Al mediodía, cuando el Sol está en su punto álgido, se registra un curioso y misterioso fenómeno a 250 millas —alrededor de 400 kilómetros— sobre el Polo Norte que trae de cabeza a los ingenieros aeroespaciales: por algún motivo todavía no esclarecido, las naves viajan más lentas y las señales GPS y de comunicaciones sufren interferencias. Tras varios años puliendo detalles, la NASA acaba de poner en marcha un programa para aclarar cuál es la explicación. No se trata solo de saciar la curiosidad o resolver una incógnita. La información que obtenga la agencia estadounidense será valiosa, por ejemplo, para anticipar cambios en las trayectorias de las naves.
La misión de la NASA, bautizada como CREX-2, busca analizar la cúspide solar, una brecha en forma de embudo en el campo magnético de nuestro planeta que nos protege del viento solar, la corriente de partículas cargadas que arroja el astro. La abertura —detalla la agencia estadounidense— permite al viento solar un acceso directo a la atmósfera. Desde hace décadas, los expertos son conscientes de que al desplazarse por esa zona las señales se comportan de manera extraña y las naves espaciales se ralentizan, “se sienten más arrastradas”, en palabras del propio Mark Conde, físico de la Universidad de Alaska Fairbanks e investigador principal del CREX-2.
Una explicación a la que le faltan las claves
Los científicos saben que el aire en la cúspide es más denso en ese punto del Polo Norte que en el resto de la exosfera. Y no poco, precisamente. Su densidad se incrementa alrededor de una vez y media. “No se puede simplemente aumentar la masa en una región en un factor de 1,5 y no hacer nada más”, reconoce Conde en una nota de la NASA. El reto es aclarar por qué, explicar el fenómeno y desentrañar sus razones. Ahí es donde entra en juego CREX-2.
Tras una cuidada planificación y ver cómo su calendario original se dilataba por la pandemia, la misión dio un paso crucial hace solo unos días, la madrugada del 1 de diciembre, en el Centro Espacial Andøya en Noruega: a las 3:25 am EST se lanzó un cohete provisto con 20 botes similares a latas de refresco pero programados para romperse a diferentes altitudes.
Los dispositivos, dotados con pequeños motores y diseñados para expandirse en cuatro direcciones distintas, tienen una misión clave: liberar trazadores de vapor, partículas como las que se pueden ver en las exhibiciones con fuegos artificiales. La carga diseminada por cada uno de los botes pintó en el cielo un trazo brillante que mostró a los científicos cómo se desplaza el aire en la atmósfera. Según precisa la NASA, el cohete de la misión, Oriole IV, alcanzó un apogeo de 392 millas, 630 km.
Desde tierra, un grupo de científicos repartidos por Escandinavia, incluida Svalbard e incluso un avión que sobrevolaba Reikiavik, se encargó de fotografiar el dibujo de los trazadores y elaborar un mapa tridimensional que ayudará a resolver el misterio. La prueba no fue sencilla. La NASA confirma que “la carga útil CREX-2 se lanzó con éxito” y los informes preliminares muestran que “el vuelo fue exitoso y las ampollas funcionaron según lo planeado”, pero la misión requirió una planificación cuidada al milímetro y con poco margen para el error. Solo unos días antes, Conde reconocía que cada día hay solo una o dos horas con condiciones adecuadas para la prueba. “Estamos enhebrando una aguja”, bromeaba el físico para dejar claro la complejidad de la operación.
A la espera de que se revelen las conclusiones de CREX-2, los científicos barajan diferentes explicaciones. Una estaría en los efectos eléctricos y magnéticos de la ionosfera, la capa de la atmósfera superior ionizada por el Sol. Otra explicación es que la masa de aire denso descanse sobre una columna más densa todavía, una hipótesis, en cualquier caso, que debería venir acompañada de vientos horizontales o incluso en forma de vórtice.
Imágenes| NASA
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