Hablamos mucho de los pantanos y del agua embalsada, pero la infraestructura clave para que beban casi dos de cada diez españoles no está río arriba. Está en el suelo. España es un país de acuíferos. Según los datos del Ministerio de Transición Ecológica, cubren más del 90% del territorio nacional. Eso tiene una consecuencia práctica: entre 20.000 y 30.000 hectómetros cúbicos de agua que se renuevan anualmente.
El problema es que nos los estamos cargando.
Nos estamos bebiendo el subsuelo. Por un lado, muchos acuíferos (algunos tan cruciales como el de Doñana o el de Daimiel) están completamente sobreexplotados. Es decir, estamos extrayendo agua del suelo más rápido de lo que la naturaleza la puede reponer. Con las reservas cada vez más bajas, los ecosistemas (naturales, pero también urbanos) que se alzan sobre esos acuíferos se vuelven más frágiles.
El caso Doñana. Como explicaba Mario Viciosa, "Doñana ha perdido más del 80% de sus marismas respecto a comienzos del siglo XX", sí. Pero lo más preocupante es que "más de la mitad de sus lagunas se han secado en última década". Es decir, durante estos últimos años de sequía continuada, la sobreexplotación del acuífero ha llevado la reserva al borde de la quiebra técnica.
Lo mismo. Exactamente lo mismo pasa con muchas zonas del país. En la medida en que muchas regiones dependen de forma crítica del agua subterránea, su desecación conlleva un riesgo muy considerable de seguridad hídrica.
Sobre todo, si están contaminados. Porque esa es otra. El sector agrícola consume un 82,5% del agua que se utiliza en España y eso significa que una enorme cantidad de agua pasa por tierras recurrentemente fertilizadas con nitratos y otros fertilizantes. El resultado es que, según la Red Ciudadana de Medición de Nitratos, casi el 60% de las aguas subterráneas españolas está contaminada por nitratos. Otros análisis más conservadores, como el del Ministerio, señalan que un 40% no cumpliría los requisitos de la directiva europea del agua.
Dos España que se acercan peligrosamente. Mientras la sobreexplotación ha ido creciendo en el sur, la contaminación ha crecido en las zonas donde la agricultura y, sobre todo, las macrogranjas han ido ganando peso específico. Andalucía, Castilla La Mancha, Extremadura son las grandes afectadas por el primer problema; todo el valle del Ebro y zonas de la Cataluña, Castilla y León, Mallorca o Gran Canaria, lo están por el segundo.
Un problema cada vez más grande. Murcia es un gran ejemplo de cómo confluyen los dos problemas. En ese sentido es, más que nunca, nuestro futuro. No sólo por una cuestión de escasez de agua y gran peso de lo agrícola; sino también por la incapacidad de sus Gobiernos para abordar el problema de fondo. La eutrofización del Mar Menor (y los miles de peces y crustáceos muertos en sus orillas) ha sido un ejemplo a plena luz del día de lo que provoca un exceso de nutrientes, provoca un derrumbe de la calidad del agua.
No es el mismo proceso el que ocurre en las masas de agua subterránea, pero sí la misma pérdida de calidad.
Ilegalidad. Los pozos ilegales en España (que se estiman en más de un millón) y una falta de controles en un sector (tan estratégico como maltratado) como la agricultura, provocan que la situación cada vez sea más compleja. La Comisión Europea tiene expedientado al país y la convocatoria de elecciones ha parado cualquier movimiento del Ministerio (que no supo aprovechar la polémica de Doñana para tomar la iniciativa).
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Imagen | Unsplash
*Una versión anterior de este artículo se publicó en mayo de 2023
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