A uno, la muerte de Wes Craven por un tumor cerebral le ha pillado por sorpresa. Por sorpresa de verdad: leer que tenía 76 años es casi un pequeño shock. En mi mente hay gente que siempre parece joven y Craven era de ésos. Quizás sea por cómo ayudó a definir mi tardoinfancia y el paso a la adolescencia (y la de muchísima gente más) en esos años 80 en los que ir al vídeoclub y rebuscar en su fondo de catálogo suponía cada día descubrir nuevas rutas, nuevos caminos.
Craven, como muchos otros que poco a poco también irán muriendo y me parecerán siempre jóvenes, estaba limitado en apariencia a un espacio pequeño, pero muy abigarrado: el del cine de género de terror; uno no especialmente bien considerado entre la gente "seria" de la industria. Y, por supuesto, en su larga carrera (23 films como director, un largo puñado más como productor, responsable de montaje, actor y más roles) ha habido altos y bajos. Pero eso no quita para que fuera un maestro en lo suyo ni tampoco para que redefiniera junto a otros un buen puñado de reglas de cómo enseñar a los jóvenes a amar el cine de terror.
Cómo no vender tu primera película
A menudo, la visión que se ha dado sobre él es la del cineasta automatizado, capaz de sacar mil y un derivados de Elm Street (su obra icónica). Pero, en realidad, ese reduccionismo no cuenta lo mucho que le costó entrar en ese ritmo industrial, un poco por su culpa, otro poco por cómo fueron sus primeras películas y otro mucho por cómo era el Hollywood de los 70. De hecho, entre el estreno de su debut, 'La primera casa a la izquierda', en 1972 y su segundo film ('Las colinas tienen ojos, 1977) pasan cinco años en los que Craven no consigue convencer a nadie de que puede dirigir algo.
No es precisamente un mal momento para los jóvenes cineastas ni se da la espalda de manera sistemática a debutantes, pero la crudeza, el ambiente malsano y la lectura desoladora de 'La última casa a la izquierda' dejan poco espacio a la "venta de talento". En su debut encontramos también el primer subtexto sociopolítico incómodo acompañando a un thriller de venganza brutal, con toques cómicos desconcertantes. Craven está enseñando ya muchas marcas de su sello propio, y eso incomoda a muchos; por ejemplo, a esos proyeccionistas que viendo lo explícito del tratamiento, prefirieron editar a bulto la cinta antes de estrenarla en sus cines. Con esos pequeños detalles se imprimen las leyendas...
No le debió doler mucho, porque en 1977 Craven regresa igual de crudo con 'Las colinas tienen ojos', donde cuela una curiosa lectura de la guerra de Vietnam en medio de las vacaciones de una típica familia de clase media estadounidense. A pesar de lo gráfico de su película, de nuevo el director de Cleveland hace hincapié en la parte psicólogica: lleva a los límites a ese reflejo de los EEUU "normales", se pregunta qué pasa cuando a esa familia se le quita "lo suyo", ya fuera su hija (en el primer film) o su vida ante un grupo de caníbales. La respuesta de Craven no es especialmente agradable.
'Las colinas tienen ojos', además de tener uno de los más evocadores títulos de terror, se asienta en un buen número de lo que serán tópicos del slasher: el coche estropeado en el peor momento posible, el shock como estrategia cinematográfica, los personajes principales esbozados y esquematizados (a veces hasta el absurdo, hasta lo idiota), pero verosímiles en su viaje al extremo.
Y, por supuesto, tiene a Michael Berryman:
Entre medio de ambas, supuestamente, el vacío: los problemas para conseguir dinero tras lo gráfico de 'La última casa a la izquierda' obligan a Craven darse paseos por un buen número de despachos. Y también a filmar en 1975 bajo el seudónimo de Abe Snake 'Angela, The Fireworks Woman', un film de pornochic.
Un año después de 'Las colinas' llega 'Stranger in our house' (titulada en España 'Las dos caras de Julia'), un telefilm para la noche de Halloween de la NBC con momentos hilarantes, personajes camp, una Linda Blair incalificable... Es uno de esos productos que empezarán a meterse en la carrera de Craven de vez en cuando haciendo que el "calificativo" irregular sea el que mejor lo define.
New Line Cinema y el hit masivo del terror
Hasta 1984, Craven da tumbos: su adaptación de 'Swamp Thing' es muy floja (contrasta además con lo que Alan Moore haría en los 80, precisamente cuando DC quiso pillar el rebufo de la adaptación cinematográfica) y de títulos claramente menores como 'Deadly Blessing' (1981) apenas se puede recuperar la premisa (horror en ambientación amish) y su intención de no estancar los tropos del género. Y de la segunda parte de 'Las colinas tienen ojos' renegó hasta él (pero, EH, el flashback del perro...)
