Cuando de sacar pecho patrio se trata, Francia no lo tiene demasiado complicado. En el Panteón de París descansan, entre otros, Voltaire, Victor Hugo, Rousseau, Louis Braille o Pierre y Marie Curie —si bien esta última es polaca de origen, francesa de adopción—. A lo largo de su rica historia, Francia ha sido cuna de liberalismo y motor de vanguardias, alumbró grandes multinacionales y genios de la talla de Pasteur, Lavoisier o Madame du Châtelet. Si el éxito se mide en medallas, Francia puede presumir de ser el país con las vitrinas más llenas de premios Nobel de Literatura.
Y sin embargo en el pundonor galo había una espinita clavada desde hacía tiempo.
Una vergüenza nacional, casi.
A pesar de sus viejas glorias en campos como las ciencias, la filosofía o las letras y de la inversión que destina a educación e investigación, Francia estaba muy mal representada en el podio de las grandes universidades. Así al menos se lo parecía a sus autoridades. En el Academic Ranking of World Universities (ARWU), más conocido como la Clasificación de Shanghái, de 2019 Francia no aparecía hasta el puesto 37 con la Universidad de París-Sur. Para encontrar su segundo representante había que remontarse al peldaño 44, donde figuraba la Sorbona.
La situación había sido similar en 2018, cuando la Sorbona aparecía en el puesto 36º y la París-Sur en el 42º. O también en 2017, clasificación en la que la bandera francesa no ondeaba hasta las posiciones 40 (Pierre and Marie Curie University) y 41 (París-Sur). La cosa no mejoraba al remontarse en el histórico de ARWU. En 2003, primera edición del ranking de Shanghái, la Universidad Pierre y Marie no aparecía… ¡Hasta el lejano puesto 65º de la tabla!
Tampoco pintaba mejor el estatus de Francia en otras clasificaciones internacionales. En la elaborada por Times Higher Education (THE) el país se cuela en el 45º. Peor parada sale incluso en el listado mundial de QS —publicado por Quacquarelli Symonds—, que lo relega al puesto 52.
Aunque los resultados de Francia deberían sacar los colores a España, que en el ARWU no aparece hasta la remota franja comprendida entre las posiciones 151 y 200 con la Universidad de Barcelona, para la patria de Pasteur suponía una vergüenza pública. Y como tal, públicamente, también, sus autoridades decidieron mover ficha. Tras el varapalo de ARWU, en 2010 el entonces presidente, Nicolas Sarkozy, decidió actuar para mejorar la posición gala en los rankings.
Spoiler: el intento no le ha ido nada mal. En el último ranking de Shanghái, publicado hace solo unos meses, la bandera francesa ondeaba ya en el puesto 14º. En cuestión de solo un año el país había conseguido dar una zancada de gigante y su presidente, Emmanuel Macron, no tiene reparos ya en decir que al otro lado de los Pirineos están dando forma a un “MIT à la française”.
Lo de auparse a posiciones aventajadas en las clasificaciones internacionales se quedaría solo en una anécdota, una batalla de egos entre académicos, si no fuera porque rankings como ARWU pueden ayudar a las universidades a lograr tres grandes cosas: visibilidad, atraer fondos y captar profesores, investigadores y alumnos en un escenario cada vez más competitivo.
También tienen una lectura en clave política. “Se trata de prestigio nacional. Los rankings son menos sobre estudiantes y más sobre geopolítica”, apuntaba Ellen Hazelkorn, del Instituto de Tecnología de Dublín, en declaraciones recogidas por Livemint. Casi, casi equivalen a una medalla olímpica.
¿Cómo se obró el “milagro” galo? ¿Cómo consiguió dar un salto en ARWU y hablar ya de un MIT de factura francesa? Con grandes dosis de política y no menos inversión para poner en marcha el que se plantea como su buque insignia en lo que a educación superior se refiere: la Universidad París-Saclay, institución que, como tal, oficialmente tiene apenas un año de vida.
París-Saclay, una universidad para despuntar
En un intento por enjuagarse el mal sabor de boca que estaba dejando el ranking de Shanghái desde 2003, hacia 2008 el entonces presidente de la República Francesa, Nicolas Sarkozy, decidió mover ficha. Su objetivo, explicó, era impulsar un “Cambridge francés”. Lo primero que hizo el país fue reflexionar sobre por qué se le resistían las grandes rankings mundiales.
