En mitad del estrecho de Bering y a 400 kilómetros de la costa de Alaska, hay una escuela, un bar, una oficina de correos, una pequeña tienda, una antigua iglesia ortodoxa, 400 personas y una rata.
O eso creen. Porque aún no han encontrado a la rata.
Bienvenidos a St. Paul. La isla tiene, apenas, 110 kilómetros cuadrados y, aunque acoge a la comunidad aleutiana más grande de todo EEUU, es especialmente conocida por su singularidad biológica. No en vano fue uno de los últimos lugares donde sobrevivieron los elefantes lanudos y, hoy en día, es un "paraíso para la observación de aves".
St. Paul, como el resto de las islas Pribilof, forma parte del "refugio nacional marítimo de vida silvestre de Alaska" desde 1982. Y motivos no faltan: se calcula que es zona de cría para medio millón de osos marinos árticos y la visitan cada años millones de aves de 329 especies distintas. Hay más cosas, claro: focas comnes, leones marinos, zorros azules, renos y un sin fin de plantas endémicas.
El problema es que la rata lo cambia todo.
Una llamada en mitad del océano. Fue en junio. Un residente llamó a la Oficina de Conservación Aleutiana y les alertó de que había visto una rata. Aquello disparó todas las alarmas. La última vez que una rata se había colado en la isla los st.paulinos tardaron un año en encontrarla y cazarla. No había tiempo que perder.
"Inmediatamente comencé a hacer preguntas y a arrastrarme debajo del porche", explicaba al NYT Lauren Divine, directora de la Oficina. Su equipo "buscó señales de rata"; cosas como "excrementos o marcas de mordeduras", también revisaron todos los lugares donde, a priori, podría esconderse. Colocaron trampas e instalaron cámaras de campo. Además varias agencias federales activaron el protocolo diseñado para casos en los una especie invasora llega a la isla.
¿Todo esto por una rata? De hecho, todo esto por una rata que quizás ni siquiera exista. Pero es necesario. Históricamente, las ratas han sido una de las piezas clave en la degradación de ecosistemas autóctonos. "Desplaza especies de pequeños mamíferos, aves y reptiles, reduce su capacidad reproductiva y, de hecho, ha provocado la extinción de múltiples especies de vertebrados, insectos y plantas", explicaba el biólogo Álvaro Bayón.
Son animales "omnívoros, muy inteligentes y con una capacidad de socialización elevada, capaces de cooperar y de resolver problemas complejos", continuaba. Y eso es especialmente peligroso en ecosistemas insulares. Un estudio realizado por la Universidad de Lancaster estimaba que en el archipiélago británico de Chagos (siete atolones perdidos en el Índico) "la densidad de aves marinas en las islas libres de ratas puede ser hasta 720 veces mayor que en las islas invadidas".
Basta con recodar que a St. Paul se la suele llamar "la Galápagos del norte" para hacerse una idea del problema.
Una lucha que parece no tener fin. Desde hace muchos años, la comunidad (asentada en el sur de la isla) tiene medidas permanentes para detectar y neutralizar la llegada de rodeores. Las trampas tratan de blindar el aeropuerto y toda la zona portuaria. Pero, aún así, en 2018-2019 una rata logró colarse en la isla y esconderse durante meses.
Ya hay algunas zonas naturales que hemos conseguido 'desratizar' (de hecho, algunas están en las mismas islas aleutinas), pero son procesos que duran años y cuestan muchos millones de dólares. Los destrozos que puede causar una plaga de ratas mientras tanto es enorme.
Y es algo que no podemos permitirnos perder. En la revista Time entrevistaban a Donald Lyons, director de conservación del Instituto de Aves Marinas de la Sociedad Nacional Audubon, y su descripción de St. Paul sirve para entender el enorme valor que tiene: "Es simplemente la abundancia de vida silvestre de la que escuchamos historias o leemos relatos históricos, pero que rara vez vemos en nuestra era moderna".
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