InSight llegó a Marte el 26 de noviembre de 2018. Había recorrido 483 millones de kilómetros para desplegar un sismógrafo e introducir una sonda de calor a entre 3 y 5 metros de profundidad en el suelo marciano. Lo primero fue sencillo, lo segundo se está volviendo un infierno.
Los científicos buscaron una zona plana de tierra suelta donde la broca de la sonda pudiera excavar sin problema. Sin embargo, 30 centímetros después, el taladro se encontró con algo con características parecidas al cemento. La pregunta que rondaba los pasillos de la NASA era: "¿Y ahora qué?"
"Marte continúa sorprendiéndonos"
Y, tras darle muchas vueltas, encontraron una solución: usar el brazo robótico de la InSight para hacer presión sobre la broca y así poder seguir perforando. El primer centímetro se vivió con expectación; el segundo, con incertidumbre; y el tercero, con vítores y champange.
Al cuarto, la broca se paró. Justo cuando todo parecía ir como la seda, Marte nos la volvió a jugar. Lamentablemente eso no es lo peor: esta semana, la InSight ha amanecido con el taladro fuera. Según han explicado, "una posibilidad observada en las pruebas terrestres es que se precipitara tierra frente a la punta del dispositivo a medida que rebotaba, llenando poco a poco el agujero y haciendo que retrocediera".
Sin embargo, la explicación no sirve de mucho. Pese a que el sismógrafo nos está dando mucha información y el estudio del campo magnético va avanzando, el fracaso de la sonda de calor no puede dejar de verse como un fracaso muy duro para una misión que costó 830 millones de dólares.
Los equipos de InSight siguen trabajando en una solución al problema que nos permita tener una imagen completa de la geología del planeta rojo y aún tienen casi un año para conseguirlo antes de que se acabe la vida esperada del dispositivo. Aunque, como ya sabemos, la esperada no tiene por qué tener nada que ver con la vida útil real.
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