“Bienvenidos a Futurama 2. Bienvenidos a un viaje al futuro, Un viaje para todas las personas del presente hacia todos los lugares del mañana”
Así empezaba un cortometraje promocional que General Motors usó, entre 1964 y 1965, para promocionar la Expo de Nueva York y más en concreto Futurama 2, el lugar donde todo podía ocurrir y donde todo lo que podía imaginarse se haría realidad.
En plena Guerra Fría, con la amenaza nuclear más viva que nunca, Futurama 2 (que recogía el testigo de la primera Futurama, celebrada en 1939) pretendía ser el lugar en el que General Motors celebrase el optimismo del futuro, las maravillas aún por llegar. Casi 26 millones de personas se sentaron en los asientos móviles de Futurama 2: todos ellos vieron tecnología aún por llegar y muchos otros inventos de futuro que nunca vieron la luz.
Hoy en Xataka iniciamos un especial que nos llevará a recopilar distintas tecnologías que fracasaron, que se quedaron por el camino; las promesas rotas de un mañana mejor que nunca llegó… o que lo hizo de otra manera. Y nuestra primera parada está precisamente allí, en Futurama 2. Sentaos y contemplad cómo querían los hombres del ayer que viajásemos a todos los lugares del mañana. Pasen y vean… La máquina atómica de construir carreteras.
El sur, la siguiente frontera de General Motors
Aunque, como veis, Futurama 2 mostraba la sonrisa de un mañana mejor, los directivos de los años 60 de General Motors tenían en mente muchos problemas de futuro, de su futuro. Para mantener sus previsiones de crecimiento como empresa, necesitaban afianzarse fuera de las fronteras de EEUU, necesitaban más potenciales compradores a los que inocular la necesidad de comprar un coche, de conducir.
En casa, en Estados Unidos, las ventas iban bien, pero GM necesitaba más y sabía cómo conseguirlo. Precisamente, la receta había funcionado muy bien en su propio terreno: no se puede empezar la csa por el tejado, dicen, y en la multinacional del automóvil se aplicaban el cuento. Ya no sólo se trataba de fabricar coches, sino de hacer que estos parecieran imprescindibles. Y, por desgracia, sin carreteras nadie querría un automóvil.
Por eso, durante años, General Motors y otras compañías del sector habían formado poderosos lobbys para conseguir la construcción de más y más autopistas a lo largo y ancho de EEUU. Conseguir influir al Gobierno, al que fuese, para crear nuevas carrreteras implicaba tener más posibilidades de venta.
Pero EEUU ya era terreno conquistado. Sí, claro que quedaban lugares a los que llegar y carreteras que mejorar, pero nada comparado con las posibilidades del Amazonas. Toda esa selva, toda esa inmensidad, todos esos recursos… Todo ese suelo y toda esa gente a la que trasladar allí a vivir. Algo había que inventar.
El futuro se construirá solo
General Motors imaginó cómo hacer que el progreso llegase a la selva Amazónica. Y sus pensadores de futuro, junto a sus ingenierios, descubrieron que iba a ser mucho más sencillo de lo que había sido conquistar el territorio norteamericano.
Para Futurama II, GM diseñó la manera de construir una carretera en la jungla, sin descanso, sin obreros. Si John Henry Ford había conseguido que los coches se fabricasen rápido y barato, ¿cómo no iban ellos a lograr “un gigante mecánico que alisa el terreno, detiene el crecimiento de la selva, pone cimientos fuertes, fabrica los adoquines, los une y lo encementa todo”.
¿Cómo imaginó General Motors que funcionaría algo así? Pues con las dos tecnologías favoritas de la ciencia ficción cinematográfica de la época: la nuclear y la láser. Esta inmensa “fábrica sobre ruedas” usaría combustible atómico. Tendría el tamaño de un tren de mercancias y le acompañarían de manera inseparable máquinas auxiliares, especializadas en disparar rayos laser para cortar los árboles y la frondosa jungla del Amazonas.
Bienes rentables gracias a un Atila del futuro
A un ritmo de 20 millas construidas cada día, sin apenas intervención del hombre (o minimizando su importancia y, por tanto, su coste), la máquina diseñada como uno de los pilares tecnológicos de Futurama II sería la versión siglo XX del caballo de Atila: el macadán impediría que el suelo volviese a crecer. Por allí por donde pasara, la hierba no nacería otra vez. O esos soñaban en General Motors.
“Estas autopistas de la selva llegarán a lo más profundo del mundo tropical lleno de materiales de progreso y prosperidad, creando bienes que podrán llegar de manera rentable a los mercados mundiales, y que nos ofrecerán encantadores viajes por los bosques de las tierras del Trópico”.- De la narración de Futurama II
Y después de las carreteras, los coches, claro. Así se imaginaba en 1964 General Motors su siguiente frontera. La realidad no fue exactamente así: el optimismo atómico (antes de romperse para siempre) no proporcionó motores para vehículos de uso común y las carreteras siguieron haciéndose con la inestimable colaboración directa del hombre.
Cierto es que existen máquinas para facilitar el asfaltado y la creación de carreteras, alguna de ellas (como esta de Tiger Stone) siguiendo de cerca parte de la idea de General Motors, pero la realidad de la construcción en selvas y bosques es algo diferente.
Y, sobre todo, ya (casi) nadie piensa que entrar en el Amazonas arrasando con todo la vegetación y la fauna que allí pudiera haber es un sinónimo de un futuro mejor. Pero del Amazonas, y de cómo quisieron sumergirlo bajo el agua, es de lo que hablaremos el martes en nuestra siguiente visita a la tecnología que fracasó.
(Un consejo para acabar esta primera parada: si queréis perderos en la inmensidad de lo que ocurrió en Nueva York en 1964, visitad el espectacular trabajo de Bill Young en NYWF64.)
En Xataka | Especial Tecnologías que fracasaron