Hace ya dos semanas que un tren cargado de cloruro de vinilo (y otras muchas sustancias peligrosas) descarriló en East Palestine (Ohio) provocando un vertido tóxico, el desplazamiento de casi 5.000 personas y un reguero de imágenes que han conmocionado a medio mundo. Sin embargo, la falta de respuestas oficiales sobre lo que pasó realmente y sobre el impacto que va a tener todo esto es realmente muy frustrante.
Por suerte, empezamos a conocer algunas cosas. Cosas que, por cierto, no suenan nada bien.
¿Qué sabemos sobre el accidente? Según los informes oficiales, el descarrilamiento tuvo lugar el 3 de febrero de 2023 hacia las 20:55 (hora local). Todo parece indicar que se debió a un problema mecánico en el eje de un vagón. Hablamos de un convoy de 150 vagones (20 de los cuales tenían materiales peligrosos), pero solo un tercio se vieron afectados.
Desde hace años, el transporte ferroviario norteamericano es un auténtico polvorín y los recortes en inversiones, recursos humanos y medidas de seguridad están a la orden del día. Por eso, el accidente de Ohio hubiera sido un tema menor, sino lo lega a ser porque el 6 de febrero, el gobernador de Ohio emitió un comunicado en el que se explicaba que cinco de esos vagones contenían cloruro de vinilo.
Un problema llamado: cloruro de vinilo. Algunos contenedores ya habían producido un incendio muy llamativo y otros habían empezado a verter su contenido al entorno, pero con el cloruro de vinilo era un tema aparte. Sobre todo, porque este producto esencial en la fabricación del PVC no solamente es muy tóxico: es tremendamente inestable. La única forma de sacarlo de allí era quemarlo.
Eso obligaba a mover a toda la población de East Palestina porque quemar el cloruro de vinilo iba a provocar una lluvia ácida muy intensa en las zonas limítrofes. Las quejas en los vecinos no se hicieron esperar, pero todo entraba dentro del guión hasta que el miércoles 8 de febrero se denunció que un periodista, Evan Lambert, había sido detenido mientras investigaba el alcance de la catástrofe.
Poco interés informativo. Sin embargo, los medios no prestaron mucha atención al asunto. Por un lado, los informes de la Agencia de Protección Ambiental aseguraban que, aunque habría muchos animales del medio acuático afectados, el agua potable estaba a salvo y, de hecho, el 13 de febrero dejó de monitorear el aire de la zona al comprobar que una vez extinguido el incendio no persistían las sustancias problemáticas (fosgeno y cloruro de hidrógeno, sobre todo) en el ambiente.
Mientras los técnicos "cerraban" el caso, el interés popular aumentaba. Sobre todo, por las espectaculares fotos del infierno. Es ilustrativo que hasta ese mismo día 13 (es decir, cuando la EPA daba carpetazo provisional al asunto), la Casa Blanca ni siquiera se refirió al asunto. Desde entonces, con la prensa sobre el terreno, empezaron a surgir informes que, pese a que teóricamente no comprometían el suministro de agua potable, sí que ponían en cuestión la versión oficial.
Demasiadas preguntas sin respuesta. De hecho, en los últimos días algunos municipios han empezado a recomendar beber agua embotellada. Y es que, pese a que no parece que realmente estemos frente a un "Chernóbil químico" como se ha llegado a comentar, ni de la "mayor catástrofe ambiental en Estados Unidos"; sí nos encontramos ante un enorme problema medioambiental que saca los colores a la administración y pone en duda (algo injustificadamente) el trabajo de las agencias oficiales.
Al fin y al cabo, ni siquiera hablamos del primer derrame de cloruro de vinilo de la historia del tren norteamericano. Hace una década, en 2012, un tren derramó casi 100.ooo litros de cloruro de vinilo en Nueva Jersey. El problema, sobre todo, es de gestión. O, mejor dicho, de cómo toda una serie de problemas de gestión y comunicación se interpretan como parte de un conflicto más amplio: el de unos ferrocarriles que un día fueron el orgullo de la nación y ahora solo dan problemas.
Imagen | National Guard
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