En solfa no estaba la calidad de la educación superior gala —a Francia ya acuden estudiantes de otros países—, sino la estructura de su sistema de formación, muy atomizado. De entrada el país ofrece tres tipos de centros: las universidades, con un acceso relativamente simple; las grandes écoles, instituciones de excelencia, a las que no resulta sencillo incorporarse y que suelen asociarse con la élite gala; y en tercer lugar institutos y escuelas más centradas en la investigación.
¿Cuál era el problema? Al menos uno de los que suelen señalarse es el tamaño. La Universidad Versailles Saint-Quentin-en-Yvelines (UVSQ) figura en el listado de QS con unos 14.200 alumnos FTE, cifra que sitúa en su web en 19.000. A la École Normale Supérieure (ENS) QS le asigna 1.900 FTE. La prestigiosa École Polytechique tampoco llega a los 4.000. Aunque en Francia hay otros centros de mayor tamaño —la Sorbona supera de largo los 40.000 estudiantes FTE— están lejos de las cifras de otros países. En España, según el portal Statista, la Universidad de Barcelona ronda los 80.700 y las de Sevilla y Complutense los 72.000. Harvard anda por los 36.000 y Oxford por 24.000. Para reforzar ese flanco, Francia decidió activar procesos de fusión, impulsados incluso con diferentes leyes. Algunos ejemplos son la Universidad de Estrasburgo, PSL… O la de París-Saclay.
Obviamente, el objetivo no consiste solo en sumar alumnos o ganar en cifras absolutas bajo la consigna de "cuanto más, mejor". Se buscaba también aunar fuerzas, músculo investigador. De ahí que, haciendo buena otra vieja máxima, la de que “la unión hace la fuerza”, el Gobierno se fijase la meta de impulsar a unos 30 kilómetros al suroeste de París, en la meseta de Saclay, un “supercampus” científico capaz de rivalizar con el Instituto de Tecnología de Massachusetts y convertirse en una referencia internacional, al menos en la Europa continental.
Que el Gobierno se decantase por la meseta de Saclay no fue una casualidad. Cuando en septiembre de 2010, durante un discurso en la Escuela de Graduados del Instituto Óptico, Sarkozy abogó por generar una gran institución hacía ya mucho tiempo que el entorno de Saclay acogía laboratorios de investigación públicos y privados. Hace diez años, de hecho, ya trabajaban allí miles de personas, gran parte de ellas científicos. Por la meseta se repartían algunos laboratorios de las principales agencias de investigación francesas, la École Polytechnique o el sincrotón SOLEIL, además de instalaciones de multinacionales como Danone, Areva o Thalès dedicadas al estudio. Es más, un par de años antes ya se había creado en Saclay un clúster tecnológico.
Había potencial, pero no se le estaba sacando todo el provecho. Así se lo pareció desde luego al presidente de la República, que en septiembre de 2010 se refirió al campus como “un mosaico de instituciones, cada una de ellas de gran prestigio, pero mal coordinadas entre sí y separadas por barreras institucionales artificiales […], totalmente obsoletas en una era de competencia científica global”. Ya entonces se apuntaba a la creación de un gran campus, con mejor transporte, viviendas para estudiantes, nuevos institutos, laboratorios… Todo con una inyección ingente de fondos.
El lugar prometía y el Ejecutivo se lanzó a una inversión millonaria para levantar infraestructuras y reubicar instituciones. En 2014 se creó la ComUE (COMmunautés d’Universités et Établissements) París-Saclay con 18 miembros y para 2017 —como recoge Nature— ya se habían mudado al campus miles de alumnos e investigadores. A principios de ese mismo año un informe del Tribunal de Cuentas de Francia calculaba que se habían destinado más de 5.300 millones de euros de las arcas públicas al clúster científico de Saclay. Entre edificios, transporte e innovación algunos medios hablaban ya en 2015 de una movilización de recursos que superaba los 6.000 millones.
Un camino largo y complicado
Las inyecciones de fondos y la determinación del Palacio del Elíseo no eran suficientes, sin embargo. El ambicioso proyecto de crear una gran universidad implicaba un reto no menor: sumar cerca de una veintena de entidades. A pesar de todo el empeño de Sarkozy la idea de perder su identidad se le atragantó a más de una institución, en especial a algunas de las grandes écoles.
