En 2008 el segmento de los navegadores —no digamos ya el de internet— era muy distinto al actual. Internet Explorer dominaba el panorama, sí, pero Firefox había logrado convencer casi a uno de cada tres usuarios. Y entonces, en septiembre de aquel año, Google presentó por sorpresa Chrome.
Aquel navegador llegaba con muchas novedades importantes, y Google tuvo el acierto de hablar de ellas de una forma original: con un cómic. Scott McCloud fue el artista encargado de llevar las palabras del equipo de Google a ese formato, y el resultado fue una inolvidable puesta en escena.
La propuesta sorprendió por su concepción. El minimalismo, la velocidad y nuevas ideas como las pestañas aisladas en su propio sandbox —si se colgaba una, no colgaba todo el navegador, además de evitar riesgos de seguridad— fueron todo un soplo de aire fresco para el mercado, y poco a poco su adopción fue creciendo.
Yo fui uno de los conversos. Tras unos años usando Firefox como navegador, acabé usando y amando Chrome todos los días. Y luego, años después acabé odiándolo. Cuando acabó el verano de 2017 decidí que aquel desarrollo de Google ya no me convencía, y volví a Firefox, que desde entonces ha sido mi navegador por defecto.
¿Po rqué lo hice? Al principio, para probar Firefox 57 ('Firefox Quantum'), una versión importante que estrenaba nuevo motor de renderizado y que mejoraba temas que siempre le habían lastrado como el consumo de memoria.
También influyó algo que seguramente imagináis: el poder minimizar la invasión de la privacidad que por ejemplo en Chrome es constante. La recolección de datos del navegador de Google es notable —lo hace incluso en modo incógnito, sorpresa—, y quise tratar de poner freno a esa práctica.
El apoyo a la filosofía Open Source también me atraía a la hora de dar el cambio: si por algo se ha caracterizado Mozilla a lo largo de estos años es por intentar apostar por este modelo y también por estándares abiertos.
Este desarrollo se ha convertido en el único defensor de un motor de renderizado alternativo junto a Safari, que desde hace años no está disponible en Windows. Todos los demás utilizan como base Chromium: Edge lo hace, Opera también, y hay unos cuantos más que siguen también esa tendencia.
Así que otra de las razones era tratar de rebelarme contra ese dominio imperial de Chrome, que en muchas cosas es un navegador fantástico, pero que gracias a su cuota de mercado permite que Google intente influir —como Apple— en la evolución de la web como en su tiempo lo hizo Internet Explorer. Hay muchos ejemplos, pero quizás recordéis las críticas que acabó recibiendo Google AMP.
Mi adiós a Chrome fue de hecho parte de un esfuerzo por evitar mi dependencia de este gigante poco a poco. Llevo desde 2020 usando DuckDuckGo como buscador por defecto en Firefox, aunque de cuando en cuando uso Google si los resultados no son lo que buscaba. Quedan, eso sí, muchos pasos por dar: a estas alturas sigo usando Gmail, pero al menos huí de Google Photos, que me aterrorizaba ya e 2017.
El peso de las razones ideológicas es por tanto notable, pero también hay razones prácticas: a estas alturas estoy ya muy cómodo con la forma de trabajar con Firefox, con sus atajos o con sus extensiones, que me conozco al dedillo y que me permiten tener configurado el navegador tal y como quiero.
De hecho, la capacidad de personalizarlo —como ocurre con la barra de direcciones— es otro de sus puntos fuertes. En el aparatado del rendimiento hay opiniones para todos los gustos: los propios responsables de Mozilla mantienen una gráfica actualizada y detallada del rendimiento de Firefox frente a Chrome y las cosas parecen muy igualadas (y no especialmente rápidas en ningún caso).
Mientras, en consumo de memoria de nuevo los escenarios son muy distintos y tanto uno como el otro —aunque aquí Chrome suele ser más castigado— han recibido críticas por sus elevados consumos de memoria, aunque no ayuda que en general todas las páginas web son más pesadas a medida que pasa el tiempo.
¿Es Firefox mejor navegador que Chrome? No podría decirlo, pero lo que sí tengo claro es que es de momento el mejor navegador para mí. Afortunadamente existen otras alternativas que podrían también permitirme escapar del yugo de Chrome —tengo instaladas varias en mi Mac mini, pero las uso solo ocasionalmente—, pero por ahora Firefox cumple y sigue siendo la alternativa con la que estoy más alineado. Y espero que siga siendo así muchos años más.
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