Hablamos ya de 1984, y Craven seguía filmando cosas por dinero de las que se arrepentía después. Ese año es el que materializa su encuentro con Bob Shaye, fundador de New Line Cinema, en una reunión que pondría patas arriba el género de terror.
'Pesadilla en Elm Street' costó apenas dos millones de dólares y recaudó sólo en EEUU más de 26. Volvió a traer a primera plana cinematográfica el cine de terror más carnal y creo una nueva mitología indeleble y fácil de identificar incluso por quienes no han visto la película. Así, un proyecto que se había paseado desde 1982 por diferentes estudios se convirtió en el pilar de New Line Cinema como empresa y en el título que durante muchos años definió a Craven.
Es fácil entender por qué: desde su secuencia inicial de créditos, Freddie Krueger se construye como una de las figuras más poderosas del cine de terror de todos los tiempos. Cara abrasada, icónico jersey a rayas, sombrero y unas cuchillas con las que, como con sus contoneos y sus palabras, juega con matices entre lo sexual, lo cómico y lo macabro.
Si el mejor slasher está lleno de villanos memorables (Michael Myers, Caracuero, un Jason al que sin embargo costaría llegar como icono), Krueger sobresale por lo redondo de sus muchos matices: por su vis sardónica, por su manera de moverse en pantalla, por sus teatrales y meticulosos asesinatos, por la canción que le dedican y hasta por su razón para matar: "pagarás por los pecados de tus padres".
Wes Craven fue, ya lo hemos dicho, un cineasta tremendamente irregular, pero visualmente 'Pesadilla en Elm Street' es apabullante. La manera de imbricar sueño y vigilia, de conseguir que nunca esté claro si estamos en plena pesadilla o nos hemos despertado vivos de la inevitable cabezada es motivo más que suficiente para que hoy, recién fallecido, celebremos lo mucho que nos dejó.
De grito en grito hasta la victoria final
Lo que nos dejó, por supuesto, no se queda sólo en Krueger. Aunque 'Shocker' (1989) perpetúe la falsa imagen de que Craven estaba intentando replicar Elm Street en cada nueva película, son 'The Serpent & The Rainbow' (1988) y 'The People Under The Stairs' las más llamativas e infravaloradas de su obra inmediatamente posterior.
La primera, con un Bill Pullman enviado a Haiti "a ver qué pasa con todo eso del vudú", ata a Craven al realismo, a unos zombies pre-Romero, y lo muestra casi fascinado por las selvas y barrios de la isla. Es terror y fábula política a la vez y funciona especialmente porque, salvo en el tramo final, se muestra muy lejos de lo fantasioso (y por escenas como la de ser enterrado vivo, claro).
'The People Under The Stairs' (1991), por su lado, insiste en mezclar mensaje y horror, pero agudiza la vis sarcástica de Craven en una fábula sobre los Estados Unidos de la era Reagan. Nada sutil, por cierto: la gente que vive debajo de las escaleras de una pareja de caseros horripilantes es, claro, la clase baja, a la que mutilar, encerrar y hacer perder la integridad y la palabra. Ambiciosa y muy bien resuelta, será su última gran película hasta la llegada de Scream (salvaríamos 'La Nueva Pesadilla', claro, Craven volviendo a Krueger nunca ha sido motivo de duda; pero no el extraño intento de hacer lucir a un Eddie Murphy en descenso en una comedia vampírica).
El metacraven
Scream tenía en el guión a Kevin Williamson, alguien que, entre otras cosas, se había criado con las películas de Wes Craven. Poner a uno de los maestros del género a filmar una película que parodia, utiliza y, en última instancia, adora todos los tópicos que lo conforman es una pirueta maravillosa que sirvió para dar a Craven otro de sus más grandes éxitos. Y también una nueva saga que explotar, una al frente de la que, esta vez sí, estaría de principio a fin.
Scream es burda, exagerada y paródica hasta el extremo, casi más 'Scary Movie' que la propia 'Scary Movie'. Pero Craven logra una y otra vez que todos los momentos que podrían arruinar la función encajen. Al espectador mínimamente interesado por el slasher le es muy sencillo subirse en una montaña rusa de bromas y escenas tensas. Pero en manos de otro director es fácil pensar que Scream hubiese acabado siendo sólo un "festival para listillos". Afortunadamente, no ocurrió.
Especialmente en las dos primeras partes, Craven se re-dirige a sí mismo. Vuelve sobre sus pasos cinematográficos, y los de gente a la que obviamente admira, para enseñarnos escenas que son mini-remakes de su propia obra. El "Wes Carpenter" de la película está también a los mandos de la dirección de toda la saga.
A pesar de que en su etapa final ha coqueteado con otros géneros, con aparición en la coral 'Paris, Je T'aime' e incursión el melodrama merylstreepiano (casi un subgénero en sí mismo) en 'Music of The Heart', Craven supo ver y trabajar Scream como el propio homenaje a un género en el que él y otros siempre han vivido con corazon joven.
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