Diego Ballesteros hay uno, pero durante un tiempo —y no poco— fue el protagonista de dos historias que avanzaban en paralelo, igual que la doble trama de una peli de intrigas. De pellejo afuera Diego era un empresario de éxito, un self-made man de manual, digno de admiración y con una vida que no desentonaría en las páginas de Forbes. Desde 1997 cofundó varios negocios —uno de ellos, Sin Delantal, atrajo el interés de la mismísima JustEat tanto en España como en México—, ejerció de directivo y business angel y se embarcó en proyectos con estrella, como el SaaS BEWE.io. Para completar un retrato redondo, su vida personal iba igualmente viento en popa.
De piel adentro, en la exclusiva región alejada de miradas y focos, las cosas, sin embargo, no marchaban tan bien. Por más prestigio, por más dinero, fama y reconocimiento que acumulase, llegado cierto momento Diego empezó a sentir cómo se deslizaba poco a poco en un pozo. No brotaban las ideas. No fluía la energía. Ni el pulso que durante años le había llevado a emprender nuevos proyectos. Agotado, sin ánimo para trabajar, le costaba dormir y su carácter se avinagró. Los problemas pasaron a afectarle incluso a un nivel orgánico: desarrolló una miopericarditis aguda.
“Mi carrera como emprendedor era ascendente y el éxito profesional eclipsaba todo lo demás. Estaba obsesionado con crear proyectos, dar forma a nuevas ideas y todas mis prioridades se enfocaron casi exclusivamente en mi vida profesional —reconocería tiempo después en un hilo de Twitter—. En mayo de 2020, en plena pandemia y tras dos meses trabajando a destajo para cerrar una ronda de inversión, toqué fondo. Era incapaz de meterme en la ducha, de escribir un e-mail o de hacer una llamada. Todo, absolutamente todo, me parecía un mundo y me veía incapaz de reaccionar”.
Lo que Diego tenía, lo que le pesaba como un bloque de cemento sobre el pecho y estrangulaba su camino, era —en sus propias palabras— “una depresión de caballo”.
Le tocó entonces lanzarse a un nuevo emprendimiento: “Salir del pozo”.
Derribando el tabú de los problemas mentales
Diego Ballesteros no es una rara avis. No al menos en su faceta de emprendedor que acaba en el hoyo de la depresión y la ansiedad tras años encadenando jornadas maratonianas, estrés y una carga de trabajo brutal. Lo que sí lo diferencia es la valentía que mostró en marzo de 2021 al sentarse ante el teclado de su ordenador y compartir su caso en Twitter. Al igual que otros muchos hombres y mujeres de negocios, durante años había estado convencido de que aquella clase de problemas psicológicos eran cuentos que poco tenían que ver con él.
“‘La depresión no existe, es la típica excusa que utilizan las personas débiles para justificar su mediocridad’. Así, literal, es lo que toda mi vida había pensado sobre las personas que sufrían esta enfermedad… hasta que caí en ella”, arranca su hilo, escrito, curiosamente, poco antes del Domingo de Resurrección de 2021, y que desde entonces tiene fijado en su perfil de Twitter.
Ni la depresión es sin embargo un subterfugio ni Diego es desde luego el único emprendedor que ha cargado con su peso. Aunque hablar sobre problemas emocionales sigue siendo tabú en una cultura empresarial anclada en tópicos trasnochados, en la que se fomenta el arquetipo del “tiburón de los negocios”, se penaliza el descanso y se comparten con orgullo (y envidia) historias de self-made man que empiezan en garajes y acaban en la portada de Times, inmunes al cansancio y el desaliento —Steve Jobs, Bill Gates, Amancio Ortega… Ya se sabe—, lo cierto es que los desórdenes mentales están al orden del día entre quienes se lanzan a un proyecto innovador.
Un estudio publicado el año pasado por Endeavor en México sobre salud y bienestar mental, concluye que “las mismas aptitudes que hacen que los emprendedores puedan iniciar y hacer crecer negocios de manera excepcional, los hacen más vulnerables a una variedad de problemas de salud mental”. "Los estudios muestran que estos visionarios tienen hasta un 50% más de probabilidades de padecer de ansiedad, insomnio, fatiga y depresión", advierte.
