La llegada de las primeras cámaras digitales cambió las reglas del juego. Hasta ese momento las cámaras de película habían experimentado un desarrollo relativamente pausado y cimentado, sobre todo, en el ajuste fino de sus elementos mecánicos y en la mejora de la propia película. Eso sí, las últimas generaciones de aquellas cámaras tenían componentes electrónicos que sí experimentaron un desarrollo notable, anticipándonos lo que llegaría más adelante de la mano de las cámaras fotográficas digitales.
El cambio de paradigma comenzó a fraguarse en 1975. Ese año Cromemco, una empresa de microordenadores californiana, lanzó Cyclops, una cámara fotográfica considerada de forma unánime la primera completamente digital. Tenía un sensor MOS de tan solo 32 x 32 píxeles (lo que equivale a 0,001 megapíxeles) y podía ser conectada a cualquier microordenador que tuviese un bus S-100, que, curiosamente, nació como parte del Altair 8800, que suele considerarse el primer ordenador personal comercial.
Un desarrollo tecnológico más sosegado que aquel al que estamos acostumbrados
Las cámaras digitales no comenzaron a popularizarse hasta finales del siglo XX, pero su nacimiento dio a la electrónica un protagonismo mucho mayor que el que tenía en las últimas generaciones de cámaras de película. Este cambio propició que las cámaras digitales se viesen abocadas a un ritmo de desarrollo e innovación más rápido que el que históricamente habían experimentado las cámaras de película. La carrera desenfrenada por incrementar los megapíxeles que estaba vigente hasta hace muy poco tiempo, y que aún rezuma de vez en cuando, ilustra a las mil maravillas esta tendencia.
Las cámaras fotográficas digitales evolucionan a un ritmo más lento que al que lo hacen otros dispositivos electrónicos, como los smartphones o los televisores
Aun así, las cámaras digitales no evolucionan, ni siquiera hoy, al mismo ritmo al que lo hacen otros dispositivos electrónicos, como los smartphones o los televisores, entre otros ejemplos posibles. Este grado de desarrollo, aunque es más pausado que aquel al que nos tienen acostumbrados otros productos de electrónica de consumo, no es ni mucho menos despreciable, lo que como consumidores nos obliga a ponernos al día una vez que hemos tomado la decisión de hacernos con una nueva cámara digital. Al menos si queremos hacernos con una que sea lo más «resistente al futuro» posible.
El objetivo de este artículo es, precisamente, identificar aquellos elementos de las cámaras fotográficas digitales que más están evolucionando para conocer con la máxima precisión posible qué nos ofrece el mercado actualmente. Y también para que podamos intuir qué llegará en el futuro. Nos parece la mejor forma de ayudaros a elegir con más garantías, y, sobre todo, de contribuir a que consigáis encontrar la cámara que mejor se adecua a vuestras necesidades. Eso sí, siempre y cuando queráis ir un paso más allá de lo que os ofrece la cámara integrada en vuestro smartphone.
Las cámaras compactas tienen un presente muy «gris» y un futuro muy «negro»
La batalla con los smartphones está perdida. De hecho, las cámaras compactas tradicionales la perdieron hace mucho tiempo; justo en el momento en el que buena parte de los usuarios comenzamos a prescindir de ellas y a tomar nuestras fotografías utilizando la cámara de nuestro teléfono móvil. Y el panorama no parece en absoluto que vaya a cambiar en el futuro. Esta tendencia tan evidente ha provocado que la mayor parte de los fabricantes de cámaras se vuelque en la puesta a punto de modelos con prestaciones más altas y con la ambición de llegar allí donde a priori no están cómodas las cámaras de nuestros móviles.
