Desde que Gran Bretaña sirvió de cuna a la primera Revolución Industrial, a finales del siglo XVIII, cada sucesiva transformación económica y tecnológica se ha caracterizado por dar un vuelco radical a los procesos de producción. Ocurrió hacia mediados del XIX, con la segunda revolución. Se repitió a comienzos del siglo XX por influencia de las TIC e Internet. Y ahora —sostienen los gurús— nos adentramos en una cuarta ola de renovación marcada por la inteligencia artificial, el Big data y un peso cada vez más palpable de la robótica y la automatización.
El impacto que tendrá la ya bautizada como cuarta Revolución Industrial es una incógnita que se despeja poco a poco a golpe de informes. A mediados de septiembre un estudio elaborado por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) vaticinaba que el 14% de los empleos de su zona —la institución aglutina 37 estados repartidos por diversos continentes— están en riesgo por la automatización y que casi un tercio (32%) de todos los puestos experimentarán “cambios importantes” por esa causa a lo largo de los próximos años.
La OCDE no es la única que apunta en la misma dirección. En su informe "Future of Jobs 2018", el Foro Económico Mundial (WEF) profetiza también un cambio importante en el mercado laboral. Un análisis realizado por el McKinsey Global Institute (MGI) junto a economistas de Oxford y el Banco Mundial va más allá y detalla incluso que a lo largo de la próxima década entre 400 y 800 millones de personas verán cómo la automatización los desplaza de sus puestos de trabajo.
Quizás con el fin de amortiguar el impacto de esa nueva revolución y evitar las brechas territoriales que pueda generar —en Eslovaquia el nivel de empleos en riesgo debido a la automatización asciende al 40%, diez veces más que en Oslo—, la propia OCDE subraya ya la urgencia de ir preparando el terreno. “Para remediar la fractura, las autoridades públicas deben enfocarse en mejorar la formación de los trabajadores y las competencias de las empresas”, conmina el organismo internacional en su estudio, que se presentó hace solo un par de meses.
Esas estrategias de prevención deben partir en gran medida de las autoridades públicas, pero… ¿Quién abandera el proceso de automatización? ¿Quién se encarga de guiar a las empresas en ese camino costoso y complejo que las adentra en la cuarta Revolución Industrial? Con el fin de no perder el tren de la industria 4.0, los ingenieros especializados han ido convirtiéndose en piezas clave en sus plantillas. Buena prueba de esa demanda creciente se encuentra en las universidades, donde los masters de robótica y automatización constatan un aumento de matrículas.
Santiago Martínez de la Casa Díaz es experto en robótica y automatización y trabaja en el grupo de investigación RoboticsLab de la Universidad Carlos III. “En nuestro máster tenemos mayor demanda de la que podemos absorber. Cubrimos siempre el 100% de las plazas y tenemos que rechazar alumnos. Hay un interés creciente en la formación más específica”, señala. Una tendencia similar apuntan docentes de masters de automatización de otros centros españoles.
La clave de ese aumento de demanda —detalla Martínez de la Casa Díaz— es el interés de las empresas por adaptar su producción. “La industria 4.0 se basa en dos patas: los dispositivos en las factorías y el tratamiento de datos. En la parte de automatización clásica se van a seguir instalando sistemas automáticos, robots. La robótica colaborativa es el avance que se introduce en la robótica 4.0; el robot no solo trabaja por su cuenta, sino que puede colaborar con las personas”, reflexiona.
¿Destrucción o transformación de empleo?
La pregunta del millón que surge a raíz de estudios como los de la OCDE es: ¿Destruye empleo la automatización? ¿A más softwares que automatizan trabajos, menos capital humano? Santiago lo tiene claro: “Los robots no quitan empleo, sino que obligan a un cambio de perfil”. Para el experto el factor decisivo reside en “el valor añadido” que cada cual aporte a su empresa. “Evidentemente la tarea de una persona que se dedica ocho horas a apretar un tornillo desaparece, pero se necesitará otro perfil más cualificado, el de un empleado con mayor formación que pueda acceder a un mejor salario”, resalta el ingeniero, convencido de que la robótica colaborativa será determinante.