Otro informe reciente elaborado por Jeffrey Overall, del Ontario Tech University (Canadá), va un poco más allá y dimensiona el problema: “Con tasas de fracaso empresarial cercanas al 80%, la vida del emprendedor puede ser muy desalentadora". Según detalla el experto, "en comparación con el público en general", los empresarios tienen dos veces más probabilidades de padecer depresión, seis de sufrir TDAH, tres de caer en el abuso de sustancias, dos de tener pensamientos suicidas, diez de trastorno bipolar y dos de requerir hospitalización psiquiátrica”. Ahí es nada.
El propio Ballesteros incorpora en su hilo un estudio del doctor Michael Freeman, del Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de California —y fuente principal del propio Overall—, que refleja un escenario igualmente alarmante. Sus estadísticas muestran que un porcentaje significativo de los emprendedores a los que se entrevistó presentaban algún tipo de desorden, no pocos de ellos con antecedentes personales o incluso a nivel familiar.
"La depresión no existe, es la típica excusa que utilizan las personas débiles para justificar su mediocridad."
— Diego Ballesteros (@diegoteca) March 31, 2021
Así, literal, es lo que toda mi vida había pensado sobre las personas que sufrían esta enfermedad... hasta que caí en ella 🧵👇
¿Cuáles son las causas de que estén tan expuestos? El estrés, la falta de sueño y ejercicio, saltarse comidas, el aislamiento, la soledad y todas sus consecuencias sobre el organismo e incluso —señala Freeman— cierta predisposición natural. “Este estudio sugiere la posibilidad de desarrollar programas y recursos de educación empresarial y coaching ejecutivo más eficaces para emprendedores teniendo en cuenta los factores de riesgo y éxito para la salud mental”, zanja el doctor Freeman, a modo de colofón, en un detallado informe de 2015.
Y es ese guante el que ha recogido en parte Ballesteros.
En vez de compadecerse de su situación, de dejarse llevar, en vez incluso de centrarse en exclusiva en su recuperación —lo que no habría sido poco— empezó a informarse sobre qué era aquello de la depresión y cómo afectaba a la labor de los emprendedores. “No podía trabajar y me puse a investigar qué era el estrés crónico, por qué impactaba en el cuerpo y la mente… Me acojoné. Me dije: ¿Cómo he podido vivir sin saber qué era esto y lo gravísimo que es no gestionarlo?”
“Aquello me llevó a seguir indagando y fue cuando empecé con investigaciones y estudios acerca de salud mental en el ámbito emprendedor. Mi primera reflexión fue: tengo que hacer que la gente sepa que esto existe y que es gravísimo. Qué importante hubiera sido para mí haber tenido a alguien que, cuando yo empezaba, siendo un chaval, me hubiera dicho: ‘¡Oye, ojo con esto!’ Sobre todo que te lo diga gente que para ti es un ejemplo, emprendedores de éxito. Muchos de nosotros pensábamos que cuando llegas a la meta, a la cima, cuando has conseguido un hito, ya has cumplido y eres súper feliz. Pero al llegar ahí te das cuenta de que… ¡No hay nada! Muchos hemos caído en depresiones tras vivir episodios en los que, para los demás, los de fuera, puede parecer que lo tienes todo”.
Con el mensaje claro, Ballesteros decidió dar varios pasos. Para el primero, el salto al vacío, utilizó el trampolín de Twitter. El miércoles 31 de marzo de 2021, a las 7.50 h p.m., hizo el triple mortal. Se sentó y con el mensaje que quería transmitir muy claro empezó a teclear: “Durante más de 40 años siempre me he sentido indestructible, invulnerable y capaz de afrontar cualquier tipo de problema…”. La rueda empezaba a girar. “El hilo tuvo una repercusión muy grande, más allá de lo que pensaba —explica—. Han salido del armario de la soledad un montón de emprendedores que dijeron ‘yo también’. Muchos otros me escribieron por privado con casos graves, de intentos de suicidio, alcoholismo, adicción a las drogas… Me han contado historias que es para echarse a temblar”.