Ópticas intercambiables, grandes zooms, estabilización de gran calidad, una flexibilidad amplia… Estas son las bazas a las que recurren las cámaras fotográficas actuales para que pensemos en ellas y apartemos por un momento la vista de nuestros smartphones. Y en este terreno es evidente que son los modelos de tipo bridge, que son compactas con óptica fija, amplio rango focal y prestaciones a caballo entre las compactas básicas y las cámaras digitales avanzadas; las CSC (cámaras de sistema compacto) o sin espejo y las DSLR las que mejor pueden defenderse del embate de los móviles.
Por esta razón, la mayor parte de las características que vamos a ver a continuación adquieren sentido en estos segmentos de cámaras, y no tanto en las compactas de las gamas de entrada y media, que son las más perjudicadas por los teléfonos móviles. Y también las que dejan menos espacio a la innovación. Entremos en materia.
¿Cómo es una cámara fotográfica resistente al futuro?
Un apunte que me parece importante antes de seguir adelante, y que seguro que muchos de vosotros ya conocéis: los tres componentes que tienen un impacto directo en la calidad de las imágenes que obtenemos con una cámara de fotos son la óptica, el sensor y el motor de procesado. De hecho, su cooperación es tan íntima que con frecuencia no es sencillo delimitar en qué medida contribuye cada uno de ellos al resultado final. Aun así es interesante reparar en el hecho de que dos de ellos son elementos de naturaleza electrónica, y, por tanto, susceptibles de verse arrollados por esa vorágine de desarrollo tecnológico constante a la que nos tienen acostumbrados otros dispositivos de electrónica de consumo.
Su corazón debe ser un sensor de alta sensibilidad y bajo ruido
Los megapíxeles quedan fuera de nuestra discusión por una razón de peso: la mayor parte de las cámaras del mercado excede la resolución que necesitamos los aficionados a la fotografía que solo imprimimos nuestras instantáneas ocasionalmente. O nunca. Podemos ilustrar esta situación de una forma muy sencilla. Si utilizamos un televisor con panel 4K UHD para ver nuestras fotografías, que es un escenario de uso bastante realista hoy en día, nos basta que nuestra cámara tenga una resolución de 8 Megapíxeles (3.840 x 2.160 píxeles = 8.294.400 píxeles ≈ 8 Megapíxeles) para disfrutar nuestras capturas de una forma satisfactoria. La mayor parte de las cámaras, al menos las de cierta calidad, cuenta con sensores que exceden esta resolución, por lo que incluso podemos imprimir nuestras fotografías en soportes de cierto tamaño sin que su calidad se resienta.
Los fabricantes parecen ser conscientes de que los usuarios ya no nos dejamos engatusar por la resolución porque sabemos que nuestras necesidades en este terreno están colmadas desde hace años, por lo que se están esforzando para afinar dos parámetros de los sensores en los que aún tienen margen de mejora: la sensibilidad y el ruido. Cuando la luz, que es la auténtica materia prima de nuestras fotografías, abunda es relativamente sencillo para una cámara moderna ofrecernos un resultado logrado. Sin embargo, cuando la luz escasea el nivel de detalle puede verse seriamente dañado y el ruido puede incrementarse sensiblemente, arruinando nuestras tomas.
Afortunadamente, la «guerra del megapíxel» fue superada hace tiempo. El reto ahora pasa por incrementar la sensibilidad y reducir el ruido, entre otros parámetros con margen de mejora en los que las marcas están trabajando
El reto consiste en ofrecer buenos resultados cuando las condiciones de captura no son las óptimas. Y una forma eficaz de incrementar la sensibilidad nativa del captador y reducir el ruido requiere aumentar el tamaño de los fotodiodos, que son las celdillas del sensor que se responsabilizan de capturar la luz, aunque sea a costa de reducir la resolución. Esta es la estrategia utilizada por muchas marcas actualmente en sus cámaras, aunque no es la única. A menudo también mejoran las técnicas de fabricación de sus sensores y optimizan su arquitectura para que rindan mejor cuando las condiciones ambientales no son propicias.
