Aquel 1 de abril de 2004 muchos se tomaron como una inocentada (ese día es el célebre April Fool) el anuncio del lanzamiento de Gmail, un servicio de correo web de Google que parecía demasiado bueno para ser verdad.
Lo era por su interfaz limpia y clara, su motor de búsqueda, su singular organización de mensajes en conversaciones y por ese buzón de 1 GB que aplastaba a todos sus competidores en capacidad. No solo eso: el buzón crecía de tamaño cada día que pasaba, y Google triunfó con una idea genial que nos creó una curiosa necesidad: la de tener más y más espacio en ese buzón.
Cuando Google molaba
Eran otros tiempos, claro. Unos en los que todo parecía de color de rosa en Google, que no podía hacer nada mal. Por entonces nadie discutía que la empresa seguía a rajatabla su 'Don't be evil', pero es que además no paraban de lanzar servicios con la etiqueta "Beta" que funcionaban mejor que competidores que presumían de versiones maduras. Gmail por ejemplo mantuvo aquella etiqueta cinco años.
Aquel servicio sorprendió a propios y extraños por muchas cosas, pero sobre todo por su capacidad de almacenamiento. Hoy en día 1 GB no parece mucho, pero en aquella época esa capacidad era 500 veces la que ofrecía Microsoft con su Hotmail.
Nadie pudo competir con aquella propuesta mágica de Google, y sus competidores tardaron tiempo en poder ofrecer prestaciones similares a las que acabó ofreciendo este desarrollo que 13 años después de su lanzamiento mantiene la esencia de su primera iteración.
El origen de Gmail
Aquella empresa que rompía moldes lo hacía también con su famoso modelo del 20%. Los empleados podían dedicar una quinta parte de su tiempo a proyectos personales que les inquietasen y que tuvieran conexión con el mundo de la tecnología.
Gmail es considerado uno de los ejemplos más famosos de un proyecto que salió de esa filosofía. Su creador, Paul Buchheit (el empleado número 23 de Google), no lo recuerda así. En una entrevista a la revista Time calificaba la creación de Gmail "como un encargo oficial". Y añadía que "teóricamente tenía que desarrollar un cliente de correo electrónico".
Buchheit inició el desarrollo de Gmail en agosto de 2001, aunque en realidad fue una especie de secuela de un proyecto personal anterior que abandonó antes incluso de unirse a Google en 1999. Según él, aquel trabajo previo data de 1996, cuando se le ocurrió hacer un cliente webmail que abandonó a las pocas semanas: se aburrió de la idea.
Cuando por fin retomó el proyecto en Google, cambió su filosofía y se dedicó a trabajar sobre algo que funcionase aunque fuera de forma mínima para luego irlo mejorando. Todo comenzó integrando un motor de búsqueda a su propio correo, pero es que esa característica fue una de las claves de que acabara barriendo del mapa a muchas otras soluciones. Ninguna otra podía competir en ese apartado.
Aquella capacidad no obstante no se aprovechaba demasiado si no había mucho espacio de almacenamiento, así que la idea de Buchheit y su equipo era interesante: que nunca tuvieras que borrar un correo porque tendrías capacidad suficiente para almacenarlos todos. Eso llevó a la decisión de darle a cada usuario 1 GB de capacidad, una cantidad que se decidió tras considerar otras como 100 MB.
Aquel proyecto fue creciendo, pero no sin la oposición de algunos empleados de Google, que no veían aquello claro. Pesó más la opinión de Sergey Brin y Larry Page, que siempre apoyaron la idea. El equipo fue creciendo y se fue fichando a algunos ingenieros y desarrolladores más hasta formar un equipo de unas doce personas.
Entre ellos destaca Kevin Fox, que fue responsable del diseño de la interfaz y de aquel aspecto tan peculiar del servicio desde el primer momento. Aquel diseño se unió al revolucionario uso de Javascript y XML para dar como resultado AJAX (Asynchronous Javascript), un conjunto de técnicas de programación que fueron cruciales para que Gmail funcionara de esa forma tan fantástica. El problema de hecho no era AJAX, sino que los navegadores "no eran demasiado buenos entonces", explicaba Buchheit, que tenía miedo a que Gmail acabara provocando cuelgues en los navegadores y acabara sin usarse por esa causa.