Aquel primer impulso tecleado de madrugada a golpe de tuit creció y se expandió más allá de la red. “Empezamos creando un grupo de WhatsApp entre los emprendedores que más o menos estábamos sensibilizados con este tema y yo me di cuenta de que esto debía profesionalizarse. Al final tenemos esa capacidad de organizar operativamente proyectos, igual que lo hacemos en nuestras start ups”.
Nació entonces Ancla.life, iniciativa social, sin ánimo de lucro y que avanza su vocación ya desde su mismo nombre: quiere ofrecer al emprendedor un asidero para evitar que la corriente, las olas —cuando no sunamis— que zarandean la vida del directivo lo acaben arrastrando contra las rocas. “Decidí darle formato de asociación y a partir de ahí empezar a crear grupos de trabajo. Unos de contenidos, otros de producto, de operaciones, de legal, de investigación… Es una pasada lo que ha ocurrido. En el grupo de producto hay una veintena de ingenieros, gente de un nivel brutal, a los que sería muy difícil unir en un proyecto privado pero que han querido estar por el propósito de Ancla”.
Además de comunidad y punto de encuentro, Ancla aspira a convertirse en una herramienta útil para los emprendedores. El equipo trabaja en una plataforma que —de cumplirse el calendario trazado— dispondrá de un primer MVP ya en octubre. De entrada, se estructurará en tres grandes ejes. El primero, clave, consistirá en ofrecer a los emprendedores información fiable, veraz y contrastada sobre qué es el estrés y cómo afecta a la esfera personal y profesional.
El segundo, muy relacionado, constará de entrevistas. La idea —abunda el impulsor de Ancla— es “eliminar el estigma”, derribar tabúes. “Es importante que gente de España, Colombia, México, Latinoamérica, de todo el ámbito hispanohablante en general, cuente su historia”. Hasta la fecha ya han respaldado el proyecto grandes referentes como Carlota Mateos, cofundadora de PlenEat.es y Rusticae.es, o Íñigo Juantegui, cofundador y CEO de OnTruck y uno de los nombres más conocidos del sector por el éxito que alcanzó con La Nevera Roja. Para completar los datos y testimonios, Ancla ofrecerá también —y este es el tercer eje de partida— programas y protocolos de actuación de la mano de Nirakara, entidad dedicada a la investigación y formación en ciencias cognitivas.
“Es un laboratorio de investigación especializado en programas de control de estrés. Y todo con una base que se sustenta en la atención plena, el mindfulness. Cuando hablé con Gustavo Diez, que es el líder del proyecto, sobre la posibilidad de unirse a Ancla y crear una línea de investigación para emprendedores de alto impacto lo vio nítido. El objetivo será crear esa línea de investigación que nos ayude a entender qué pasa en nuestro día a día y cómo esa labor la podemos volcar en programas de control de estrés adaptados a emprendedores”, explica Ballesteros. La alianza con el mundo académico no es casual, ni fruto de un capricho. El impulsor de Ancla insiste en que “los pilares” del proyecto deben hundirse en el rigor y la experiencia. “En lo que nos basamos es en la evidencia científica y en que esa investigación retroalimente continuamente los programas”.
Los tres pilares de Ancla se completarán con un cuarto apoyo, básico: la comunidad. Una de sus metas pasa por configurar una red de apoyo, de diálogo, en la que los integrantes de Ancla puedan compartir sus experiencias y responder a dudas tan básicas como: ¿Qué psicólogos expertos en estrés hay en mi ciudad? ¿Me aportará algo determinado libro o película? ¿Qué consejos pueden darme emprendedores que han vivido lo mismo que yo? ¿Ayuda el deporte? El objetivo, comparte Ballesteros, es que lleguen a constituirse “comunidades locales". "Al final tendremos uno de los aspectos más importantes, la socialización”, uno de los flotadores —como han concluido incluso investigadores de Harvard— que ayudan a mantener alejada la depresión.
