"Tener un nombre solo incrementa el temor de lo nombrado", decía la famosa activista animalista H. J. Granger; pero ¿quién no va a temer a un bicho de 13 metros de largo y 9 toneladas de peso? ¿Quién no va a horrorizarse ante esos dientes afilados, esas garras, esa mole de carne y hueso y hambre voraz corriendo a más de 30 kilómetros por hora? En este caso, temer el nombre de Tyrannosaurus rex es una consecuencia directa de lo nombrado: uno de los depredadores más gigantescos de la historia de la Tierra.
Piezas que no encajan... Por eso, en parte, nos hemos obsesionado con ellos, los hemos estudiado minuciosamente y no hemos parado de reconstruirlos. Sin embargo, nunca hemos acabado de entenderlos. Era como si las piezas no acabaran de encajar, como si lo que sabíamos sobre el desarrollo ontogenético del animal no acabara de formar un conjunto orgánico.
Los huesos del registro fósil, por ejemplo, variaban en densidad y robustez. Es más, nos encontrábamos con ejemplares que tenían un par de incisivos, pero también con ejemplares que tenían dos pares.
...porque no son del mismo puzle. Gregory Paul y su equipo decidieron darle la vuelta a la cuestión. Estudiaron 37 especímenes atribuidos a T. rex y analizaron la longitud y la circunferencia de los huesos del muslo con la idea de evaluar la robustez de los mismos. Sus conclusiones extrañas, pero tienen sentido: es muy poco probable que las diferencias que existen entre los huesos analizados se deban a variaciones individuales.
Una variación demasiado grande para no ser sospechosa. "Encontramos que la robustez en la muestra que tenemos de tiranosaurio, la variación del fémur es mayor que la de todos los demás tiranosáuridos combinados durante 10 millones de años de evolución", explicaba Paul. Estamos hablando de diferencias demasiado grandes como para no hacer saltar todas las alarmas. Sobre todo, porque las diferencias de densidad no están relacionadas con el tamaño total del ejemplar o con la edad estimada a la hora de la muerte. Tampoco parece que sea una cuestión de sexos.
Tres especies. Evidentemente, aún hay mucha tela que cortar y no pueden descartarse todas las explicaciones alternativas y, de hecho, hay paleontólogos que no están convencidos del todo, pero el equipo tiene claro que la que mejor encaja es que donde hasta ahora veíamos un solo Tyrannosaurus rex hay tres: rex, imperator y regina.
La idea es sugestiva. Sobre todo, porque se trata del mayor estudio hecho hasta la fecha y explica algunas cosas que, hasta ahora, tenían difícil encaje. Sin embargo, tropieza con el mismo tipo de problemas que tropiezan todos los estudios de dinosaurios: hay poco material para estudiar en profundidad. Y, aunque lo tengamos, tenemos el ejemplo de las plumas para saber lo mucho que cuesta eliminar una imagen social cuando está bien asentada.
Imagen | Jon Butterworth
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