La Gran Guerra. Así es como se conoció durante años a la Primera Guerra Mundial, que tuvo lugar entre julio de 1914 y noviembre de 1918, y que entre otras cosas le costó la vida a 9 millones de combatientes de los 65,8 millones que participaron en los conflictos armados.
Esos trágicos enfrentamientos estuvieron acompañados, eso sí, de una enorme actividad tecnológica: la batalla no solo se libraba en los campos de batalla, sino en los centros de investigación que trataban de crear nuevas armas y nuevas defensas con las que poder obtener una ventaja en una guerra que vería avances notables en diversos ámbitos.
El tanque pone fin a la guerra de trincheras
Uno de los avances más destacados de la Primera Guerra Mundial fue la creación del tanque -inicialmente denominados "buques de tierra"-, que surgió tras el auge del automóvil unos años antes y que se convirtió en una poderosa forma de combatir las absurdas guerras de trinchera en las que las ametralladoras ya causaban estragos.
El Mark I construido en Gran Bretaña fue el primer tanque utilizado en un combate: hizo su debut en la Batalla del Somme, el 15 de septiembre de 1916, y a él se sumaron luego modelos franceses (el desastroso Schenider CA1 fue sustituido por el Renault FT-17, que sentaría las bases de los diseños actuales). Su uso masivo se hizo realidad algo más tarde, en la batalla de Cambrai que tuvo lugar el 20 de noviembre de 1917.
Los resultados de su uso fueron desiguales por su limitada fiabilidad, y aunque los alemanes tardarían en producir sus propios tanques, sí descubrieron artillería antitanque, a la que se sumó la creación de trincheras más anchas que los tanques no podían superar. La guerra de trincheras como tal había tocado a su fin.
Lanzallamas y gases venenosos
Los lanzallamas ya habían sido utilizados siglos atrás, pero ese concepto sería aprovechado primero por los alemanes con un diseño de un lanzallamas moderno que se aprovecharía en las guerras de trincheras: en las últimas etapas de esos ataques a las trincheras estas armas permitían eliminar a los enemigos sin causar daños estructurales graves a unas trincheras que podían acabar siendo útiles para quienes las tomaban.
Mucho más peligroso fue el uso de los gases venenosos: los gases lacrimógenos comenzaron a usarse en agosto de 1914 por parte del ejército francés pero los alemanes pronto acudirían a una solución similar. Sin embargo la cosa pasó a mayores en enero de 1915, cuando los alemanes dispararon 18.000 obuses con bromuro de xililo líquido sobre posiciones rusas en la Batalla de Bolimov. Aquel ataque fue un fracaso, no obstante: el producto se congeló y no tuvo el efecto deseado por los alemanes.
El uso del cloro tampoco tuvo el efecto deseado, pero a partir de ahí aumentaron la toxicidad de ese gas con fosgeno. Mucho más efectivo y letal acabaría siendo el gas mostaza, aunque esa guerra química no era del todo efectiva, puesto que también frenaba el avance de las posiciones "liberadas" por el despliegue de esas armas a los ejércitos que las utilizaban.
Trazadoras y la guerra aérea
Las ametralladoras eran ya un elemento clásico de las batallas a esas alturas, pero su efectividad sobre todo en ataques nocturnos era muy limitado ya que era casi imposible ver dónde se disparaba. Las cosas mejoraron con la invención de las balas trazadoras, que emitían un material inflamable que dejaba un reguero fosforescente.
Aunque las primeras pruebas fueron un pequeño fracaso -las balas solo mostraban una trayectoria errática de 100 metros- en 1916 aparecería la munición .303 SPG Mark VIIG, una trazadora que además de cumplir esa función era perfecta para derribar a los zepelines alemanes que asolaban (o trataban de hacerlo, aquellos ataques no tuvieron demasiadas consecuencias) Inglaterra.
La artillería fue desde luego la causa del mayor número de bajas de la Primera Guerra Mundial, y aunque hubo avances relevantes -la necesidad hizo que se diseñaran las primeras armas antiaéreas- la revolución en este tipo de armamento fue inferior al que se vio en otros terrenos. Eso sí: las ametralladores, pesadas y grandes, evolucionaron para convertirse en armas de menor tamaño. La ametralladora Lewis o el rifle automático Browning M1918 -que sería mucho más popular en la Segunda Guerra Mundial- hicieron su aparición en este conflicto y pusieron fin a las tácticas de oleadas de ataque de gran tamaño: los ataques en pequeños grupos comenzaron a ser mucho más relevantes.
La utilización de los aviones también comenzó a ser vital en la Primera Guerra Mundial, pero el uso de ametralladoras se limitaba a las alas y hacía poco eficiente este tipo de combate. Situar la ametralladora en el morro era imposible ya que al dispararla las balas impactaban en las palas de la hélice, pero los alemanes idearon mecanismos sincronizadores que permitían utilizar ametralladoras en el morro que disparaban de forma sincronizada con el paso de la hélice. Desde 1918 hasta 1930, de hecho, el armamento estándar en los aviones fueron dos ametralladoras sincronizadas que disparaban a través del círculo de la hélice.
¿Cómo lograron los alemanes idear ese mecanismo? Aquí toca curiosidad histórica: el piloto francés Roland Garros y el fabricante Raymond Saulnier idearon una serie de placas deflectoras en las palas de la hélice que permitían utilizar una ametralladora directamente de frente ya que blindaban esas palas.