La filosofía de Ancla está en sintonía con otras iniciativas internacionales. Buen ejemplo sería Econa, que se presenta a sí misma como “un centro global de excelencia para el bienestar mental de los emprendedores” y ofrece talleres, grupos de apoyo y amparo para el estudio académico. Uno de sus impulsores es precisamente el Dr. Freeman, quien decidió dar el paso tras conocer historiales de estrés, agotamiento, depresión, TDAH, trastorno bipolar… entre fundadores de compañías y los suicidios del programador Aaron Schwartz, en 2013; y de la diseñadora Kate Spade, en 2018.
El objetivo: tejer una red que evite la caída en la ansiedad o la depresión, infiernos que —como refleja el caso de Ballesteros— más allá de los focos y los relatos de éxito al estilo Steve Jobs, son el pan de cada día para no pocos emprendedores. Otro de los referentes españoles que en los últimos meses ha hablado sin tapujos sobre la dureza del camino es el propio Juantegui, de OnTruck.
Hace algo más de un año, en plena pandemia y con la economía vapuleada por el COVID-19, la firma de Juantegui consiguió cerrar una ronda de financiación de 17 millones de euros. Aquel logro mereció titulares en los principales diarios económicos del país, pero tras el éxito y las felicitaciones —admitía el empresario en junio, en declaraciones recogidas por la web Business Insider— hay una “cara B” con un alto coste personal. “La última ronda de financiación sin duda fue uno de los peores momentos en OnTruck. Estuve durante varias semanas tomando pastillas para dormir”.
Solo unas semanas antes de que la salud mental protagonizase tertulias y debates de barra de bar por la decisión de Simone Biles de limitar su papel en las Olimpiadas al no sentirse emocionalmente preparada, Juantegui aportaba la clave por la que muchos emprendedores optan por ignorar sus problemas: “Es algo de lo que no se habla. Parece que si vas al psicólogo estás enfermo. El otro día por ejemplo me compartían el post de Dani Martín en el que exactamente hablaba de eso, de cómo cogía un avión para ir a terapia”. Antes que Biles, que Ballesteros o Juantegui, ya otros referentes en el mundo de los negocios habían contribuido a derribar barreras y espantar tabúes casposos.
Se llama psiquiatra. Es un gimnasio donde la cabeza y las emociones se equilibran, se deshacen nudos, conoces de dónde vienen muchas cosas.
— Dani Martín (@_danielmartin_) June 11, 2021
Donde aprendes a ser quien eres o, al menos, lo intentas. Donde aceptas, donde asumes, donde soy feliz.
Hace tres años hablaba sin tapujos del tema el empresario británico Gury Tolhurst, quien —pese a todo el éxito, reconocimiento y fortuna que ha amasado con sus proyectos, a pesar incluso de que se dedica a su “pasión”— admitió abiertamente que en algunos momentos la presión lo tumba y sufre “ataques de pánico, ansiedad severa, depresión y estrés”. “Pedir ayuda es una señal de fortaleza, no de debilidad. La larga noche oscura de un innovador puede sentirse como un camino solitario, pero no tiene por qué ser así”, concluía el responsable de Intelligent Partnership en un artículo de BBC.
“Es como si tienes un accidente, te rompes la tibia y el peroné y lo intentas ocultar. Pues no. No puedes caminar, tienes que ir a un traumatólogo, te tienen que operar, necesitarás reposo… Todo eso, que lo vemos clarísimo cuando se trata de un problema corporal, en el tema de la mente no es tan obvio, ni claro, ni normalizado. Por eso es muy importante sacar a la luz lo que significa esto y que la gente sepa cómo evitarlo y cómo gestionarlo una vez lo tienes. También que terceras personas que están a tu alrededor sepan cómo gestionarte a ti cuando estás en esa situación. Y todo eso no está, en absoluto, en la agenda. Ni desde luego hay conocimiento sobre qué se debería hacer. Hay muchísimo que hacer todavía, muchísimo estigma que romper”, reflexiona Carlota Mateos, emprendedora y una de las impulsoras de Ancla.