No pasó mucho tiempo hasta que el auditor del Gobierno de Francia alertase de que el proyecto, al menos en los ambiciosos términos planteados en 2010 por Sarkozy, no iba por buen camino. Faltaba estrategia y gobernanza y había —en opinión del experto del Estado— “un riesgo real de que a pesar de la enorme inversión de fondos públicos la ambición inicial se diluya”.
El principal peligro, como recogía en 2017 Nature, era que París-Saclay se viese limitada a “una mega agrupación geográfica de establecimientos de educación superior e investigación”. No eran las primeras voces que apuntaban en esa dirección. En mayo de 2016 un informe del Senado ya había alertado de que el recelo de las instituciones a perder su identidad mantenía el plan “bloqueado”. El propio Gobierno llegó a amenazar con cortar el grifo de la inversión pública.
En el fondo sobre la mesa había una cuestión pendiente: ¿Qué quería ser París-Saclay? ¿A quién quería parecerse? ¿Era mejor el modelo de Silicon Valley, un polo de innovación sin un fuerte gobierno común? ¿O mejor el modelo MIT? No era una cuestión menor. En 2017 apuntaba a ese debate el presidente de la Polytechnique, Jacques Biot. Otro riesgo era que se creasen dos grupos: uno conformado por las grandes écoles de ingeniaría y otro con las universidades de ciencias.
Prueba de lo complejo y delicado que era el proceso es que en la primavera de 2017, poco después del tirón de orejas del auditor, siete instituciones dieron un paso al frente para proponer una fórmula capaz de desatascar el proyecto. Su solución, salomónica, consistía en que París-Saclay se convirtiese en un "edificio" a medio camino entre una agrupación de entidades independientes y una universidad cien por cien integrada. La organización aglutinaría un “núcleo duro” que reforzaría la investigación y enseñanza, mientras otros miembros ostentarían un estatus de asociados. La propuesta, lanzada en abril de 2017, era especialmente flexible con las grandes écoles.
Como si de una novela de intrigas y traiciones al más puro estilo de Alejandro Dumas se tratase, también aquel plan terminó contra las rocas. En un giro imprevisto del guion, una de las instituciones cruciales en el diseño de la nueva arquitectura, CentraleSupélec, una grande école creada a su vez de la unión de École Centrale París y Supélec, se negó a respaldarla. El problema de fondo seguía siendo el mismo: las grandes escuelas se resistían a renunciar a su autonomía.
“Una vez que la universidad logre reconocimiento internacional por su excelencia docente y científica será más atractiva para las escuelas”, comentaba Louis Schwietzer por las mismas fechas. Esa perspectiva y el entusiasmo de la Universidad de París-Sud, una de las más grandes del grupo embarcado en el proyecto, eran de hecho las principales bazas de París-Saclay.
Para dar un renovado impulso al ambicioso sueño de una gran universidad gala, en 2017 el nuevo presidente de Francia, Emmanuel Macron, optó por una vía pragmática: un “divorcio”, como lo calificó Les Echos. Su razonamiento era simple: mejor amputar parte del proyecto que verlo zozobrar entero. La solución del Ejecutivo pasó por dividirlo en dos grandes bloques. Uno se estructuraría en torno a Paris-Sud y embarcaría, entre otras, a las universidades Versailles-Saint-Quentin (UVSQ) y Evry o la CentraleSupélec; y otro lo abanderaría un puñado de centros, incluida la prestigiosa Polytechnique, que en un inicio sí se había incorporado a la ComUE activada en 2015.
El segundo bloque daría pie primero a la NewUni, separada de la Universidad París-Saclay, y más tarde —a comienzos de 2019— al Institut Polytechnique de París, el paraguas bajo el que se reúnen la École Polytechnique, ENSTA París, ENSAE París, Télécom París y Télécom SudParis. Prueba de su empuje y de que la alianza tampoco les ha salido nada mal es que hace poco —a mediados de septiembre— el Institut Polytechnique y HEC París presentaron "Hi! Paris", un ambicioso centro interdisciplinario de investigación y enseñanza dedicado a la inteligencia artificial y las ciencias de datos. Su objetivo: convertirse en un referente a nivel internacional.
Ambas instituciones conviven en cualquier caso en el polo científico y tecnológico de la meseta de Saclay. En su web, el Institut Polytechnique de París, destaca de hecho el ecosistema de I+D+i desplegado en su entorno como una de sus grandes virtudes. "Ubicado en la meseta de Saclay, el campus del Institut Polytechnique de Paris reúne a sus cinco escuelas fundadoras. Ofrece a los estudiantes, profesores-investigadores y personal todas las facilidades necesarias para desarrollar sus actividades en un entorno animado y estimulante —señala—. Ubicado en el corazón de un clúster de innovación que se encuentra entre los 8 mejores del mundo, el campus se beneficia del dinamismo creado por los actores públicos y privados presentes dentro del clúster".
