Una cosa es estar dispuesto a subirse a un enorme cohete, ascender cientos de kilómetros hasta llegar a la Estación Espacial Internacional (ISS) y echarse luego semanas o incluso meses lejos de tu familia. Y otra muy distinta es —además de todo lo anterior— estar dispuesto a renunciar a una taza de café con sus gotitas de leche en el desayuno. Por más vocacional que sea su oficio, a lo largo de la historia los astronautas han dejado claro que no están dispuestos a pasar de la cafeína.
Y eso ha supuesto que la historia de la exploración espacial sea también, en cierto modo, la historia del café espacial.
Una relación con historia. El vínculo entre café y exploración espacial viene ya de lejos. Tanto, que podemos remontarlo a los años 60, los tiempos de Mercury y el Apollo. Para bien y para mal. Se cuenta que durante las primeras misiones la agencia limitaba la cantidad de café que podían beber los astronautas antes del despegue para evitar sus propiedades diuréticas y episodios como el que afrontó en 1961 Alan Shepard, cuando tras dos horas en su cohete pidió desesperadamente a la NASA que le dejaran orinar.
Resultase más o menos contraproducente, lo cierto es que la tripulación del Apolo 11 ya disfrutaba de sus peculiares mezclas de café, un brebaje de aspecto poco apetitoso, pero que permitía a los tripulantes de la misión disfrutar de momentos grandiosos.
Buen café, mejores vistas. "Detrás de la Luna, estaba solo. Me sentía muy cómodo allí. Incluso tomé café caliente", explicaría tiempo después Michael Collins, uno de los integrantes de Apolo 11. Los registros que se conservan de la misión muestran que incluso no era extraño que el Collins apostase tazas de café con sus compañeros. Las mezclas que utilizaban, eso sí, no tenían precisamente el aspecto de una taza de Starbucks humeante.
El National Air and Space Museum conserva desde la década de los 80 uno de los paquetes de color terroso que voló en 1969 durante la misión Apolo 11 y regresó intacto a la Tierra. Su aspecto recuerda más a una bolsa de plasma que a un espresso humeante: la ración está formada por café en polvo y nata con azúcar, una mezcla liofilizada para facilitar su envasado y almacenamiento y que se presenta dentro de un envoltorio plástico transparente. Si alguno de los tripulantes del Apolo 11 quería prepararse un café con aquella peculiar mezcla necesitaba activar antes una sonda que le dispensaba agua fría o caliente, según lo necesitase.
Resolviendo desafíos. El matiz del agua es importante. CNET recuerda que si los primeros astronautas no pudieron disfrutar del privilegio del que alardeaba Collins fue precisamente por la disponibilidad agua caliente. Aquel no fue sin embargo el último desafío que han tenido que afrontar los técnicos de la NASA para permitir que los astronautas reciban su dosis de cafeína.
Al fin y al cabo lo que en nuestras casas supone un rutina que exige poco más que coger una cafetera, añadir grano molido y agua y encender la vitro, en el espacio supone un desafío, con retos importantes que recodaba hace no mucho la Universidad de La Trobe: ¿Cómo evitar que el café molido se disperse? ¿Cómo beber una bola flotante de líquido caliente? ¿Qué hacer luego con los posos? Y otra cuestión no menor… ¿Cómo lograr que además sea rico?
Café espacial… y al gusto. Ese último reto, el de ofrecer a los astronautas un café que además de cubrir su necesidad de cafeína satisficiese sus paladares, es el que se planteó en 2013 un grupo de estudiantes de la Universidad Rice. Su objetivo: "Conseguir la taza de café perfecta en el espacio". O al menos una que se ajuste a las preferencias de cada cosmonauta que viaja a la Estación Espacial Internacional. "El problema es que solo tienen cuatro proporciones fijas de café, crema y azúcar —explicaba uno de ellos, Colin Shaw—. Tienen café negro, café con mucho azúcar, café con nata y café con mucho de ambos. Está todo premezclado".