Precisamente para avanzar en ese camino de normalización, Mateos ha decidido hablar sin tapujos sobre salud mental y compartir experiencias que ha vivido en sus propias carnes. “Me parece un tema del que no se habla y es un mal endémico que está ahí, en la fuerza laboral de este siglo, y que en los emprendedores, y en especial en los emprendedores de impacto, se intensifica mucho más —anota la cofundadora de PlenEat—. Los emprendedores de impacto son gente que no solo lleva una empresa a las espaldas; sino que, además, con lo que ellos hacen están mejorando mucho, imagínate, las condiciones de vida de una comunidad desfavorecida. Si se cae tiene la sensación de que su proyecto puede caerse. Y no es solo que pierda o pueda sufrir su proyecto, sino que puede hacerlo también toda esa comunidad a la que está beneficiando. El nivel de presión que se pone es aún mayor”.
“Sigue habiendo un tabú. Hay muchísima gente que no entiende qué es que te dé una crisis y no sabe ni manejarlo. Muchas veces piensan que eres un flojo, que no tienes suficiente fuerza. Y no. Llega un momento en que la química del cuerpo se dispara y te abandona y ahí necesitas una serie de cuidados que son muy serios. A la gente le da vergüenza reconocer que necesita ayuda psicológica o psiquiátrica, le da vergüenza reconocer que se ha caído y que no sabe por dónde empezar a levantarse. Al final lo que ocurre en estas crisis es que dejas de reconocerte a ti mismo. Para quien lo sufre es muy impactante y no sabes muy bien hacia dónde tirar”, ilustra.
— ¿Se percibe un cambio de tendencia? ¿Hay fisuras en el tabú?
— Lo que aprecio es que se empieza a hablar del tema. Empieza a haber ya una cierta apertura o permisividad en que estas cosas puedan empezar a ponerse sobre la mesa.
A modo de ejemplo, Mateos recuerda el caso de la tenista japonesa Naomi Osaka, la número dos del mundo, quien en primavera decidió retirarse de Roland Garros y colgar de forma temporal la raqueta. El detonante fue la negativa de Osaka a participar en una rueda de prensa, lo que derivó a su vez en un sonado encontronazo con la organización del torneo; pero el telón de fondo era mucho más amplio y estaba relacionado con la depresión y ansiedad que padece la japonesa desde que ganó el US Open en 2018. “Muchas veces la gente no tiene consideración con nuestra salud mental. He visto muchos vídeos de deportistas viviéndose abajo en una sala de prensa tras perder un partido, algo que también me ha pasado a mí”, llegó a explicar la tenista en un comunicado.
“A lo mejor hace diez años esto habría sido impensable, que esta mujer hubiera hecho público esta situación y se hubiera negado a ir a una rueda de prensa”, reflexiona. Para Mateos cambios como los que han ejemplificado Biles u Osaka no son, en cualquier caso, más que “la puntita del iceberg”.
“Bienvenida sea esa puntita del iceberg, pero tampoco nos vamos a engañar. Esto es una pandemia también. Antes de que tuviéramos la del COVID-19 ya se sabía que el reto global a nivel de salud en nuestro planeta es el mental health, todo lo que tiene que ver con la enfermedad mental. Ese era el mayor problema. Y mira lo que se le dedica a nivel de recursos: cero. Y de visibilidad: cero. Era un tema que ya estaba ahí. Simplemente había que empezar a abrir la caja de pandora. Es un hecho enorme a nivel global. Eso también ha ayudado mucho a que en un momento dado haya empezado a salir. Es como una olla a presión. Hay tantísima gente afectada, con todo el mundo en silencio, que en un momento dado alguien iba a empezar a decir: Oye, esto existe y porque no hablemos de ello no deja de ser una realidad que nos está afectando a decenas de miles de personas”.
