El 11 de marzo de 2011 no se olvidará fácilmente en Japón. Un terremoto de magnitud 9 provocó un tsunami de 14 metros en las costas nordeste del país. En ese momento se inició una serie de incidentes en la central nuclear de Fukushima I que terminó con tres fusiones de núcleo, tres explosiones de hidrógeno y la liberación de contaminación radiactiva en varias de las unidades de la central. Muchos países frenaron en seco sus planes atómicos después de eso; Japón, el primero. Pero eso está a punto de cambiar.
Un antes y un después. En 2011, justo cuando ocurrió el incidente, los 54 reactores nucleares japoneses suministraban el 30% de la energía eléctrica del país. A día de hoy, la nuclear representa el 9% del mix. No es extraño. En 2018, después de las nuevas normativas de seguridad, solo cinco centrales (es decir, nueve reactores) cumplían los requisitos para seguir operando. Casi 19 reactores estaban ya desahuciados y camino de ser desmantelados.
Sin embargo, en los últimos años (a medida que la sombra de Fukushima se alejaba) el gobierno japonés ha mostrado su interés en volver a apostar por esta tecnología. Un proceso que ha culminado ahora cuando, animado por la crisis energética que ha creado la guerra en Ucrania, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, ha anunciado un plan nacional para construir al menos siete reactores de nueva generación.
Pisando el acelerador nuclear. Estos siete nuevos se sumarían a los 10 reactores que el gobierno nipón decidió volver a poner en marcha antes de final de año. Con este despliegue logístico y financiero (que incluye ampliar la vida útil de los reactores existentes), Japón espera que la energía nuclear represente entre el 20 y el 22 por ciento de su suministro de electricidad en 2030.
La negación no es un plan. "Es el primer paso hacia la normalización de la política energética de Japón", explicaba en Reuters Jun Arima, profesor de la Universidad de Tokio, y en parte tiene razón. Aunque, durante décadas, Japón fue un referente en el mundo la energía nuclear en el mundo, Fukushima supuso un parón extraño: no fue un cambio de modelo, fue una negación del anterior (sin apostar por nada que lo sustituyera).
Hablamos de la tercera economía del mundo y se encuentra en una posición geoestratégica muy delicada. Eso quiere decir que no puede enganchar su red a sus vecinos y, por lo que sabemos, no puede aumentar su producción de hidrocarburos significativamente: sin un plan ambicioso alternativo (y, posiblemente, incluso con él) la única manera de estabilizar la red es recurrir a la nuclear.
Sin cambios en España. La crisis energética ha pillado a muchos países con el pie cambiado y gigantes tan tradicionalmente antinucleares como Alemania han planteado su intención de replantearse sus hojas de ruta energéticas. Mientras tanto, en España el Gobierno ha repetido en varias ocasiones que no está entre sus planes replantear la transición energética española.
Imagen | Frederic Paulussen
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