Si quiere ser realmente "sostenible" y presumir con todas las de la ley de esa etiqueta, a la eólica no le llega con facilitarnos energía libre de carbono. Necesita también afrontar otros desafíos clave. Por ejemplo, cómo reciclar las palas de sus aerogeneradores cuando toca jubilarlas, resolver el impacto de las instalaciones offshore en los ecosistemas marinos y la pesca o evitar que sus molinos acaben cada año con la vida de cientos y cientos de miles de pájaros que se cruzan en su camino. En Noruega están trabajando ya en una solución para este último reto.
Su propuesta: crear aerogeneradores más "inteligentes".
Con todos ustedes, SKARV. Así se llama la tecnología en la que trabaja un grupo de investigadores noruegos. La palabra tiene más enjundia de lo que parece porque "Skarv" significa cormorán en el idioma nórdico y al mismo tiempo recoge las siglas en inglés de "prevención de colisiones de aves mediante el control activo de turbinas eólicas", una descripción bastante precisa de lo que quieren conseguir sus creadores. Su propuesta pasa por dotar a los molinos de "ojos" y un "cerebro" que les permitan ver con antelación los pájaros y evitar colisiones.
¿Y cómo lo consigue? Su propuesta es sencilla y se apoya básicamente en cámaras, sistemas de radar y un software. El objetivo es que los aerogeneradores puedan identificar aquellos pájaros que van a colisionar contra las palas con una antelación de cinco segundos o, al menos, una distancia de 100 a 200 metros. Una vez detectado el software se encarga de calcular la trayectoria más probable y, en caso de que concluya que hay riesgo de choque, altera la velocidad de rotación.
"Si hay peligro de colisión, envía señales de control que provocan un pequeño ajuste de la velocidad de rotación de las palas. Esto se consigue ajustando el generador y el giro", explica Paula García Rosa, una de las investigadoras del SINTEF que están trabajando en el proyecto. De momento han puesto a prueba su sistema con simulaciones y los resultados son esperanzadores: sus autores creen que SKARV ayuda a reducir hasta en un 80% las colisiones mortales.
El reto de anticiparse a los pájaros. Si bien el porcentaje que manejan García Rosa y sus colegas de SINTEF es contundente, SKARV no es una solución infalible. Su tecnología no puede hacer nada para evitar que los pájaros choquen contra la cabeza del rotor o cuando se aproximan volando desde un lateral o a lo largo del plano por el que las palas cortan el aire. Al trabajar con estimaciones, la eficacia del sistema también depende en gran medida de cómo de predecible sea el animal.
"Es difícil predecir la trayectoria de un pájaro y el nuevo sistema no resolverá el problema del todo", admite García Rosa: "Si un ave joven e inexperta se acerca a una turbina y muestra un comportamiento de vuelo errático no será posible predecir exactamente dónde estará unos segundos después. La predicción es también más difícil si se acercan varios a la vez". En caso de que la turbina detecte una bandada puede activar una parada de emergencia, pero SINTEF precisa que un dispositivo de 10 MW necesita entre 15 y 20 segundos para dejar de girar.
El salto de la teoría a la práctica. El equipo ha trabajado con simulaciones, pero le queda aún trabajo por delante. "SKARV es una tecnología prometedora, pero hasta el momento sabemos muy poco sobre su eficacia en la práctica", señala Roel May, del Instituto Noruego de Investigación de la Naturaleza (NINA). García Rosa reconoce que deberán seguir perfilando su propuesta antes de ofrecer una demostración práctica, pero confía en que SKARV esté disponible en cinco años.
Por lo pronto, sus impulsores aseguran que la tecnología puede adaptarse a cualquier turbina con velocidades de rotación variables y controlables. También que su impacto en la generación será muy reducido. "Dado que la velocidad solo se modifica en una pequeña cantidad, ya sea con un aumento o disminución, no hay pérdida significativa en la producción de energía", desliza García Rosa.
Pero… ¿Tan grave es el problema? Que los aerogeneradores son a la vez grandes aliados energéticos y enemigos de las aves es una de las verdades más incómodas que afronta el sector. Y quizás también la que más artículos, polémica e investigación ha alentado a lo largo de los últimos años. Aunque resulta muy difícil calcular con precisión cuántas aves mueren cada ejercicio entre las palas de los aerogeneradores, los datos de los que sí disponemos son elocuentes.
Según American Bird Conservancy, en 2012 las turbinas estuvieron detrás de la muerte de 366.000 aves en EEUU. Y eso hace más de una década. Al valorar el crecimiento del sector a lo largo de los últimos años, el colectivo calculaba que en 2021 el saldo podía ser ya de 681.000, si bien reconocía que la estimación quizás "subestima" el alcance real. Otros estudios sitúan el balance muy por encima del millón de aves anuales en EEUU. En España un análisis reciente muestra que las turbinas acaban aproximadamente con entre 100.000 y 200.000 murciélagos.
Un desafío complejo, no nuevo. La estimación está muy por debajo del saldo de aves que acaban estampándose cada año contra cables del tendido eléctricos y las cristaleras de los edificios o los que perecen entre las garras de gatos, pero es lo suficientemente abultada como para haber llevado al sector a buscar soluciones.
A lo largo de los últimos años ha probado diferentes estrategias para atajar el problema, a cada cual más imaginativa: desde pintar las palas, a incorporar señales sonoras o incluso replantearse el diseño de las turbinas. En Noruega se plantean un enfoque distinto y que sea el molino el que se adapte a las aves, no al revés.
Imágenes: Timusic Photographs (Unsplash)
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