El desarrollo tecnológico en este ámbito ha hecho posible la aparición de cámaras capaces de ofrecernos una sensibilidad altísima y un nivel de ruido muy bajo. Un modelo que ilustra estupendamente este panorama es la A7S II de Sony, una cámara que nos ofrece una sensibilidad ISO máxima de 409.600 y que es capaz de mantener el ruido bajo control con valores ISO muy elevados. No obstante, este es un valor un poco extremo al que pocos modelos pueden aspirar. Por esta razón podemos tomar como referencia un poco más realista el valor ISO ampliado que nos ofrecen otras cámaras de calidad hoy en día, que puede alcanzar ISO 51.200. Es un buen objetivo al que aspirar siempre que el ruido permanezca bajo control.
Por supuesto, el ruido y la sensibilidad no son las únicas características del sensor de una cámara fotográfica que importan, pero actualmente representan uno de los grandes retos a los que las marcas se están enfrentando porque su impacto en la calidad de las tomas es muy importante. Y no es sencillo mejorar estos parámetros. Otras características, como el color, la profundidad, el nivel de detalle o la ausencia de efecto muaré, están bastante bien «atados» por las principales marcas cuando nos hacemos con una cámara de cierta entidad.
También debe tener un procesador de alto rendimiento
El rol del motor de procesado de una cámara fotográfica digital va mucho más allá del mero postprocesado de la información generada en el dominio digital por el sensor de imagen. Un procesado bien implementado puede incrementar la resolución percibida, minimizar el ruido, mejorar el nivel de detalle, afinar el color… Como veis, puede tener un impacto muy positivo en la calidad final de nuestras instantáneas.
Pero, además de hacer todo esto, el procesador de imagen resulta crucial a la hora de incrementar la velocidad del enfoque automático, mejorar la capacidad del disparo continuo, minimizar la latencia del obturador electrónico, reducir el tiempo de encendido de la cámara, incrementar la precisión del enfoque continuo, etc. En este ámbito dada su polivalencia no es fácil delimitar con precisión qué características debe tener un buen motor de procesado, pero es interesante que los usuarios seamos conscientes de su importancia y conozcamos en qué procesos está involucrado para que seamos capaces de valorar si nuestra próxima cámara cuenta con un procesador capaz de resolver no solo nuestras necesidades actuales, sino también las que tendremos en el futuro.
El enfoque del presente y el futuro es híbrido; si lo tiene, mucho mejor
Afortunadamente, el enfoque híbrido está plenamente consolidado en las cámaras digitales de cierto nivel. He escrito «afortunadamente» porque nos ha demostrado de una forma rotunda que sus prestaciones son superiores a las del enfoque automático por diferencia de contraste utilizado por las primeras cámaras digitales. El enfoque híbrido se caracteriza por combinar el enfoque por diferencia de contraste de las cámaras compactas digitales y el enfoque por detección de fase de las DSLR.
Estos tres tipos de enfoque (diferencia de contraste, detección de fase e híbrido) son sistemas pasivos en los que la cámara actúa analizando la información que recibe del entorno. La alternativa son los sistemas de enfoque activos, en los que la cámara emite algún tipo de señal (ultrasonidos, luz infrarroja, etc.) que se refleja en los objetos del entorno y rebota, regresando al sensor de enfoque automático y permitiéndole llevar a cabo los cálculos que necesita realizar para enfocar la imagen correctamente.
El problema que tiene el enfoque por diferencia de contraste es que suele ser lento. Esta es la razón por la que nos interesa que nuestra cámara no cuente únicamente con este sistema. Para enfocar, el procesador analiza la imagen completa e identifica aquellas zonas en las que se produce un cambio brusco de iluminación, y este suele ser un proceso costoso en términos del tiempo que es necesario invertir en él.
