y vuelta”.
La unión, ya se sabe, hace la fuerza.
Los amateurs ayudan a tejer una red más amplia, más dispersa, capaz de abarcar un ámbito mayor y tocar más palos. Álvaro apunta por ejemplo cómo las aportaciones de los aficionados suelen ser cruciales en el estudio del sistema solar. “Los grandes observatorios ya no observan normalmente objetos cercanos, están más bien enfocados a otros distantes. Aunque sus equipos sean limitados, los amateurs tienen un acceso muy directo a estos objetos cercanos del sistema solar: asteroides, transneptunianos, Júpiter, Saturno… Los profesionales recurren continuamente a las observaciones que hacen los amateurs en ese ámbito porque quizás es la única información que tienen directa”, comenta el responsable de FAAES, y añade: “El telescopio Hubble no está mirando a Júpiter continuamente, sin embargo cada noche seguro que hay miles y miles de aficionados en todo el mundo que están observándolo. Y con unas calidades de imagen tremenda”.
En ese intercambio de material, —un “camino de ida y vuelta”, como lo describe Ordóñez-Etxeberria— también los aficionados salen favorecidos. Además de ver sus aportaciones e incluso sus nombres recogidos en papers de impacto, en ocasiones los amateurs tienen acceso a material de mayor calidad y disfrutan de los datos recabados por telescopios y satélites de primer nivel. “Desde hace años la información que recogen los grandes observatorios está disponible para todo el mundo, constituye ese fondo que se llama el Observatorio Virtual (VO), donde está toda la información que se está captando del universo”, explica Álvaro: "Los amateurs también pueden trabajar con ella".
Asturias vuelve a dejar otro ejemplo claro de ese beneficio mutuo entre ambas esferas. Hace solo unas semanas, el Instituto de Ciencias Tecnológicas del Espacio de Asturias (ICTEA) de la Universidad de Oviedo y la NASA organizaron una interesante campaña de observación en la que se embarcaron profesionales de primer nivel y aficionados. El objetivo —enmarcado en la misión Lucy de la Agencia estadounidense— consistió en contemplar el paso del asteroide Polymele (15094) por delante de una estrella (v202009231945353), fenómeno que habitualmente se conoce como “ocultación”. Así dicho puede no parecer demasiado interesante, pero los resultados del estudio, que movilizó a más de cien personas, la mitad astrónomos amateurs de España y otros países, tienen una importancia capital para una de las próximas expediciones espaciales de la NASA.
Ayer al final se nubló la noche, pero por suerte pudimos tomar datos.
— ICTEA (@ictea) September 30, 2021
Aquí tenéis un resumen del montaje de uno de los telescopios
(vídeo de @CienciaXl ).@NASA #polymele #NASA #Lucy #ocultation pic.twitter.com/Cj1e6qz4ZX
Al seguir la ocultación desde la “zona de sombra” repartida entre Asturias, León y Valencia —una franja óptima para estudiar el fenómeno— los astrónomos obtuvieron datos que arrojarán luz sobre la forma, tamaño y órbita de Polymele, el más pequeño de los siete asteroides troyanos de Júpiter que la NASA visitará con la misión Lucy. El propósito de la agencia estadounidense es estudiarlos a fondo y obtener toda la información posible sobre los orígenes y formación del sistema solar. Para lograrlo, claro, es fundamental conocer lo mejor posible cómo son y se comportan los asteroides. Si todo va según lo previsto, el objetivo de la NASA es alcanzar Polymele en 2027.
Para recabar todos los datos posibles la propia agencia estadounidense envió 22 telescopios del Southwest Research Institute (SwRI), de Colorado, EE.UU., y su personal formó a cerca de 60 astrónomos profesionales y amateurs para manejar el equipamiento correctamente. Al finalizar la campaña, el propio director de ICTEA, Javier de Cos, reconocía a la agencia SINC su satisfacción con la experiencia y la “entrega incansable de amateurs y profesionales”. Los equipos de la NASA-SwRi-ICTEA se distribuyeron de hecho por León y Palencia, pero la colaboración de otros astrónomos ayudó a extender el estudio por el resto de la franja, hasta Valencia.
“NASA está muy interesada en observar esa ocultación porque a través del registro de cómo va disminuyendo la intensidad de la estrella y luego vuelve a recuperarse se puede calcular la forma y tamaño del asteroide. Para realizar esos cálculos no sirve que haya un único telescopio colocado en la zona de la ocultación en la Península Ibérica, hay que distribuir una red de telescopios, cada uno con sus diferentes tiempos y registros —aclara Ordóñez-Etxeberria—. A nivel profesional no se puede movilizar a tantas personas para colocar ese número de telescopios en una región como la provincia de León. Para el registro de un evento de este tipo hace falta contar con la colaboración desinteresada de los aficionados. Y no de cualquiera, se requiere una cierta experiencia”.
La campaña peninsular muestra también la diversidad del marco ProAm. Otro ejemplo es la iniciativa Backyard Worlds, enmarcada en la órbita de la ciencia ciudadana y que se beneficia del acceso abierto a los datos de WISE para la búsqueda de signos de enanas marrones.