“La cuestión siempre existe: ¿Un robot quita puestos de trabajo? Nosotros pensamos que no, que simplemente se cambian los perfiles”, incide Santiago: “Hemos sobrevivido a tres revoluciones industriales. En todas ha habido cambios drásticos y el mundo no se ha acabado”. De opinión similar, Rogelio Delgado Mingorance, ingeniero Técnico Industrial en Electricidad y de Organización Industrial, opina que la automatización y la robótica están cambiando el mercado laboral, pero no destruyen empleo. Un cambio que a menudo sirve —asegura— para mejorar las condiciones de calidad del trabajo: “Se están transformando puestos que antes eran muy arduos o repetitivos, incluso desde el punto de vista de la prevención de riesgos. Se varía el rol de los trabajadores”.
“Hace poco estuvimos en una empresa porque sus operarios tenían que mover vigas pesadas, lo que ocasionaba muchas bajas. La empresa se dio cuenta de que las personas que ponían en esos puestos terminaban padeciendo problemas de espalda. Se sustituyeron por robots y es verdad que ahora hay una persona que supervisa el trabajo, pero no tiene que estar continuamente levantando peso”, comenta José Luis Ramón, profesor del área de Ingeniería de Sistemas y Automática de la Universidad de Alicante (UA): “La empresa analizó sus costes y concluyó que con el absentismo que se ahorra y la mejora en la calidad de los trabajadores les interesaba la inversión”.
Con frecuencia el objetivo principal de la automatización no es mejorar la calidad laboral en las cadenas de producción. Cuando una compañía decide encarar el gravoso proceso de implementar su tecnología lo que busca es ganar competitividad. En ocasiones después de un análisis de costes detallado. Otras, por pura obligación en un entorno cada vez más exigente e internacional. “Estamos en un mercado global y hay que competir. La automatización es la única salida que le queda a países como España para ser competitivos. No puedes competir con el precio de la mano de obra de países de Asia y tú única salida es aportar mayor valor añadido”, abunda Ramón.
“En un sector como la automoción sería inviable entrar con un proceso que no fuera automatizado porque no podríamos competir ni en tiempos, ni en plazos, ni en acabados… No tendríamos un sistema que nos permita hacer esa producción que necesitamos para estar en el mercado en tiempo y forma adecuadas”, coincide Rogelio Delgado, quien ejerce además como profesor titular del Máster Europeo en Robótica y Automatización Industrial del INESEM Business School.
Desde las direcciones de las empresas los ingenieros dedicados a la automatización se ven cómo llaves para ganar eficiencia, valor añadido y competitividad, pero ¿y desde el resto de la plantilla, formada por operarios con diferente tipo de cualificación? ¿Y la sociedad? “En un proceso productivo, una de las principales premisas es no generar problemas. Cuando vamos personas que nos dedicamos a la automatización no nos ven como un rival o un enemigo. Saben que somos un aliado para ayudarles a que sus procesos vayan mejor, lograr más rendimiento, mejoras… Cuando convivimos con ellos siempre les comentamos que de la noche a la mañana no van a desaparecer esos puestos, sino que van a intentar actualizarse”, señala Daniel García Martínez, ingeniero industrial en una multinacional líder en tecnología y profesor asociado de la Universidad Europea de Madrid: “Yo creo que nunca se nos ha visto como una amenaza, siempre como un aliado”.
Para Martínez de la Casa la percepción puede variar sin embargo dependiendo del contexto y de las fluctuaciones de la economía. “Nosotros pensamos que un robot no quita puestos de trabajo. Simplemente se cambian los perfiles. En épocas de bonanza no se percibe como una agresión a la sociedad; en épocas de crisis normalmente sí. Al final la sociedad se adaptará. En un futuro tendremos cientos de coches autónomos en las carreteras. ¿Quitarán trabajos de conductores o taxistas? A lo mejor en el futuro se plantea esa pregunta. Nos adaptaremos. Habrá un período de crisis, de adaptación, de transición, pero la sociedad se adaptará”, zanja.
Con el fin de que ese ínterin no se lleve por delante al personal de baja cualificación que ya se dedica a labores rutinarias, los expertos consultados coinciden en la importancia de acompasar la automatización con cursos para renovar conocimientos y habilidades. “Hay que invertir en formación porque lo que no puede hacerse es eliminar puestos de trabajo y no formar a la gente para que se recicle”, previene Martínez de la Casa. Para ahondar en esa vía, el experto recuerda que los propios técnicos ya imparten cursos con el objetivo de “que los trabajadores estén preparados para el cambio de tecnología. No hace falta ser un ingeniero para trabajar en una planta de robots.