El enfoque por detección de fase requiere la presencia de un sensor adicional, al margen del captador de la cámara, o bien de un sensor de imagen que pueda llevar a cabo las funciones del captador principal y el sensor de enfoque. Es un proceso complejo, por lo que, si queréis conocerlo con detalle, os sugiero que echéis un vistazo a este artículo de nuestros compañeros de Xataka Foto.
El enfoque por detección de fase es más rápido que el que trabaja mediante diferencia de contraste, pero también es más complejo, más caro y puede verse afectado por los problemas de desviación frente al punto de enfoque exacto que queremos utilizar (backfocus/frontfocus). En cualquier caso, lo que nos interesa tener en cuenta ahora es que cada vez más fabricantes apuestan por el enfoque híbrido porque combina las ventajas de los dos sistemas de enfoque pasivo de los que hemos hablado, ofreciéndonos un enfoque muy preciso y muy rápido que puede marcar la diferencia, por ejemplo, cuando enfocamos objetos que se desplazan con rapidez. Si nuestra cámara lo tiene será estupendo porque estará mejor dotada para resolver nuestras necesidades en el futuro.
Mejor si la estabilización está en el cuerpo y es híbrida
El sistema de estabilización es importante en la medida en que resulta crucial para evitar la borrosidad que suele aparecer en los bordes de los objetos cuando hay trepidación durante la exposición. Este problema es más dañino a medida que incrementamos el tiempo de exposición, como es lógico. Afortunadamente, los fabricantes de cámaras digitales llevan varios años «poniéndose las pilas» para implementar soluciones eficaces a este problema.
Actualmente una de las estrategias más satisfactorias, y aún con margen de mejora en el futuro, es el desplazamiento del sensor en varios ejes (normalmente cinco). Sony y Olympus utilizan esta tecnología desde hace años, y en nuestras pruebas nos ha demostrado arrojar unos resultados a menudo muy satisfactorios. Además, esta técnica, que se apoya en el desplazamiento mecánico del sensor, puede combinarse con la corrección electrónica del encuadre, lo que permite que el desenfoque de movimiento sea aún más imperceptible.
La lástima es que este sistema de estabilización es complejo y caro, por lo que solo suele estar presente en las cámaras digitales más avanzadas. Aun así, es probable que poco a poco vaya abaratándose y pueda llegar a modelos más económicos, por lo que es interesante que seamos conscientes de lo que nos ofrece para tenerlo en nuestro punto de mira tanto ahora como en el futuro.
El visor electrónico: de alta resolución y baja latencia
El visor electrónico es uno de los componentes que más ha mejorado durante los últimos años. Desafortunadamente no lo tienen todas las compactas, bridge y CSC porque es un elemento complejo que tiene un impacto directo en el precio. Y es una pena porque, si está bien implementado, es muy útil. Las DSLR no lo necesitan porque su sistema de espejos (conocido como pentaprisma) permite transportar la luz que recibe la óptica hasta el visor, que en estas cámaras es óptico y no electrónico.
El esfuerzo que están realizando las marcas en lo que concierne a los visores electrónicos tiene como objetivos principales incrementar su resolución, reducir la latencia y mejorar la reproducción del color. Las últimas generaciones de cámaras reflejan que cada vez tenemos a nuestra disposición visores electrónicos de más calidad, pero lo cierto es que aún tienen margen para mejorar. Hoy en día un buen visor de este tipo suele tener un tamaño cercano a las 0,5 pulgadas y una resolución aproximada de 3,7 millones de puntos. Muchos tienen especificaciones más modestas, pero estas cifras nos proporcionan una experiencia más cercana a la que nos ofrece un visor óptico.
De la restitución de las imágenes suele encargarse, y es lo deseable, un panel OLED que goza de las mismas bazas asociadas a los televisores que utilizan esta tecnología: un contraste nativo muy alto y una restitución del color rica y fidedigna. Otra característica esencial que debe ofrecernos un buen visor electrónico es una latencia mínima. Este parámetro mide el desfase temporal que se produce desde el instante en el que tiene lugar una acción captada por el sensor de imagen hasta que origina un efecto en la pantalla del visor electrónico.
