Cómo construir un océano inundando Sudamérica [Tecnologías que fracasaron II]

“Hudson Institute: medio siglo creando ideas para la seguridad, la prosperidad y la libertad”.

En 1961, cuando creó el Hudson Institute, Herman Kahn decidió dar mayor exposición pública a sus ideas y poder presionar para hacerlas realidad. Kahn no había alcanzado aún los 40 años, pero se había convertido en una de las voces más respetadas anunciando las posibilidades que el futuro nos iba a traer. Era un futurista en el sentido no-artístico del término: alguien que estudiaba los sistemas y explicaba las consecuencias de nuestros actos proponiendo modelos para el futuro.

Kahn, a quien más tarde Kubrick utilizaría para crear su Doctor Strangelove en ‘¿Telefono Rojo? Volamos hacia Moscú’, no era precisamente el hombre más agradable de leer. Al menos, no lo eran sus incómodas ideas. Frente a lo que otros pensadores de la Guerra Fría aseguraban, Kahn creía que una Guerra Nuclear Mundial era algo posible. “Lo impensable” podía ocurrir y nuestro deber era planificar el escenario de un mundo radioactivo. Porque ni con esas la humanidad se extinguiría: seguiríamos habitando la Tierra y adaptándonos a ella. O, más bien, adaptándola a nosotros una vez más.

Esa misma filosofía fue la que guió al Hudson Institute en una de sus ideas más megalómanas y extravagantes: crear un océano interior en medio de Sudamérica como primer paso para conseguir conectar, mediante ríos navegables, lagos y mares artificiales, el Atlántico con el Pacífico. Durante 15 años, el Hudson Institute apoyó el empeño hasta fracasar en su intento de llevarlo a cabo, pero no deja de ser fascinante su planteamiento y el empeño de Kahn y el del hombre al que le encargó que “arreglara Sudamérica”, Robert Panero.

Recrear lo que la naturaleza ya hizo una vez

Por muy extravagante que suene, lo que Kahn y sus colegas del Hudson Institute planteaban tenía fundamentos claros y hasta precedentes históricos. Para empezar, la orografía de Sudamérica facilitaba un proyecto así, porque una vez ya existió un extenso mar interior allí, cuando el Amazonas (que originariamente desembocaba en el Pacífico) dejó de formar parte de Gondwana. El río vio cómo los movimientos geológicos del Mesozoico le cortaban su salida natural.

Toda aquella agua que no encontraba salida formó un extenso mar interior que, poco a poco, se transformó en un lago de agua dulce. Tras el nacimiento de los Andes, el Amazonas volvió a encontrar salida al mar y fue retrociendo dejando a su paso enormes áreas de tierra fértil. Aquellos movimientos de la naturaleza, decían los ponentes del Hudson Institute, habían conseguido dar las condiciones necesarias para recrear el mar interior.

Un mar del tamaño de Alemania para iluminarlos a todos

El Hudson Institute propuso un proyecto en varias fases. La principal consistiría en la creación de ese mar, del tamaño de Alemania. Sería tan sencillo como cambiar ligeramente el curso del Amazonas y de otros ríos sudamericanos para poder recoger toda su agua en el lugar elegido para ello.

Además, a lo largo del continente los ingenieros proyectaron crear seis masas de agua más, mayores en extensión, por ejemplo, que el Mar Muerto para, de esta manera, acercarse al objetivo de que toda Sudamérica pudiese recorrerse en barco. Una obra de ingeniería humana visible desde la luna, esta sí.

Para desarrollar su idea, Kahn encontró el hombre ideal, Robert Panero, un descendiente de italianos e irlandes, ingeniero encargado de desarrollar gran parte de la idea. Su propuesta nació como consecuencia de las dificultades que había en EEUU de encontrar nuevos lugares en los que producir energía hidroeléctrica. Panero se dió cuenta de que Sudamérica tenía gran potencial para ser productora principal de esa energía sin esfuerzo económico, al poder construir de manera segura muchas “presas bajas”, azudes en cantidad suficiente para poder generar energía.

