En 1982 Arthur C. Clarke ya no soportaba más su máquina de escribir. Encendió su PC, cargó el programa WordStar y comenzó a trabajar en "2010: Odisea dos", la secuela de su mítica novela de 1968.
Aquel procesador de textos se convertiría en otro mito, aunque fuera uno algo menor en relevancia. Fue uno de los primeros en un segmento que tuvo y tiene grandes protagonistas. Entre todos ellos acabaron casi definitivamente con la máquina de escribir.
El primer procesador de textos daba ganas de volver a la máquina de escribir
Estos días diarios como The New York Times nos hablaban de la muerte de Evelyn Berezin, una singular pionera en este segmento. El diario la ensalzaba como la creadora del primer procesador de textos computerizado, llamado Data Secretary, que creó en 1969 bajo la firma Redactron Corporation, pero la historia no era del todo precisa.
Como explicaban en Mother Jones, aquella máquina que consistía en la "fusión" de una máquina de escribir con impresora marca IBM Selectric Typewriter no era del todo nuevo, ya que la Data Secretary era funcionalmente idéntica a la IBM MT/ST que había sido lanzada en 1964.
Aquel primer procesador de textos computerizado no era demasiado avanzado: ibas escribiendo una línea tras otras y podías corregir los fallos sobre la marcha, pero cuando terminabas tenías de grabar cada línea (¡cada línea!) en una cinta magnética. Cuando terminabas, colocabas un folio de papel en la impresora y activabas la impresión para que por fin apareciera el documento que acababas de "procesar".
Aquel primer modelo evolucionaría, y aquellas máquinas acabarían integrando un monitor, impresoras conectadas aparte, tamaños más reducidos y mejores características a la hora de escribir y editar textos. Las máquinas comenzaron a popularizarse en los 70 en Estados Unidos, aunque aquellas máquinas no eran nada baratas: Redactron vendió 10.000 de ellas a unos 8.000 dólares cada una antes de que la empresa acabara siendo vendida en 1976 a Burroughs Corporation.
Bendito WordStar
Aquellos avances estaban al alcance de muy pocos, y la verdadera revolución no llegaría hasta los años 80 con la llegada de la informática personal. Los primeros PCs y Macs del mercado precisamente querían convencer al mundo empresarial de que podían ser herramientas muy útiles en ámbitos ofimáticos, y el papel de los procesadores de texto y las hojas de cálculo (o los programas de autoedición, en el caso de los Mac) se convirtieron en argumentos claros de compra.
Fue eso lo que precisamente aprovechó Seymour I. Rubinstein, que había trabajado para IMSAI para luego fundar su propia empresa en 1978. Aquella empresa, llamada MicroPro, tuvo como primer empleado a John Robbins Barnaby, que se encargó de programar un procesador de texto llamado WordMaster. Aquel programa acabó evolucionando y se convirtió en WordStar en junio de 1979. Estaba disponible para el sistema operativo CP/M y costaba 495 dólares (manual de usuario de 40 dólares aparte).
Aquel procesador fue el primero en ofrecer una interfaz WYSIWYG para trabajar, y su éxito se disparó desde su lanzamiento a 1984, cuando la empresa MicroPro llegó a tener unos ingresos de 72 millones de dólares. Por aquel entonces la herramienta ya tenía versión para el IBM PC y MS-DOS (con WordStar 3.0, que apareció en 1982), pero empezaba la competencia. Solo era el principio.
De WordPerfect a Word
El interés por las aplicaciones ofimáticas era evidente en la industria, y el éxito de WordStar provocó que otras grandes (y no tan grandes) de la industria intentaran llevarse un trozo de aquel jugoso pastel. Así fue como aparecieron por ejemplo WordPerfect o Microsoft Word, pero las alternativas se multiplicaron a mediados de los 80: en el número de de enero de 1986 de la revista PC Magazine se analizaban 57 procesadores de texto distintos.