Daniel García invita a mirar hacia otras latitudes para aprender de sus estrategias y cómo afrontan el cambio. “Para mí el tema de formación es un pilar imprescindible. Es algo en lo que muchas de las empresas están focalizadas a día de hoy. Lo que pasa es que en otros países, quizás si miramos al norte de Europa, tienen modelos y proyectos educativos en los que hay una cooperación muy cercana entre el mundo empresarial y la formación”. ¿Y en España? Aquí —reflexiona el ingeniero— “hay zonas que sí tienen ese know-how, pero no se está extendiendo a nivel global”.
Los límites los marca la rentabilidad
Otra de las grandes preguntas que la automatización deja sobre la mesa es: ¿Hasta dónde puede alcanzar? ¿Son todos los sectores susceptibles de sumarse a la cuarta revolución? La pregunta vuelve a generar una respuesta unánime, aunque con matices: sí, prácticamente todos los procesos puede automatizarse; pero no, a día de hoy no todos resultan igual de rentables. “Hay que tener muchos valores en cuenta. El primero es el económico. Las tareas que no aportan valor añadido son las que se pueden automatizar. En otras la evaluación resulta mucho más compleja porque puede que aporten valor, pero el coste es muy elevado y complejo de implementar. En ese caso no merece la pena hasta que la tecnología no esté preparada”. La reflexión, de Martínez de la Casa, está en sintonía con la de muchos otros ingenieros dedicados a su mismo campo.
“Tanto la automatización como la robótica se están aplicando ya en todos los sectores: servicios, transporte… Existe la posibilidad de adaptarse a un sistema automatizado. Otra cosa es el coste”, coincide el profesor del INESEM Business School: “Si nos ponemos estrictos se puede decir que cualquier cosa es susceptible de automatizarse, pero es cierto que hay muchos procesos que, por la dificultad que conlleva esa implantación, exigen hacer cálculos. Existen puntos críticos en el sentido de que si se automatiza todo, el día que me falle un automatismo tengo la planta completamente parada", reflexiona Delgado, quien a modo de ejemplo apunta a aquellos casos en los que es necesario solventar alguna incidencia puntual o aumentar la producción.
Por llegar, la automatización ha llegado incluso a los hogares, una prueba de su expansión acelerada en los últimos años. "Hace un tiempo es cierto que estaba muy sectorizado en la parte de industria. Solo se hablaba de robótica y automatización en la industria, pero actualmente sí que existe un campo más abierto en otros sectores, incluso en el hogar. Hoy en día vemos muchos anuncios de los robots que limpian suelos o de cocina", señala Delgado. "Ahora cualquiera con un poco de inquietud puede automatizar su casa para subir y bajar las persianas, activar la calefacción de forma automática… Cosas que antes solo las hacíamos nosotros en el ámbito industrial y de forma profesional", abunda un veterano ingeniero que trabaja en una empresa española.
En su opinión, el gran hito de la cuarta revolución industrial se enmarca "en el ámbito de la toma de decisiones". "Hasta ahora siempre era el ser humano quien la tenía, pero ahora se está centrando el manejo de información para la toma de decisiones. Ese es para mí el cambio de paradigma. Vamos a dejar en manos de máquinas la toma de decisiones, lo que supone el verdadero progreso. Ya se están adoptando de manera automatizada en las fábricas, pero con toda la capacidad de cómputo el progreso ha sido exponencial. Si se pueden analizar más datos, se pueden tomar más decisiones. La máquina por sí misma puede tomar más decisiones", concluye el experto.
Lo que está fuera de toda duda para los expertos es que la bautizada como cuarta Revolución Industrial es ya un proceso irreversible y con muy pocos visos de que vaya a echar el freno. “La expansión de la automatización es imparable y fundamental para todo tipo de empresa. Al final lo que se persigue es permitir una mejora de rendimiento, sostenibilidad, eficiencia energética, reducción de costes, tiempos de mercado… Hay muchos beneficios para plantearlo”, aboga García. De hecho —apunta el ingeniero— el punto de inflexión que lleva a muchas empresas a embarcarse en el cambio es un aumento de demanda que les obliga a reforzar su productividad.
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