En 1965, Panero y Kahn publicaron un documento de 15 páginas llamado “New Focus on The Amazon”. Dos años después, Panero subió la apuesta en un nuevo documento y lanzó la idea de unir el Orinoco con el Amazonas y éste a su vez con Paraguay. La propuesta se ganó la atención de los gobiernos.

Encandilados por bueno, bonito y barato

(Atardecer en el Amazonas, por Poldavo (Alex))

Los pensadores del Hudson Institute no tenían dudas de a quién presentar el proyecto. Sabían que el atractivo era innegable: conseguirían unir de manera más rápida y barata las distintas zonas mineras y madereras de la zona.

Además, proporcionarían una manera más barata de producir electricidad gracias a todas las mini-presas incluidas en el proyecto, lo que facilitaría el proceso de industrialización de la zona. Según los cálculos de Panero, sus instalaciones generarían cincuenta veces más de energía que la presa de Aswan en el Nilo. Ellas solas lograrían un tercio de toda la energía hidroeléctrica total de EEUU.

Y lo que es más importante: el proyecto era barato, gracias a las facilidades topográficas que ya había señalado Panero. Diez mil millones de dólares de la época era un peaje asumible por los gobiernos de la zona, que con el proyecto abrirían la puerta a explotar zonas de la selva sudamericana las que, hasta entonces, se le podía sacar poco partido.

Panero y Kahn traían algo muy atractivo bajo el brazo y nadie les dio con la puerta en las narices. En países como Brasil, Colombia, Bolivia o Perú se formaron comisiones político-científicas para estudiar el proyecto y para estimular el apoyo privado a la iniciativa.

La ambición te hará caer en desgracia


(El Amazonas, por Aah-Yeah)

Sin embargo, en 1968 Panero decide publicar un tercer estudio de su proyecto, que perfecciona lo mostrado en los dos documentos anteriores. Con las modificaciones introducidas para ajustarlas a la realidad, y que incluyen pasar de seis lagos a más de cuarenta, el coste se dispara. Y lo que es peor: países como Brasil comienzan a ver a Panero como el enemigo.

Por ejemplo, en el nuevo proyecto del ingeniero del Hudson Institute, Brasil se vería obligada a rehacer todo su sistema de carreteras, al tener que inundar gran parte de ellas. La prensa local reacciona de manera hostil, con teorías disparatadas sobre las intenciones reales del proyecto.

Por ejemplo, aprovechando el clima de tensión racial que se vive en EEUU, se difunde la teoría de que lo que Estados Unidos quiere en realidad es realojar en el Amazonas a todos los disidentes afroamericanos. O que, en realidad, lo que Kahn desea es crear allí un refugio nuclear natural para todos los supervivientes de “lo innombrable”, la Tercera Guerra Mundial.

El final

Surgen entonces teorías científicas de que desplazar de manera artificial tales masas de agua y tan cerca del Ecuador reduciría la velocidad de rotación de la tierra provocando alteraciones climáticas graves. O que las ideas de Panero causarían un terremoto de proporciones gigantescas, que alteraría la fisonomía terrestre.

Y, sobre todo, entrados en los 70, el Amazonas comienza a ser visto como “el pulmón de la tierra”. El proyecto del Hudson Institute implicaría dejar bajo el agua a todos aquellos árboles que contribuyen a la producción de oxigeno mundial. Poco a poco, muchas voces discordantes surgen contra el proyecto: ¿qué pasará con los aborígenes de la zona? ¿Y con la fauna y flora?

Ante todas esas dudas, el proyecto de Panero, ya sin el apoyo de Kahn, languidece hasta casi no dejar rastro.

(Si queréis más referencias, gran parte del proyecto lo explica el propio Panero en su ‘A South American Great Lakes System‘. Las explicaciones posteriores de la historia las recoge John G. Mitchell, décadas después, en ‘The Man Who Would Dam The Amazon‘)

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