Una realidad bien conocida en las consultas
Lo de los cuadros de estrés, el insomnio e incluso los ataques de pánico que padecen los emprendedores puede sorprender al gran público acostumbrado a las historias épicas de éxito empresarial —buena prueba es que cada vez que uno lo reconoce se vuelve carne de titulares—, pero no a los expertos. Al margen de Freeman u Overall, que se han dedicado a investigar el problema desde una óptica académica, los psicólogos llevan tiempo viéndolo en sus clínicas.
Le ocurre, por ejemplo, a Juan Carlos Álvarez Campillo, psicólogo y coach. “Sigue siendo un tabú porque las personas normalmente recurren a este tipo de apoyo y ayuda cuando están en una situación límite. Si se viera de otra manera habría que recurrir a ello cuando se empieza a tener síntomas de fatiga, estrés, dificultad en la toma de decisiones, falta de concentración… Y no se hace. Se evita hasta que uno está al límite —comenta el especialista—. Es una pena porque creo que lo asociamos con la debilidad cuando es todo lo contrario: valentía. Un emprendedor, un líder, un directivo, tiene que darse cuenta de que debe apoyarse en todos los aspectos que están a su alrededor para rendir al máximo y tomar las mejores decisiones”.
Algunos emprendedores han encontrado apoyo en los servicios de coaching, más recientes y, en cierto modo, libres de los tabúes que inexplicablemente todavía hoy rodean las consultas de los terapeutas profesionales o psiquiatras. Álvarez, que aúna la doble condición de psicólogo y coach veterano, advierte sin embargo de la frontera bien definida entre una y otra profesión. “A veces el llevarlo a través de un coach es cómo que se quiere potenciar determinadas cualidades o aumentar el rendimiento, pero hay que tener cuidado porque la paradoja es que el coach no está capacitado para tratar estas situaciones —previene el experto, autor de El Entrenador Mental—. En condiciones normales el coach solo está capacitado para que uno saque lo mejor que tiene, para potenciar su talento y habilidades; pero cuando estamos ante estrés, ansiedad generalizada... Entonces ya se necesita un profesional”.
“Doy muchos cursos de formación de couching desde hace ya cerca de 20 años y en ellos hago hincapié en que el coach, en el momento en que ve algún problema de este tipo, debe derivarlo. Aunque las dos figuras aportan en el desarrollo y ayudan a los directivos, deportistas y emprendedores, hay que tener cuidado. A veces el coach empieza porque le viene alguien por conflictos en el equipo o las relaciones. Se empieza por ahí, que es algo normal, pero muchas veces viene motivado por irritabilidad, ansiedad, estrés… Lo que hay debajo ya no lo puede tratar”.
Con todo, y a pesar del camino que aún queda por recorrer, los profesionales aprecian cierto cambio de tendencia favorecido por figuras que, como Biles o Tolhurst, han decidido abordar abiertamente sus problemas emocionales. “Al principio era algo muy oculto ir a un profesional de la psicología o a un psiquiatra. Ahora se va viendo con más normalidad”. Otra novedad es que parece calar, al menos entre algunos emprendedores, el discurso de la prevención. Los especialistas se encuentran ya con pacientes que acuden a la consulta antes de llegar a una situación límite. De esa forma —explica Álvarez— puede trabajarse con ellos un concepto “importante y transversal” al que cada vez se presta más atención: la resiliencia, la capacidad para adaptarse a las adversidades.
“La gente ve modelos, a los grandes que han conseguido montar sus empresas, pero hay mucho detrás. Hay que estar preparados para los reveses. En otras culturas empresariales, como EE. UU., es algo que se tiene más presente. Se sabe que para lograr algo es habitual tener varios fracasos, haber fallado primero. Aquí pensamos que todo es tan bonito como lo vemos en los triunfadores”.
Salta entonces la pregunta, inevitable: ¿Es más reacia la cultura empresarial española a reconocer los problemas de salud mental? ¿Cargan los emprendedores aquí con una mochila extra, como los tópicos trasnochados del “macho ibérico” o el “tiburón de los negocios” de carácter hierático, insensible y con la empatía de una nevera? ¿Digerimos peor el fracaso?
