1. Un robot no causará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.
2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por seres humanos, excepto cuando dichas órdenes entren en conflicto con la primera ley.
3. Un robot debe proteger su propia existencia siempre y cuando esa protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley.
Isaac Asimov dispuso las tres leyes de la robótica, tres pautas que la mayoría de robots de sus relatos y novelas estarían diseñados para cumplir. Tres principios cuyo propósito principal es proteger al ser humano frente a las máquinas, un miedo que emergió con la revolución industrial y que ha ido evolucionando paralelamente al progreso. Este ahora neoludismo nunca ha dejado de ser una fuente de inspiración en las historias de ciencia ficción; combinado con las leyes de Asimov y las reflexiones filosóficas y existenciales asociadas a ellas, nos ha regalado algunos títulos que ya forman parte de la historia del cine.
Pero no. No es el caso de 'Autómata', el nuevo filme de Gabe Ibañez producido y protagonizado por Antonio Banderas. A partir de una variación de las pautas de Asimov, la historia arranca con un prólogo que establece las reglas: un robot no puede hacer daño al ser humano ni repararse o modificarse a sí mismo; no puede tener conciencia. Banderas interpreta a un agente de seguros que trabaja para la compañía fabricante de los robots que fueron creados y delineados para salvar a una humanidad confinada entre muros o en guetos que les aíslan del gran desierto que cubre la tierra (porque nos la hemos cargado, como siempre). Fracasaron en su gran meta y acabaron como meros electrodomésticos de una resentida población que hace lo que sea por sacar unas pelillas extra a costa de su tecno-exclavo, aunque eso suponga sacrificar a su mascota para fingir que un robot se ha comido a mi perro-, Bandy está ahí para proteger los intereses de la corporación.
Esta propuesta patria entra a un terreno que nuestro cine no pisa muy a menudo, y lo hace partiendo de una plantilla inspirada en otras tantas historias del estilo. Podría abrir el artículo desarrollando los motivos por los que ‘Autómata’ se me antoja fallida - interpretaciones no están a la altura, guión repleto de incoherencias y diálogos ridículos o que se quede en la superficie de todo lo que parece querer poner sobre la mesa- pero es la falta total de originalidad lo que más me cuesta perdonar. En este título hay ambición, presupuesto y un arranque mínimamente prometedor; sólo con haber despuntado este pastiche con algún elemento sorprendente y original, en el discurso o en la forma, habría ablandado al más reticente.
Las dos Autómatas
El universo nos entra a través de un atractivo tono detectivesco que pronto se adentra en terrenos del noir recurriendo a un perfil distópico demasiado familiar. La atmósfera de ciudad lúgubre y sucia plagada de hologramas de señoritas en paños menores despierta los primeros –y lejos de los últimos- ecos a ‘Blade Runner’. La humanidad apesadumbrada y gris de ‘Hijos de los hombres’ o el gueto típicamente caótico y polvoriento (‘Distrito 9’, por ejemplo) empiezan a levantar sospechas sobre la verdadera identidad de ‘Autómata’, una historia que a pesar de estar creada a partir de retazos de grandes títulos de ciencia ficción cinematográfica (y literaria, claro; Hoffman es solo uno de los muchos que se levantarían de su tumba) carece de carisma o personalidad propios.
Es más, casi se detecta una obsesión enfermiza por no dejarse ni uno sólo de los convencionalismos adheridos a los diversos subgéneros de la ciencia ficción. Está el ya mencionado cyberpunk de Ridley Scott y Phillip K. Dick, pero tampoco puede faltar el anacronismo típico del steampunk, aquí combinando las ecografías caseras con el busca del protagonista.
Mezclar no es malo; todo lo contrario. La narrativa actual es poco más que maneras reinventadas de contar argumentos universales que inventaron señores que literalmente hace siglos que murieron, pero una cosa es crear un futuro hogareño y familiar como el de ‘Her’ de Spike Jonze, donde lo retro y lo futurista convergen en un universo con personalidad e intención de complementar la historia, y otra es arrojar ‘Blade Runner’, ‘Yo Robot’, ‘Ghost in the Shell’, ‘Metrópolis’ (estas dos últimas también al respecto de sus icónicos personajes femeninos) ‘Mad Max’ e ‘Inteligencia Artificial’ (por decir algunos) en la batidora audiovisual y a ver qué pasa. De hecho, el resultado queda como viejo, ha nacido pasado de moda.
Y no es algo que sólo ocurre en el ámbito más formal; en lo visual, el diseño o el estilo. El frankenstainismo también se da en lo argumental. Uno contra muchos, mafias secretas, secuestros, politiqueo social y existencial. Con ‘Yo Robot’ como principal referente, encontramos el dilema de la identidad del robot y el sentido de la vida pero también el conflicto sobre la creación artificial, la natural y la combinación entre ambas. Quiere abarcar tanto en general que el resultado es superficial, de brocha gorda, de existencialismo for dummies. Y cada uno de los tres actos del guión parece pertenecer a una película distinta; cualquiera diría que se lo repartieron entre los tres guionistas. ‘Autómata’, irónicamente, carece de entidad propia.
Almas de metal, película sin alma
El caso es que se dice-se comenta por los destartalados túneles subterráneos que sirven de hogar a algún indigente, que un disfuncional autómata que crea problemas se estaba arreglando a sí mismo cuando el descreído, pesimista y machote personaje de Dylan McDermott se lo cargó. Pero víctima de ese mal común a todos los borrachos violentos de las películas, nadie le cree. Menos Banderas, que se deja llevar por las pistas a terrenos sorprendentes para él -a pesar de que desde su posición laboral cualquiera diría que estaría al tanto de asuntos básicos de su empresa y del mundo en el que vive. Con robots conscientes de sus heridas y/o tendencias suicidas por inmolación, la historia tiene vía libre para plantear y ahogarse en unas ínfulas filosóficas esbozadas a través de clichés y diálogos imposibles que aparentan profundidad pero rápido se desvelan vacuos.
Para cuando la historia se adentra en el tercer acto, ese deambular por el desierto arrastra al ritmo al terreno del sopor y el desinterés, y los despropósitos narrativos se suceden y atropellan. Pero sobre todo, y contradiciendo cuando hace unos párrafos admitía que lo menos pasable era la falta de originalidad, es la carencia de alma lo que termina por rematar la propuesta. Personalmente no creo que Kike Maíllo consiguiera una película redonda con ‘Eva’, pero si algo no le faltaba era un alma con la que conectar emocionalmente a cierto nivel, y es algo de lo que carece por completo ‘Autómata’, que tampoco cuenta con un solo personaje con sustancia.
Y ya que he mencionado otra producción patria, quiero cerrar este artículo con una reflexión. Quizá alguno se me eche encima por no salvar nada de ‘Autómata’ (cuyo estreno mundial en el Festival de Cine de San Sebastián fue recibido con abucheos que después criticarían por exagerados en el Festival de Cine Fantástico de Sitges), pero lo que no podemos permitir es ser condescendientes con nuestro propio cine. ‘Autómata’ puede no lucir mal –sus milloncitos se han gastado-, pero un diseño aceptable de producción no salva el pastiche poco coherente y estimulante que hay sobre él. No podemos minimizar las críticas negativas sólo porque los robots den el pego.
En el fondo la única ciencia ficción que querían contar en ‘Autómata’ era lo del cuello de Melanie Griffith.
En Xataka | El progreso tecnológico: el terror del guionista audiovisual
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