Quizás no sea del todo definida en lo que se refiere a conocimientos y vocación —al menos en algunos casos—, pero entre profesionales y aficionados sí hay una diferencia de calado: los primeros cobran por su trabajo; los segundos, no. ¿Qué mueve entonces a un amateur a gastarse dinero de su propio bolsillo en la mejora de sus equipos, a encadenar noches en vela, pegado al telescopio, o a encerrarse en su observatorio casero después de una larga jornada en la oficina para dejarse las pestañas delante de la pantalla, barriendo tablas de datos?
“Para nosotros la ciencia es muy importante y colaborar, poner nuestro granito de arena, ver cómo publican un artículo profesional y te citan y que tus datos sirven para algo, que no son solo una bonita postal… Eso para nosotros es reconfortante”, explica Montse Campàs, que junto a su marido, Ramón Naves, dedica buena parte de su tiempo al observatorio que montaron en 2000 en su casa, en Cataluña, el Observatori Montacabrer MPC 213. Su día a día transcurre lejos de los telescopios. Naves lleva una fábrica y Campàs es administrativa contable. Cuando termina la jornada y llegan a casa, sin embargo, dan rienda suelta a su pasión por el estudio de los astros. “Nuestros trabajos no tienen nada que ver con la astronomía, pero hemos colaborado con muchísimos proyectos”.
Mal no les ha ido, desde luego. Aunque tras su faceta como astrónomos lleven la muletilla de “aficionados” —de nuevo entre mil paréntesis— a lo largo de los últimos años Montse y Ramón no han parado y hoy son ya un referente de la observación amateur. Desde 2000 han estudiado exoplanetas, asteroides, ocultaciones, cometas, se han dedicado a la astrometría y la fotometría… Y han colaborado con organismos de primera nivel internacional, como la mismísima NASA. “Hemos hecho un poco de todo. Cuando la gente ve que puedes tomar medidas y ayudarles, te empiezan a pedir cosas. Esto ha ido avanzando y nos han ido pidiendo colaboraciones”.
"Lo haces porque te gusta, porque te lo pasas bien, y después porque sabes que de los datos se puede realmente sacar una validez y que sirven para colaborar a nivel científico con la gente que trabaja en investigación. Tienes esa doble satisfacción: por un lado te entretienes, te lo pasas bien, estás haciendo cosas que te interesan, y luego pueden tener un doble valor en el sentido de la validez a nivel profesional", concuerda Faustino García, uno de los participantes en K2-OjOS.
Para Montse hay pocas dudas sobre lo que los astrónomos aficionados pueden aportar a los profesionales si disponen de un buen equipo y conocimientos. “Ellos no tienen suficientes telescopios como para hacer todos los trabajos que quieren. Se están descubriendo multitud de exoplanetas, por ejemplo, y para corroborar nos piden datos. Los aficionados estamos haciendo mucha y buena colaboración con los profesionales". Otra de las claves es su dispersión por el territorio: al ser más, también abarcan mayor superficie, realizan mayor volumen y diversidad de observaciones y contribuyen a la riqueza de la información. "Cuanta más se tenga, mejor”.
¿Dificultades, retos derivados de no tener el amparo de una universidad u organismo profesional? Los hay, por supuesto. Pero nada que la voluntad no pueda llevarse por delante. “Nosotros vivimos a 25 kilómetros de Barcelona. Tenemos la autopista iluminada delante, pero nos hemos acostumbrado y aprendido a trabajar con esa contaminación lumínica. Hay gente que con un minuto de exposición puede sacar un cometa; nosotros a lo mejor tenemos que tardar diez. Pero bueno… Los programas te ayudan mucho. Antes a las doce tenías que decir ‘basta porque mañana hay que trabajar’. Ahora lo dejamos toda la noche en marcha, programado, al día siguiente sacamos las medidas y cuando podemos obtenemos el jugo. Hay bastantes observatorios que hacen muchas cosas”.
Oportunidades hay para los astrónomos amateurs que quieran lanzarse a la aventura de colaborar y disponen de los medios para hacerlo. Y en número creciente, además. Campàs percibe cómo cada vez hay más profesionales que echan mano de observatorios aficionados. “Creo que la tendencia es que cada vez nos están teniendo más en cuenta”, señala. Nada que no hubiese comprendido hace ya casi dos siglos y medio Maskeylne con los Herschel y el descubrimiento de Urano.
Porque en la ciencia de los astros, la de Galileo, la de Copérnico y Hubble, pero también la de los Herschel y Thomas Bopp, aficionados brillantes capaces de dar un golpe en el tablero profesional, lo que cuenta es la pasión. Y la pasión, en este caso, es la llave para la suma de esfuerzos.
Imágenes: La foto de portada, de Roberto García-Planetario de Pamplona, muestra las labores de observación de Polymele, Dewan S. Rahman (Flickr), Gianni (Flickr), Wikipedia
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