“Todos los animales son iguales”, decía George Orwell en ‘Rebelión en la Granja’. “Pero algunos animales son más iguales que otros”, remataba. Y, aunque se refería a otra cosa, creo que ninguna frase capta mejor uno de los debates de nuestro tiempo: el caso (medioambiental, sanitario y ético) a favor reducir el consumo de carne.
El veganismo nació como una curiosidad extraña hace unas pocas décadas, pero hoy por hoy es imparable. Cada vez hay más expertos que ponen fecha de caducidad a las dietas carnívoras y, por eso, creemos que es hora de tratar de entender cómo un movimiento político minoritario se ha transformado en una revolución social.
De movimiento político a estilo de vida
El veganismo va más allá de comer carne: se trata de una opción de vida que rechaza todas las formas de explotación animal. El término fue acuñado por Donald Watson en 1944 para diferenciarlo del 'vegetarianismo'. En esencia, ya sea por motivos éticos, medioambientales o de salud, los veganos rechazan el consumo de carne y el uso de productos de origen animal en sentido amplio (pieles, cosméticos, etc...).
Bruce Sterling, el famoso escritor de ciencia ficción, escribió en 2002 un libro que trataba de identificar algunas de las tendencias que transformarían los siguientes 50 años de la historia de la humanidad. Una de sus secciones estaba dedicada a los “nuevos movimientos políticos”:
Hay más o menos una docena de características que definirían un nuevo movimiento político del siglo XXI, antes que nada este movimiento necesitaría una ideología genuinamente nueva (…) que no necesita parecer política en el sentido tradicional, podría parecer tan tonta y excéntrica como al principio parecía el feminismo.
Podría llevarnos algún tiempo darnos cuenta de que los padres del movimiento no son seres estrafalarios, que incluso, han pensado profundamente sus temas y son serios sobre sus cuestiones. Con el paso del tiempo podrían verse ganando importantes discusiones y atrayendo adherentes intelectualmente serios.
Mi sensación (y se trata, por supuesto, solo una sensación) es que el movimiento antiespecista es uno de esos movimientos “excéntricos y estrafalarios” que pueden convertirse en detonantes de cambios radicales en nuestras sociedades.
Pero, esto es solo la mitad de la historia. La socióloga Nina Gheihman ha estudiado que efectivamente, en un primer momento, el veganismo moderno estaba estrechamente ligado a la ideología del movimiento por los derechos de los animales. Pero, en pocos años, ha trascendido ese contexto y se ha ido transformando en un “movimiento de estilo de vida” al que se le han sumado preocupaciones ambientales y sanitarias.
Según Gheihman, esto ha cambiado profundamente la estructura del movimiento: generando una industria emergente de productos de consumo y conocimiento, además del activismo político. Y, a la vista de los datos, parece que el giro ha surtido efecto.
El imparable crecimiento del veganismo
Un vistazo a los datos nos señala que el veganismo está creciendo rápidamente sobre todo en los páises más desarrollados. Un informe de 2017 señala que el 6% de los consumidores norteamericanos se declaran abiertamente veganos, lo que supone un crecimiento del 500% desde 2014.
En Alemania, hasta un 44% por ciento de los consumidores señalan que siguen una dieta “baja en carne” frente al 26% de 2014. En Israel, un 5% de la población es vegana (y Tel Aviv es considerada una de las capitales del mundo libre de carne).
En España, los datos (algo anticuados), señalan que un 3% de la población se define como vegetariana, aunque hay [algunos datos parciales](161% los pedidos a domicilio en el último año) que nos invitan a pensar en una tendencia similar. En Reino Unido, en los últimos 10 años, el crecimiento de veganos se estima en un 350%.
Y, como era de esperar, ese crecimiento se concentra muy significativamente en los más jóvenes. Casi la mitad de todos los veganos (el 42%) tienen menos de 34 años frente al 14% de ellos que se concentran entre los mayores de 65.
Eso ha ido de la mano que un crecimiento en la sensibilización del impacto del consumo de carne y un giro de muchos consumidores hacia productos ecológicos y/o sostenibles. El factor sanitario también tiene una importancia: los estudios señalan cada vez más directamente los problemas médicos derivados de una dieta basada en la carne (Etemadi, Sina y colaboradores, 2017).
No comeremos carne, pero no lo notaremos
Sin embargo, frente a los argumentos éticos, ambientales y sanitarios persiste en factor 'hedónico'. Es decir, el "placer (y la experiencia) de comer carne" es difícilmente sustituible por otros productos. Esto es algo que explica en buena parte esa brecha de edad.
Ahí la tecnología tiene mucho que decir para desterrar la imagen aburrida de los bistecs de tofu. Sobre todo, porque no sólo es cosa de vegetarianos: el 36% de los norteamericanos ya prefieren alternativas a la leche a la leche misma. La revolución alimenticia está en marcha y no hay que irse a la carne cultivada para verlo.
Beyond Meat, Clara Foods, Perfect Day, Imposible Foods o Terra Via… las empresas dedicadas a diseñar productos sustitutivos que ‘imiten’ organolépticamente a los de origen animal se cuentan por decenas. Y los progresos son realmente sorprendentes: Mark Bittman, periodista gastronómico del New York Times, dijo que "no notarás la diferencia entre esto y pollo real. Al menos yo no pude y es el tipo de cosas que hago para ganarme la vida"
Aunque la carne no deja de crecer
Hoy por hoy, los vegetarianos representan un mercado anual de 84.600 millones de dólares. Sí, se estima que el mercado de productos veganos crecerá significativamente en todo el mundo con países como China (17,2%), Emiratos Árabes (10,6%) y Australia (9%) a la cabeza.
Y eso ha hecho que muchas industrias cárnicas empiecen a tomar posiciones en el terreno. A modo de ejemplo, en 2016, Tyson Foods, la empresa cárnica más grande de Estados Unidos, compró un cinco por ciento de Beyond Meat, una pequeña Start up dedicada a diseñar productos de proteínas vegetal que imita a la carne (un sector en el que Bill Gates ha puesto 75 millones).
Y sin embargo, la producción de carne no ha dejado de crecer en ningún momento. En 2009, se produjeron 272.7 millones de toneladas de carne, tres veces más de las que se produjeron en 1970. Es una tendencia firme, clara e incontestable impulsada, sobre todo, por los países asiáticos que han ido incorporado grandes capas de la población a lo que podríamos llamar "dietas occidentalizadas".
De nuevo, aparece aquí una paradoja, los veganos crecen en los países industrializados (y entre las clases altas de los países en desarrollo), pero el consumo de carne aumenta un ritmo mucho mayor de lo que cabría esperar en ese contexto.
Con las tasas de crecimiento que vemos y los inicipentes movimientos a favor de establecer impuestos a la carne, no es difícil imaginar un futuro cercano donde el veganismo sea mayoritario en los países desarrollados. De la misma forma, no parece probable que el consumo de carne a nivel mundial se frene a corto plazo. Es más que un cambio alimentario, es un profundo cambio cultural.
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