“Conozco el tema bien por haber trabajado con empresas americanas —apunta Álvarez—. La cultura anglosajona es un poco distinta, más de ensayo-error, de hacer cosas y equivocarse, de aprender. Nosotros aún tenemos ese miedo al qué dirán, al ridículo, al fallo. Yo diría que sí, que en la cultura española cuesta más el fallo. Es algo que no se tolera ni se percibe bien. Con el error parece que uno es incompetente o inútil. Y no es así. Ese es el camino lógico. Y lo otro, que todo vaya directo éxito tras éxito, supone la excepción”.
De opinión similar, Pilar García, psicóloga y coach profesional con despacho en Granada, concuerda en que con frecuencia los emprendedores que “no obtienen los resultados en su momento, lejos de vivirlo como un proceso de aprendizaje, lo viven como un fracaso”. “Quizás sea una de las barreras importantes en nuestra sociedad al emprender, esa ansiedad que genera pensar que te ha ido mal, que no has conseguido los objetivos en el plazo y tiempo marcados… Realmente hay un tabú”.
“Hay un factor social. A veces no se tiene ese espíritu emprendedor porque emprender cuesta mucho. Desde el ámbito social y administrativo hay muchas ayudas, sí; pero en el fondo no es así. En EE. UU. una persona que emprende y a la que le va mal en siete años ha liquidado su deuda y puede empezar de nuevo. Aquí es más difícil. Te quedas con una losa. Todos esos condicionantes contribuyen al tabú”, abunda la psicóloga.
Las dificultades y atrancos prácticos, de corte administrativo, son desde luego un hándicap que los emprendedores españoles deben sumar a las dificultades con las que, ya de por sí, lidia cualquiera que ponga a andar un proyecto. En diciembre de 2018 El País apuntaba que empezar un negocio en España llevaba de media 13 días y exigía un desembolso de al menos 3.000 euros para constituir una sociedad limitada. En Reino Unido eran 4,5 días sin que fuera necesario un aporte mínimo de capital. En el mismo artículo se incidía en lo poco que se fomenta el emprendimiento en la educación española, las trabas institucionales, los costes o incluso la limitada percepción de oportunidades frente al resto de países de la UE. Pueden parecer cuestiones sin relación con la salud mental del emprendedor, pero desde luego contribuyen a la carga de presión y estrés.
García aborda con sus pacientes aspectos como la gestión del tiempo o las habilidades sociales y emocionales. “Las competencias socioemocionales que tienen que afrontar de alguna manera los emprendedores si están mal gestionadas pueden llevar a la ansiedad o incluso al abandono del proyecto empresarial. La incertidumbre, el miedo y la frustración para mí son tres elementos clave para cualquier persona que quiera emprender”, explica: “Un aspecto que tiene que gestionar muy bien es el tiempo porque llega un momento en el que esa idea y negocio te absorbe tantísimo que tus relaciones familiares y afectivas se deterioran y pasas a vivirlo las 24 horas del día”.
“Una persona que emprenda se va a encontrar a lo largo de su vida profesional con una serie de hitos para los que a lo mejor no ha sido preparada. Desde el colegio nos forman para tener una profesión, trabajar para una empresa… pero no tanto para montar un negocio propio. Hay más desconocimiento. Emprender tiene su parte ventajosa y la que más puede paralizar es el miedo a la incertidumbre, la inseguridad… Eso puede generar frustraciones y situaciones de ansiedad. No necesariamente porque vaya mal el negocio”, aporta David Lanzas, de Instituto Lanzas.
