Si jugamos a videojuegos en casa, es gracias a Ralph Baer

Si jugamos a videojuegos en casa, es gracias a Ralph Baer
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Ayer por la noche nos enteramos de la muerte de Ralph Baer. Probablemente su nombre no sea el más recordado pero sí sus invenciones. Es más, seguro que muchos de vosotros habéis disfrutado en algún momento de vuestra vida de sus creaciones y es que este inmigrante alemán se le conoce con un título muy especial: el padre de los videojuegos aunque lo justo sería decír que realmente fue el padre de las consolas de salón.

Es fácil olvidar la persona que hay detrás de ciertos objetos y productos. Baer es parte de la historia del siglo XX, no solo por crear la primera consola comercial en los 70 sino también por abrir la veda a un formato audiovisual que en cuestión de cuarenta años se ha convertido en una de las principales referencias culturales de nuestra sociedad. Si hoy juegas a un videojuego en casa, acuérdate de dar las gracias al bueno de Ralph.

De Brown Box a Oddisey

Durante los años 60 en Estados Unidos se estaba viviendo una pequeña transformación tecnológica en muchos hogares: la llegada del televisor a color. Casi 80 millones de pantallas que se utilizaban para ver las noticias, programas de ficción y que, como decía Baer, suplicaban ser utilizadas para algo más. De esa idea empezó un borrador de cuatro páginas de lo que originalmente se denominó como caja de videojuegos para un televisor.

Entre septiembre de 1966 y febrero de 1967 Baer y Bob Tremblay desarrollaron el primer prototipo de su concepto de videoconsola. Su nombre era Chase y se trataba de un videojuego muy simple donde dos personas jugaban a perseguirse entre ellas. Cada una estaba representada por un punto y el control era rudimentario pero efectivo. Herb Campman, de Sanders Corporate, vio la idea con buenos ojos y les concedió 2.500 dólares para seguir adelante.

Odyssey 1600x1200

El tiempo pasa, Baer y Tremblay refinan su diseño y empiezan a crear diferentes variaciones de ese rudimentario Chase: Handball, Golf y Ping Pong. La consola que presentaron tenía el nombre de Brown Box y aunque no era muy creativo describía a la perfección el dispositivo: un mueble de madera que cubría el cerebro de su creación. Con ella, dos mandos con diales rotarios e interruptores. El producto final estaba un poco más cerca.

El siguiente paso para Ralph Baer era encontrar alguien que le permitiera llevar su invención a esos hogares estadounidenses que acogieron la televisión en sus hogares. Primero lo intentó con General Electronics y Motorola pero aunque la idea les pareció muy innovadora no decidieron invertir en ella. Finalmente fue Gerre Martin, vicepresidente de marketing de Magnavox por aquel entonces, quien decidió darle una oportunidad.

En 1971 se firmó el acuerdo entre la compañía y Baer para lanzar al mercado, un año más tarde, Magnavox Oddysey. Una versión rediseñada de Brown Box donde se apostó por materiales de menos calidad y con dieciséis interruptores que permitían reemplazar los pequeños chips que tenía la placa base y en la que se almacenaban los juegos. Este formato fue el primer paso para lo que años más tarde veríamos como cartuchos.

Técnicamente la consola era muy limitada: no tenía sonido, funcionaba con pilas y tampoco incluía un sistema de puntuaciones por lo que todo eso recaía en una hoja de papel y un bolígrafo. A día de hoy todo ésto nos puede resultar primitivo y digno de un museo pero en la época tuvo una recepción muy positiva y a pesar de lo sencillo que era técnicamente, muchos se sorprendieron con esta invención.

La competencia aparece, Baer se retira

A pesar de la buena crítica que recibió la consola, Magnavox llegó a 130.000 hogares durante las primeras navidades. Cuando se abandonó la consola en 1975 se lograron vender 330.000 unidades y 80.000 rifles de luz. Sí, este accesorio también fue invención de Ralph Baer.

En 1972, Nolan Bushnell atendió a una demostración de Magnavox Odyssey y se mostró decepcionado con el juego de Ping Pong. Unos meses más tarde, en noviembre del mismo año, lanza para Atari Pong: una versión más refinada del juego con puntuación y sonido.

Atari

Los setenta avanzan y mientras que Magnavox y Atari se pelean en los juzgados por infracción de patentes la creación de Busnhell, posteriormente presidente de Atari, fue todo un éxito. Odissey salió del mercado y los clones del juego de tenis se empezaron a multiplicar.

La Atari 2600 y la Intellivision se fueron haciendo con el mercado mientras que Baer decidió retirarse de este prehistórico mundo de los videojuegos. Estuvo unos cuantos años y aunque su trabajo quedó eclipsado por la competencia es indiscutible que gracias a sus creaciones hoy estamos jugando a videojuegos en casa. Fue él quien nos trajo la consola como formato a nuestro salón.

Baer cumplía con el estereotipo de inventor, alguien que no paró de crear: Brown Box, joysticks asequibles, un mando para poder jugar al golf, las pistolas de luz o el modo multijugador fueron algunas de sus creaciones relacionadas con los videojuegos. Eso sí, no fueron las únicas.

Tras salirse del mercado de los videojuegos, desarrolló diferentes juguetes electrónicos como Simon y Super Simon. El famoso juego de memorizar colores fue desarrollado por este ingeniero alemán para Milton Bradley que aunque en su día no tuvo mucho tirón en los ochenta y noventa causó furor.

El discreto reconocimiento a Baer

Baer no será una figura mediática como lo son otros grandes del mundo de los videojuegos. Su nombre no sonará tanto como el de Miyamoto o el de Wright. Sin embargo, gracias a él (entre otros) el videojuego llegó a nuestras casas. No estará en la boca de mucha gente pero el tiempo le ha terminado dando parte del reconocimiento que se merece.

En 2006 George W. Bush le otorgó la medalla nacional de tecnología. Justo ese mismo año donó todas sus creaciones a los museos Smithsonian y en 2010 pasó a formar parte del salón de la fama de los inventores de los Estados Unidos. Hoy, fallecido a los 92 años el pasado seis de diciembre, nos despedimos de uno de los grandes inventores del siglo XX.

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