Para ofrecer a los astronautas algo más de variedad y ahorrarles la mezcla "almibarada" y de "sabor terrible" del café de la ISS, según Shaw, el equipo de Rice desarrolló un nuevo sistema que permite a los astronautas personalizar sus propios cafés. "Si saben lo que les gusta en la Tierra, sabrán lo que les gusta en órbita", bromea el estudiante, que aclara que su solución mejora el método de la NASA, garantizando además que el resultado se empaquete en envases pequeños, livianos y capaces de funcionar en microgravedad. Tras muchas pruebas, el equipo creó un mecanismo fabricado con una impresora 3D que ofrece a los tripulantes la opción de obtener la cantidad justa que desean. De hecho puede suministrar 10 mililitros de nata o azúcar con un margen de error mínimo, de apenas el 5%.
Cuestión de gustos... y mezclas. El equipo de Rice no es el primero en preocuparse por los paladares espaciales. Hace ya unas cuantas décadas, en los 80, el astronauta Ellison Onizuka propuso que a los tripulantes de las misiones se les proporcionara una mezcla de café Kona de su tierra natal, Hawái. Aunque Onizuka falleció poco después, en la explosión del Challenger en 1986, tiempo después su idea aún hacía que las misiones fuesen más llevaderas para los cosmonautas cafeteros: al menos en 2015 la mezcla Hula Girl de la Royal Trading Coffee Co., se seguía suministrando a los astronautas de la NASA.
La ISS, una máquina espe(pa)cial. Aunque la propuesta de Onizuka y el equipo de Rice resultan interesantes no son las más sorprendentes en la larga relación entre el café y la exploración espacial. Uno de sus resultados más llamativos es la ISSpresso, nombre digno del mejor diseñador de marcas comerciales y que aporta una idea precisa de qué es y para qué sirve este aparato: una máquina de café pensada para la estación espacial. Con ella Argotec, Lavazz y la Agencia Espacial Italiana quisieron que los cosmonautas dispuestos a ascender cientos de kilómetros se encontrasen a su llegada a la ISS una buena taza de espresso. La perspectiva era desde luego más atractiva que el café soluble.
En 2015 la NASA presumía de su máquina de espressos, instalada en la ISS, dotada de cápsulas de café y bolsas estándar de la propia agencia estadounidense. "Una vez preparado el artículo, se retiran de la cápsula y la bolsa de bebida", explicaba. El aparato cumplió servicio durante 32 meses, hasta que en 2017 se dio por finalizada la misión "Coffe in space" in la ISSpresso regresó a la Tierra. Para la agencia estadounidense supuso mucho más que un simple lujo o un guiño hacia sus astronautas más cafeteros. La ISSpresso sirvió también para aprender sobre transferencia de calor y fluidos en condiciones de microgravedad y gravedad cero.
Buen café, buena máquina… ¿Y las tazas? Una pregunta tal que así debió de hacerse en 2008 el astronauta Don Pettit, que llegó a la conclusión de que si los astronautas tenían acceso ya a mezclas y sistemas mejorados lo justo es que tuviesen una taza a la altura en el que beber sus cafés. El resultado fue un recipiente que aprovecha la tensión superficial para facilitar la bebida en entornos de ingravidez. "La sección transversal de esta copa parece el ala de un avión. El ángulo estrecho absorberá el café", comentaba: "Esto muy bien podría ser lo que los futuros colonos espaciales terminen usando cuando quieran celebrar y brindar".
Desde entonces se ha seguido trabajando con el objetivo de mejorar un diseño que, de nuevo, puede servirnos para mucho más que consumir café sin necesidad de molestas pajitas. "También proporcionará datos sobre el movimiento pasivo de fluidos complejos como parte de la investigación de bebidas capilares. Los resultados confirmarán y orientarán los modelos matemáticos", destacaban en 2015 desde la NASA junto a fotos de la Space Cup. Hace solo unos meses la astronauta Nicole Mann compartía un vídeo en X los avances que han logrado ya los investigadores.
La enésima demostración de lo bien que maridan café y ciencia espacial.
Imágenes: NASA 1 y 2, Jeff Fitlow (Rice University) y Rochester Institute of Tecnology