La decisión de 2017 ayudó a desatascar en parte aquel viejo sueño de un gran buque académico e investigador. Tras apurar trámites y un rosario de movimientos y fechas, en noviembre de 2019 el Diario Oficial de la República Francesa publicaba el decreto de creación de la Universidad París-Saclay. Su fecha de nacimiento oficial sería el 1 de enero de 2020, cuando tomaría el relevo de París-Sud y la Comunidad de universidades y establecimientos (ComUE) Universidad “París-Saclay”.
Bajo su bandera, anunciaba el propio centro en noviembre, se integraban principalmente la École Normale Supérieure París-Saclay, AgroParisTech, CentraleSupélec y el Institut d´Optique Graduate School y las universidades Versailles-Saint-Quentin-en-Yvelines y Evry —“participan en su gobernanza con miras a fusionarse para 2025”, detalla—. La CEA, CNRS, INRA, Inria, Inserm y ONERA confirmaban también su “asociación reforzada”. El centro está ligado además al potente Institut des Hautes Études Scientifiques (IHES). Solo unos meses después, en marzo, la primera junta directiva de la universidad escogía como rectora a Sylvie Retailleau.
El camino no ha sido sencillo, pero la Universidad París-Saclay puede presumir de un arranque de película. Además de dar una zancada de gigante en el ranking de Shanghái, la institución ha conseguido auparse hasta las posiciones más altas en la clasificación por temáticas de ARWU: el primer puesto en Matemáticas a nivel mundial y de Física en Europa. En los campos de Agricultura y Medicina despunta además en el TOP 25 global. A principios de noviembre se reafirmó también con el reconocimiento IDEx como iniciativa de excelencia, lo que le supone tanto un espaldarazo institucional como una posición aventajada para que sus laboratorios opten a financiación.
“El objetivo, a más largo plazo, es estar entre los diez líderes mundiales y ser la primera universidad de Europa continental. Tenemos todas las posibilidades de ser líderes”, explicaba ya en 2015 al diario Le Parisien Dominique Vernay, presidente de la Fundación para la Cooperación Científica (FCC). “El marco está establecido, ahora nos corresponde a nosotros mostrar a todos que la Universidad París-Saclay les proporcionará mejores condiciones de trabajo”, señalaba en noviembre del año pasado Sylvie Retailleau en una entrevista en L´Usine Nouvelle.
Un MIT... Y un Silicon Valley
Al gran polo investigador soñado en su día por Sarkozy en la meseta de Saclay, a tiro de piedra prácticamente de la capital gala, tampoco le va nada mal. En su web la universidad apunta que, solo ella, suma 48.000 estudiantes, unos 9.000 profesores e investigadores y 11.000 técnicos. Puede que la zona todavía no haya alcanzado al valle californiano, pero no anda desencaminada en su empeño. En 2013 el MIT Technology Review lo situaba ya en su mapa de los ocho principales hubs tecnológicos a nivel mundial y destacaba la presencia, entre otros, de Siemens y EADS.
“El clúster es un motor impulsor de la renovación de la industria francesa y europea. Inspirado por el éxito de Silicon Valley, el ambicioso proyecto de un clúster científico y tecnológico que se está estableciendo tiene tres componentes principales”, destaca el organismo. El primero de la lista es el “componente científico” que aporta la recién oficializada Universidad de París-Saclay, con 14 instituciones de educación superior o investigación y 280 laboratorios. “El campus París-Saclay también alberga el Institut Polytechnique de París, una agrupación de École Polytechnique, ENSTA ParisTech, ENSAE ParisTech, Télécom ParisTech y Télécom SudParis”, recuerda.
El segundo ingrediente del clúster es el “componente económico”, basado, explica el organismo e su web oficial, en “el establecimiento de centros de I+D+i de grandes empresas, la creación de un ecosistema favorable a las empresas jóvenes innovadoras y startups y la promoción comercial de los avances científicos y tecnológicos realizados en la plataforma”. El tercer y último mimbre con el que quiere tejer su historia de éxito pasaría por contribuir también al “desarrollo regional”.