El 1 de abril de 1915 Garros se cobró su primera víctima: un Albatros B II alemán quedó perplejo ya que tradicionalmente los pilotos se disparaban con un rifle o revólver que llevaban encima. Cosechó dos victorias aéreas más antes de que apenas unos días después, el 18 de abril, su avión cayera en líneas enemigas. El problema: los alemanes no solo le atraparon a él, sino que capturaron ese aeroplano y copiaron aquella técnica. El mítico Anthony Fokker sería el encargado de desarrollar el sistema de sincronización definitivo, y según la leyenda la idea fue una mejora (importante, sí) de la idea que Garros y Saulnier habían tenido.
Otro avance sería importante para los inicios de esas batallas aéreas: la instalación de radios en los aviones para la comunicación con otros pilotos o con bases en tierra. En 1916 se instalaron los primeros sistemas que permitían enviar radiotelégrafos a 225 km de distancia, mientras que en 1917 se logró por primera vez la comunicación por voz vía radio entre un operador en tierra y un piloto de un avión. La torre de control había nacido.
Los aviones demostraron ser otro de los elementos clave en estas guerras no solo en combates o bombardeos, sino también en misiones de inteligencia en las que se recababa información sobre posiciones enemigas o sobre líneas de suministro. Los zepelines alemanes también tuvieron impacto en este sentido y se convirtieron en bombarderos estratégicos de largo alcance, aunque tras la guerra su popularidad se diluyó enormemente.
Este fue también el primer conflicto en el que entraron en acción -de forma muy limitada- los portaaviones. El primer aeroplano que despegó de un barco en movimiento lo hizo en 1912 (aunque tendría que aterrizar en tierra), pero el primer portaaviones real fue el HMS Furious, en el que se produciría el primer aterrizaje de un Sopwith Pup el 2 de agosto de 1917.
También encontramos un antecesor de los modernos drones: la primera aeronave no tripulada que intervino en la Primera Guerra Mundial fue desarrollada por la Marina de los Estados Unidos entre 1916 y 1917. Creada por Elmer Sperry y Peter Hewitt -que la concibieron como una bomba aérea teledirigida-. Aquel ingenio que se basaba en el uso de giroscopios y un barómetro para determinar la altitud acabaría siendo demasiado impreciso para ser utilizado de forma masiva, y de hecho el proyecto acabaría siendo abandonado años más tarde, en 1925. Los drones, como sabemos, no habían dicho su última palabra.
La guerra también cambió en el mar
Además de la citada participación de los portaaviones, la guerra naval tuvo a unos protagonistas singulares: los submarinos. La potencia naval de Gran Bretaña fue evidente tras la construcción del HMS Dreadnought en 1906. Este buque de guerra revolucionó la construcción de navíos de guerra, y la ventaja de la flota inglesa hizo que los alemanes tuvieran que abandonar sus esfuerzos por igualar a sus rivales en ese campo para ir a otro menos explorado.
Los alemanes desarrollaron submarinos que permitieron atacar las líneas de suministro británicas causando verdaderos estragos, lo que hizo que entre otras cosas se desarrollaran las cargas de profundidad, que no eran más que bombas submarinas que se podían detonar a cierta profundidad detectada gracias a una pistola hidrostática que medía la presión del agua.
Pero una cosa era tener cargas de profundidad y otra saber dónde lanzarlas, claro. Para lograr detectar a los submarinos se utilizaron los llamados hidrófonos, una especie de micrófonos submarinos que permitían analizar las ondas sonoras producidas bajo el mar y que permitían detectar a los temibles U-boat alemanes. Este sistema tuvo una repercusión clave para los británicos a la hora de combatir a los submarinos alemanes.
Avances médicos... e industriales
El complemento a esos avances en armamento fue también el que se produjo en el terreno de la medicina. El enorme número de heridos hacía que el tratamiento de ellos en el campo de batalla fuese especialmente limitado. Muchas de las lesiones necesitaban aparatos de rayos X, pero tradicionalmente estas máquinas tenían un tamaño enorme.
Marie Curie sería la responsable de idear máquinas de rayos X portátiles para los militares franceses, y de hecho muchas de ellas se instalaron en coches y camiones ("Little Curies") que iban recorriendo el frente para apoyar esos tratamientos médicos. El inventor americano Frederick Jones desarrollaría una máquina portátil aún más pequeña en 1919, ya acabada la guerra, y demostró el potencial de esta solución para ser utilizada fuera de los hospitales tradicionales.
En este sentido también fue crucial la aparición de la toalla sanitaria, que se hizo posible gracias a la utilización de la celulosa y que permitió contar con un vendaje mucho más eficiente que los existentes hasta la fecha. Aquellas toallitas pronto se convertirían en un producto esencial para las mujeres: habían nacido las compresas.
La Primera Guerra Mundial también provocó una revolución en la concepción de la guerra en los países que suministraban el armamento o los víveres para combatientes y población civil. La producción industrial tuvo que acelerarse, y aquí el papel de las mujeres fue fundamental al ser trabajadoras de líneas de montaje para la construcción de armas o la preparación de la munición. La "guerra total" había nacido, e implicaba no solo a los ejércitos, sino también a las economías de las naciones en guerra.
Esa producción industrial hizo que el desgaste en ejércitos y materiales no se resintiese tanto como los mandos alemanes -que concibieron la guerra de desgaste como objetivo bélico- habían previsto. Curiosamente aquella filosofía acabaría siendo uno de los motivos por los que Alemania -con un bloqueo naval determinante en sus puertos marítimos- acabó perdiendo la guerra.
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