En su consulta se encuentra tanto con emprendedores que empiezan y están “abrumados” por la “carga de trabajo masiva”, las dudas e “incertidumbre”, como con otros que debido a la sobrecarga se enfrentan al riesgo de “morir de éxito”. “Muchas veces me encuentro con emprendedores que están tan enfocados en la acción, en el siguiente paso que deben dar para que su proyecto vaya bien, que el exceso de acción acaba dificultándoles la tarea de pararse y ver cómo se sienten y cómo gestionar esos sentimientos. No hay espacio entre él o ella y la emoción que está sintiendo. Esto no se enseña en ninguna escuela, ni tampoco en las formaciones que están más dirigidas al ámbito del emprendimiento. Se habla muchísimo de liderazgo, pero todo está dirigido al otro: a cómo gestionar el equipo, cómo liderar… Hay muy poco de gestionarlo en uno mismo”.
Lanzas advierte de los riesgso de no incluir las emociones en el proceso de toma de decisiones. “Dificulta muchísimo la gestión emocional”, apunta. “La salud mental es un tabú, pero al margen de que haya menor o mayor desconocimiento en muchas ocasiones hay una creencia, desde mi punto de vista absolutamente equivocada, de que todo lo que tiene que ver con el manejo emocional es algo ajeno a la toma de decisiones”. Para el psicólogo prescindir de esa faceta es, más o menos, el equivalente a “amputar una parte del ser humano” de forma deliberada.
Al igual que ocurre en el deporte de élite —como ha visibilizado Biles en Tokio—, en el ruedo emprendedor Lanzas anota una “dificultad a la hora de comprender la vulnerabilidad”. “Se confunde con la fragilidad y al final la vulnerabilidad no es algo elegido. No abrazarla implica una no asunción de lo que implica ser humano y eso al final sí te hace más frágil. De hecho, la valentía se mide por el número de veces que una persona se expone a la vulnerabilidad. Es más valiente una persona que admite que tiene una dificultad o problema y pide ayuda que una que se cierra en banda para que no le señalen con el dedo y es incapaz de salir de esa zona”, reflexiona.
Desde su experiencia Lanzas constata ciertos “ingredientes” en el sector tecnológico que, llegado el caso, pueden acentuar la ansiedad, como el teletrabajo, que dificulta “delimitar horarios” y conciliar la vida profesional y personal; o los niveles de competencia global a los que en ocasiones deben enfrentarse los negocios desde el minuto cero. En Internet no hay fronteras y el mercado —y por lo tanto los negocios en lid— alcanza una escala global en la que no es fácil despuntar. “Muchas veces la competencia es un factor diferenciador al generar un estrés extra en emprendimientos que tienen que ver con la tecnología. Además es algo que se desarrolla muy, muy rápido y en lo que hay que estar constantemente actualizado”. El miedo al hackeo o el robo de datos se suman a la carga que a menudo llevan sobre los hombros los emprendedores en el sector.
Se ha avanzado. Hay más sensibilización. Menos tabúes. Y referentes —dentro y fuera del ruedo emprendedor— que comparten sus experiencias personales para demostrar que detrás de las historias de éxito hay también depresión, ansiedad o estrés; que el arquetipos del magnate de hielo está ya trasnochado y debe normalizarse el acudir al psicólogo en busca de ayuda.
Queda en cualquier caso camino por recorrer.
“Los pacientes suelen llegar al final, con un estado de ánimo muy agotado. No hay mucha prevención, desgraciadamente. Y es una pena porque sería relativamente sencillo”, tercia Lanzas.
Otro aviso a navegantes.
En juego está la salud de los emprendedores, que —como le ocurrió a Ballesteros— cada vez haya menos historias con un doble guion: el éxito de puertas afuera y la depresión en los despachos.
O lo que es lo mismo, la salud de uno de los grandes motores de la innovación, el desarrollo y la generación de riqueza y empleo de un país.
Imágenes: En la foto principal puede verse, de izquierda a derecha, a Juan Nieto (Nepo Studio), Diego Ballesteros (Bewe), Pablo Nebreda (Brookling Fitboxing) y Gustavo G. Diex (Nirakara), todos embarcados en el proyecto Ancla que lidera Diego. La foto se tomó en Nepo. El resto de imágenes del artículo son de Mike Lawrence-CreditDebitPro.com y Fernando Frazão/Agência Brasil (Wikipedia)
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