Lo ideal es que ese lapso de tiempo sea mínimo para que podamos capturar el instante que buscamos con precisión, una cualidad crucial en disciplinas como la fotografía de naturaleza o la deportiva. Una latencia baja que puede servirnos como referencia a la hora de valorar si la que nos ofrece un visor electrónico concreto es o no aceptable es 0,005 s. Esta cifra es muy buena, pero si la latencia es aún más baja, mejor.
Esta es la conectividad inalámbrica que ya podemos exigir: NFC, Bluetooth y WiFi
Las cámaras fotográficas no tienen por qué permanecer al margen de las tecnologías de conexión inalámbrica que utilizamos habitualmente en otros dispositivos. Y, afortunadamente, no lo hacen. Muchas de las cámaras que podemos encontrar actualmente en el mercado cuentan con conectividad Bluetooth 4.0, 4.1 o 4.2 y WiFi 802.11n o ac. El primer estándar es útil para, por ejemplo, controlar nuestra cámara desde un smartphone o una tableta. Y el WiFi puede venirnos de perlas para actualizar el firmware o para subir nuestras fotografías a nuestro repositorio en Internet de forma directa, entre otras posibilidades.
La tecnología NFC no está tan extendida en las cámaras fotográficas como la conectividad WiFi y Bluetooth, pero es interesante porque nos evita procesos tediosos de configuración
La tecnología NFC (Near Field Communication) no se prodiga tanto como las dos conexiones inalámbricas que acabamos de ver, pero también es interesante porque nos permite conectar nuestra cámara a nuestro smartphone o tableta acercándolos. Si los dos dispositivos son compatibles con NFC solo tenemos que colocarlos muy juntos durante unos segundos, y ambos negociarán la conexión WiFi de forma automática y transparente para nosotros. No tendremos que configurar nada. Cómodo, ¿verdad?
Si el vídeo es una prioridad, el 4K es solo el punto de partida
La capacidad de grabación de vídeo que tienen algunas cámaras fotográficas rivaliza con la de muchos modelos específicos para aplicaciones profesionales. Propuestas como la A7S II de Sony o la Lumix GH5 de Panasonic, entre otras opciones, nos recuerdan que por una inversión relativamente elevada, pero razonable, podemos hacernos con un dispositivo que pone a nuestra disposición prestaciones que hasta no hace mucho solo estaban al alcance de las cámaras de vídeo profesionales.
La grabación con resolución 4K UHD y cadencias de 50 y 60 imágenes por segundo es solo nuestro punto de partida en este escenario de uso. Además podemos requerir que nuestra cámara sea compatible con el formato XAVC S, que nos permite registrar vídeo 4K con una velocidad de hasta 100 Mbps para incrementar el nivel de detalle y minimizar el ruido. También es interesante contar con perfiles como S-Gamut3.Cine, que permite reproducir el espacio de color DCI-P3, o con las curvas S-Log, que han sido diseñadas para simular el acabado visual de las películas tradicionales en el cine digital, entre otras posibilidades.
En lo que concierne al submuestreo del color es interesante contar con la codificación 4:2:2 de 10 bits, que es la utilizada comúnmente en la producción de contenido cinematográfico. Y si somos aficionados a la grabación de contenidos deportivos o imágenes de naturaleza puede ser apetecible contar con la posibilidad de registrar imágenes a muy alta velocidad (Full HD de hasta 120 FPS).
Todas las tecnologías que acabo de mencionar, y algunas otras, ya están disponibles en modelos como los que he mencionado al principio de este apartado, lo que refleja que la capacidad de grabación de vídeo de algunas cámaras fotográficas actuales es notable. Y seguirá desarrollándose en el futuro porque esta es una de las materias en las que algunos fabricantes están poniendo «toda la carne en el asador». Y que siga así.
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