Aquella revolución se vio acompañada de otra igualmente importante para quienes querían dar el portazo definitivo a las máquinas de escribir. Las impresoras láser eran por velocidad y calidad el acompañante perfecto de estas aplicaciones, que además poco a poco fueron incluyendo una interfaz gráfica de usuario.
El Xerox PARC también fue pionero en este ámbito con Gypsy, su procesador para sus máquinas Xerox Star. Aquella aplicación fue una segunda y más ambiciosa versión de Bravo, el procesador de textos de las míticas Xerox Alto.
Aquel desarrollo fue inspirador para otros muchos, y desde luego tanto WordPerfect como Word acapararon ideas de una interfaz que se adelantaba a su tiempo. WordStar había empezado a ser criticado y WordPerfect tomó el relevo como líder de un mercado que vio cómo la interfaz gráfica de usuario conquistaba a todos los usuarios. Hasta Doogie Howser lo popularizó en 'Un médico precoz'.
Aquella aplicación iría integrando más y más mejoras que lo hacían especialmente adecuado para entornos especializados, y por ejemplo en 1986 incluiría numeración automática de líneas -importante para la redacción de documentos legales- pero la verdadera revolución para muchos de aquel WordPerfect 4.2 fue el soporte de negritas y cursivas en el procesador de textos. Su inclusión de multitud de controladores para impresoras -algo crucial para su adopción- fue otra de las claves de su éxito.
Aquel programa acabó siendo aplastado por el procesador de textos que aún hoy domina la industria. Microsoft Word aparecería tímidamente para MS-DOS (¡y Xenix!) en 1983, pero siempre estuvo en segundo plano a pesar de estar desarrollado por el gigante de Redmond. En 1989 llegaría la primera versión para Windows, a partir de la cual aparecerían más y más ediciones que acabarían integrándose en Microsoft Office.
En 1995 aquel producto era ya una atractiva alternativa a otras suites ofimáticas del mercado, y poco a poco su popularidad crecería para convertir esta suite en la más extendida de todo el mundo. El binomio de Windows y Office se había convertido en el estándar de facto tanto en el mundo empresarial como en en el segmento de los usuarios finales.
Procesadores de textos en la nube
Pero como sucedió con otros tipos de aplicaciones, el modelo de licencias de Microsoft acabó quedándose caduco. Los procesadores de texto convencionales seguían vendiéndose, y aunque aparecían alternativas Open Source como OpenOffice o LibreOffice la verdadera batalla estaba en la nube.
Fueron estos desarrollos los que comenzaron a desbancar a un aparentemente invencible Microsoft Word. Las alternativas que se podían usar como servicios web comenzaron a ganar fuerza, y la aparición de Google Docs y de sus alternativas acabaron haciendo mella en el dominio de Microsoft en este ámbito.
La empresa de Redmond ha reaccionado rápido en este ámbito, y desde hace tiempo comercializa Office 365 como una alternativa a su suite tradicional, que de hecho se ha convertido en un subproducto de la suite en la nube.
Eso no quita para que no hayan aparecido proyectos de interés en este segmento, con procesadores modulares como Quill que tratan de se ajustan a distintas necesidades. De hecho sus desarrolladores lo califican como un editor de texto enriquecido, y no como uno de los modernos procesadores de texto de los cuales, aseguran, no usamos ni el 95% de sus características.
Esa evolución ha tenido una víctima clara: la máquina de escribir se ha convertido casi en un anacronismo. Hay de hecho algunos intentos por recuperarla en versión moderna -vimos proyectos como Hemingwrite, Qwerkywriter o Freewite que desde luego nos llamaron la atención-, pero lo cierto es que escribir y editar textos nunca fue más rápido y sencillo que ahora, y aplicaciones míticas como WordStar tienen la culpa.
Si queréis ahondar más en esta historia, por cierto, el libro 'Track Changes: a literary history of word processing' de Matthew G. Kirschenbaum parece una buena forma de hacerlo.
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