No yerra en el tiro. El clúster París-Saclay presume de concentrar ya a día de hoy “el 15% de la investigación pública y privada francesa”. El porcentaje lleva dándose desde hace algunos años, sin embargo, con lo que podría haber variado. De hecho, en su web la Universidad París-Saclay asegura de que solo ella aglutina el 13% “del potencial de investigación” galo. Finanzas.com va más allá y concreta que París-Saclay es responsable de, nada más y nada menos, que "del 40 % de la investigación pública de la región de Île-de-France". Incluso desliza que su objetivo, de cara a 2025, es convertirse en una "ciudad sostenible" con miles de investigadores y estudiantes.
Aunque la universidad que se acaba de crear en enero es una pieza clave del engranaje, los orígenes del ecosistema París-Saclay se remontan décadas atrás, mucho antes incluso de que Sarkozy o Macron apostasen por "un MIT a la francesa". El Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) se instaló en la meseta de la mano de Frédéric Joliot-Curie tras finalizar la Segunda Guerra Mundial y la semilla del campus de Orsay tampoco tardó en prender en el entorno.
Las empresas le echaron pronto el ojo al plateau y para finales de la década de 1960 la desaparecida Thomson-CSF ya estaba instalando allí su laboratorio. En los 70 se ubicaron en la zona, entre otras, la École Polytechnique y Supélec y décadas más tarde les seguirían los centros de investigación de grandes compañías, como Danone, Thales, Kraft Foods. Hoy el listado de empresas es bastante más extenso, favorecido probablemente en parte por los planes de mejorar la conexión del transporte público de Saclay. Uno de los mayores desafíos, por ejemplo, consiste en una moderna línea de metro con el cercano aeropuerto de Orly, programada para 2027.
El nuevo impulso dado desde el Palacio del Elíseo, en forma de respaldo institucional y con una generosa inyección de millones de euros constantes y sonantes, ayuda sin embargo a la meseta a coger velocidad con la vista puesta, como reconocen sin complejos desde el Gobierno, en el MIT. Logros como el alcanzado por la Universidad París-Saclay en el ranking ARWU —al que el propio Macron ha dado eco vía Twitter— sirven además para su proyección internacional.
“Cuando nace una universidad nueva permite generar una dinámica, una cultura diferente. En España tenemos dos ejemplos similares: la Carlos III y la Pompeu Fabra, universidades públicas de 20 o 30 años, que han nacido con una inercia nueva y son centros de investigación que destacan”, señala Ismael Sanz Labrador, doctor en Economía Aplicada y profesor de la Rey Juan Carlos. Sobre el caso de la París-Saclay y el éxito con el que arranca reconoce que “la unión hace la fuerza” y “cuando se crea una universidad de gran calidad se generan externalidades positivas”.
En cualquier caso, el experto de la Rey Juan Carlos avisa: “Crear un Silicon Valley no es tan fácil. No siempre depende de la administración pública. Tiene que haber centros de investigación, universidades públicas capaces de convertir conocimientos en aplicaciones, con espíritu emprendedor, desarrollar ideas y convertirlas en startups… La parte de convertir conocimiento en transferencia tecnológica no siempre funciona, depende del espíritu emprendedor y la colaboración pública-privada. Eso es algo que en el mundo anglosajón o Silicon Valley funciona muy bien”.
El Vicedecano de Desarrollo Académico Internacional de la UNIR, Aitor Álvarez Bardón, apunta otra clave: la importancia de que “no haya un gap, una franja” que separe el mundo universitario de la realidad social. “La academia tiene que ser parte de la realidad, conocerla, implicarse”, comenta. La Universidad París-Saclay y su imbricación en el polo tecnológico de Saclay brinda un buen ejemplo. “Tiene acuerdos con instituciones de mucho renombre. Y eso es porque han conseguido resultados”, anota el también Director del Máster Universitario en Neuropsicología y Educación.
A la espera de ver si París-Saclay conseguirá convertir en un nuevo MIT y si la meseta de Saclay se revelará como el Silicon Valley europeo, la inversión y apuesta por el polo tecnológico ha servido ya a Francia para sacarse la espinita que tenía clavada desde 2003, cuando se estrenó ARWU.
Imágenes: Photothèque de l'École polytechnique, Kévin Belbéoc'h (Flickr), Jacques Paquier (Flickr), Jacques Paquier (Flickr), Cinerama14 (Wikipedia), Kévin Belbéoc'h (Wikipedia)
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