El lanzamiento y esas invitaciones que todos ansiaban
Cuando por fin decidieron lanzar el servicio, una de las preocupaciones era que no tendrían capacidad suficiente para suplir la demanda que esperaban del servicio. Ese GB gratuito implicaba crecer en capacidad de almacenamiento en sus centros de datos, y para evitar problemas acudieron a una solución peculiar: las invitaciones.
De hecho justo antes de lanzar el servicio probaron su despliegue usando 300 viejos servidores basados en procesadores Pentium III que nadie más quería en Google. Eso permitió invitar a unos 1.000 invitados preliminares antes del lanzamiento para probar cómo se comportaba el servicio. Todo estaba preparado.
La decisión de usar invitaciones fue una herramienta de marketing involuntaria —recordemos, se vieron obligados a un despliegue gradual y esa fue la forma de controlar el crecimiento—, y de hecho las subastas de invitaciones a Gmail llegaron a cotizarse a 150 dólares en sitios como eBay. Aparecieron sitios donde la gente se desprendía de sus invitaciones de forma gratuita, y de repente tener una dirección de Hotmail o Yahoo Mail ya no molaba: todo el mundo quería una dirección gmail.com.
El servicio fue habilitando más invitaciones para cada nuevo usuario a medida que fue pasando el tiempo, pero no abrieron el servicio a todos los públicos y eliminaron ese mecanismo hasta el 14 de febrero de 2007. Para entonces las críticas también habían aparecido, entre otras cosas por la publicidad contextual que aparecía en el servicio y por la potencial invasión a la privacidad.
El buzón que nunca paraba de crecer (hasta que paró de hacerlo)
En el primer aniversario de Gmail, el director de producto de Gmail anunció que la capacidad de Gmail se doblaba hasta los 2 GB, pero además iba más allá y revelaba que ese buzón crecería día tras día de forma automática "dándole a la gente más y más espacio para siempre".
Efectivamente, el espacio crecía a cada instante. En la página de inicio se indicaba la capacidad disponible en cada momento, al lado de la cual aparecía el mensaje "(y contando"), que dejaba claras las intenciones de Google a la hora de mantener su promesa.
El ritmo de crecimiento del buzón crecía a 4 bytes por segundo, que no eran demasiados hasta que uno comprobaba cómo a medida que pasaba el tiempo esa capacidad efectivamente se dejaba notar en los buzones de correo. En un mes el buzón crecía en más de 10 MB, y en un año lo hacía en 123,6 Mbytes.
Eso no impidió que Gmail ofreciera subidas repentinas de la capacidad de su buzón, y de hecho esas subidas hicieron que el buzón creciera mucho más de lo que lo hubiera hecho con el ritmo de crecimiento normal que habían impuesto con aquel sistema.
Así, en abril de 2012 esa capacidad pasó de los 7,5 GB a los que llegaban esos buzones hasta los 10 GB, algo que coincidió con el lanzamiento de Google Drive. Un año más tarde Google anunció que las capacidades de sus servicios Gmail, Drive y Google+ Photos se unificaba en una unidad virtual de 15 Gb que se podía compartir entre esos servicios.
Aunque Google luego ofrecería distintas promociones para aumentar esa capacidad algo más de forma gratuita, la empresa acabaría dejando detenido el crecimiento en esos 15 GB que son el "plan por defecto" de su oferta actual de Google Drive, que ofrece 100 GB a 19,99 euros al año y 1 TB a 99,99 euros al año.
Aquel crecimiento infinito del buzón lo lo fue tanto, pero durante mucho tiempo nos conquistó con la idea de que podría serlo. Hoy en día Gmail sigue siendo fiel a su herencia y es desde luego un referente en el segmento de los servicios de clientes de correo web, pero tras todo este tiempo las novedades en el servicio son mucho menos frecuentes (Gmail Labs siguen dotando al servicio de esa personalidad original).
A ello se unen las crecientes críticas a la privacidad que afectan no ya a Gmail sino a prácticamente todos los productos y servicios desarrollados por Google. Y sin embargo, Gmail mantiene buena parte de la magia original. Lástima, eso sí, que el buzón no siga creciendo.
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