Parece un termitero a escala industrial, pero lo que ves sobre estas líneas es la ambiciosa idea con la que Suecia quiere atajar uno de los grandes problemas de la energía nuclear: sus desechos.
El Gobierno escandinavo ha dado su visto bueno a SKB, la compañía encargada de la gestión de residuos y combustible nuclear, para que gane capacidad con un almacén que pretende resolver el problema durante la friolera de 100.000 años. La iniciativa, como detalla la propia firma, consta de un depósito para combustible nuclear gastado en Forsmark, en el municipio de Östhammar; y una planta de encapsulación en Oskarshamn. El lugar no es casual: Forsmark acoge desde hace ya varias décadas una central que juega un papel destacado en el suministro eléctrico de la nación.
El plácet llegó a principios de 2022 y a lo largo del año la compañía ha ido deslizando diferentes anuncios. En diciembre, por ejemplo, el Tribunal de Tierras y Medio Ambiente de Suecia concedió a SKB un permiso para la ampliación del depósito SFR para residuos de baja actividad en Forsmark, con lo que espera ampliar su capacidad a 180.000 metros cúbicos. SFR forma parte del sistema de depósito final de SKB y —así lo detalla la firma— a día de hoy ya se almacenan en las instalaciones que existen desechos de plantas nucleares o desperdicios radiactivos de origen médico.
"Varios reactores están siendo desmantelados en Suecia y es importante que los residuos tengan un destino final en Forsmark", remarca SKB. En diciembre contaba con presentar un nuevo informe a la Autoridad de Seguridad Radiológica a comienzos de 2023 y avanzar así en su tramitación.
Más de 60 kilómetros en túneles
Al anunciar el visto bueno del Gobierno, hace un año, SKB calculaba que el almacén movilizará una inversión de cerca de 19.000 millones de coronas suecas, el equivalente a 1.800 millones de euros, y permitirá crear unos 1.500 empleos. “Es una decisión histórica que permite a SKB deshacerse de los desechos nucleares que ha producido nuestra generación. Ahora esperamos implementar el proyecto de protección ambiental más grande de Suecia”, señalaba su CEO, Johan Dasht, en un comunicado.
El depósito proyectado en Forsmark incorporará un gigantesco sistema de túneles que superará los 60 kilómetros de longitud. Bajo tierra, el depósito cubrirá una extensión de tres a cuatro kilómetros cuadrados y alcanzará una profundidad considerable, de aproximadamente 500 metros.
El diseño, defiende SKB, es el resultado de una labor de investigación y desarrollo tecnológico que se ha extendido durante más de cuatro décadas y ha contado con la colaboración de expertos, centros de investigación e instituciones de educación superior de Suecia y el extranjero.
El plan se ha encargado de revisarlo la Autoridad de Seguridad Radiológica y el Tribunal de Tierras y Medio Ambiente. Los municipios que acogerán los centros, Ósthammar y Oskarhamn, también han trabajado en el proyecto. A nivel financiero, contará con apoyo del Fondo de Residuos Nucleares.
Queda sin embargo camino por recorrer para convertirlo en una realidad, a nivel administrativo y sobre el terreno. Por lo pronto, la compañía insiste en que su propuesta ofrece una “solución final segura y protegida” y calcula que el proceso de construcción del depósito de desperdicios, una vez disponga de todos los permisos de las autoridades, le llevará aproximadamente una década.
“Nuestra generación debe asumir la responsabilidad de los residuos nucleares. Este es el resultado de 40 años de investigación y estarán seguros durante 100.000 años”, reivindicaba en 2022 Annika Strandhall, la ya exministra de Medio Ambiente de Suecia, tras la aprobación del proyecto: “Con ello, aseguramos que podremos utilizar nuestra actual energía nuclear como parte de la transición para convertirnos en la primera nación desarrollada sin combustible fósiles del mundo”.
Desde que empezaron a funcionar, en los 70, se calcula que las centrales nucleares de Suecia han generado 8.000 toneladas de residuos altamente radiactivos, incluido el combustible gastado. El objetivo de las nuevas instalaciones es acoger a 500 metros bajo el suelo, en el lecho rocoso, los residuos y el combustible que emplearán los reactores hasta su cierre, previsto para la década de 2040. Cuando al cabo de 70 años los túneles estén llenos se rellenarán con arcilla bentonita para evitar así cualquier riesgo de filtración de agua y se sellarán las instalaciones.
Con su decisión, Suecia sigue los pasos de Finlandia, que ha impulsado una planta para residuos en Eurajoki, en la costa suroeste del país. A pesar de que el Gobierno sueci destaca las ventajas del proyecto, el depósito no está libre de polémica. Ni a nivel político, ni entre la comunidad científica. El anuncio llega de hecho tras años de debates, incluida en la esfera política y gubernamental.
Algunos expertos han cuestionado el método de almacenamiento, denominado KBS3 y que prevé aislar el combustible nuclear gastado en contenedores de cobre que luego se rodean de arcilla de bentonita y depositan en la red de galerías subterráneas. La propia Greenpeace ha censurado que las autoridades ignoren las “fuertes críticas de científicos independientes” que alertan de que las cápsulas “corren el riesgo de corroerse mucho más rápido de lo previsto”.
Imágenes: SKB y Anders Sandberg (Flickr)
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