Es una escena que se repite cada vez más a menudo. Empresas que llegan a zonas rurales, alquilan tierras; la cultivan de manera ultraintensiva, produciendo (a menudo, tres o cuatro cosechas donde antes se producían como mucho dos); traen sus propios trabajadores en autobuses y, cuando han agotado los recursos, se van a otro sitio.
En Murcia, por ejemplo, la situación se está volviendo insostenible.
El nuevo extractivismo de siempre. Es algo en lo que coinciden varios alcaldes de la provincia. "Empresas que llegan ante la falta de relevo en las tierras o que ofrecen un dinero interesante a los propietarios. Alquilan las tierras y las cultivan de una manera ultraintensiva con el agua de los manantiales y los pozos de toda la vida", decía el alcalde de Caravaca en La Opinión de Murcia.
"Hay muchas empresas que vienen y que hacen cultivos que no son tradicionales de esta zona. Nuestra filosofía es apoyar los cultivos, sean de la modalidad que sean y más con las empresas que están aquí y compran. Pero es que las que alquilan ni recogen las cosechas", explicaba la alcaldesa de Yecla. "A veces, la segunda o la tercera floración ni la recogen",
"Son empresas totalmente deslocalizadas. Llegan con su propia mano de obra. Hacen varias plantaciones con tres o cuatro cosechas de lechuga o brócoli y contaminan la tierra. Revientan los caminos, no dan nunca la cara y son insensibles al territorio", terminaba el primer edil de Caravaca.
Un problema difícil de gestionar... En gran parte, porque no hay mecanismos. Por ejemplo, aunque las denuncias sobre la sobreexplotación de los acuíferos son constantes, ni ayuntamientos ni asociaciones profesionales pueden hacer demasiado (ni siquiera pueden comprobarlo). Eso son competencias de la Confederación Hidrográfica del Segura y, a día de hoy, tampoco tiene capacidad técnica para monitorizar el uso de los acuíferos en tiempo real.
No hay mecanismos, ni gente que los pueda implementar. El repliegue de la Guardia Civil, la dificultad para cubrir puestos sanitarios, educativos y asistenciales, el caos demográfico, el éxodo a las ciudades... Lo cierto es que cada vez hay más trabajo para menos personas.
Y el resultado es que modelos de explotación tan agresivos y poco sostenibles como estos pueden para bajo el radar.
...pero cada vez más importante. Hace unos días repasábamos en 'idilio' entre los fondos de inversión internacionales y la agricultura española. Primero, dichos fondos han ido comprando empresas productoras; luego han ido comprando tierras de cultivo.
Pero con la llegada de las "empresas fantasma" la situación es distinta porque, al renunciar de forma explícita a la continuidad, introducen modelos que son perjudiciales para el medio ambiente, para el tejido productivo y para la estructura social de los pueblos donde se instalan.
No hay que olvidar que cuatro de cada diez propietarios de fincas rústicas y hasta el 50% de los titulares de una explotación ganadera en España están a punto de jubilarse. Eso significa que miles de hectáreas de cultivo van a dejar de estar productivas (y van a salir al mercado) en los próximos años.
El conflicto es inevitable. Y por eso, es buen momento para empezar a ordenar un sector que va camino de una de las grandes transformaciones industriales de lo que llevamos de siglo. Lo que llama la atención a los regidores murcianos es que la idea de avanzar hacia el extractivismo que representan estas "empresas fantasmas" va a la contra del debate público sobre la España Vaciada y las iniciativas para la restauración de la naturaleza.
Y sin embargo, son conscientes de que el problema de fondo es que estos modelos cortoplacistas son más rentables para unas empresas que no tienen que asumir en su cuenta de resultados las externalidades negativas que ocasionan. Eso es precisamente lo que está terminando por arrinconar los modelos que verdaderamente apuestan por cuidar el territorio en el que se desarrollan.
Imagen | Teresa Grau Ros
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