Uno no gana el Nobel por ser buen jefe. Cuando William Shockley lo recibió en la categoría de Física en 1956 lo hizo por su descubrimiento de los transistores. Aquel genio de la física y la electrónica no tendría el mismo éxito al frente de su empresa, Shockley Semiconductor Laboratory: en 1957, un año después de su fundación, ocho empleados abandonarían el barco hartos de Shockley y su forma de llevar las cosas.
La historia es de sobra conocida. Los 'ocho traidores', como se conocerían más tarde, acabaron fundando Fairchild Semiconductor Corp., una empresa que tuvo un recorrido relativamente corto pero una influencia espectacular tanto en el ámbito tecnológico —de ella salió Intel— como económico. Quienes se hicieron millonarios en esa empresa acabarían invirtiendo en startups de Silicon Valley que hoy son gigantes tecnológicos a nivel mundial.
Los ocho traidores contraatacan
Han pasado más de sesenta años desde que Fairchild Semiconductor Corporation se fundara. En 1957 aquella empresa comenzó a desarrollar transistores mejorados que comenzaron a utilizarse especialmente en la industria aeroespacial y la militar.
El éxito de Fairchild fue enorme: en 1960 ya eran líderes en su campo, y sus productos comenzaban a aparecer en diarios económicos que reconocían por primera vez la revolución que los semiconductores planteaban de cara al futuro.
La formación de aquella empresa tuvo como socio Arthur Rock, que por entonces era un joven banquero pero que en 1961 acabaría fundando Davis & Rock, una de las primeras empresas de capital riesgo de la costa oeste norteamericana. Rock acabaría siendo uno de los grandes inversores de empresas como Intel o Apple cuando se crearon.
Las cosas fueron aún mejor para Fairchild cuando Jean Hoerni descubrió el llamado "planar process" de fabricación de transistores, una técnica que permitió abandonar la producción casi artesanal de estos componentes a pasr a procesos de litografía electrónica mucho más eficientes y escalables.
Aquello hizo que Robert Noyce tuviese la idea de interconectar varios de esos transistores para crear lo que bautizó como circuito integrado.
Su compañero y amigo Gordon Moore observó un curioso fenómeno: con aquellas técnicas comprobó que la evolución de la integración de chips seguía un ritmo sostenido. Aquella observación se convirtió en la célebre Ley de Moore.
Aquella explosión en la microelectrónica hizo que Silicon Valley comenzara a crecer de forma espectacular. Como reconocía el propio Moore en una entrevista en el Computer History Museum, "parecía como si cada vez que teníamos una idea para un nuevo producto surgieran varios spin-offs. Muchas de las empresas que existen hoy en día pueden trazar su linaje hasta llegar a Fairchild. Fue realmente el sitio que logró que el ingeniero emprendedor pudiera desarrollarse".
La primera de aquellas empresas derivadas fue Rheem Semiconductor, a la que poco después siguió Amelco Semiconductor, fundada por Jay Last, que poco después ficharía a Jean Hoerni y a Eugene Kleiner.
Quizás os suene el apellido de este último: en 1972 dejó la parte ingenieril para dedicarse de lleno al segmento del capital riesgo, y fundó junto a otros socios la archiconocida Kleiner Perkins Caufield & Byers. Fue el mismo año que se creó Sequoia Capital. Ambas son hoy en día consideradas dos de las más relevantes fuentes de inversión para startups tecnológicas en Silicon Valley y en todo el mundo.
De hecho a muchas de sas empresas derivadas o spin-offs se las llamó "Fairchildren". Empleados de Fairchild abandonaban la empresa para perseguir sus propios sueños, y apenas 10 años después de su fundación se publicó un curioso árbol genealógico con las empresas que habían surgido a partir de Fairchild.
Probablemente la más importante de todas ellas se fundó precisamente aquel 1968. Gordon Moore y Robert Noyce fundaban Intel Corporation, un gigante de los semiconductores que tiene una capitalización de mercado que actualmente supera los 250.000 millones de dólares.
La empresa inició junto a Hewlett-Packard un estilo distinto de hacer las cosas: se siguió un modelo meritocrático y de apertura dejando en segundo plano la tradicional jerarquía. El cambio era toda una revolución para la época, y sería el antecedente de esa cultura startup moderna con oficinas muy pensadas para que el trabajador pudiese no solo trabajar, sino relajarse e incluso entretenerse de cuando en cuando.
El célebre cubículo de Gordon Moore era uno más de tantos, y cualquier empleado podía pasarse por allí para debatir sobre cualquier cuestión con alguien que no solo era fundador de aquella empresa, sino que era considerado un gigante en su campo.
Las empresas que se crearon a raíz de Fairchild y sus fundadores continuaron aquella progenie, y de unas y otras fueron surgiendo nuevas startups que se convirtieron en gigantes tecnológicos en su campo. Entre ellas están AMD, Altera, LSI Logic, National Semiconductor o SanDisk.
Fairchild, eso sí, no logró recuperarse de aquel éxodo de talento. Aunque las ventas continuaron yendo relativamente bien durante la década de los 1970, apenas se desarrollaban nuevos productos. Fairchild acabó siendo comprada primero por Schlumberger en 1978 para luego ser vendida a National Semiconductor en 1987.
La empresa acabó quedando en segundo plano y de hecho acabó creándose una empresa derivada independiente, Fairchild Semiconductor International Inc., que se centró en los dispositivos de gestión de energía. Aquella apuesta le fue bien a esa empresa, que fue adquirida en 2016 por ON Semiconductor Inc.
Según un estudio de Endeavor Insight, en 2014 de las más de 130 empresas de Silicon Valley que estaban inscritas en el NASDAQ o el NYSE, el 70% tenía su origen directo o indirecto en Fairchild. Hoy en día las 92 empresas que constituyen su progenie tienen una capitalización de mercado conjunta de 2,1 billones de dólares (trillones en escala numérica corta de países como EE.UU.).
Nada mal para haber partido de una empresa de ocho traidores.
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