Las mariposas (Rhopalocera) son uno de los insectos que más admiración genera entre propios y extraños gracias a los llamativos colores que hacen tan vistosas a muchas de las cerca de 2.000 especies agrupadas en esta categoría. Son primas de las polillas (en conjunto forman el grupo de los lepidópteros (Lepidoptera)), y es precisamente esta bifurcación entre ambos grupos donde se ha resuelto un gran misterio.
La diferencia clave entre polillas y mariposas es su tendencia a la nocturnidad o unos hábitos más diurnos. Este factor está detrás, por ejemplo, de la diversidad en los colores de unas y otras especies. Hace 100 millones de años, un simple cambio en los ciclos de vuelo de las polillas americanas habría sido el gran evento que diera lugar a la aparición de las mariposas.
Lo sabemos gracias a uno de los mayores estudios genéticos realizados a especies de esta familia. Un estudio que, además, ha ayudad a entender qué plantas fueron instrumentales en esta evolución.
La historia evolutiva de estos animales ha tenido que ser reescrita a lo largo de los años, y es que hasta hace bien poco se creía que la evolución de estos animales había sido relativamente reciente.
La hipótesis dominante hasta ahora explicaba la evolución de las mariposas como una consecuencia de la presión ecológica, especialmente la causada por los murciélagos, mamíferos voladores y cazadores nocturnos que a menudo hacen de las polillas su presa. Las polillas bien podrían haber cambiado a un horario de día para escapar de estos depredadores.
Sin embargo mariposas y polillas habrían divergido mucho antes de la aparición de los quirópteros o murciélagos, hace unos 50 millones de años. Algo después de la extinción masiva del Cretácico-Paleógeno, y mucho después de la aparición de las primeras mariposas, evento que ahora se calcula sucedió hace 100 millones de años.
La “explosión evolutiva” de las mariposas se dio en ese periodo de tiempo en el que mariposas y dinosaurios coexistieron. Casi todas las ramas clave en la evolución de estos insectos ya se habían asentado y, quizá lo más curioso, habían comenzado a entablar una curiosa “afinidad” con un grupo concreto de plantas: las plantas fabáceas responsables hoy de darnos alubias.
Otro factor importante habría sido la aparición de las abejas. La hipótesis dominante hoy en día asegura que las abejas evolucionaron en paralelo, de forma simbiótica con las flores de las plantas. Las mariposas podrían haber aprovechado esto para encontrar en el néctar una importante fuente de alimento.
“Observamos esta asociación a lo largo de una escala de tiempo evolutiva, y en prácticamente cada familia de mariposas, [las fabáceas] aparecían como los huéspedes ancestrales”, explicaba en una nota de prensa Akito Kawahara, coautor del estudio. “Esto era cierto para los ancestros de las mariposas también.”
2.000 especies de mariposas
En su análisis, Kawahara y su equipo estudiaron el ADN de 2.000 especies de mariposas, representando el 92% de los géneros conocidos. Tuvieron además la oportunidad de contrastar estos datos con 11 especímenes fósiles.
Los fósiles de estos animales son extremadamente raros por lo delicado de las alas y su facilidad para descomponerse sin dejar rastro. Los detalles del estudio realizado por el equipo fueron recientemente publicados en un artículo en la revista Nature Ecology & Evolution.
La historia evolutiva dibujada por estos investigadores también tiene que ver con su expansión geográfica. Las mariposas habrían surgido en el continente sudamericano, entonces más cercano a África que a Norteamérica.
Sin embargro estos insectos habrían tomado esta ruta del norte para llegar a través del paso de Bering a Asia. De ahí se habrían extendido, ahora sí, a África, así como la India que entonces estaba aún a la deriva, lejos de Asia. De igual manera habrían llegado a Oceanía, continente que acababa de “despegarse” de la Antártica.
Europa habría sido el continente olvidado por estos animales. Como señalan los autores de la investigación, el “viejo continente” no cuenta con una gran diversidad de mariposas y las que lo habitan no son endémicas de él, sino que pueden encontrarse en otros lugares. Esto encajaría con la historia evolutiva deducida por el estudio.
Imagen | Lenstravelier
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