El siguiente gran problema del aceite de oliva ya no está ni en el campo, ni en el supermercado: está en Turquía

En plena subida de precios, países como Turquía, Marruecos o Túnez han prohibido las exportaciones de aceite

Aceitunas turcas
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Que el mundo del aceite de oliva va camino del desastre es algo que sabemos desde hace tiempo. Algo que, además, nos recuerdan los lineales de los supermercados constantemente. Y es que si comparamos el precio del aceite con el de enero de 2021, veremos que se ha disparado un 165,5%.

Y no va a bajar, no.

Las cartas sobre la mesa. Sobre todo, porque llegados a este punto ya sabemos que el aforo del aceite del Ministerio se ha dado un buen castañazo y los analistas dan prácticamente por finalizada una campaña que, debido al calor, se ha adelantado más de lo normal.

Así que mientras los productores intentan sobrevivir al envite de la meteorología y los mercados, lo único que podría impedir que los precios siguieran subiendo durante todo 2024 es el resto del mundo. Pero el resto del mundo, no está por la labor.

La telenovela turca con el aceite. En noviembre, en previsión de lo que venía, Turquía prohibió las exportaciones a granel indefinidamente. Con ello, asestaba un duro golpe al mercado internacional del aceite que (no hace falta ni decirlo) atraviesa uno de sus peores momentos.  Sobre todo, porque muchos habían puesto sus esperanzas en que la prohibición previa de Ankara finalizara el 1 de noviembre.

El Ministerio de Comercio, con la idea de asegurar el enlace (en un contexto internacional en el que España había visto reducida su producción a la mitad) llevaba prohibiendo las exportaciones a granel desde agosto de 2023. Si todo iba bien, las fronteras se abrirían en noviembre y eso ayudaría (si bien tímidamente) a que los precios internacionales se tranquilizaran.

Pero las cosas no fueron bien: la debacle del aceite está afectando a buena parte de la cuenca del Mediterráneo y la situación se complica a marchas forzadas. Y aquí es donde países como Turquía, Marruecos o Túnez han hecho valer su "independencia" comercial. En una situación de crisis generalizada, nadie quiere enfrentarse a unos precios desorbitados (y ellos tienen herramientas para utilizarlas).

Los países europeos parece que no. No los tienen o (en caso de que existan) no quieren usarlos. Y el destrozo de la combinación -- entre falta de existencias y el desequilibrio comercial que ya hemos visto en numerosos productos -- es completo. Por un lado, el aceite de oliva va perdiendo mercados en el exterior por culpa de unos precios elevadísimos. El AOVE ya era caro, pero todo el esfuerzo de "democratización" del aceite empezó a venirse abajo con el inicio de la Guerra de Ucrania y ya no hay manera de disimularlo.

Pero es que, por el otro, la subida de precios también erosiona la "cultura del aceite" de los países mediterráneos y promueve cambios en la dieta que (parece) no tienen vuelta atrás. El caso español es paradigmático: durante los últimos años, el país está dejando de consumir aceite de oliva y, por lo que sabemos, las amplias capas de la población que use han bajado del AOVE no han regresado a él.

Un mercado cada vez más pequeño. Europa (que llega a producir más del 70% del aceite) mira a Turquía porque, en los últimos años, ha escalado hasta convertirse en el tercer productor mundial de aceite.

Lo que ocurre con Ankara ocurre con todo el África mediterránea y Oriente Medio, pero el peso del aceite turco provoca que la prohibición de Ankara nos haga más daño: sacando cientos de miles de toneladas del mercado, está elevando el precio del aceite "artificialmente". Algo que es razonable para proteger a sus consumidores locales, pero que deja fuera de juego a los internacionales.

Es hora de aceptar que nadie va a cubrirle las espaldas al aceite español y eso significa sencillamente que los precios no van a dejar de subir.

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Imagen | Marco Zanferrari

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